Mi pobre bebe, ¿sera que lo perdonaron? Ay, Dios, muy dura Irene, ¿verdad?, pero así debía ser. Jajajajaja. XOXO.
TE MENTÍ, TE AMO. Leandro la forzó a inclinar su barbilla y encontrarse con la exasperación y la lujuria que crepitaba en su rostro. Su cuerpo dio un escalofrío de anhelo y podía sentir la sensibilidad palpitando entre sus piernas. Él estaba de repente sobre ella. Su boca atacó con violencia contra la de ella mientras la levantaba y la dejaba caer sin contemplaciones en la cama. Las sábanas fueron arrancadas, dejándola desnuda y vulnerable ante el lobo. Irene apenas pudo respirar cuando él le separó los muslos y los llenó con sus caderas. —¡Dime que me detenga! —le gruñó. Dolida por la fuerza de su necesidad, de él, Irene le enrolló las piernas alrededor de las costillas y le trabó los tobillos en la espalda. —No. —Se lamió los labios—No, no quiero que te detengas. ―¿Estás segura? ―le pregunto mirándola a los ojos ―Porque no estoy dispuesto a dejarte ir nunca más, Irene. Ella acarició su rostro y se inclinó un poco para besarlo. ―Entonces no lo hagas… ―susurro ―… también m
VIVIR MILES DE AÑOS. El silencio parecía de alguna manera imposiblemente demasiado alto a medida que pasaban los segundos. En el espacio a su lado, Juliette yacía con su rostro aplastado en la almohada. Su espalda se levantaba y caía con cada respiración, pero no con la misma intensidad que unos momentos antes. La suave curva de su columna brillaba con el sudor y retenía los restos de su acto amoroso. Estar dentro de ella, enterrado en todo ese calor húmedo, había sido irresistible y adictivo. Había sido una emoción inimaginable, una de la que sabía que debía alejarse antes de olvidar el porqué. Sin embargo, no hizo ningún movimiento para que esto ocurriera. Leandro estaba allí, apoyado en su codo, cautivado por la forma de la silueta de Irene medio oculta bajo las sábanas. Su cabello era un enmarañado alboroto que caía sobre la almohada, sabía de memoria que las ricas hebras olían a flores silvestres y se sentían como seda. Pero no era nada comparado con su piel. Los centímetros
UNA VIEJA AMIGA. Leandro e Irene yacían en la cama, abrazados con la complicidad de dos almas que se entendían a la perfección. Después de resolver sus diferencias y entregarse nuevamente al amor, se dejaron llevar por los brazos de Morfeo. La habitación estaba impregnada de la calidez de su conexión, y el silencio solo se veía interrumpido por sus suaves respiraciones sincronizadas. Fue entonces cuando un suave llamado a la puerta se filtró en su sueño compartido. Leandro, somnoliento, abrió los ojos con molestia. ―¿Quién es? La respuesta llegó en la voz de Watt, su leal Beta, quien con disculpas rápidas informó. ―Mil disculpas, Alfa, pero debe bajar de inmediato alguien, requiere su presencia. ―Ahora no, Watt. No pienso bajar en un buen rato ―informo Leandro, abrazando nuevamente el cálido cuerpo de Irene y cerrando los ojos. Pero el molesto Beta no pensaba darse por vencido. ―Mi señor, sé que quiere más tiempo con su compañera, pero esto es de suma importancia. Tiene que v
¿UNA LUNA CELOSA? Irene descendió elegantemente las escaleras de la mansión, su vestido de seda ondeando con gracia. Al llegar al vestíbulo, se acercó a una de las sirvientas, una Omega de confianza. ―¿Dónde está Leandro? ― preguntó con una sonrisa. La sirvienta, nerviosa, respondió. ―El Alfa salió con su invitada, mi señora. Irene frunció el ceño. ―¿Invitada? ¿Qué invitada? La Omega titubeó antes de decir. ―La loba que llegó esta mañana, mi señora. La amiga de la infancia del Alfa. ―Loba ― Irene repitió, confundida. ―¿Amiga de la infancia? ―Sí, mi señora. El estómago de Irene se tensó. Con una sonrisa fingida, despidió a la sirvienta y salió al patio en busca de respuestas. Al doblar la esquina, se topó con Leandro y una mujer, ambos riendo a carcajadas. Se detuvo un segundo a detallarla, si algo había aprendido de su padre, era conocer a tu enemigo. Y eso es lo que ella estaba haciendo en ese momento. La mujer era hermosa, había que reconocerlo, su cabello era de un blan
