Alejandro sintió como si todo el aire hubiera sido expulsado de sus pulmones. Esta era la segunda vez que Luciana le pedía el divorcio, pero esta vez era diferente: ahora estaban casados. ¿Realmente significaba tan poco para ella? ¿Era tan fácil para ella dejarlo, como si él fuera uno más de sus antiguos amantes, a quienes había dejado sin mirar atrás?Una tormenta de emociones lo invadió: furia, impotencia, humillación. Su expresión, generalmente controlada, se oscureció con rabia.—¿Crees que puedes decidir así? —su voz explotó con una ira contenida—. ¿Crees que puedes decir "divorcio" y que yo lo aceptaré sin más?Luciana no comprendía su reacción.—¿Por qué no aceptarías? Tú sigues enamorado de Mónica, ¿no? Si nos divorciamos, podrías estar con ella sin complicaciones...—¡Mentira! —gritó Alejandro, interrumpiéndola con furia—. ¡No digas estupideces! Quiero saber la verdad, Luciana. ¿Por qué, de repente, quieres divorciarte? Dime la verdad o... te aseguro que no querrás conocer de
¿Qué iba a hacer ahora? Se sentía completamente atrapada. Pero entonces, una idea cruzó su mente. La única persona que podía calmar a Alejandro era Mónica. Si Mónica intercedía, quizás él cambiaría de opinión.No tenía tiempo que perder. Luciana decidió ir al hospital de inmediato. Al llegar al ala VIP, se detuvo frente a la puerta de la habitación y, sin pensarlo demasiado, entró. Al abrir la puerta, se paralizó.Lo que vio la dejó sin saber qué hacer. Alejandro estaba allí, sentado junto a la cama de Mónica, pelando una manzana con calma. Mónica, con una sonrisa en el rostro, le decía algo en voz baja. Luciana se quedó helada, preguntándose si debía entrar o irse. Había llegado sin pensarlo, y no esperaba encontrarse con Alejandro.Fue Mónica quien la notó primero. Levantó la mirada, con la sonrisa aún en los labios, y la saludó con un gesto amistoso.—Doctora Herrera, ¡pase!—Ah, claro... —Luciana sintió como si sus pies pesaran toneladas. Avanzó lentamente hasta quedar frente a ell
—De acuerdo... —respondió Mónica, aunque sus ojos revelaban que no estaba satisfecha.Cuando Alejandro salió de la habitación, la sonrisa en el rostro de Mónica se desvaneció de inmediato. Frunció el ceño y sus ojos mostraban una profunda confusión. ¿Por qué Alejandro se negaba a dejar a Vicente en paz? ¿Realmente era por ella? Después de todo, Vicente y Luciana eran muy cercanos, y Alejandro no mostraba ninguna indulgencia. ¿Qué más podría ser?Mónica se quedó mirando el trozo de manzana que Alejandro había cortado para ella, pensando en silencio. Finalmente, murmuró para sí misma:—Luciana... al final, aún no sabemos quién reirá último.***Frente a la entrada del ala VIP, Luciana se quedó quieta, mirando a lo lejos, perdida en sus pensamientos. Escuchó pasos acercándose, pero no se molestó en girarse. Sabía quién era. Alejandro.Se detuvo junto a ella, a su lado. Su voz, baja y ronca, rompió el silencio.—¿Todavía aquí? ¿Me estás esperando?Luciana levantó la cabeza lentamente, y de
Alejandro apenas cruzó el umbral del salón cuando fue recibido con un grito.—¿Volviste solo? —Miguel, apoyado en su bastón y sostenido por Felipe, lo miraba con el ceño fruncido y los ojos encendidos—. ¿Dónde está Luci?Alejandro arqueó una ceja. ¿Ya lo sabía? Claro, un asunto así no se podía ocultar. Sabía cuánto apreciaba su abuelo a Luciana, pero él mismo aún estaba lleno de rabia.—Se fue. Y no creo que regrese.—¡Tú! —Miguel, indignado, levantó el bastón con furia, dispuesto a lanzarlo.—¡Señor! —Felipe intervino rápidamente, sosteniéndolo del brazo.—¡Abuelo! —Alejandro se apartó justo a tiempo, esquivando el golpe.—¿Te atreves a esquivarme? —Miguel, jadeando por la rabia, lo señalaba con un dedo tembloroso—. Dime la verdad, ¿fuiste tú quien la echó?—¿Yo la eché? —Alejandro casi rio de la incredulidad. Su abuelo siempre del lado de Luciana, como si ella fuera más importante que su propio nieto. Pero Luciana, ¿acaso ella lo valoraba? Se fue sin pensarlo dos veces, sin importarl
