Día 5

Viernes, 10 de octubre

Debo agradecer que hoy me siento un poco más relajada que ayer. Aunque todavía tengo un extraño sin sabor que no me deja tranquila, sé que se irá una vez logre hablar con mi esposo y aclarar, finalmente, lo que está sucediendo entre nosotros para poder mejorar nuestra relación. O quizás debería decir “Lo que no está sucediendo entre nosotros”.

Estoy segura de que todo mejorará una vez hayamos hablado de todo lo que se interpone inútilmente entre nosotros. Creo que he sido muy pasiva y he dejado pasar demasiado tiempo antes de tomar esta decisión. Ambos pusimos su trabajo como excusa y nos conformamos con eso, pero creo que ya ha sido suficiente. El vacío cada vez se hace más profundo y, luego de ver la felicidad en Paula por el señor Hudson, de verla sonreír gracias a su nuevo amor, me di cuenta de que ella tiene razón, no merezco menos.

Todo estará bien si ambos ponemos de nuestra parte.

Le pido a los niños que se alisten lo más rápido posible, necesito llegar al trabajo temprano para organizar la sala de juntas. Se quejan y alegan que se burlarán de ellos por llegar tan temprano y que los llamarán nerds. Eso me hace reír. Cuando somos niños nos dejamos influenciar tanto por el qué dirán y por la presión social, que abandonamos nuestra fortaleza y nuestras convicciones sólo por agradar a una mano de desconocidos que al final no tienen importancia a nuestras vidas.

Al decir eso en voz alta ambos me miran y no se vuelven a quejar. Dan media vuelta y obedecen, como de ser. Reprimo mi risa para que puedan tomar mis palabras con la seriedad que merece.

Pronto aprenderán y no se dejarán intimidar ni de mis palabras. Eso será bueno si aprenden a tomar buenas decisiones.

Les agradezco la comprensión y termino de prepararme también.

Cuando estamos saliendo, ellos con algo de comida para el camino, llega mi esposo. Nos despedimos rápidamente y levanto la mano a modo de despedida antes de salir casi corriendo. Odio estar así con él, pero no estoy de ánimos para enfrentar su frialdad y su indiferencia.

Llego a mi trabajo con veinte minutos de antelación. Inmediatamente, tomo los informes y pido a la cafetería que me envíen los vasos, pocillos, jarras de agua y café. A la hora en punto, la puerta se abre y mi jefe entra como un torbellino sin siquiera saludar. Enarca una ceja y observa todo con detenimiento. Los siete lugares están perfectamente organizados, a mi parecer.

—¿Todo bien por aquí? —pregunta, y ladea la cabeza esperando mi respuesta.

—A menos que ordene otra cosa.

Sonríe, creo yo, complacido. Sale sin más y vuelvo a mi puesto de trabajo sintiéndome feliz por haber hecho un buen trabajo. No más de cinco minutos después, me anuncian la llegada de los enviados de The Town & Country Club. Tomo mi libreta y me quedo junto a la puerta del ascensor a esperar a que lleguen. Mirta sonríe y veo a su jefa, la señorita Heidy Campbell, salir de la oficina. No he tratado mucho con ella, pero es una hermosa mujer de veintinueve años, rubia de ojos azules y cuerpo escultural, de descendencia alemana… Es perfecta.

Por las pocas veces que la he visto durante este año que lleva de directora creativa, puedo decir que es una mujer muy alegre y extrovertida. Una Paula número dos. La puerta se abre y aparto mi mirada de la señorita Campbell, quien me guiña un ojo al darse cuenta de que la observaba.

Un par de hombres y una imponente mujer joven de cabello negro entran al piso y me veo obligada a sonreír a pesar de sus rostros compungidos con desagrado.

—Buenos días, señorita Wilson.

Se supone que es ella quien manda.

