ERIN WHITE

La mañana llegó rápidamente a mí, ni siquiera me di cuenta cuando me quedé dormida en el mueble de la sala. Me levanto con pesadez y me adentro en el baño para hacer mis necesidades y poder asearme. 

 

Al estar lista me hago un desayuno rápido y lo acompaño con café, necesito la cafeína para mantenerme despierta. Justo cuando termino de desayunar se escucha la bocina del auto de Amanda, tomo mi bolso y unas cosas que preparé para llevarle a mi niña y salgo a toda prisa de la casa. 

 

Desde el auto le doy una última mirada a mi hogar, ese que estuvo cargado de risas y sueños alguna vez, para luego sumirse en la tristeza, desolación y dolor.

 

—Buen día, Amanda. Gracias por venir a recogerme.

 

—Buen día, Erin. Dije que te ayudaría y es lo que voy a hacer.

 

—Lo sé, Amanda. Solo que no he tenido ninguna clase de ayuda los últimos meses y me parece sorprendente que tú lo hagas sin esperar nada a cambio. Es decir, nos conocemos desde hace poco, no hemos hablado mucho y…

 

—Y se te hace difícil confiar—me regala una sonrisa—. Tranquila, hasta yo soy desconfiada a veces, pero mi sexto sentido no me falla y me dice que eres una muy buena persona. Además, Erin, las verdaderas amistades son las que surgen en los momentos de dificultad porque los buenos momentos siempre hallarás con quien compartirlos.

 

—Es verdad, aunque mi vida está llena de dificultades—un pesado suspiro sale de mis labios—. El único momento de felicidad que puedo decir que tuve fue cuando concebí y nació mi pequeña—sonrío ante el recuerdo de lo que fue. 

 

—¿Y el padre de la niña?

 

—Nos dejó—su cara es sorpresa total—. Cuando la necesidad entró por la puerta, el amor salió por la ventana. Desde entonces lucho sola, no tengo segundos, ni minutos para quejarme, no cuando mi hija está en esa clínica debatiéndose entre la vida y la muerte.

 

—Eres una mujer guerrera y digna de admirar. En cuanto a ese pedazo de imbécil—dice furiosa—, ojalá la vida, el universo, Dios o quien sea… le cobre lo que te hizo. Pedazos de m****a como él, no deberían estar respirando en este mundo—sus palabras me toman por sorpresa.

 

—No quisiera desearle el mal, juro que mi corazón no es de esa manera, pero cuando mi pequeña me pregunta por él me dan ganas de tener superpoderes para buscarlo,  exterminarlo y desaparecerlo de la faz de la tierra para siempre. 

 

—Concuerdo totalmente contigo, ¿él sabe de la enfermedad de la niña?

 

—Sí, por eso nos dejó. Las deudas, las necesidades y la enfermedad de la niña nos arropó en ese momento, la salida más fácil para él fue... abandonarnos. 

 

—¡La madre que lo parió!—gritó furiosa—. ¡Qué desgraciado el maldito! Prométeme, que si alguna vez lo llegas a ver, me lo dirás. 

 

—¿Para qué?

 

—Tan solo le daré un pequeño regalito de tu parte—se queda callada, piensa y luego dice—: Ahora somos como hermanas, inseparables. Todo aquel que te haga daño, se las verá conmigo. Así que... Promételo.

 

—Está bien, lo prometo—le digo para que se quede tranquila—. Solo... No te metas en problemas.

 

Su sonrisa maliciosa no me pasó desapercibida.

 

—Tranquila que no lo haré. Además, puedo ser tan delicada como el pétalo de una rosa—dice como si no rompiera un plato—, o tan endemoniadamente mala—su rostro y sus facciones cambian de la nada—, como para hacerlo pagar. 

 

Ahora la cara de sorpresa la he puesto yo, algo en sus palabras me dice que es cierto. Amanda no es como cualquier chica de mi edad, algo me grita dentro de mi que es una mujer peligrosa, pero no se enciende mi alarma de alerta para que huya y me aleje de ella. Creo que estoy pensando cosas que no son. 

