La habitación estaba impregnada de calor y deseo, saturado por la fusión de respiraciones entrecortadas y la cadencia inconfundible del placer compartido. Simone se aferraba a Jasper con desesperación febril, y sus uñas se hundían en su espalda con una intensidad que oscilaba entre la pasión y la impaciencia. Su voz se alzaba sin contención, como si la clandestinidad del momento la incitara aún más a entregarse sin reservas.—Ya te dije que no seas tan escandalosa… —murmuró Jasper entre jadeos. A pesar del frenesí que lo consumía, no podía evitar la inquietud que lo embargaba.Simone arqueó la espalda, inclinando el rostro hacia él con una sonrisa pícara que delataba su absoluta falta de preocupación.—¿Y qué importa? —susurró, rozando sus labios contra los de él antes de devorarlo con otro beso hambriento—. Todos están en el salón, nadie vendrá hasta aquí.—Alguien podría escucharte… —insistió en un murmullo ronco, con su aliento ardiente contra la piel de Simone—. Cualquiera de los
Ella, lejos de ofenderse, sonrió con cierta condescendencia, como si sus palabras no hicieran más que reforzar la idea que ya tenía en mente.—Creo que me juzgas demasiado mal… —aseveró, ladeando la cabeza con fingida inocencia. Luego sus labios se curvaron con un dejo de desafío—. Además, no tienes tanta libertad como presumes. Porque nunca podrás salir completamente de este negocio… a menos que sea en un ataúd.Jasper chasqueó la lengua, pero no la contradijo. Ambos sabían que su situación en el cabaret no era un simple trabajo al que podía renunciar cuando le viniera en gana. Aun así, su respuesta llegó sin titubeos.—Por lo menos tengo un respiro —dijo con serenidad—. Puedo salir. Puedo ver a mi familia. Y si me fuera contigo, eso se acabaría. Sé que no los volvería a ver jamás.Simone alzó los ojos con evidente fastidio, como si aquella preocupación le pareciera completamente irrelevante.—Tienes un concepto pésimo de mí, Jasper. No quiero encerrarte en una jaula ni convertirte e
—¿Me vas a decir que estás enamorada de mí? —inquirió Jasper con una sorna evidente—. Porque eso sí que sería nuevo. Nunca me has visto de esa manera. Lo que sientes por mí no es amor, Simone. Es un capricho.Ella no se inmutó ante la acusación. En lugar de eso, curvó los labios en una sonrisa enigmática.—¿Y cuántos años crees que puede durar un capricho? Nos conocemos desde hace demasiado tiempo. Y siempre ha sido lo mismo. Al principio, me bastaba con venir a verte de vez en cuando. Me conformaba con esperar hasta que el momento fuera oportuno, con tomarte cuando se presentara la oportunidad. Pero un día comprendí que ya no quería eso. Que no me bastaba con encuentros esporádicos. No quiero que esto siga siendo un juego de transacciones. Te quiero para mí en serio.Jasper la observó fijamente, como si intentara descifrar hasta dónde llegaba su convicción. —¿Me estás hablando de ser una pareja?—Sí. ¿Por qué no?La risa de Jasper fue breve, seca, carente de cualquier rastro de dulz
Charlie estaba de pie frente al escritorio de Reinhardt, con la espalda recta y las manos cruzadas detrás de él, mostrando respeto por la jerarquía que ambos conocían bien. Al otro lado del escritorio, Reinhardt permanecía sentado, con un cigarrillo entre los dedos, en lo que la brasa ardía con cada bocanada que daba. Reinhardt había mandado a llamar a Charlie para conversar con él en privado.—¿Estás estresado? —soltó Charlie, pues Reinhardt fumaba cada vez que se hallaba sobrecargado.El Jefe exhaló el humo lentamente, dejándolo disiparse en el aire antes de hablar.—Uno de nuestros clientes me está poniendo las cosas complicadas —comentó, apagando la ceniza en el cenicero de cristal sobre la mesa.Charlie, aunque mantuvo la expresión serena, percibió la incomodidad en el tono de su jefe.—¿De quién se trata? —preguntó con deferencia.—Dante —expuso—. Esta noche llegarán las nuevas cajas de alcohol. Como sabes, hay que distribuirlas a los clientes.Charlie asintió con la cabeza.—P