Me mira de pies a cabeza haciéndome sentir incómoda, insegura e insignificante. Mi rostro arde, pero me contengo y controlo mi molestia apretando mis puños con algo de fuerza. Odio que estas cosas sucedan. Esto no era así cuando trabajaba para el señor Anderson. Allí no tenía que exhibirme, solamente cumplir con mi trabajo.

Insoportable niñita de papi.

—Venimos a reunirnos con Adam y Alex —dice mientras camina hacia la puerta de cristal, casi empujándome.

Si creí que hoy mi día podría mejorar en algo, no podía estar más equivocada en ello.

—Acompáñeme, por favor.

Me adelanto hacia la sala de juntas y la abro permitiéndoles el paso a los tres. Escucho que murmura algo con respecto a mi atuendo, pero la ignoro. Tomo aire y giro con la molestia bullendo en mi sangre, pero choco con un pecho que huele delicioso. Levanto la mirada y mi rostro se enciende por mi torpeza.

—Lo siento, señor Collins. —Carraspeo algo incómoda por su cercanía y prosigo dando un par de pasa lejos de él—. Ya llegaron…

—Lo sé —dice, tajante, y entra en la sala de juntas esquivándome como si quemara u oliera mal. Es cierto que para él soy sólo una empleada y él nunca se mezcla con gente como yo.

Que terrible día. ¿En que más me puedo equivocar?

Voy a la oficina del señor Walker, que por primera vez se encuentra cerrada y entro cuando me permite pasar. Está con la señorita Campbell, pero en una situación amistosa. Eso es bueno, habla bien de él. Eso creo.

—Los clientes han llegado, al igual que el señor Collins.

Algo alegre, toma la mano de la mujer y le ofrece su codo para que se apoye en él.

Entro con ellos a la sala y me alejo hacia mi silla con mi libreta en mano, mientras veo cómo todos se saludan con familiaridad. La señorita Campbell se aferra al señor Collins de una manera muy… cercana, que él parece apreciar. Y mucho.

Los ricos y sus enredos.

—Adam, deberías escoger mejor a tu personal —dice la enviada del Club—. Una empresa de publicidad tan prestigiosa como la tuya no debería tener mujeres tan mal vestidas dando una penosa imagen.

Abro mis ojos como platos al escucharla y todos me miran recorriéndome de pies a cabeza, pero lejos de apenarme, me enojo con esa prepotente mujer.

—Eso es problema mío —contesta seriamente mi jefe—. Prefiero tener una secretaria mal vestida, pero buena en su trabajo, que a una que le gusta exhibirse y no mover un jodido dedo. ¿Recuérdame cómo fue que ascendiste tú?

Aprieto mis labios para no reír, Walker me guiña un ojo tranquilizándome y me sonrojo escandalosamente. Debo reconocer que nunca hubiera esperado que me defendiera de esa manera y mucho menos, que la tratara de zorra delante de todos. Mi mirada va hacia la señorita Campbell sentada entre sus dos amigos y susurra algo al oído del señor Collins, éste sonríe y besa su mano con una extraña gentileza. Ya debería tener más que claro que entre estos dos hay algo.

Una vez que Brad Hudson, el lindo «jefe» de Paula, ha llegado, finalmente se inicia la reunión. La niñita zorra del Club Social, se la pasa dándole miradas lujuriosas a Collins y éste sólo sonríe hacia su “amiga”, mientras Walker me mira y sonríe. La devuelvo la sonrisa algo extrañada y sigo pendiente de lo que dicen los otros dos sujetos, quienes son lo que están presentando el proyecto diciendo lo que necesitan para esta tardía campaña navideña. Anoto los puntos relevantes sumida en la información.

Un par de horas más tarde, siento que mi trasero arder por estar sentada demasiado tiempo. Mi jefe ofrece un descanso, al ver que a la vacía mujer no le gustan ninguna de las ideas de Hudson, que son muy buenas —en mi opinión—, y no se le da la gana de irse sin una idea que la deje satisfecha.