El corazón de Luciana dio un vuelco. Alarmada, preguntó:—¿Qué le pasó al abuelo?Felipe le explicó con calma cómo Miguel había tenido un episodio, fruto de la tensión por la pelea y su mudanza.—Entiendo... —respondió Luciana, colgando el teléfono. Cerró los ojos, tratando de pensar con claridad. Cuando volvió a abrirlos, su mirada era decidida.Finalmente, había comprendido algo: Alejandro no quería el divorcio, pero no por ella. Lo hacía por Miguel. Desde el principio, su matrimonio había sido un arreglo para darle paz al anciano. Y ahora, en el momento más delicado de su vida, justo cuando Miguel estaba por someterse a una operación riesgosa, ella había cometido el error de pedir el divorcio y dejar la casa.Por supuesto que Miguel no podría soportar algo así. Luciana apretó los puños. Se había equivocado terriblemente.Pero ahora sabía lo que debía hacer. -Luciana tomó su bolso y salió apresurada de la residencia de la UCM. Cuando llegó a Casa Guzmán, una fina llovizna comenzaba
La lluvia caía con fuerza.Alejandro sostenía el paraguas mientras observaba a Luciana. Ella estaba empapada, pero aún así le sonrió, débilmente.—Alejandro...Solo bastó una mirada para que él perdiera el control. Caminó a grandes zancadas hacia ella, empujándole el paraguas en las manos.—¡Toma! —ordenó, con tono mordaz.—…Ah, gracias —dijo Luciana, recibiendo el paraguas sin mucho ánimo.Un segundo después, Alejandro se quitó la chaqueta y la envolvió con ella de un tirón, cubriéndola de la cabeza a los pies.—¡¿Eres tonta?! ¿No sabías que podías usar un paraguas? —bufó entre dientes.—No lo traje… —murmuró ella, en voz baja.Alejandro la fulminó con la mirada y sin más, le rodeó los hombros con fuerza.—¡Vamos! —gruñó, prácticamente arrastrándola hacia la entrada principal de la casa.Una vez dentro, dejó el paraguas tirado en la entrada y le lanzó una rápida mirada.—Sube y tómate una ducha caliente —dijo con frialdad.Luciana, sorprendida por su tono y la falta de reproches, asin
La lluvia había cesado.Alejandro bajó del auto sin decir nada y caminó delante de Luciana. Se dirigía, en efecto, hacia el edificio de dormitorios. Luciana caminaba un paso detrás de él, sin saber qué esperar. Alejandro se dio vuelta de repente y la apuró con tono serio:—¿Qué esperas? ¡Sígueme!—Ah, claro… —murmuró Luciana, acelerando el paso.Una vez frente a la entrada, Alejandro se detuvo, sin decir nada. Con un movimiento rápido, le tendió la chaqueta que llevaba en el brazo. Luciana la recibió instintivamente, mirándolo con desconcierto. Sin añadir una palabra, él empezó a remangarse la camisa, dejando al descubierto sus antebrazos firmes.—Ve y habla con la encargada. Dile que necesito entrar para ayudarte a recoger tus cosas.Así que era eso. Luciana asintió y fue a hablar con la encargada del edificio. Al recibir su aprobación, le hizo una señal a Alejandro desde la puerta:—Listo, puedes pasar.Él esbozó una leve sonrisa y se acercó rápidamente. Al entrar, su expresión cambi
Cuando al fin se animó, solo murmuró:—Ya es tarde…Alejandro la miró con una sonrisa insinuante.—Tienes razón. Hora de un baño. ¿Tú primero, yo primero… o juntos?—Y-yo… mejor voy yo primero —balbuceó Luciana, antes de apresurarse hacia el vestidor y, luego, al baño.Mientras se preparaba, se dijo a sí misma que después del baño lo hablarían. Abrió la ducha y, al ponerse bajo el agua, escuchó la puerta de vidrio deslizarse. Al voltear, vio a Alejandro.—Vamos a bañarnos juntos —dijo, entrando con su porte alto y seguro mientras cerraba la puerta tras él. Sin esperar respuesta, la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia sí. Luciana resbaló levemente, pero él la sostuvo firmemente.Su rostro se tornó rojo en un instante.—¿Lo hiciste a propósito?Alejandro soltó una risa baja y se inclinó hacia ella, con un destello juguetón en los ojos.—Claro, lo hice a propósito. —Sin más, bajó la cabeza y la besó suavemente.—Mmm… —murmuró ella, acallada por sus labios.—No tengas miedo —le susurró