Reinhardt la llevó de regreso a la habitación con una mano firme rodeándole el brazo. No caminaban juntos, él la arrastraba, como si la fuerza de su indignación lo impulsara más que sus pasos.Jordan no se resistió. Mantenía la cabeza gacha, sintiendo el juicio de cada mirada que habían dejado atrás, como si aún ardieran sobre su espalda.Al llegar, Reinhardt abrió la puerta con torpeza y la empujó hacia dentro, no con violencia, pero sí con una decisión que pesaba más que cualquier golpe. Él también entró, cerrando la puerta tras de sí con un chasquido seco. El silencio que se hizo después fue espeso, como si hubiera sellado más que una habitación.Jordan llevó su mano al brazo que él había sujetado. Sobre su piel quedaron marcadas las huellas de los dedos de Reinhardt, enrojecidas y visibles. Comenzó a frotar la zona con suavidad, no tanto para calmar el ardor como para distraerse de la angustia que le comprimía el pecho.Reinhardt se quedó inmóvil por unos segundos, parado en medio
Jordan hizo una pausa, breve, pero significativa. Su respiración era más rápida de lo normal, aunque se mantenía recta, tratando de verse segura.—Nada de lo que hice fue con la intención de traicionarte —expuso ella—. Siempre te he sido leal. Desde el primer momento en que crucé esas puertas, tuviste mi lealtad. Al principio… por miedo. Pero luego fue distinto. Luego fue elección. Porque mis sentimientos hacia ti cambiaron. Me obligué a serte leal. Pero después… ya no fue por obligación. Fue porque quise. Y aunque suene absurdo ahora, sin importar cuáles fueran las circunstancias, jamás habría sido capaz de traicionarte.Reinhardt frunció el ceño con dureza. Sus brazos seguían tensos sobre la pared, encuadrándola, encerrándola. —Lo hiciste muchas veces, cuando trataste de escapar. Eso también es traición.Jordan parpadeó con lentitud, como si esas palabras no la hirieran, pero se le clavaran igual. Tragó saliva y respondió sin elevar la voz.—Lo entiendo. Tal vez tú y yo tenemos una
Reinhardt se congeló. Por primera vez en todo ese intercambio, pareció notar que había cruzado un umbral. Que había ido demasiado lejos.Se irguió lentamente, alejando su cuerpo del de ella y dejó de acorralarla contra la pared. Jordan seguía pegada al cemento, con los ojos cristalizados, aterrados, y la respiración temblorosa.Reinhardt se pasó una mano por la nuca, como si intentara deshacerse del veneno que le había salido por la boca.—Pensaré en cuál será tu castigo —dijo con un tono seco, áspero, pero no tan monstruoso como el de antes—. Sin embargo, mientras tanto, seguirás trabajando como el pianista de este lugar. No hay descanso para ti. Seguirás cumpliendo tus labores. Limpiarás y organizarás las cajas de licor. Además, las reglas no han cambiado. No puedes poner un pie fuera del cabaret sin mi autorización. Harás todo eso sin resistirte, en lo que pienso en qué hacer contigo.Reinhardt se dio vuelta y salió de la habitación, dejándola allí, pegada a la pared. *****Jordan
Charlie suspiró, con la resignación y el asombro reflejándose en su mirada.—La verdad… no puedo creer que sigas viva.—A mí también me sorprende. Pensé que Reinhardt no tendría reparos en matarme. Pero creo que solo está pensando en algún castigo severo… y por eso no lo ha hecho aún.—Mira, no le des tantas vueltas al asunto. Reinhardt te dejó vivir, eso es lo que cuenta ahora. Eso es lo único que importa. No pienses en lo que pasará mañana. No trates de adivinar qué está pensando, ni qué va a hacer contigo. Solo vive el presente. Ahora estás viva. Punto. Y si en algún momento pasa algo, sabrás qué hacer.Jordan asintió, dándole la razón a Charlie. No tenía caso tratar de suponer qué era lo que estaba pasando por su cabeza, o qué era lo que Reinhardt estaba planeando hacer con ella. Seguía respirando, y mientras continuara haciéndolo, había esperanza de que su vida se alargara un poco más.—Y por favor… no vuelvas a mencionar esto —estableció Charlie—. Lo de que yo sabía tu verdad. E