—No puedo quedarme a seguir perdiendo más tiempo, así que me retiro.

El señor Collins se levanta y se despide educadamente, pero sin ocultar la molestia.

—Alex… —chilla la mujer. El señor Collins ignora a la niñita y ella se enfurruña.

—Señora King —Miro a mi jefe y me acerco a él—, puede ir a ocuparse de lo que tenga pendiente.

Asiento, agradecida, y salgo pidiendo permiso, uno que nadie corresponde. Empiezo a extrañar mi trabajo con el señor Anderson. No hay nada como la tranquilidad de no tener que complacer a terceros. Me siento en mi puesto y suspiro, me dedico a adelantar trabajo, que tengo atrasado por las semanas que no hubo secretaria y por nada del mundo quiero irme tarde.

Antes de la hora de almuerzo, veo a Adam Walker y a Brad Hudson, salir molestos de la reunión, mientras que la señorita Campbell parece divertida.

—Señora King, agende otra cita para la señorita Wilson.

—Que se comunique con mi secretaria —dice ella, enojada, y me mira de manera despectiva.

Walker rueda los ojos y se va a su oficina luego de despedirse “amablemente” y de encargarle a la directora creativa que la despida.  Campbell la despide con un sarcasmo que la otra mujer tolera, pero se le ve enojada.

—Qué mujer tan insoportable —dice un cansado Hudson—. ¿Será que nos quitará la cuenta?

—Nah —dice la rubia sin borrar su enorme sonrisa—. Está detrás de Alex y no se va a rendir fácilmente así nos tenga que soportar. Lo que ella no sabe es que mi querido Alexander prefiere a las mujeres de verdad —concluye exhibiendo sus pechos y Hudson ríe como si fuera la cosa más normal del mundo.

La verdad es que ella sí es toda una mujer hermosa e imponente, además de lo agradable que parece.

—Joder. Alex es por lo menos diez años mayor que ella.

Como si él no estuviera enamorado de mi amiga que es ocho años mayor que él.

—Once, para ser exactos, pero esa es la moda —dice la directora creativa riendo y entra a la oficina del jefe.

El señor Hudson se acerca a mí y se sienta sobre mi escritorio cruzándose de brazos. Levanto mis cejas al verlo allí sin decir una palabra y sonríe abiertamente sin ayudarme a salir de la inquietud. Tiene una linda sonrisa y sus ojos azules brillan. Siempre está bien vestido y peinado, comportándose de la manera correcta con todas las personas, excepto con Paula, su secretaria. Es una lástima que mi amiga lo haya dejado hace un mes atrás, se nota que le importa… Ambos se importan.

—¿Puedo preguntarte algo? —dice y asiento—. ¿Tú sabes qué fue lo que le hice a Paula para que me ignore como lo hace?

Sonrío al verlo algo desesperado. Paula lleva todo un mes «pasando» de él, a pesar de que trabajan juntos.

—Deberías acorralarla o secuestrarla. Sabes que no es una mujer fácil. Si se te fue difícil conquistarla, será peor hacer que vuelva a ti si no actúas.

—Dame una pista.

Rio, pero asiento. Él la hacía feliz y extraño verla tan alegre como lo hacía los tres meses que estuvo a su lado.

—Sé que tiene que ver contigo saliendo con una modelo. —Levanto la mano para que no me interrumpa—. Sabemos que era por trabajo, pero ella no ha querido hablar al respecto. No me gusta verla así. Aunque aparente estar bien, sé que no lo está.

—¿Tú crees? Siempre está con ese jodido sarcasmo. ¿Y si ya no me quiere?

—Lo hace. Es muy difícil que alguien salga de su corazón una vez se cuela en él.

