Bárbara SummersDos meses después.El nuevo abogado que me había buscado Georgina, me estaba esperando en la sala de visitas, caminé con premura y allí lo encontré, me sentía un poco nerviosa, no quería hacerme falsas ilusiones.El frío estéril de la sala de visitas se pegó en mi piel cuando me senté frente al abogado, un hombre cuyo traje tenía las arrugas de haber trasnochado demasiado. Sus ojos, normalmente llenos de una calma calculada, parpadeaban con una vacilación inusual.—Señora Summers ¿Cómo está? —interrogó y yo asentí.—Estoy bien, usted me dirá —expresé nerviosa.—Le tengo noticias, logramos unos beneficios para usted, hicieron unos cálculos respecto a los gastos en que incurrió el estado al atender su falsa denuncia… —antes de que pudiera terminar de hablar yo la interrumpí.—Yo no tengo dinero para pagar esa suma… no tengo en qué caerme muerta, y no quiero pedirle dinero a nadie —respondí con seriedad, desinflando mi esperanza de poder salir.—No se preocupe, señora, ya
Bárbara Summers La pesada puerta del reclusorio gimió en sus bisagras, un sonido que parecía hacerse eco del peso de los meses que había pasado dentro. Salí a la implacable luz del sol, parpadeando contra el resplandor. Al principio, solo era una bruma brillante, pero luego las formas tomaron forma: el elegante aplomo de Georgina, la estoica solidez de Zucker, el cauteloso optimismo de Taylor, y allí, acunados en los brazos de Geo y Taylor, estaban mis niños Diallo y mi hija Kejsi. —¡Dios mío! —susurré. Un torrente de emociones surgió dentro de mí, un río tumultuoso rompiendo una presa. Me precipité hacia delante, mis pasos inseguros, las lágrimas inundando mi visión antes incluso de que pudieran caer. Con manos temblorosas, me acerqué a Diallo, no lo conocía hasta ahora y besé su frente, mientras acariciaba con suavidad su mejilla y luego, cogí a Kejsi y la acerqué hasta que mis latidos se unieron. —Mi angelita —suspiré, inhalando el dulce aroma de mi hija—, Lawson... ¿Él
Bárbara SummersMi pulso se aceleró, a un ritmo frenético contra la seda de mi vestido, cuando Lawson se acercó a mí mientras yo acunaba a nuestra hija en los brazos. La niña, adornada con delicados encajes, lo miraba con la confianza y el amor de un niño hacia su protector, abrió los ojos de par en par y extendió sus pequeñas manos hacia su padre mientras pegaba un grito feliz y él la tomaba con ternura.—¡Papá! —lo conocía muy bien, porque en esos meses no había perdido contacto con ella, aunque nosotros era la primera vez que nos veíamos después de mi detención.No pude evitar que se me cortara la respiración y mis ojos quedaron atrapados por la firme mirada azul de Lawson mientras él se acercaba más a mí para hablarme al oído.—Estás hermosa —dijo con voz ronca y cálida. Levantó la mano y me acarició con suavidad mi mejilla con más calidez que el rubor que la cubría.—Gracias —respondí, la palabra flotando como una pluma, ligera y sin compromiso. Entonces me di la vuelta, dejan
Lawson HallLas lámparas de araña proyectaban un tono dorado sobre el gran salón de baile, bañando a todos los asistentes con un suave y regio resplandor. Pero allí, en medio del mar de trajes de noche y esmóquines, estaba Bárbara, radiante y decidida, un faro de fuerza y gracia recién descubiertas. Mi corazón me traicionó con su ritmo entrecortado, golpeando contra mi pecho como si tratara de escapar.—¿No es extraordinaria? —, murmuró Taylor, de pie a mi lado, con una copa de champán en su mano.Yo me limité a asentir, con la mirada fija en Bárbara. Las palabras que pronunció resonaron por toda la sala, no solo con elegancia, sino con la auténtica pasión de alguien que ha recorrido grandes distancias del alma. Ella era la historia de la noche, su transformación, un cuento no escrito que cautivaba a todos los que escuchaban, no me extrañó que ni siquiera me dedicara unas líneas, porque yo solo la había hecho sufrir y humillado.Mientras acunaba a mi hija en mis brazos, sentí el pes
