La noche era espesa como tinta. La cabaña quedó atrás, y el mundo se volvió un susurro de pasos, respiraciones contenidas y sombras en movimiento.Iván lideraba el grupo, seguido por Aitana y Natalia. Tomás aguardaba en el perímetro con el vehículo encendido y listo para huir. En sus muñecas, los tres llevaban pulsos de vibración: comunicación silenciosa. Una pulsación corta: alto. Dos rápidas: peligro. Tres prolongadas: ejecutar plan.El viejo taller mecánico se alzaba entre ruinas cubiertas de vegetación. Era un lugar olvidado, pero no inofensivo. Natalia abrió el portón oxidado con una palanca y los guió entre escombros.—Aquí —susurró, removiendo un panel metálico cubierto de tierra—. La entrada.Una trampilla circular y antigua se abrió con un chillido ahogado. Un olor a humedad y polvo viejo les golpeó de inmediato. Iván bajó primero. Luego Aitana. Natalia cerró tras ellos.El túnel era estrecho, de piedra y concreto rajado. Solo se escuchaban sus pasos, los latidos del corazón
El cuerpo de Aitana cayó como una ráfaga de viento. El túnel bajo sus pies se tragó todo el oxígeno y la gravedad la devoró. Golpes contra los muros, un zumbido agudo en los oídos, y finalmente… un impacto seco sobre algo mullido y cálido.Iván.—¡Iván! —jadeó ella, rodando sobre su costado, adolorida—. ¡Iván, despierta!Él soltó un gruñido bajo, inconsciente pero vivo. Aitana palpó su rostro, su pecho. Calor, piel… sangre.—Mierda, estás sangrando… —le susurró, angustiada.La oscuridad era casi absoluta, rota solo por un pequeño resplandor que venía de su reloj táctico. Activó la linterna y la dirigió al cuerpo de Iván. Una herida en su costado sangraba lento. No fatal, pero grave si no actuaba rápido.Aitana rasgó su propia camiseta y presionó la tela sobre la herida, haciendo un torniquete improvisado. Iván gimió al recuperar algo de conciencia.—Aitana… ¿estás…?—Estoy contigo. Nos tragó el maldito infierno, pero seguimos respirando. Ahora abre los ojos.Iván lo hizo. Sus pupilas
La oscuridad se cerró sobre Natalia segundos después de empujar a Aitana. El gas la envolvió rápido, entre ácido y narcóticos. Con lo que Luchó por mantener los ojos abiertos, pero fue inútil. Lo último que vio fue la sonrisa del hermano que creía muerto.Y luego… silencio.Despertó atada, pero viva. Sus muñecas estaban amarradas con correas frías de metal, los tobillos igual. Frente a ella, una sala amplia, revestida en madera y piedra, como una vieja oficina militar subterránea. Una chimenea encendida. Multitud de Libros. Fotografías. El aire olía a humo y cuero.Y ahí estaba él.Sentado en un sillón de respaldo alto, vestido con un traje gris, cruzando las piernas con elegancia. El hombre que una vez fue su superior. Su mentor. Quién le iba a decir que años después estarían enfrentados y apunto de destruirse el uno al otro.- Tu… - Dijo Natalia al padre de Iván.—Natalia… —dijo con voz suave, como si le hablara a una hija rebelde—. Qué decepción tan… predecible.Ella lo miró con as
Tomás apoyó las manos sobre la vieja mesa de guerra del refugio abandonado en las afueras de la ciudad. Mapas, pantallas, transmisiones interceptadas. Las coordenadas que el enemigo acababa de filtrar no eran un simple anzuelo: era una declaración de guerra.—Ya cayó Natalia —dijo Ana, su especialista en comunicaciones, con voz apagada—. El rastreador se detuvo. Está en su red.Tomás apretó la mandíbula.—¿Y Aitana e Iván?—Siguen en movimiento. Están cerca del núcleo subterráneo… pero si suben, caerán directo en la trampa.Tomás se pasó una mano por el cabello. El rostro serio, los ojos cargados de culpa. Él sabía que esta misión estaba maldita desde el principio. Pero Natalia era su hermana de armas. Su familia.Y nadie tocaba a su gente sin pagar.—Convoca al equipo beta —ordenó—. Quiero cinco hombres, sin ruido. Entramos por el conducto norte. Ese que Natalia y yo dejamos activo hace años. No está en sus registros.—¿Y si nos interceptan?—Entonces improvisamos. Pero no vamos por