PROMESAS BAJOS LAS ESTRELLAS. En el imponente salón de reuniones de la manada Alerón, la atmósfera estaba cargada de tensión mientras Leandro, Cassian y Lorcan se sumergían en la estrategia para emboscar a la manada Silver ya su líder, Elijah. Los mapas desplegados sobre la gran mesa de roble mostraban los territorios y puntos clave de la manada rival. ―Aquí, en el Bosque Oscuro ―dijo Leandro señalando el mapa ― Elijah tiende a concentrar a sus lobos más fuertes. Podríamos aprovechar eso. ― Sí ―asintió Cassian ― Pero necesitamos asegurarnos de que no tengan refuerzos cercanos. ¿Qué sabemos de sus patrullas? ― Mayormente, centran sus patrullas hacia el sur. ―explico Lorcan señalando unos puntos clave ― Si dirigimos nuestro ataque hacia el norte, podríamos tomarlos por sorpresa. Leandro cruzó los brazos, pensativo. ―Necesitamos diversificar nuestro enfoque. Elijah es astuto, no subestimemos su capacidad para contraatacar. ―¿Qué tal si utilizamos la distracción? ―Cassian frunció el
ACEPTANDO UN DESTINO. Arthur avanzó con determinación por los corredores del castillo de la manada Silver, guiado por la expectativa de un encuentro con Elijah, el Alfa de la poderosa manada. El eco de sus pasos resonaba en el silencioso pasillo hasta que llegó a las majestuosas puertas del salón principal. Al empujar las puertas abiertas, se encontró con una escena imponente. Elijah, el lobo híbrido que lideraba los Silver, estaba de pie al frente del salón, flanqueado por un hombre de mirada afilada. El aura de poder que emanaba de ellos llenaba la estancia. ―Arthur, el Beta de la manada Alerón. ―lo miró con curiosidad ― ¿Qué te trae a nuestro territorio? ―Alfa Elijah ―el lobo traidor se inclinó haciendo una reverencia ―Vine con información valiosa que puede beneficiar a tu manada. Los ojos de Elijah entrecerraron ligeramente, evaluando al Beta frente a él. ―¿Y por qué debería confiar en ti? ¿No temes por tu vida al entrar en el territorio de los Silver? ―Prefiero tomar el rie
EMBOSCADA AL AMANECER. El cielo aún dormitaba en un azul crepuscular cuando Leandro, acompañado por Cassian y Lorcan, atravesó el umbral de la fortaleza. El aire fresco de la mañana rozaba sus rostros, portador de los últimos suspiros de la noche que se desvanecía. La naturaleza a su alrededor despertaba; las aves entonaban sus primeras melodías y el rocío adornaba la tierra como diminutas joyas a la espera del sol. Habían planeado meticulosamente cada movimiento. Leandro, con la mente tan aguda como el acero de su espada, había dispuesto una emboscada que decidiría el curso de la guerra que venía gestándose en las sombras. La distracción era simple, pero eficaz: enviaría a varios de sus hombres al sur, hacia Elijah, mientras que el verdadero ataque se llevaría a cabo desde el norte. Era un juego de engaños y sombras, y Leandro era un maestro en ambos. Cassian marchaba con la mirada fija en el horizonte, su silencio era el de un guerrero que repasaba los planes de batalla en su cabe
EMBOSCADA AL AMANECER (II) La bruma matutina se cernía sobre el bosque como un manto, ocultando el paso de los guerreros que avanzaban con sigilo entre los árboles. Leandro lideraba la formación, su semblante era una máscara de determinación y sus ojos escudriñaban las sombras que los rodeaban. Lorcan y Cassian flanqueaban al grupo, sus sentidos agudizados por la tensión del aire. Leandro no confiaba en el silencio; la experiencia le había enseñado que la paz era a menudo el preludio de la calamidad. A medida que el sol comenzaba a elevarse, dispersando gradualmente la niebla, una sensación inquietante se apoderó de ellos. Los pájaros habían dejado de cantar, y el crujido de una rama rota sonó como un disparo en la calma. Fue entonces cuando la tranquilidad del bosque se rompió por completo. De repente, flechas silbantes se materializaron desde la niebla, cortando el aire con precisión mortal. Los guerreros se dispersaron, buscando refugio detrás de los árboles robustos y las forma