La cabaña estaba en medio de la nada, oculta entre los árboles de un bosque que olía a humedad, tierra mojada y silencio. Era uno de los antiguos refugios de Iván, un sitio donde, por unas horas, el mundo parecía no existir.La lluvia golpeaba el techo de madera como un mantra. Aitana se sentó en la cama con una manta sobre los hombros, los dedos aún temblorosos por la adrenalina de la huida. Iván preparaba algo caliente en la pequeña cocina.—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó ella.—Con suerte, unas horas —respondió él sin mirarla, pero su tono era suave, casi tierno—. Tomás llegará en cuanto se asegure de que no lo siguen.Aitana lo observó. Estaba herido, un corte en el brazo derecho sangraba lentamente. Pero él seguía en pie, fuerte, contenido. El mismo hombre que la había desarmado con una mirada… y ahora la protegía con la vida.—Ven, déjame ver eso.Iván no discutió. Se sentó a su lado mientras ella limpiaba la herida con cuidado. Él la observaba, con esa intensidad que siempre
La lluvia había cesado. Solo quedaban las gotas deslizándose por las ventanas y el eco lejano de truenos disipándose en el horizonte.Aitana terminaba de colocarse la camiseta de Iván cuando Natalia entró con una taza de café y la dejó sobre la mesa con más fuerza de la necesaria.—¿Dulce? —preguntó, sin mirarla realmente.—Ya tengo suficiente dulzura —respondió Aitana, sin sonreír.Natalia alzó una ceja, esa misma ceja que Iván levantaba cuando algo lo divertía, o lo ponía alerta.—Sabes, nunca imaginé que mi hermano terminaría arriesgándolo todo por una cara bonita.Aitana sostuvo la mirada. No era una batalla física, pero sí una guerra de silencios, de insinuaciones, de poder.—No soy solo una cara bonita —dijo, calmada—. Pregúntale tú misma.Natalia apretó los labios. Se acercó, despacio, como un felino midiendo a su rival.—¿Lo amas?La pregunta quedó suspendida, flotando entre las dos mujeres. Aitana no parpadeó.—Sí. ¿Y tú? ¿Lo sigues queriendo como una hermana… o como una sold
La noche era espesa como tinta. La cabaña quedó atrás, y el mundo se volvió un susurro de pasos, respiraciones contenidas y sombras en movimiento.Iván lideraba el grupo, seguido por Aitana y Natalia. Tomás aguardaba en el perímetro con el vehículo encendido y listo para huir. En sus muñecas, los tres llevaban pulsos de vibración: comunicación silenciosa. Una pulsación corta: alto. Dos rápidas: peligro. Tres prolongadas: ejecutar plan.El viejo taller mecánico se alzaba entre ruinas cubiertas de vegetación. Era un lugar olvidado, pero no inofensivo. Natalia abrió el portón oxidado con una palanca y los guió entre escombros.—Aquí —susurró, removiendo un panel metálico cubierto de tierra—. La entrada.Una trampilla circular y antigua se abrió con un chillido ahogado. Un olor a humedad y polvo viejo les golpeó de inmediato. Iván bajó primero. Luego Aitana. Natalia cerró tras ellos.El túnel era estrecho, de piedra y concreto rajado. Solo se escuchaban sus pasos, los latidos del corazón
El cuerpo de Aitana cayó como una ráfaga de viento. El túnel bajo sus pies se tragó todo el oxígeno y la gravedad la devoró. Golpes contra los muros, un zumbido agudo en los oídos, y finalmente… un impacto seco sobre algo mullido y cálido.Iván.—¡Iván! —jadeó ella, rodando sobre su costado, adolorida—. ¡Iván, despierta!Él soltó un gruñido bajo, inconsciente pero vivo. Aitana palpó su rostro, su pecho. Calor, piel… sangre.—Mierda, estás sangrando… —le susurró, angustiada.La oscuridad era casi absoluta, rota solo por un pequeño resplandor que venía de su reloj táctico. Activó la linterna y la dirigió al cuerpo de Iván. Una herida en su costado sangraba lento. No fatal, pero grave si no actuaba rápido.Aitana rasgó su propia camiseta y presionó la tela sobre la herida, haciendo un torniquete improvisado. Iván gimió al recuperar algo de conciencia.—Aitana… ¿estás…?—Estoy contigo. Nos tragó el maldito infierno, pero seguimos respirando. Ahora abre los ojos.Iván lo hizo. Sus pupilas