El enamorado hombre sonríe ampliamente y suspira prometiéndome arreglar lo que sea que pase con Paula, esta misma noche. Espero que de verdad lo haga. Para ella fue muy difícil aceptar estar enamorada de un hombre ocho años menor, y el pobre hombre la pasó muy mal gracias a ella quien no se decidía entre él y James Lucas, el capitán de la policía. Paula siempre ha tenido mucha suerte con los hombres, pero no se decidía a entregar su corazón desde su separación con Ethan.

Sonrío viéndolo marcharse y vuelvo a mi trabajo.

Me gusta que ningún jefe en esta empresa se cree más que nadie. Bueno, con excepción de mi jefe cuando está molesto y del señor Collins que parece aburrido todo el tiempo y nunca se mezcla con nadie. Pero fue lindo verlo sonreír esta mañana, como se le achinan los ojos mostrando unas pocas arrugas en sus lindos ojos grises, que en ocasiones se ven azules.

Al mediodía, he preferido pedir un sándwich, para poder terminar temprano mi día. Ya descansaré en casa esta noche, aprovechando que mañana por fin ya será sábado. Son tres horas que me ha hecho perder esa insoportable mujer.

Cuando faltan cinco minutos para mi salida, tomo mi teléfono y espero sin poder apartar mi vista de él, como una completa tonta, pero sonrío cuando éste suena con un nuevo mensaje mostrando el número del hombre extraño.

Es muy puntual.

Desconocido: Ayer no contestaste mi mensaje, ni enojada, cariño.

Yo: Estuve muy ocupada con trabajo.

Tuerzo la boca, arrepentida por mi respuesta. No debería darle explicaciones, estaría enviando el mensaje equivocado.

Desconocido: Trabajas mucho, mi ángel.

Sonrío sintiendo como los colores invaden mi rostro, mi cuello y mi pecho, al leer esa nueva manera de llamarme. Pensar en que se preocupe por mí calienta un poco mi pecho. John nunca me escribe ni para decirme púdrete. Lindo, ¿no?

Necesito poner los pies en la tierra.

Yo: Lo necesario.

Desconocido: ¿Cómo te encuentras hoy, preciosa?

Muerdo mi pulgar sintiéndome un poco más nerviosa y suspiro. ¿Qué me pasa con este sujeto?

Yo: Bien, gracias por preguntar.

Desconocido: No te quito más tiempo. Debes estar ansiosa por estar por fin en casa con tus hijos. Espero disfrutes el regalo de hoy. Descansa, mi ángel. Lo mereces. Me va a costar mucho no imaginarte usándolo. Y gracias por contestarme, cariño.

Frunzo el ceño y ya me estoy temiendo lo peor. Con lo pervertido que se vuelve a veces con sus mensajes, no me quiero imaginar lo que tendrá preparado para hoy.

Yo: Gracias por los chocolates.

Veo cómo aparece en visto, pero no contesta. Y a los segundos, se desconecta. No sé si deba sentirme decepcionada o tranquila. Ese hombre me confunde extrañamente. Levanto la vista y me encuentro a Heidy Campbell observándome divertida desde la puerta de la oficina de mi jefe.

—Debe ser todo un adonis para que te haga suspirar de esa manera.

¿Acaso ahora todos me vigilan?

Sonrío levemente y recojo mis cosas para irme a casa. Me despido de ella y veo que vuelve a entrar a la oficina de mi jefe con una extraña mirada en sus ojos.

Bajo rápidamente tratando de sacar todas esas tonterías que han empezado a rondar mi cabeza.

Estoy casada, estoy casada, estoy casada… Debo concentrarme en eso.

Y el infaltable regalo está allí. Esta vez es mucho más grande, incluso tengo que cargarlo con ambos brazos y casi tapa mi cara. Paula y Georgina, quienes me miran con grandes sonrisas, llegan a mi encuentro. Pero antes de que empiecen a hablar, las corto.

—Lo abriré en casa y en nuestro desayuno de mañana les cuento de qué trata.

—Eres mala, mujer —gruñe Pau y eso me hace reír.

