Capítulo 36: Lágrimas.

Amelia había llegado a la mansión y había corrido hacia la habitación que compartía con Maximiliano, encerrándose en ella; si tan solo no hubiese abandonado su antiguo apartamento, hubiese podido acudir allí, para poder llorar hasta que el alma se le rompiera, hasta que corazón saliera en forma de lágrimas que deslizaban por su rostro.

La ironía de la vida, era tanta, que haces pocas horas, en la misma cama en la que se encontraba recostada, la mujer había estado gimiendo de placer, olvidándose de la vida, incluso de su madre, y en aquel instante, pocas horas después, se encontraba desgarrada en llanto, lo suficiente como para que el camino le fuese imposible de ver.

Sintiendo como todas las fuerzas la abandonaban, Amelia se arrojó al suelo, apretando sus puños de la misma forma en la que apretaba sus labios, para que así su llanto se escuchara tan fuerte; no podía imaginarse a sí misma perdiendo a su madre, teniendo que un día, llamarla para no recibir respuesta, teniendo que despedi
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