Ricardo realmente no se sentía bien. Estaba sufriendo de vómitos y diarrea.El diagnóstico preliminar indicaba que era una reacción al cambio de ambiente, lo que comúnmente se conoce como malestar por el agua o la comida.—No te preocupes —dijo Ricardo con un gesto despreocupado—. Es solo eso, no es nada grave.Luciana no estaba convencida. Sabía que esas afecciones podían variar mucho de una persona a otra, y lo que parecía leve podía complicarse si no se manejaba bien.Pero, al final, no tenía más opción que aceptar su decisión. En este lugar desconocido, todavía dependía de Ricardo para muchas cosas.Él notó su expresión de preocupación e intentó tranquilizarla con una sonrisa.—¿Compraste los ingredientes, verdad? ¿Qué preparaste para la cena?—Hice sancocho, pero no sé si lo puedas comer —respondió Luciana, aún dudando.—No pasa nada. —Ricardo agitó la mano con un gesto casual—. Suena perfecto. Tal vez comer algo me haga sentir mejor con el estómago vacío.No había otra alternativ
Pero… ¿cómo llevarlo al hospital?No estaban en Muonio. Ingresar a un hospital en un país extranjero no era tan sencillo, especialmente como turistas con visas temporales.Luciana sabía que sería complicado, incluso para Ricardo, gestionar algo así en su estado.Pensó y pensó, buscando alternativas, hasta que finalmente una idea cruzó por su mente.Con el teléfono en la mano y mordiéndose el labio, dudó por unos segundos.Finalmente, respiró hondo y marcó un número.—¿Luciana? —Respondió Alejandro al primer timbrazo, como si hubiera estado esperando esa llamada.—Soy yo —dijo ella, y fue directo al punto, sin tiempo para rodeos—. Ricardo está enfermo. Tiene vómitos, diarrea y fiebre alta. Necesita ser hospitalizado, pero yo no puedo resolverlo sola.La implicación era clara: necesitaba la ayuda de Alejandro.Hubo un momento de silencio al otro lado de la línea.Alejandro entrecerró los ojos, su mente trabajando a toda velocidad. Había pasado la noche entera junto a su teléfono, debatié
En este mundo, nadie es bueno con alguien sin una razón.Luciana no era ingenua, y mucho menos le interesaba fingir que lo era.Sabía desde hacía tiempo que Alejandro sentía algo por ella.Pero también sabía que él sentía más por Mónica.No entendía cómo podía ser tan ambivalente y, en realidad, tampoco le interesaba comprenderlo. Desde el momento en que él le pidió el divorcio, ella había decidido renunciar.Entonces, ¿por qué seguía Alejandro empeñado en buscarla?Luciana lo miró y esbozó una sonrisa tranquila, aunque cargada de un mensaje claro.Le habló sin rodeos:—Las personas no son cosas, Alejandro. Las cosas que te gustan, puedes tenerlas todas. Pero las personas… no. En esta vida, o al menos en algún momento de ella, solo puedes tener a una.No todas las relaciones estaban destinadas a durar para siempre.Pero andar con dos al mismo tiempo, ser ambivalente y querer abrazar todo al mismo tiempo, era una mentalidad obsoleta, propia de otro siglo.—Sé que has sido bueno conmigo.
Luciana lo miró incrédula, con los ojos muy abiertos.¿Con qué descaro decía esas cosas?—Tú sabes que me gustas. ¿De verdad puedes ser tan cruel como para dejar a alguien que te quiere preocupado y angustiado?¿Qué clase de lógica era esa? Luciana soltó un bufido, ni siquiera dignándose a mirarlo, y siguió caminando.—¿Luciana? ¡Luciana!Sin obtener respuesta, Alejandro encendió el coche y comenzó a seguirla lentamente, avanzando junto a ella.Luciana ya había investigado la ruta. Sabía que desde el hotel había una parada de autobús cercana que la llevaba al Instituto, con un transbordo en el camino.Alejandro entendió lo que planeaba hacer y soltó una risa seca, algo frustrado.¿De verdad era tan complicado aceptar su ayuda?Entonces, Luciana llegó a la parada, y el autobús se detuvo frente a ella. Con los auriculares puestos, subió al vehículo sin mirar atrás.—¡Luciana! —gritó Alejandro, tan fuerte como pudo.Pero ella ni siquiera volteó.Sin opciones, sacó su teléfono y la llamó.
