Amelia repasó a Maximiliano desde los pies hasta la cabeza, mirándolo como una madre que reprocha a su hijo.La mujer caminó hacia la sopa que todavía permanecía encendida porque él, intentando apagarla, solo le había subido el flujo de fuego a la estufa.Ella liberó un suspiro, él jugó con sus dedos de manera nerviosa, como alguien que estaba a punto de ser regañado.—¿Cómo…? —Amelia llevó las manos hasta su rostro, probando la sopa, cuyo sabor se había amargado, si le daba aquello a su madre, seguro el dolor de estómago no le permitiría la paz el resto del día—. ¿Cómo fue que una sopa terminó quemada?Él peinó su cabello hacia atrás, con una sonrisa infantil que se empeñaba en mantener oculta: ella había dicho que sentía algo por él, no podía mantenerse quieto después de haber escuchado algo como aquello, quería brincar hacia aquella mujer y decirle que él también, pero se obligaba a sí mismo a mantenerse completamente quieto, a fingir no haber escuchado tanto, aunque dudaba que pud
La mujer fue poseída por el repentino y casi incontrolable deseo de huir del auto cuando lo escuchó decir aquello; el aire la abandonó por minutos interminables, su pecho se apretó, un temblor dominó cada una de sus extremidades, su saliva se transformó en su propia enemiga, asfixiándola.Una trémula respiración se desprendió de sus labios.—Y-yo… Maximiliano…El hombre cerró sus ojos, como si se encontrara igual de inquieto que ella; no tenía demasiados talentos con las mujeres, de hecho, su difunta esposa y él, habían terminados casados por las circunstancias, y porque la mujer se le había inmiscuido sin pudor, pero con Amelia todo era tan distinto que más de una vez se había sentido como un adolescente intentando conquistar a alguien.—Amelia, necesitas saber algo.—No —soltó la mujer, jugando con sus dedos—. Lo q-que escuchaste no es nada.Maximiliano redujo la velocidad del auto, sintiendo una presión en su pecho.—Amelia, estoy seguro de lo que escuché.La mujer ideó algo con ra
Nadie le había avisado que una fiesta tendría lugar en aquella mansión, solo su madre había ido pocas horas antes a decirle que se preparara y le avisara a su "esposa" porque muchos integrantes de la familia irían a la propiedad. Había aguardado solo a minutos de la actividad para tomar el valor de decírselo a la mujer.El hombre, daba vueltas de un lugar a otro. El ambiente con Amelia había sido pesado como una roca después de haberle confesado lo que sentía. Aunque había una particularidad en el comportamiento de la mujer, no parecía en contra de lo que él sentía, parecía más angustiada por sí misma; ella tenía una tormenta en la cabeza y él ni siquiera lo sabía.—Amelia. —El hombre abrió la puerta de la habitación en donde ella se había aislado, pero no había nadie allí—. ¿Amelia?Por un instante, fue atacado por el miedo de que ella se hubiese ido sin avisarle a nadie. El pánico que se apoderó de él, fue uno inesperado, amargo y agresivo.—Estoy aquí. —El débil susurro de la mujer
—Toma asiento, Amelia —le pidió la madre de Maximiliano.La mujer pasó saliva, haciéndolo.La madre del hombre se había acercado a él y le había dicho que tenía un asunto demasiado serio que hablar con él. Había sido incluso preocupante su rostro, cosa que había incitado a Amelia a pararse pronto de su asiento, a dejar a Dylan con unos niños y a ir con ella.—¿De qué quiere hablar conmigo, señora?La mujer ruidosa y extrovertida que Amelia había conocido al principio, se había esfumado, frente a ella solo se encontraba una mujer cargada de preocupaciones en sus ojos.—Amelia, lo que menos quiero es que mi hijo salga lastimado. —La mujer libró un breve suspiro—. Pero creo que ciertas cosas son inevitables.—Señora, yo…—No dejas indiferente a mi hijo, Amelia —le confesó la mujer—. No eres solo su esposa falsa, eres la mujer que él contrató con apatía y que ahora no quiere que se vaya. —Jugó con sus dedos de manera trémula—. Amelia, mi hijo tiene un pasado del que no le hablo casi a nad