El hombre se retiró sin protestar, tragándose su incomodidad y fingiendo orgullo mientras se alejaba entre la música y el humo del salón. Jordan lo observó por un instante, pero su atención pronto volvió a Reinhardt.No podía evitarlo. Allí estaba él, de pie como una estatua viviente, un monumento a la virilidad misma. Reinhardt tenía esa clase de presencia que hacía temblar el ambiente a su alrededor, una belleza ruda, feroz, casi mítica. Era imposible ignorarlo. Parecía esculpido por manos divinas que entendían la perfección en clave de peligro. Y esa presencia imponente, esa fuerza callada y dominante, era justamente la debilidad de Jordan.Los ojos de Reinhardt se posaron en ella y Jordan sintió que algo se le atoraba en la garganta, por lo cual tuvo que tragar saliva con disimulo. La intensidad de esa mirada siempre la descolocaba, la empujaba a un terreno donde todo lo que conocía se volvía inestable.—Tú tampoco deberías permitir que nadie te ponga una mano encima —declaró Rein
Era el mediodía cuando el sol intenso calentaba la carretera repleta de polvo, y a su vez, iluminaba a un joven delgado de aspecto desaliñado que levantaba el pulgar con la esperanza de conseguir un aventón hacia la ciudad. Vestía una camisa blanca desgastada que se pegaba a su espalda debido al sudor, unos pantalones amarronados con tirantes y unos zapatos viejos del mismo color. Sobre su cabeza, reposaba un sombrero de paja deteriorado, el cual ofrecía poca protección a su rostro contra el calor. Su piel estaba ligeramente bronceada debido a su exposición a los rayos solares. Con la nariz y los pómulos enrojecidos a causa de los rayos ultravioletas, observaba la manera en que una fila de vehículos pasaba frente a él y ninguno se detenía para ofrecer su ayuda. Finalmente, tras varios intentos fallidos, un camión que transportaba árboles talados redujo la velocidad y se detuvo delante de él. Un hombre mayor, con barba canosa y semblante cansado, asomó la cabeza por la ventanilla.
Jordan frunció el ceño, mostrándose claramente perplejo. Antes de que el hombre se fuera, lo agarró del brazo.—¿A qué te refieres? ¿Por qué me estás diciendo eso? —preguntó, sintiendo la desesperación brotar en su voz.—No tengo nada más que decirte, niña. Ya vete, no hay lugar para ti aquí. Además, ¿cuántos años se supone que tienes? Este no es sitio para alguien como tú. Vete ya.—Pero… ¿por qué me dices eso? ¿Por qué me tratas como si fuera mujer? No soy mujer —insistió Jordan, sin soltar el brazo del hombre.Éste levantó una ceja, mirándolo como si acabara de decir algo completamente absurdo.—¿De qué estás hablando, niña? Puedo reconocer a una mujer desde kilómetros. Trabajo en esto, veo mujeres todos los días. ¿Quieres verme la cara de tonto?Jordan se quedó mudo, sin poder creer lo que oía.—No entiendo lo que dices. Te repito que no soy una mujer —declaró con seguridad. El hombre entornó los ojos, observándolo más de cerca.—¿Acaso estás tratando de hacerte pasar po
Decidido a ayudar, Jordan se arrojó al mar y llegó hasta el hombre. Comenzó a jalar las cadenas para sacarlas de la roca, pero fue inútil. También pensó en romper la piedra, pero eso era aún más complicado.Jordan subió a la superficie, tomó aire y volvió a sumergirse. Recordó la llave que uno de los hombres había arrojado al agua y empezó a buscarlo esperanzado. Quizás, podría ocurrir un milagro y encontrarlo.Buscó frenéticamente entre las piedras del fondo, sintiendo la desesperación crecer con cada segundo que pasaba. Finalmente, sus dedos rozaron algo metálico. Era la llave, la cual había sido arrojada cerca de Reinhardt para que éste se desesperara por querer tomarla y se ahogara más rápido. Jordan la tomó y se aproximó al hombre encadenado. Aun con sus manos moviéndose a causa de la agresividad del agua, logró abrir las cerraduras. Reinhardt, libre de las cadenas, nadó rápidamente hacia la superficie e inhaló una gran bocanada de aire, recuperándose en cuestión de segundos.