«La última vez».Cuando Alejandro pronunció esas palabras, su tono y expresión permanecieron inmutables, acompañados de una sonrisa ligera.—Tienes razón, ya tomé mi decisión. Esta es la última vez. Después de hoy, cuando volvamos a Muonio… no volveré a buscarte ni a molestarte.Luciana frunció ligeramente el ceño, sin responder.—¿Qué pasa? ¿No confías en mí? —Alejandro soltó una leve risa, cargada de ironía—. Después de todo, fuimos esposos. ¿No conoces mi carácter?Luciana sí lo conocía. Sabía que él no cruzaría límites si ella no lo permitía.Suspiró apenas y, tras un momento, asintió.—Gracias.Eso bastó. Alejandro entendió su respuesta y le tendió la mano.—Súbete.Luciana obedeció, y pronto el coche arrancó, alejándose del lugar.Tras unos minutos de silencio, Luciana revisó el reloj en su muñeca y preguntó:—¿Está lejos el Instituto Wells desde aquí?—Sí —respondió Alejandro, asintiendo mientras mantenía la vista fija en la carretera—. No está cerca.Canadá era muy diferente de
Alejandro quedó sin palabras. Así que… todo se debía al maldito perfume.—No te sientes atrás —insistió con rapidez—. Si no te sientes bien, ir atrás te hará marearte más.Sin pensarlo dos veces, se quitó el saco y lo hizo una bola antes de lanzarlo al asiento trasero.—Cuando encontremos un basurero, lo tiraré. ¿Te parece bien?Luciana soltó un resoplido, cruzándose de brazos.—Haz lo que quieras.¿Eso significaba que ya no estaba enojada?Un destello apareció en los ojos de Alejandro. «¿Será que Luciana estaba… celosa? ¿Por la chica de antes?»Mientras él intentaba descifrarlo, Luciana sacó el pan de la bolsa y lo olió.—Huele muy bien.Sin embargo, se quedó luchando con el paquete de vinagre, sin lograr abrirlo.—Dámelo —dijo Alejandro, extendiendo la mano. En un movimiento sencillo, rasgó el empaque con facilidad.—Aquí tienes.—Gracias.Mientras ella se concentraba en mojar el pan, Alejandro se dijo que probablemente estaba imaginando cosas. Luciana lo había rechazado, ¿por qué ha
El aguacero caía con fuerza, empapándola en segundos. A su alrededor solo había árboles y más árboles; no se veía un alma.El terreno era lodoso, y cada paso se hacía más pesado que el anterior. Aun así, continuó avanzando con dificultad, buscando algún rastro de él. Caminó durante un buen rato, hasta que el paisaje comenzó a abrirse un poco, pero de Alejandro no había señal.¿Habré tomado el camino equivocado?El pensamiento la inquietó aún más. ¿Y si él había tomado otra dirección? ¿Y si ahora estaba de vuelta en el auto y no la encontraba?La preocupación la invadió, y decidió regresar al vehículo. Dio media vuelta y comenzó a caminar de regreso, cuando de repente, un sonido extraño perforó el silencio.Era un ruido ronco y feroz.Luciana se detuvo en seco, y un escalofrío le recorrió la espalda. Su garganta se secó, y tragó saliva. ¿Era un animal?El sonido volvió a escucharse, esta vez más cerca. Un depredador.Luciana aceleró el paso, pero el miedo la tenía torpe. Las ramas del f
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los estaba maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrast