En el transcurso de una semana, había escuchado la voz de Amelia quizás unas diez veces solamente, lo cual era demasiado particular; la mujer guardaba silencio en los almuerzos, apenas respondía a las preguntas de Dylan, no le prestaba atención a nada, a nadie, lucía perdida como quien quería buscar una moneda en el fondo del mar.A la única conclusión que había llegado Maximiliano, era que todo se trataba de su culpa, se decía a sí mismo que no había tenido que hacer aquello, que había tenido que controlarse, que él era el causante de que ella se encontrara tan retraída, se decía a sí mismo que tenía que buscar una manera de disculparse, por aquella misma razón se encontraba parado en la puerta de su habitación, observando a la mujer que le daba la espalda mientras sollozaba en silencio.Maximiliano abrió la puerta con cuidado, ella no consiguió percatarse, estaba demasiado sumergida en su mar de preocupaciones, de dolor silencioso.—Amelia. —La mujer dio un fuerte respingo cuando es
La mirada de Evelyn paseó de manera lenta sobre Maximiliano, quien le saludaba con cortesía, para luego tomar asiento según las indicaciones de Amelia.—Vinimos a hacerte c-compañía, mamá. —Maximiliano vio como de los labios de Amelia se desvaneció una sonrisa triste—. ¿Quieres que te prepare algo de comer?—Quizás, algo ligero, hija.Amelia asintió, él podía ver como ella contenía sus lágrimas ante el deteriorado estado de la mujer, quien le miraba de vez en cuando, quizás no sentía tanto rechazo hacia él como la primera vez que lo había visto, pero él estaba seguro que ella pensaba que él era un pecador, igual que su hija.—Iré a preparar una sopa, mamá —le avisó, colocándose de pie; un vestido holgado cubría el cuerpo de la mujer, era uno de los que él le había obsequiado en sus intentos de hacerle saber a su abuelo que todo aquello era un amor verdadero… la ironía lo mataba—. Tú quédate aquí, Maximiliano, si quieres…—Iré contigo —se adelantó el hombre a decir, colocando su enorme
Amelia repasó a Maximiliano desde los pies hasta la cabeza, mirándolo como una madre que reprocha a su hijo.La mujer caminó hacia la sopa que todavía permanecía encendida porque él, intentando apagarla, solo le había subido el flujo de fuego a la estufa.Ella liberó un suspiro, él jugó con sus dedos de manera nerviosa, como alguien que estaba a punto de ser regañado.—¿Cómo…? —Amelia llevó las manos hasta su rostro, probando la sopa, cuyo sabor se había amargado, si le daba aquello a su madre, seguro el dolor de estómago no le permitiría la paz el resto del día—. ¿Cómo fue que una sopa terminó quemada?Él peinó su cabello hacia atrás, con una sonrisa infantil que se empeñaba en mantener oculta: ella había dicho que sentía algo por él, no podía mantenerse quieto después de haber escuchado algo como aquello, quería brincar hacia aquella mujer y decirle que él también, pero se obligaba a sí mismo a mantenerse completamente quieto, a fingir no haber escuchado tanto, aunque dudaba que pud
La mujer fue poseída por el repentino y casi incontrolable deseo de huir del auto cuando lo escuchó decir aquello; el aire la abandonó por minutos interminables, su pecho se apretó, un temblor dominó cada una de sus extremidades, su saliva se transformó en su propia enemiga, asfixiándola.Una trémula respiración se desprendió de sus labios.—Y-yo… Maximiliano…El hombre cerró sus ojos, como si se encontrara igual de inquieto que ella; no tenía demasiados talentos con las mujeres, de hecho, su difunta esposa y él, habían terminados casados por las circunstancias, y porque la mujer se le había inmiscuido sin pudor, pero con Amelia todo era tan distinto que más de una vez se había sentido como un adolescente intentando conquistar a alguien.—Amelia, necesitas saber algo.—No —soltó la mujer, jugando con sus dedos—. Lo q-que escuchaste no es nada.Maximiliano redujo la velocidad del auto, sintiendo una presión en su pecho.—Amelia, estoy seguro de lo que escuché.La mujer ideó algo con ra
Nadie le había avisado que una fiesta tendría lugar en aquella mansión, solo su madre había ido pocas horas antes a decirle que se preparara y le avisara a su "esposa" porque muchos integrantes de la familia irían a la propiedad. Había aguardado solo a minutos de la actividad para tomar el valor de decírselo a la mujer.El hombre, daba vueltas de un lugar a otro. El ambiente con Amelia había sido pesado como una roca después de haberle confesado lo que sentía. Aunque había una particularidad en el comportamiento de la mujer, no parecía en contra de lo que él sentía, parecía más angustiada por sí misma; ella tenía una tormenta en la cabeza y él ni siquiera lo sabía.—Amelia. —El hombre abrió la puerta de la habitación en donde ella se había aislado, pero no había nadie allí—. ¿Amelia?Por un instante, fue atacado por el miedo de que ella se hubiese ido sin avisarle a nadie. El pánico que se apoderó de él, fue uno inesperado, amargo y agresivo.—Estoy aquí. —El débil susurro de la mujer
—Toma asiento, Amelia —le pidió la madre de Maximiliano.La mujer pasó saliva, haciéndolo.La madre del hombre se había acercado a él y le había dicho que tenía un asunto demasiado serio que hablar con él. Había sido incluso preocupante su rostro, cosa que había incitado a Amelia a pararse pronto de su asiento, a dejar a Dylan con unos niños y a ir con ella.—¿De qué quiere hablar conmigo, señora?La mujer ruidosa y extrovertida que Amelia había conocido al principio, se había esfumado, frente a ella solo se encontraba una mujer cargada de preocupaciones en sus ojos.—Amelia, lo que menos quiero es que mi hijo salga lastimado. —La mujer libró un breve suspiro—. Pero creo que ciertas cosas son inevitables.—Señora, yo…—No dejas indiferente a mi hijo, Amelia —le confesó la mujer—. No eres solo su esposa falsa, eres la mujer que él contrató con apatía y que ahora no quiere que se vaya. —Jugó con sus dedos de manera trémula—. Amelia, mi hijo tiene un pasado del que no le hablo casi a nad
Dylan lamió sus pequeños y resecos labios, mirando a su padre, con la poca lucidez que tenía, el hombre acarició su alborotado cabello.—¿Dónde está mamá? —preguntó el pequeño, con aquella inocencia que siempre llenaba de entusiasmo para vivir al hombre.Era de día, uno bien soleado. La fiesta había dejado a todos agotados, incluyendo al pequeño que no se había subido sobre el techo porque le había resultado imposible hacerlo, pero su hiperactividad era la razón por la que había dormido hasta tarde. Eran las once de la mañana y el pequeño Dylan se encontraba con sus ojos apenas abiertos, preguntando por la que creía era su madre.—Ella duerme —le respondió Maximiliano, aunque no tenía sentido y lo sabía: Dylan estaba cayendo profundamente en otro sueño, ni siquiera había escuchado su respuesta—. Duerme como un ángel.Maximiliano cubrió al pequeño con una frisa suave y gruesa, para luego retirarse de allí a paso parsimonioso.La noche de ayer había sido la mejor noche que había tenido
Amelia cayó de rodillas en aquella tumba. El color de la noche cubría su cuerpo en un holgado vestido. La tristeza se apoderaba de su rostro, de sus gestos, de cada una de sus extremidades, de su respiraciones incluso. Jamás se vio a sí misma experimentando un dolor tan profundo como aquel; arrojada sobre aquella oscura tierra, sintiendo como sus rodillas eran lastimadas y escuchando su propio llanto, tan fuerte que parecía ajeno a ella, a medida que sentía la mano de Maximiliano, buscando consolarla.Amelia llevó sus trémulos dedos hacia la tumba, rompiéndose una vez más. Jamás había tenido comportamientos auto lesivos hasta que aquello había ocurrido. No podía verle algún color a la vida cuando su arcoíris había muerto. Pensar en que con un poco más de cuidado, había podido salvarla antes, la mataba. La había matado más de cien veces aquella semana.La mujer dejó las flores favoritas de su madre en la tumba, tragando saliva, intentando regular el flujo de sus lágrimas, pero estas po