—Paula —dice una voz masculina a nuestras espaldas.

Las tres nos giramos hacia la voz y Pau rueda los ojos al ver a su jefe enamorado. Sonrío al ver que en verdad hará algo para solucionar su situación. El hombre me guiña un ojo, Paula me mira entrecerrando sus ojos y me encojo de hombros.

—Sarah, Georgi —nos llama, y sé que es para que no la dejemos sola.

—Diviértanse —digo, agitando mi mano con un poco de dificultad, a modo de despedida.

Junto a Georgi, hacemos nuestra salida estratégica y Pau nos gruñe por abandonarla. Como si fuera a desperdiciar el tiempo con ese bombón.

—Parece que te empieza a gustar el juego —dice Georgi, cuando hemos tomado camino.

—No sé que estoy haciendo.

Frota mi hombro al notar el pánico en mi voz.

—¿Te ha pedido algo?

—Dice que quiere verme feliz.

—Es muy tierno de su parte. ¿Tú que quieres?

—No lo sé. Arreglar las cosas con mi esposo, que todo eso que hace ese extraño lo haga él...

—No sabes cómo siento que estés pasando por todo esto.

Nos quedamos en un largo silencio, donde me cuestiono todo lo que he hecho mal para que la situación con John esté de esta manera.

¿Qué puedo hacer para cambiar todo esto?

Llegamos a casa de mi compañera y me abraza intempestivamente, mientras me rompo en llanto sin comprender este sentimiento que embarga y oprime mi corazón. Para algunos, mi situación quizás sea una estupidez, pero el llegar a sentirse inútil, no deseada y poco valorada por la persona con la que te has casado hasta que la muerte los separe, es la m****a.

Una autentica m****a.

—Nunca olvides que también eres mujer.

Besa mi mejilla y se despide.

Cierro los ojos y limpio mis lágrimas antes de seguir mi camino.

Lo que no entiendo en John, es que yo no estoy en casa con ropa poco atractiva, tal vez un poco comedida por los niños, pero no es algo que se vea feo a los ojos de mi esposo. Pero, un hombre que me ve con ropa que es dos tallas más grandes de lo que debería usar y con nada de maquillaje, sí le parezca deseable.

¿Cuán contradictorio puede ser esto?

[…]

Ya en casa, me siento un poco más despejada, llorar sirvió un poco después de todo, y más, si es en el hombro de alguien a quien le importas. Trato de ocultar mi reciente ataque de histeria, causa de años de represión y conformismo, todo para que mis niños no se den cuenta. Saludo a mis pequeños y John baja a despedirse para irse a su trabajo. Ni se da cuenta de mi frialdad.

Que patética soy.

Ceno con los chicos viendo una película y por segunda vez en el día, me relajo auténticamente. La primera, fue con los mensajes del extraño. Me gusta eso. No lo voy a negar. Tampoco significa que me voy a ir a sus brazos para encontrar lo que mi esposo no me da, pero no me pienso negar el poder charlar con alguien, que, a pesar de sus palabras pervertidas, no ha hecho más que sacarme sonrisas con sus extrañas ocurrencias.

Y por segundos pienso que soy una tonta que se deja ilusionar por tonterías.

Acuesto a Amy y vuelvo a bajar. Veo a Jake con su teléfono en mano totalmente ajeno a mí y con una gran sonrisa que sólo me puede decir algo.

—¿Quién te hace sonreír tanto?

Se sobresalta y esconde su teléfono, lo que me hace reír.

—Nadie —dice, con nerviosismo y su rostro encendido.

Es una muy linda etapa. Acaricio el cabello de mi bebé y beso su frente.

—Si necesitas algo, sabes que puedes hablar conmigo.

Asiente y suspira algo melodramático. Sé que no dirá nada. Es un niño que siempre ha ostentado de su autosuficiencia, y me consta que es capaz de enfrentarse al mundo por sí solo. Pero una madre jamás se preocupará por sus hijos sin importar si tienen cinco, veinte o cincuenta años.