La oscuridad se cerró sobre Natalia segundos después de empujar a Aitana. El gas la envolvió rápido, entre ácido y narcóticos. Con lo que Luchó por mantener los ojos abiertos, pero fue inútil. Lo último que vio fue la sonrisa del hermano que creía muerto.Y luego… silencio.Despertó atada, pero viva. Sus muñecas estaban amarradas con correas frías de metal, los tobillos igual. Frente a ella, una sala amplia, revestida en madera y piedra, como una vieja oficina militar subterránea. Una chimenea encendida. Multitud de Libros. Fotografías. El aire olía a humo y cuero.Y ahí estaba él.Sentado en un sillón de respaldo alto, vestido con un traje gris, cruzando las piernas con elegancia. El hombre que una vez fue su superior. Su mentor. Quién le iba a decir que años después estarían enfrentados y apunto de destruirse el uno al otro.- Tu… - Dijo Natalia al padre de Iván.—Natalia… —dijo con voz suave, como si le hablara a una hija rebelde—. Qué decepción tan… predecible.Ella lo miró con as
Tomás apoyó las manos sobre la vieja mesa de guerra del refugio abandonado en las afueras de la ciudad. Mapas, pantallas, transmisiones interceptadas. Las coordenadas que el enemigo acababa de filtrar no eran un simple anzuelo: era una declaración de guerra.—Ya cayó Natalia —dijo Ana, su especialista en comunicaciones, con voz apagada—. El rastreador se detuvo. Está en su red.Tomás apretó la mandíbula.—¿Y Aitana e Iván?—Siguen en movimiento. Están cerca del núcleo subterráneo… pero si suben, caerán directo en la trampa.Tomás se pasó una mano por el cabello. El rostro serio, los ojos cargados de culpa. Él sabía que esta misión estaba maldita desde el principio. Pero Natalia era su hermana de armas. Su familia.Y nadie tocaba a su gente sin pagar.—Convoca al equipo beta —ordenó—. Quiero cinco hombres, sin ruido. Entramos por el conducto norte. Ese que Natalia y yo dejamos activo hace años. No está en sus registros.—¿Y si nos interceptan?—Entonces improvisamos. Pero no vamos por
El humo aún no se disipaba cuando Tomás cruzó la puerta destruida. El aire estaba cargado de electricidad y metal quemado. Del otro lado, un corredor amplio, blindado, con pisos brillantes que reflejaban las sombras como cuchillas.—Zona central de seguridad —dijo Ana, escaneando con su visor—. Están esperándonos.Como si sus palabras fueran una orden, las luces comenzaron a parpadear. Y luego… un pitido agudo.Tomás levantó el puño, y todos se agacharon justo antes de que una ráfaga de metralla automática emergiera desde los muros. Dos segundos de fuego implacable. Después, silencio.—Sensores activados por presencia. Siguen con juegos viejos —gruñó Tomás.—¿Desactivamos? —preguntó el especialista.—No. Que sigan creyendo que controlan el tablero.Avanzaron rápido. Precisión quirúrgica. Dos enemigos en el pasillo: abatidos sin una palabra. Uno intentó activar una alarma. Ana le disparó directo al brazo y luego a la garganta. Cero margen. Cero remordimiento.El equipo llegó al núcleo
El estruendo llegó primero como un rugido distante. Luego, como un temblor bajo los pies de Aitana. Estaban en el refugio improvisado, un sótano oculto tras una vieja librería en el corazón industrial de la ciudad. Iván afilaba su mirada contra la oscuridad, como si pudiera ver a través del concreto.—¿Lo sientes? —dijo ella, apenas un susurro.—Sí. Están dentro. Tomás lo logró.Aitana se acercó, las manos apoyadas en el marco de la ventana rota. Los gritos que venían de las calles eran lejanos… pero algo más inquietante se acercaba: el silencio que seguía a cada estallido.—¿Qué hacemos?—Nos movemos. Natalia está allí dentro. No podemos dejarlos solos ahora.—¿Y si es una trampa?Iván la miró. En su rostro, por primera vez, había algo parecido al miedo. No por él… por ella.—No quiero perderte, Aitana.Ella lo besó. Breve. Firme.—Entonces no lo hagas.---Al otro lado del complejo, Tomás sostenía a Natalia por la cintura mientras cruzaban un pasillo inundado de humo. Detrás de ello