Lawson HallCorrí detrás de Bárbara, tratando de alcanzarla, vi que lanzó los zapatos, para correr bien, mi respiración era agitada y rápida, sentía que el aire frío me mordía los pulmones mientras corría por los diversos pasillos del edificio para dar con ella. Mi mente era un mar turbulento de preocupación e incredulidad. ¿Cómo había permitido que la vieja bruja me hubiese inducido en hacerle daño a Bárbara?La busqué por todos lados, cada puerta parecía burlarse de mí con su ausencia, cada sombra se burlaba de mí con su silueta. Busqué desesperadamente, pero ella no estaba en ninguna parte. La frustración me roía como un perro rabioso.Finalmente, en un acto de último recurso, irrumpí por la puerta que conducía a la azotea. La ciudad se extendía ante mí, un tapiz de luces bajo el cielo aterciopelado, pero fue un sonido más suave que atrajo mi atención. Los sollozos apagados procedentes de la esquina donde las sombras bailaban íntimamente con la luz.—¿Bárbara? —mi voz era más un
Lawson HallCaminé con ella recostándola sobre la cama, era plenamente consciente del latido del corazón de ella contra mi pecho y del calor de su piel, que se grababa como fuego en mi memoria. Mis manos temblorosas de deseo bajaron suavemente en Bárbara sobre la sedosa extensión de la cama. La luz de la luna se colaba a través de las cortinas entreabiertas, proyectando un resplandor celestial sobre su piel, encendiendo un fuego inextinguible en mi interior.Me incliné, mis labios se encontraron con los suyos, besándola no con el hambre de la lujuria, sino con la reverencia de un devoto ante un altar sagrado.—Te quiero —le susurré al oído, con la voz baja y ronca por la emoción —, de una manera que nunca pensé posible.Esperé por segundo una respuesta de ella, una declaración, pero esta no llegó; sin embargo, seguí sumido en sus caricias. Cada beso que le daba, era un rastro de cálida devoción, adoraba su cuerpo. Mi lengua recorrió las curvas dulces de su clavícula, arrancando a B
Bárbara SummersAbrí los párpados lentamente, la luz de la mañana se filtraba por los bordes de las cortinas y proyectaba un cálido resplandor por toda la habitación.Extendí la mano y acaricié la superficie fría y vacía de la cama donde debería haber estado Lawson. Fruncí el ceño y me incorporé, envolviéndome en la sábana con una sensación de creciente inquietud. No había rastro de él, ninguna nota; su ausencia resonaba con fuerza no solo en mi interior, sino también en el silencio de la habitación. Se me encogió el corazón; una familiar punzada de traición me carcomía las entrañas. ¿Me había utilizado? El pánico y el dolor se apoderaron de mi interior y, con una oleada de indignación, balanceé las piernas sobre el borde de la cama.—¿Cómo pudo? —murmuré para mí misma, con la voz apenas por encima de un susurro.Me vestí con rapidez, y comencé a caminar hacia la puerta, mi determinación se fortalecía. Me iría sin mirar atrás. Pero justo cuando estaba bajando las escaleras, un murmul
Lawson HallDos semanas después.Me había costado convencer a Bárbara para que se fuera a vivir conmigo, lo logré después de casi dos semanas de ruego, diciéndole que era lo mejor para la pequeña Kejsi y como nuestra pequeña era la debilidad de los dos, terminó accediendo.Así que allí estábamos en la habitación, la luz del día se filtraba por la ventana, proyectando un resplandor dorado en la habitación donde estaba de pie, esperando con los ojos clavados en Bárbara. Ella estaba inmóvil, sentada en la peinadora, con una clara expresión de indecisión.—Barbie —empecé a decir con una voz que combinaba afecto y preocupación—. ¿Por qué no terminas de arreglarte? Si no estás lista para ir, le aviso a mi madre que no estamos disponibles y nos quedamos en casa.Ella se volvió hacia él, sus ojos reflejaban tanto la puesta de sol como su tormenta interna. —No puedo huir siempre, Lawson. Debo enfrentar mis miedos, debo demostrar que soy otra mujer, una valiente.—Lo sé —respondí en voz baja,