Ese pensamiento me hace pensar en mi propia madre, pero ellos son algo especial para mí, y eso me hace preferir mantenerlos alejados de mi vida.

—Ya veremos qué pasa —dice mostrándome su teléfono, donde alcanzo a ver un nombre, Tara.

—¿Y cómo está Louis?

—Bien.

Su rápida respuesta y la manera tensa en cómo lo dijo, me preocupa.

—Cariño…

—Tranquila. Tuvimos una diferencia, pero trabajo en ello. Es mi mejor amigo y debo apoyarlo ahora más que nunca.

No sé qué habrá sucedido, pero me gusta esa determinación. Se queda a ver una película de miedo y sólo lo acompaño lo justo y necesario para no tener que ver la parte horrible donde sale un demonio arrastrando a una pobre chica. Odio ese género.

Me encierro en mi habitación, pero vuelvo a bajar al recordar que he dejado el regalo en el auto. Una vez lo tengo en mis manos, subo tratando de ocultarlo de Jake. Me siento en la cama y sonrío mientras desgarro el papel pensando en qué cosa pervertida habrá enviado esta vez.

Pero me ha sorprendido y me encanta.

Rio sin poder evitarlo y me culpo por pensar mal de él.

Hay una cesta con velas aromatizantes de lavanda, una toalla tan suave que me provoca gemir al pasarla por mi rostro, un recipiente con pétalos de rosas rojas y rosadas, productos exfoliantes para cuerpo y rostro, aceites de lavanda y jazmín, un set de cremas y lociones de Victoria Secrets, un IPod y por último y no menos importante, una botella de vino con una solitaria copa.

Totalmente emocionada y ansiosa, voy a mi baño y preparo todo. Agua caliente, las velas, aceites relajantes, pétalos de rosas y música. Amo a Adele. Destapo la botella y la dejo en el piso al lado de la bañera.

Luego de apagar las luces, dejando sólo la suave luz de las velas y su delicioso aroma, me desvisto antes de sumergirme en el agua gimiendo por la agradable sensación que recorre mi cuerpo. Cierro los ojos y una imagen borrosa de un hombre, llega a mi mente…

Mi curiosidad no da para tanto, pero creo que por lo menos le debo las gracias.

Él no sabe lo bien que me ha hecho, y no solo con este regalo, sino también con sus palabras desinteresadas de hoy.

Con una sonrisa, decido enviarle el mensaje.

Yo: No sabes lo mucho que estoy disfrutando tu regalo. Te doy las gracias por hacer esto por mí.

Me detengo allí antes de terminar escribiendo cosas que no debería y que a él no le interesan saber. Pulso enviar y vuelvo a cerrar mis ojos disfrutando de este delicioso baño de tina tipo spa, gozando del relajante aroma a lavanda y la tenue luz que arrulla mis sentidos.

Paula se va a morir mañana cuando le cuente.

Me sirvo una copa de vino tinto y me dejo llevar por el agradable momento.

Minutos más tarde, mi teléfono suena con la llegada de un mensaje. Sonrío como idiota al ver que ha contestado.

Desconocido: No debiste enviar ese mensaje, mi precioso ángel. ¿Ahora cómo saco de mi cabeza la imagen de tu cuerpo sumergida en una tina con pétalos de rosas cubriéndote? Sólo escribiendo este mensaje mi polla se tensa… Y te juro que duele.

Abro mis ojos como platos, pero no sé por qué me sorprende. Definitivamente es un pervertido. Rio y niego, resignada.

Un nuevo mensaje llega y abro inmediatamente la imagen que me ha enviado.

—¡Oh, por Dios!

Intento cubrir mi boca y reacciono a tiempo para que mi teléfono no caiga en el agua, pero sí cae en el piso golpeando la copa, que se quiebra al instante.

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