El vehículo se sacudía violentamente al avanzar por la carretera encharcada. La sirena, un lamento desgarrador, cortaba la noche mientras la lluvia martillaba el techo metálico con furia insistente. Dentro, el ambiente era denso, cargado de urgencia y miedo. El aire olía a sangre, a sudor y a plástico estéril.Alessa yacía en la camilla, el cuerpo apenas contenido por las correas. Su pecho se alzaba de forma errática bajo la sábana térmica, y cada exhalación empañaba la mascarilla de oxígeno con un débil velo de vaho. El monitor cardíaco pitaba sin cesar, como un metrónomo que marcaba los latidos de una pesadilla.Parpadeó, solo una vez. Y allí estaban: las uñas perfectamente pintadas de rojo de su madre abriéndole la boca a la fuerza. «Tómalas, Alessa. Serás libre… y nos liberarás a todos.»La voz era un susurro que arañaba desde el pasado. El sabor sintético a menta falsa de las pastillas se mezclaba con el de sus lágrimas calientes.—Presión bajando a 80/50 —gritó un paramédico, mi
La ciudad dormía bajo un manto de sombras cuando Dimitri irrumpió en el apartamento de Elena. Cerró la puerta tras de sí con un portazo tembloroso, el rostro desencajado, los ojos brillantes de adrenalina. Elena, en bata de seda y con una copa de vino en la mano, lo observó con el ceño fruncido.— ¿Qué hiciste? —preguntó, notando algo oscuro en su mirada.Dimitri no respondió de inmediato. Caminó hasta el centro del salón y se dejó caer en el sofá, como si el peso del mundo se le hubiese clavado en la espalda.—Le envié un mensaje a Salvatore —dijo finalmente, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Una foto. Y antes… bueno, hice que el coche de Alessa dejara de obedecer al freno en la curva. Fue sencillo.Elena lo miró como si no pudiera creer lo que escuchaba. Lanzo la copa de vino contra la pared, se estrelló, esparciendo cristales y líquido rojo como sangre.— ¿Tú qué…? —exclamó, avanzando hacia él—. ¡Eres un maldito imbécil! ¿Qué mierda hiciste Dimitri? ¡¿Te volviste loco?!L
Finalmente, había llegado el día: 14 de julio, la fecha que Charly había escogido para unir su vida —legal y religiosamente— a la de Chiara.La mansión Moretti amaneció vestida de gala. El cielo, despejado como si hubiese sido acariciado por los ángeles, parecía haberse aliado con el destino para regalarles un día perfecto. En los jardines, una carpa de lino blanco ondeaba suavemente con la brisa cálida de primavera, decorada con hilos de luces doradas, peonías recién cortadas, jazmines en flor y glicinas colgantes que perfumaban el aire con notas dulces y nostálgicas, como un recuerdo feliz.Los invitados comenzaban a llegar, sus rostros iluminados por la emoción contenida y el murmullo de expectativas. Don Marco, impecable con su bastón de ébano y el reloj de bolsillo restaurado colgando del chaleco de lino gris, saludaba a cada uno con una mezcla de orgullo y melancolía. Ese día no solo entregaba al hijo de su mejor amigo en matrimonio; también presenciaba cómo, a pesar de las heri
El Alfa Romeo negro se detuvo frente al edificio. Salvatore apagó el motor sin prisa. No necesitaba anunciar su presencia. Su sola energía bastaba para llenar el ambiente de tensión. Bajó del coche y caminó con paso seguro, dándole una mirada al hombre de la recepción que tomaba el teléfono para anunciar su llegada.—No pierdas tu tiempo. No necesito ser anunciado —dijo, y continuó hacia el ascensor.Al salir, se detuvo frente a la puerta. Tocó una sola vez. El sonido fue firme, seco, definitivo.Elena abrió, visiblemente alterada. Al verlo, palideció un poco, aunque se obligó a sonreír.—Salvatore... Qué sorpresa —dijo con una voz que temblaba más de lo que ella hubiera querido.—¿Dónde está? —preguntó él sin rodeos, cruzando el umbral sin esperar invitación.El interior olía a cigarrillo rancio y perfume barato. Elena cerró la puerta tras él con nerviosismo.—¿Dónde está quién? —intentó fingir, sabiendo que era inútil.Salvatore se giró despacio, con la mirada encendida de una rabia
