— ¿Estás bien, Cooper? —le preguntó Evanie a Hadley.
—Sí, fue emocionante —opinó, curvando sus labios hacia abajo—. No sé por qué no hemos hecho esto antes.
—Porque siempre lo hacía el jefe con Hicks —señaló Jordan, dejando una nota de aflicción al final—. Esto apesta.
Mentiría si dijera que la ausencia de Hicks no marcaba diferencia en el equipo. La verdad es que él era quien le daba esa pizca de diversión al trabajo. Sin su presencia, la oficina se sentía común, rutinaria, agobiante; esperaba que a la hora del juicio, el jurado pudiese sentir empatía por el agente y permitirle seguir trabajando. Para Hicks, este trabajo era su vida, su futuro y su pasado, era algo más que un simple empleo y estaba segura de que no tenía ni la menor idea de qué hacer si perdía su licenc
—No puedo aceptar esto, Kade —repliqué con firmeza—. Es demasiado.Ghost me miró para luego rascarse la oreja.—Sí, no puedo hacerlo —me dejé caer sobre la cama fijando mi vista en el techo—. Quiero aceptarlo, fue un gesto lindo de su parte, pero no quiero que él crea que soy abusadora.Ladeé mi cabeza para ver al canino y observé cómo dejó de rascarse para luego salir de mi habitación.—Okey, buena charla, Ghost —dije levantando mi pulgar.—Buenos días, esclava laboral —saludó Clover caminando hasta la cama para sentarse al pie de la misma.— ¿Cómo es que entraste ayer y también entraste hoy al apartamento? —inquirí apoyándome sobre mis codos—. Yo no recuerdo haberte dado una llave.—No hace falta —se encogió de hombros a
—Kade es un buen chico —mencionó la morena—. Él es atento, agradable, arrogante en algunas ocasiones, pero humilde la mayoría del tiempo —me miró con seriedad—. Sé que no ha tomado las mejores decisiones en su vida, pero estoy segura de que esforzarse para que tú veas su verdadero yo, es el principio de una buena racha de decisiones.—Creí que las personas necesitaban más tiempo para sentir que de verdad les gusta alguien —expresé, sintiendo desdén.— ¿Sabes qué es amor a primera vista? —inquirió, yo asentí—. Suena muy cursi, quizás cliché, pero eso fue lo que sintió Kade, un flechazo —se acercó y pasó su brazo sobre mis hombros—. Tú, amiga mía, desequilibraste a Kade.<
—Valerik y yo fuimos a la dirección que nos dio el jefe —comenzó a relatar—. Habían muchos guardias así que estuvimos un rato esperando que alguno dejara su puesto —pude notar que le costaba un poco encontrar las palabras—. El momento llegó cuando se fue la electricidad en la casa y los que protegían el patio trasero se fueron al interior permitiéndonos a mí y a Valerik entrar por una ventana.Si eso pasó así, quería decir que Valerik subió primero, abrió la ventana, entró y detrás de él entró su hermano. Así encajaría su huella en el cristal y no la de Yurik.—Cuando entramos por la ventana, vimos a una chica rubia en la habitación con un trofeo en la mano —añadió.
No encontraron ningún tipo de diario o cuaderno donde Juliana pudo anotar sus planes contra Ford y Destine, pero sí algo esencial para utilizar su informe médico a la hora del juicio.En el baño dentro de la habitación de Juliana encontraron las medicinas prescritas por el doctor Montgomery; las que ella debía tomar para controlar sus ataques de ira, para equilibrar sus emociones, para que su cerebro lograse ser más asertivo. Todos los medicamentos que mantendrían su condición a la raya. Pero Evanie, junto al equipo de toxicología, descubrieron que las pastillas tenían más de seis años sin usarse, que incluso estaban en la misma cantidad que indicaba el envase. Estaban todos y cada uno de los medicamentos intactos.Eso, señoras y señores, significaba que la mujer no había estado controlando su condición durante los nueve años que dejó de
En fila india, entraron Hicks y el doctor Montgomery. Hicks esposado y escoltado por dos oficiales, y el doctor con su típico traje oscuro acompañado de su semblante analítico.—Está bien, quédense afuera, el señor Hicks no irá a ningún lado —les ordenó Terry a los oficiales—. Quítenle las esposas.Los oficiales obedecieron en cada una de las peticiones y luego se fueron cerrando la puerta.— ¿Cómo has estado? —le preguntó el jefe a Hicks.Él sonrió con un poco tristeza.—Mi esposa y mi bebé están a salvo así que bien —respondió masajeando sus muñecas—. Convivir con delincuentes es un sueño.—Veo que no abandonas el sarcasmo —comenté con un tono burlón.Extrañaba a ese idiota.—Convivir ta
—Es todo por hoy —dijo la fiscal antes de tomar toda la copia de las evidencias y retirarse de la sala.Apenas cerró la puerta, dos oficiales la volvieron a abrir.—Fue un gusto verte de nuevo, Sage —señaló Hicks con una nota de aflicción—. Nos vemos en unos años.—Todo saldrá bien, lo sabes —comenté en un intento de animarlo.Él sonrió y me miró con si fuese una niña ayudando a un perrito lastimado.—Eso espero —dejó saber antes de que ambos oficiales lo esposaran y se lo llevaran.Suspiré.Estás sola con Montgomery, otra vez.— ¿Todo en orden, señorita Hill? —inquirió el nombrado—. Creí que usted era un agente.—No aún —respondí, levantándome de la silla—. Pero cada día
— ¿Qué te pasó? —inquirí, sintiendo algo parecido a la preocupación.— ¿Tienes un botiquín? —preguntó con la respiración un poco agitada.Asentí y me hice a un lado para que entrara. Lo dejé pasar, cerré la puerta y, casi corriendo, fui hasta el baño para tomar el pequeño botiquín que traje de mi casa. Aquí no había así que me sentí en la obligación de traerlo.Tener un botiquín en casa es esencial, nunca se sabe.Volví a la sala y noté que el castaño ahora estaba sentado en uno de los sofás.— ¿Cómo pasó esto? —quise saber.Tomé asiento en la mesita de café que quedaba justo frente al castaño, abrí el botiquín, tomé un poco de algodón y lo humedecí con agua
—Eres la casualidad más bonita —susurró tras finalizar el beso. Sin embargo, nuestras frentes seguían tocándose—. Y no me importaría quedarme así contigo, pero tú decides lo que quieres hacer.Sonreí.—Estoy a punto de lograr uno de mis sueños más preciados —mencioné para luego separarme—, y quiero que tú estés allí, conmigo.Él también dibujó una sonrisa pequeña tras escuchar mis palabras dejándole una mirada llena de dulzura.— ¿Me está invitando a una cita, agente? —insinuó, dejando fluir su arrogancia burlona.—Sí, señor Willis, me temo que sí —le seguí el juego—. Iremos lento, pero acepto salir con usted.—Qué privilegiado me siento —fingió sorpresa—. Pero, &iqu