El humo aún no se disipaba cuando Tomás cruzó la puerta destruida. El aire estaba cargado de electricidad y metal quemado. Del otro lado, un corredor amplio, blindado, con pisos brillantes que reflejaban las sombras como cuchillas.—Zona central de seguridad —dijo Ana, escaneando con su visor—. Están esperándonos.Como si sus palabras fueran una orden, las luces comenzaron a parpadear. Y luego… un pitido agudo.Tomás levantó el puño, y todos se agacharon justo antes de que una ráfaga de metralla automática emergiera desde los muros. Dos segundos de fuego implacable. Después, silencio.—Sensores activados por presencia. Siguen con juegos viejos —gruñó Tomás.—¿Desactivamos? —preguntó el especialista.—No. Que sigan creyendo que controlan el tablero.Avanzaron rápido. Precisión quirúrgica. Dos enemigos en el pasillo: abatidos sin una palabra. Uno intentó activar una alarma. Ana le disparó directo al brazo y luego a la garganta. Cero margen. Cero remordimiento.El equipo llegó al núcleo
El estruendo llegó primero como un rugido distante. Luego, como un temblor bajo los pies de Aitana. Estaban en el refugio improvisado, un sótano oculto tras una vieja librería en el corazón industrial de la ciudad. Iván afilaba su mirada contra la oscuridad, como si pudiera ver a través del concreto.—¿Lo sientes? —dijo ella, apenas un susurro.—Sí. Están dentro. Tomás lo logró.Aitana se acercó, las manos apoyadas en el marco de la ventana rota. Los gritos que venían de las calles eran lejanos… pero algo más inquietante se acercaba: el silencio que seguía a cada estallido.—¿Qué hacemos?—Nos movemos. Natalia está allí dentro. No podemos dejarlos solos ahora.—¿Y si es una trampa?Iván la miró. En su rostro, por primera vez, había algo parecido al miedo. No por él… por ella.—No quiero perderte, Aitana.Ella lo besó. Breve. Firme.—Entonces no lo hagas.---Al otro lado del complejo, Tomás sostenía a Natalia por la cintura mientras cruzaban un pasillo inundado de humo. Detrás de ello
El sonido del tren deslizándose sobre los rieles la mantenía en trance. Aitana miraba por la ventana, observando cómo el paisaje de su pequeño pueblo desaparecía, cediendo espacio a la incertidumbre de la ciudad. Con sus 23 años, Aitana, una chica de piel clara, ojos verde agua, cabello largo y castaño con reflejos dorados, decidió mudarse desde su pequeño pueblo donde la conocían por ser una chica dulce, reservada y soñadora, hacia una pequeña ciudad en busca de nuevas aventuras.Cuando más cerca estaba de su nueva vida, su corazón latía cada vez más rápido. Siempre había soñado con algo más, con un mundo que fuera más grande que las calles estrechas y las miradas curiosas de sus vecinos. Ahora, ese mundo estaba a su alcance. Solo faltaban unos minutos y por fin sería libre.Cuando por fin llegó a la ciudad, la brisa nocturna le acarició la piel. No conocía a nadie, pero había algo en esa sensación de anonimato que la hacía sentir libre tal cómo siempre había deseado. Por fin había
Aitana no supo cuánto tiempo se quedó allí, frente a él, sintiendo la electricidad entre sus cuerpos sin siquiera haberse tocado. Iván era una presencia imponente, pero no de una manera que asustaba, sino de una que encendía algo dentro de ella. Algo primitivo, desconocido.—Déjame invitarte a un trago —dijo él, su voz como un roce en su piel.Aitana asintió, aunque no estaba segura de qué estaba aceptando realmente. Un cóctel apareció en la barra frente a ella, rojizo, con un leve aroma a frutos silvestres. Lo probó y el sabor fuerte y dulce se deslizó por su lengua. Iván la observaba, atento a cada una de sus reacciones.—¿Te gusta? —preguntó él.Ella asintió, pero sus ojos estaban más interesados en él que en la bebida.—Dime algo, Aitana… —Iván se inclinó levemente, reduciendo la distancia entre ellos—. ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?—Quería… salir de mi zona de confort —respondió, sincera.Él sonrió de lado.—Me gusta eso. ¿Quieres que te ayude?La forma en qu