El bullicio del mercado era una mezcla de voces, pregones y pasos apresurados sobre el suelo empedrado. Jordan caminaba con Reinhardt entre los puestos abarrotados, observando con ojo crítico cada objeto que podría ayudarle en su cometido.No tardó en encontrar lo que buscaba. En un pequeño puesto de accesorios, compró un bigote postizo de un tono oscuro que, aunque no era de la mejor calidad, haría el trabajo. Luego, se hizo con un sombrero que distaba mucho del que solía usar. No tenía la sencillez de un campesino ni el aspecto gastado de alguien habituado a trabajar la tierra. En cambio, era un intento de sofisticación, un accesorio que pretendía emular la elegancia de un hombre de ciudad.Para completar su disfraz, adquirió un traje que, aunque no de la mejor confección, le permitiría deshacerse de cualquier rastro de su origen rural.A diferencia de él, Reinhardt no se molestó en cambiar su atuendo. Vestía una simple camisa y pantalones, sin ostentaciones ni aditamentos innecesar
Ambos avanzaban a un ritmo pausado, sin prisas ni sobresaltos. Reinhardt tenía una regla cuando se trataba de moverse sin llamar la atención: la velocidad excesiva despertaba sospechas. Conducir demasiado rápido en una zona donde nadie solía hacerlo era una invitación para que ojos curiosos se fijaran en ellos, y esa era la última clase de atención que deseaba atraer. Por eso, el automóvil se deslizaba con calma por el camino, dejando atrás la ciudad sin que pareciera una huida y sin que ningún espectador involuntario pudiera percibir que se dirigían a un destino que preferían mantener en discreción.El mediodía quedó atrás cuando finalmente cruzaron el límite urbano. Aunque técnicamente ya estaban saliendo de la ciudad, aún no habían llegado al campo propiamente dicho. Se encontraban en una de esas zonas de transición, donde las construcciones dispersas daban paso a terrenos más abiertos, pero todavía lejos de los vastos paisajes rurales. A medida que avanzaban, los edificios fueron
Aquello fue un golpe directo al estómago de Jordan. No era una pregunta cualquiera, sino una embestida calculada, una jugada que lo había dejado sin respuesta inmediata. Reinhardt lo había acorralado con un solo movimiento, y la sensación de verse expuesto lo incomodó más de lo que esperaba.El chico apartó la mirada hacia el paisaje que se deslizaba por la ventanilla, tomándose un instante antes de responder con fingida despreocupación.—No. No quiero eso. Así que tienes razón. Prefiero que sigas causando ese temor con el que mantienes a todos alejados. Que ninguna mujer se atreva a acercarse a ti con demasiada confianza.En ese momento, Reinhardt levantó una ceja.—Ten cuidado, campesino —soltó—. No me vengas con esas mier-das de posesividad y celos, porque si crees que algún día vas a poder controlarme a tu antojo, estás muy equivocado.Jordan dirigió la vista hacia él y se quedó contemplándolo por un rato.—No estoy buscando controlarte ni imponerte nada. Solo estoy siendo honesto
Reinhardt no respondió. Su silencio no fue una pausa deliberada ni una forma de eludir la conversación, sino que fue un reflejo de algo más profundo. Porque la verdad era evidente, y aunque Jordan parecía incapaz de verlo con claridad, él lo sabía. Reinhardt era obsesivo, y además, muy posesivo. Precisamente, era lo que experimentaba con Jordan, pero no quería admitirlo a viva voz.No quería dejarlo ir. No podía. Y el no poder hacerlo lo enfurecía, porque Reinhardt nunca había sido un hombre de apegos. Su vida estaba hecha de transacciones, de acuerdos sellados con sangre y humo de pólvora. Las personas entraban y salían de su vida como piezas reemplazables en un tablero de juego. No sentía necesidad de retenerlas, ni de vigilarlas, ni de asegurarse de que nadie más pusiera sus manos sobre ellas. Pero con Jordan… con él era diferente.No lo mataba, aunque en un principio hubiera sido la opción más lógica. No lo liberaba, aunque en su mundo la libertad no era un privilegio que se conce