La madrugada caía espesa, como una niebla cargada de presagios, filtrándose por la ventana entreabierta de la pensión barata donde Salvatore se refugiaba. Afuera, el viento golpeaba las contraventanas oxidadas, silbando entre las rendijas como si susurrara secretos antiguos. Adentro, todo era quietud tensa. Él no se movía. Había estado esperando esa llamada durante horas.El teléfono vibró sobre la mesa de madera agrietada. La pantalla brilló y vio el nombre de Ruggiero en la pantalla.— ¿Dónde? —preguntó Salvatore sin preámbulos, con la voz ronca por la espera.—Un pueblo fantasma, al sur de Calabria. Se esconde como una rata en una casucha abandonada, cerca del viejo molino de piedra —respondió Ruggiero—. El lugar está vacío. No tiene salida.Salvatore se levantó de inmediato. El crujido de la silla fue seco. Tomó su abrigo, la pistola, la cadena de la Virgen que Alessa llevaba aquel día en la práctica de tiro... y el resto de sus cosas.Salvatore se puso de pie de inmediato, tomó s
Después de la noticia de la muerte de Dimitri, la conversación se reanudó al poco tiempo, como si las palabras nunca se hubieran dicho. Todos retomaron los planes para la fiesta del pequeño Marco Antonio, como si el no decir el nombre de su verdugo lo hiciera menos real. Alessa intercambiaba ideas con los demás, sugería sabores de pasteles y juegos para los niños, pero en el fondo… su mente no estaba allí.Sus pensamientos la arrastraban a otros tiempos, a otros lugares… a otra mirada que la perseguía incluso en sueños.—Voy a pedir que preparen un postre —dijo de pronto, levantándose con una sonrisa amable.Francesco la siguió con la vista y luego, discretamente, caminó tras ella. La alcanzó en el pasillo, justo antes de llegar a la cocina.—Alessa… —dijo con voz baja, grave.Ella se giró, sorprendida. Francesco sacó algo del bolsillo interior de su chaqueta y se lo extendió en la palma abierta. Era una cadena de plata, fina, con un dije pequeño con la figura de la Virgen… familiar.
Mientras en Sicilia la noche ardía en sangre y silencio bajo la sombra de Salvatore, en Calabria, Alessa y Leonardo estaban en la habitación intentando dormir. La tensión por la visita al médico en la mañana no los había dejado conciliar el sueño, hasta que, después de unas horas, se quedaron dormidos abrazados el uno al otro, con las manos sobre el vientre de ella, donde nacía la esperanza. El cálido aroma de su piel se entremezclaba con el ligero susurro del viento que se colaba por la ventana entreabierta.El amanecer se asomaba con tonos rosados, y el aire fresco de la mañana traía consigo el aroma de café recién colado, un perfume de calidez que llenaba el espacio de promesas.En la mansión, la familia despertaba poco a poco. La cocina ya despedía olores a pan caliente, a mantequilla derritiéndose sobre tostadas recién hechas, y a mermeladas caseras con frutas frescas, mientras las tazas de porcelana tintineaban sobre los platos. Alessa y Leonardo, tomados de la mano, bajaron a d
El sol de la mañana se filtraba suavemente a través de las cortinas del gran salón, tiñendo la estancia con un cálido resplandor dorado. Alessa había ido a la cocina por un vaso de leche y algunas galletas, pero se topó con Jacomo, quien, inusualmente, estaba devorando las galletas con avidez.— ¡Buen día! —exclamó Alessa, riendo mientras se acercaba—. ¡Hey! Déjame unas galletas, Jaco.Jacomo, con una sonrisa traviesa, tomó varias y respondió, masticando con calma.—Allí quedan algunas. Si Franco comienza a gruñir, di que tú las tomaste. Debo irme, cuídate y cuida de mi sobrino. —añadió, despeinando el cabello de Alessa con ternura.Pero antes de que pudiera irse, Alessa, con los ojos brillando como dos luceros, lo detuvo.—Jaco, ¿puedes ir a buscar una paleta de colores, telas y todo lo que se necesite para decorar la habitación del bebé? No tienes que regresar de inmediato, puedo esperar.Jacomo ladeó la cabeza y sonrió con complicidad.—No te preocupes, pequeña, iré por todo lo que