Dylan lamió sus pequeños y resecos labios, mirando a su padre, con la poca lucidez que tenía, el hombre acarició su alborotado cabello.—¿Dónde está mamá? —preguntó el pequeño, con aquella inocencia que siempre llenaba de entusiasmo para vivir al hombre.Era de día, uno bien soleado. La fiesta había dejado a todos agotados, incluyendo al pequeño que no se había subido sobre el techo porque le había resultado imposible hacerlo, pero su hiperactividad era la razón por la que había dormido hasta tarde. Eran las once de la mañana y el pequeño Dylan se encontraba con sus ojos apenas abiertos, preguntando por la que creía era su madre.—Ella duerme —le respondió Maximiliano, aunque no tenía sentido y lo sabía: Dylan estaba cayendo profundamente en otro sueño, ni siquiera había escuchado su respuesta—. Duerme como un ángel.Maximiliano cubrió al pequeño con una frisa suave y gruesa, para luego retirarse de allí a paso parsimonioso.La noche de ayer había sido la mejor noche que había tenido
Amelia cayó de rodillas en aquella tumba. El color de la noche cubría su cuerpo en un holgado vestido. La tristeza se apoderaba de su rostro, de sus gestos, de cada una de sus extremidades, de su respiraciones incluso. Jamás se vio a sí misma experimentando un dolor tan profundo como aquel; arrojada sobre aquella oscura tierra, sintiendo como sus rodillas eran lastimadas y escuchando su propio llanto, tan fuerte que parecía ajeno a ella, a medida que sentía la mano de Maximiliano, buscando consolarla.Amelia llevó sus trémulos dedos hacia la tumba, rompiéndose una vez más. Jamás había tenido comportamientos auto lesivos hasta que aquello había ocurrido. No podía verle algún color a la vida cuando su arcoíris había muerto. Pensar en que con un poco más de cuidado, había podido salvarla antes, la mataba. La había matado más de cien veces aquella semana.La mujer dejó las flores favoritas de su madre en la tumba, tragando saliva, intentando regular el flujo de sus lágrimas, pero estas po
Maximiliano detuvo su auto, ganándose la mirada de Amelia, habían sido más de dos horas de viaje. Aquel lugar parecía encontrarse en el fin del mundo.—Hemos llegado.Ambos se apearon del auto, caminando hacia el sitio en el que Maximiliano se había construido a sí mismo.—Descubrí este sitio cuando tenía unos diez años —contó—. No me he olvidado de él jamás. —El hombre sujetó a Amelia por el brazo con suavidad, ayudándole a entrar hacia aquel lugar, que parecía una mezcla entre un parque y una zona aislada de la sociedad, ella ni siquiera podía identificar que era, solo podía percibir que las estrellas parecía brillar mucho más desde aquel sitio—. La primera vez que vine, estaba en la escuela, la segunda vez, estaba ebrio, al borde de la muerte.Amelia le miró, sin comprender nada. Él no lucía como un adicto al licor, no lo había visto ni siquiera una vez bebiendo.Ambos se adentraron más en el lugar, lleno de preciosas flores que parecían acariciar el corazón de la mujer.Maximilian
Las palabras de Maximiliano, junto con su historia, era algo que todavía retumbaba en la cabeza de Amelia. No podía creer que bajo aquel rostro torpe, atractivo y serio se encontrara una historia así, tan desgarradora.La madrugada la habían pasado juntos, contemplando el amanecer precioso. Amelia atesoró en su corazón aquel tiempo compartido con él, porque sabía que aquello nunca más sucedería.Una semana, siete días completos, aquel tiempo le había tomado llenarse de valor para finalmente decidir que el momento de irse había llegado.Las manos de Maximiliano le rodeaban la cintura, él se encontraba dormido, dormido de verdad; ella había aprendido a discernir entre las veces en las que él fingía dormir y entre las veces en las que en realidad se encontraba sumergido en un sueño profundo. Aquella era una de esas veces.—Maximiliano —susurró, para asegurarse por completo de que él se encontraba dormido; no obtuvo ninguna respuesta más que el vaivén lento del pecho del hombre, que se ha