 

Al llegar a la clínica tomo mis cosas y bajo del auto rápidamente, camino sin esperar a Amanda y ella en menos de nada me alcanza. La observo y ella me da una mirada tranquilizadora, es lo que necesito en estos momentos, alguien que me diga que todo va a estar bien. 

 

Entro en la habitación de mi pequeña y se me encoge el corazón de solo mirarla, está más delgada y pálida que de costumbre, quiero desvanecer de mi mente ese mal presagio que crece cada vez que la veo, puedo ver claramente cómo la vida la abandona mientras yo busco la manera de tenerla arraigada a mí. 

 

Me acerco a su cama y acaricio su cabello mientras dejo un beso en su frente. 

 

—Mami ya está aquí mi amor—le susurro mientras la observo con ternura durante varios minutos hasta que al fin despierta.

 

—¡Mami viniste!—afirma emocionada. 

 

—Aquí estoy mi amor, ahora cálmate un poco sí—el sonido rápido de la máquina a la que se encuentra conectada me tiene nerviosa—, mi amor debes calmarte, por favor. 

 

Las emociones son un lujo que mi hija no puede darse, el verme después de tres días desboca a su débil corazón y la máquina no deja de sonar. Sé que se alegra de verme, pero también sufre.

 

—¿Me voy a ir al cielo con la abuela mami?

 

Aterrada por lo que pregunta rápidamente niego con la cabeza. 

 

—¡No!—afirmo—, no te irás con la abuela, estarás conmigo siempre.

 

—Quiero estar contigo—me dice tan débil, que me rompe el alma escucharla.

 

Salgo disparada de la habitación, las lágrimas no puedo retenerlas por más tiempo. Amanda se queda con ella tratando de calmarla, pero esa estúpida máquina parece estar en mi contra, todo parece estarlo. Busco al doctor que lleva el caso de mi hija, la atiende y manda a colocarle una máscara de oxígeno. 

 

—¿Todo está bien doctor?—pregunto nerviosa. 

 

—Jenny—le habla a la enfermera—, diez minutos la máscara de oxígeno, luego cédala, no podemos correr riesgos. Señora White, venga conmigo por favor. 

 

Le pido con la mirada a Amanda que no la deje sola y ella asiente. 

 

Con el alma en un hilo por lo que vaya a decirme lo sigo sin decir nada más, una vez en su consultorio habla. 

 

—Señora White, necesito ser directo y totalmente sincero con usted, el estado de su hija ha empeorado. Ya es la tercera vez que se pone así en solo una semana y es mi deber decirle que si su pequeña no se opera pronto, no podremos hacer nada más por ella, no lo va a resistir.

 

Tuve que tomar asiento para poder procesar lo que me estaba diciendo el doctor. Necesito ese dinero rápido.

 

—¿De cuánto tiempo estamos hablando? Es decir... ¿Cuántos meses tengo para operar a mi hija?—pregunto nerviosa.

 

—Lo siento mucho, señora White, pero en este caso, tiempo es lo que usted ya no tiene. La niña tiene que ser operada esta semana con carácter de urgencia, es todo el plazo que puedo darle. Además, tiene que cancelar primero las cuentas de hace un mes para que su hija pueda ser intervenida, lo siento mucho.

 

—Pues, no lo sienta—me levanto bruscamente de la silla y seco mis lágrimas—, mientras yo respire mi hija seguirá con vida.  Saldaré la deuda y mi bebé será operada cuanto antes, ahora debo irme a trabajar, la dejo en buenas manos. Muchas gracias por todo doctor Jones. 

 

—Que le vaya bien y… señora White—detengo mis pasos—, le daré un consejo, tome decisiones con la cabeza fría.

 

Lo miro directo a los ojos y le digo:

 

—Gracias, pero ese consejo... ha llegado demasiado tarde—sonrío con amargura.

 

Jamás pensé que la vida sería tan hija de puta conmigo, me siento en la obligación de doblegar mi orgullo y hacer cosas de las cuales jamás me sentiré orgullosa. Lo que yo quiera, pasa a segundo plano cuando de mi hija se trata, todo lo haré por ella siempre.

 

 

✨✨✨

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