En fila india, entraron Hicks y el doctor Montgomery. Hicks esposado y escoltado por dos oficiales, y el doctor con su típico traje oscuro acompañado de su semblante analítico.
—Está bien, quédense afuera, el señor Hicks no irá a ningún lado —les ordenó Terry a los oficiales—. Quítenle las esposas.
Los oficiales obedecieron en cada una de las peticiones y luego se fueron cerrando la puerta.
— ¿Cómo has estado? —le preguntó el jefe a Hicks.
Él sonrió con un poco tristeza.
—Mi esposa y mi bebé están a salvo así que bien —respondió masajeando sus muñecas—. Convivir con delincuentes es un sueño.
—Veo que no abandonas el sarcasmo —comenté con un tono burlón.
Extrañaba a ese idiota.
—Convivir ta
—Es todo por hoy —dijo la fiscal antes de tomar toda la copia de las evidencias y retirarse de la sala.Apenas cerró la puerta, dos oficiales la volvieron a abrir.—Fue un gusto verte de nuevo, Sage —señaló Hicks con una nota de aflicción—. Nos vemos en unos años.—Todo saldrá bien, lo sabes —comenté en un intento de animarlo.Él sonrió y me miró con si fuese una niña ayudando a un perrito lastimado.—Eso espero —dejó saber antes de que ambos oficiales lo esposaran y se lo llevaran.Suspiré.Estás sola con Montgomery, otra vez.— ¿Todo en orden, señorita Hill? —inquirió el nombrado—. Creí que usted era un agente.—No aún —respondí, levantándome de la silla—. Pero cada día
— ¿Qué te pasó? —inquirí, sintiendo algo parecido a la preocupación.— ¿Tienes un botiquín? —preguntó con la respiración un poco agitada.Asentí y me hice a un lado para que entrara. Lo dejé pasar, cerré la puerta y, casi corriendo, fui hasta el baño para tomar el pequeño botiquín que traje de mi casa. Aquí no había así que me sentí en la obligación de traerlo.Tener un botiquín en casa es esencial, nunca se sabe.Volví a la sala y noté que el castaño ahora estaba sentado en uno de los sofás.— ¿Cómo pasó esto? —quise saber.Tomé asiento en la mesita de café que quedaba justo frente al castaño, abrí el botiquín, tomé un poco de algodón y lo humedecí con agua
—Eres la casualidad más bonita —susurró tras finalizar el beso. Sin embargo, nuestras frentes seguían tocándose—. Y no me importaría quedarme así contigo, pero tú decides lo que quieres hacer.Sonreí.—Estoy a punto de lograr uno de mis sueños más preciados —mencioné para luego separarme—, y quiero que tú estés allí, conmigo.Él también dibujó una sonrisa pequeña tras escuchar mis palabras dejándole una mirada llena de dulzura.— ¿Me está invitando a una cita, agente? —insinuó, dejando fluir su arrogancia burlona.—Sí, señor Willis, me temo que sí —le seguí el juego—. Iremos lento, pero acepto salir con usted.—Qué privilegiado me siento —fingió sorpresa—. Pero, &iqu
Miré a Clover de reojo. Ella compartió la mirada conmigo.—No sé por qué persiguen a Sage o a ustedes dos —hizo referencia a Owen y Clover—. Pero sí descubrí que están detrás de una chica, hija del mayor enemigo de Jerome, por lo que supe, el muy bastardo ha estado asesinando a los nuestros para tomar parte de nuestro territorio.—Muy bien, aquí está tu pago —Owen le entregó una bolsa negra con un contenido desconocido a la vista en el interior—. Gracias por esto, hermano.—Cómo sea —tomó la bolsa y antes de irse agregó—: Esto nunca pasó, caballeros.Los cuatro asentimos y el hombre abandonó el apartamento.Hace dos días habíamos terminado de darle todo el dinero Owen para que él lo cuidara hasta que Holden apareciera. Así que, obviamente, ese era el conteni
—Por favor de pie para recibir al Jurado —exigió el oficial encargado de resguardar la Corte.Todos en la habitación nos levantamos para demostrar respeto frente a aquellas autoridades. De una puerta que iba del piso al techo salieron, aproximadamente, diez personas. Había cinco mujeres y cinco hombres, todos adultos o mayores de treinta años, algunos de piel morena, otros de tez pálida y unos pocos mestizos. En fin, todos vestían de forma cotidiana y acorde al lugar y situación. Tomaron asiento en unas sillas ubicadas al costado del juzgado y expresaron su mejor cara de póker.—Manténganse de pie para recibir a Su Honorable Jueza Rownda McKinley —volvió a exigir el oficial.De la misma puerta, salió una mujer de unos cuarenta años, tez pálida, lentes de pasta, cabello rubio y vestida con la toga negra que utilizan los jueces para hacerle honor a su
—Porque yo fui parte de los invitados al cumpleaños de Ford Simmons —respondí con simpleza.— ¿Y Juliana estuvo allí?—Sí, ella también estaba invitada.— ¿Podría decirme si usted vio a la señorita Geldof con un comportamiento inusual?—No, lucía bastante normal —curvé mis labios hacia abajo, pensativa—. Pero recuerdo que hubo un momento en que no la encontraba.—Explíquese, señorita Sage, por favor —pidió Mitman con amabilidad.—Unos dos minutos antes de que fallara la electricidad, recuerdo que yo estaba sentada en una mesa descansando los pies por bailar —relaté—. Y noté que Juliana no se encontraba dentro del salón.—Quizás fue al baño, ¿no?—Pensé lo mismo, pero cuando la electricidad fall&
Un frío recorrió mi interior incitándome a gritar y saltar como si acabara de ganarme cincuenta millones de dólares.La jueza sentenció la condena de Juliana y levantó la sesión. Dos oficiales tomaron a la asesina de los brazos, la esposaron y se la llevaron desapareciendo detrás de la gran puerta.Yo, sin poder evitarlo más, abracé a Burns con todas mis fuerzas.— ¡Lo hicimos! —celebré, aún abrazando al jefe—. ¡Burns, lo hicimos!—No, señorita Sage —intervino el comisario detrás de mi supervisor—. Usted lo hizo.Me separé del detective dejando la sonrisa en mi rostro.—Bienvenida al Centro de Investigaciones, agente Hill —dijo el comisario sacando una placa del bolsillo de su saco.Atónita por las palabras de aquel moreno, intercambié varias veces la mirada
No podía creerlo, no podía.¿Mi papá un narco? No, imposible.Cuando comencé a manejar, mi cabeza empezó a doler con fuerza, sentía que alguien me la estaba martillando. Intenté tomarme una aspirina de las que tenía en el auto, pero no sirvió de nada. En el camino me había estado haciendo preguntas, repitiendo las palabras de Yurik, tratando de entender por qué mi papá entraría a ese codicioso mundo. Pero, al mismo tiempo, estaba furiosa, mis manos se aferraban al volante con fuerza para intentar calmarme pero es que era inútil; me enfurecía tan solo pensar que, por la culpa de mi papá, una chica inocente murió y a mí casi me mataban. Me enfurecía pensar que mi padre se convirtió en todo lo que yo odiaba. Y sin duda alguna, me decepcionaba que el hombre que tanto tiempo adoré, terminó siendo una escoria.