En realidad, Luciana sí lo había leído. Pero, desde que descubrió que Alejandro era en realidad el padre biológico de su bebé, no sabía cómo tratarlo. En ese instante no supo qué contestar y luego se le juntaron los pendientes.La razón más apremiante era que Pedro ingresaría al hospital. Ricardo se comunicó para avisar que ya tenía todo listo para su internación, de modo que Luciana solo debía encargarse de llevar a Pedro.Llegó a la Estancia Bosque del Verano para ayudar a empacar sus cosas; después de la cirugía, Pedro tendría que quedarse un tiempo hospitalizado, así que requería todo tipo de artículos para su estancia. Además, era la primera vez que Pedro entraba al quirófano, y Luciana quería estar a su lado para tranquilizarlo.Balma se encargó de reunir el equipaje.—Señora Guzmán, revíselo por favor.—Claro. —Luciana corroboró con atención y añadió o quitó lo necesario—. Listo, con esto alcanza.—De acuerdo.Balma y uno de los cuidadores de la estancia cargaron las maletas al
—Sí… —admitió él, sin mucho entusiasmo. No quería que ella malinterpretara la situación.La reacción de Luciana no se hizo esperar:—Y es lógico que, si Mónica no está disponible, seas tú quien los acompañe.—Luciana… —murmuró Alejandro, sintiendo una punzada en el pecho.Su tono era calmado, y su expresión no mostraba resentimiento. Sin embargo, esas palabras le resultaban dolorosas.—¿Mmm? —Ella lo observó; al no oír nada más, señaló la puerta—. Si no hay nada importante, me gustaría entrar con Pedro.—¡Luciana! —soltó él de pronto, sujetándola de la muñeca, con el ceño fruncido y el gesto lleno de contradicciones, en parte avergonzado y un tanto herido—. No tenía idea de que vendrían hoy. De haberlo sabido, nunca me hubiera desentendido.Luciana suspiró con resignación.—Lo sé. No te disculpes, ni pienses que me fallaste. Fui yo quien decidió no avisarte.—¿Eh? —Alejandro parpadeó, confundido.Ella prosiguió con naturalidad:—Tú ocúpate de “la otra parte”. A Pedro lo cuido yo. Aunqu
—¿Yo? —repitió Luciana, sin entender.—Sí… —él alzó la barbilla, señalando a la puerta del cuarto—. Escucharte animar a Pedro fue como verte con un aura especial. Estoy seguro de que serás una gran mamá.Al decirlo, su mirada vagó fugazmente hacia el vientre de Luciana.Él lo decía sin pensar en dobles intenciones, pero para Luciana significó un golpe en la conciencia. ¿Una buena madre? Aquello la hizo recordar cuánto empeño había puesto Alejandro en demostrar su aceptación hacia el bebé que ella esperaba.¿Sería por su formación, más abierta a los valores occidentales? ¿O esa calidez incondicional provenía, sin él saberlo, del lazo de sangre?Mientras caminaban a la par por el pasillo, Luciana, en un arrebato, preguntó:—Si… digamos que, en lugar de haberme casado embarazada contigo, hubiera sido otra mujer… ¿También habrías aceptado al bebé sin problemas?Alejandro se detuvo de golpe, con la mirada profunda y misteriosa.—¿Luciana? ¿Te das cuenta de lo que estás preguntando?—¡No…! —
—¿Puedo terminar? —pidió ella con gentileza.Él tragó saliva y cedió, casi con obediencia:—Sí.—Como decía, lo he asimilado. Cuando un matrimonio no funciona, hay que concluirlo con dignidad, sin convertirnos en enemigos. —La voz de Luciana era tranquila, incluso un poco suave—. Propongo que, de ahora en adelante, nos llevemos bien.Hechas estas declaraciones, Luciana se quedó esperando la reacción de Alejandro. Él sentía todo el cuerpo rígido; sabía que, en el fondo, era una nueva negativa hacia sus intenciones de reconquistarla, solo que maquillada bajo la idea de “buenos términos”.—De acuerdo. —Tras un breve silencio, su mirada se aclaró con algo de resignación. Era preferible a que ella siguiera evitándolo por completo.Retomó la marcha, acelerando un poco.—Iré más rápido; tengo una reunión esta noche.—Sí, claro —asintió Luciana, echándole un vistazo de soslayo. Notó que no lucía enojado en absoluto, sino más bien sereno, como si acabara de tomar una decisión.Sostuvo sus manos
—¿Qué?La expresión de Martina cambió drásticamente.—¡Mamá, no llores! Voy para allá ahora mismo… Hablamos cuando llegue, ¿sí?Cortó la llamada con prisa, visiblemente alterada.—¿Qué pasó? —preguntó Luciana, preocupada al ver el semblante pálido de su hermana.—Luciana… —Martina, a diferencia de su hermana, tenía las emociones a flor de piel. Fue abrir la boca y rompió en llanto—. ¡Mi hermano… se lo llevó la policía!—¿Qué?Resultó que unos acreedores habían ido a la casa de los Hernández a exigir el pago de una deuda. El hermano de Martina, Marc Hernández, se alteró al sentirse presionado y terminó agarrándose a golpes con ellos. Marc, joven y con la sangre caliente, además de haber servido en el ejército, no encontró rival que se le resistiera. El resultado fue que el acreedor acabó en el hospital… y Marc, en la comisaría.Martina se vistió a toda prisa, tomó su bolsa y las llaves.—Marti, déjame ir contigo —ofreció Luciana, inquieta por la situación.—No hace falta —Martina negó c
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p