Miércoles, 8 de octubre
Mi esposo llega cuando estoy sirviendo el desayuno y aprovechamos ese corto momento para comer juntos, John sonríe cuando Jake le cuenta que lo quieren reclutar para el equipo de fútbol americano y es el hermano de su mejor amigo, Christian, quien más lo acosa, pero a él no le gusta. John era igual, también lo buscaban por su alta estatura y su gran estructura, tal como a nuestro niño. Ellos prefieren ser chicos normales ocupando su tiempo en cosas a las que ellos llaman «productivas» y no llamar la atención.
Nos despide como siempre, con un beso en la cabeza, y odio que mis amigas me hayan hecho notar la fría relación que llevamos. Esto cada vez se está poniendo más incómodo para mí y John no parece siquiera notarlo.
Con el ánimo por el piso, llevo a los niños a sus respectivos lugares de estudio. Sonrío cuando ambos me dan fuertes besos de despedida y, aun más, cuando mi niño grande pega su frente a la mía susurrándome un eres preciosa.
¡Dios! Mis hijos son preciosos y quiero llorar. Niego y parpadeo repetidas veces para dejar ir las lágrimas.
Qué días tan horribles.
[…]
Al llegar al trabajo, el señor Anderson me pide que organice las hojas de vida de las mujeres preseleccionadas para llevárselas al señor Walker a su oficina. Supongo que nuestro Jefe también está cansado de esto. Aunque lo entiendo un poco. Eso le da inestabilidad a la empresa. Entrenar mujeres, para que no duren si quiera el período de prueba es dinero y tiempo perdido para la empresa, para mí seleccionando, para mi jefe entrenando y para el gran jefe «soportándolas». Sin mencionar la importancia del puesto.
El señor Anderson me pide que lleve las hojas de vida a la gerencia, y mis piernas tiemblan literalmente. A pesar de que es buen amigo de Lucy y de que sea amigable con nosotras cuando lo vemos fuera de la empresa, me intimida un poco por su manera de ser tan dura en el trabajo. Siempre es tan altivo e imponente, que muchas veces asusta. Sin pensarlo dos veces, para no amilanarme, subo hasta el quinto piso donde se encuentran las oficinas del Gerente General, de la Directora Creativa y la sala de juntas. Es el piso más amplio al tener poco personal trabajando en él.
Una vez en el quinto piso, veo a Mirta, la secretaria de la directora creativa. Es una señora de unos cincuenta años, muy amable y diligente. Es de esas mujeres que siempre tienen un buen consejo para ti. Siempre tan dulce y sincera. La saludo y cruzo la absurda puerta de cristal que divide el área de la dirección creativa, de la dirección general y la sala de juntas. Llego y encuentro que la puerta está abierta, así que sólo me asomo y, al ver que no me mira, toco para que sepa que estoy allí.
—Adelante —contesta sin levantar la mirada de sus documentos, que son muchos, y muerdo mi dedo pulgar algo nerviosa mientras camino hacia él.
—Señor Walker.
Me acerco más a su escritorio, pero me sigue ignorando. Me quedo unos largos segundos esperando a que se desocupe, pero me sorprendo cuando golpea la mesa y me mira irritado.
—¿Me va a decir de una maldita vez a qué m****a ha venido o se quedará allí toda la jodida mañana?
Ya veo por qué no lo soportan. Nada parecido a los sábados en que lo vemos en la cafetería. Siempre lo había visto tan cordial, pero esto es horrible. Tomo aire profundamente y expiro sacando esa mala vibra que me ha contagiado en un segundo. Odio a las personas que se comportan de esa manera tan grosera.
—Lo siento, señor. Es que lo vi ocupado y… —Mueve las manos para que deje de hablar y le entregue lo que he venido a traer—. Aquí están las hojas de vida de las veinte postulantes pre-seleccionadas. Las citamos a todas a las diez, no demoran en llegar.
Me recibe las hojas y empieza a revisarlas con mucho fastidio. Que sujeto tan quisquilloso.
—Bien.
Coloca las carpetas a un lado del escritorio y vuelve a lo que estaba haciendo. Me disculpo y doy media vuelta sintiéndome extraña por su actitud. Eso fue muy incómodo.
—¿Su nombre? —Me giro al escuchar su demandante voz y me encuentro con esa mirada oscura que me irrita un poco.
Quién diría que es igual a su amigo.
—¿Disculpe?
Rueda los ojos exasperado y ya siento que quiero darle una bofetada.
—¿Cómo. Se. Llama. Usted?
Siento mi sangre bullir al escucharlo hablarme como si fuera una niña pequeña, pero me controlo apretando mis manos en puños. Si no soportara estupideces como éstas, no fuera secretaria, pero lo que realmente me saca de quicio, es que él perfectamente conoce mi nombre. Muchas veces lo ha repetido en la cafetería.
—Sarah. Sarah King —digo con la mayor seriedad posible, pero él sigue igual de impasible.
—Tome asiento. —Me señala una silla frente a su escritorio y al notar que está hablando en serio, obedezco—. ¿Cuánto tiempo tiene usted trabajando en esta empresa?
—Nueve años.
—¿Siempre en la misma área?
—Sí, señor —le contesto.
Asiente con el ceño fruncido.
—¿Qué le parece ser mi secretaria mientras encuentran a una persona ideal, sin afán? —Abro mis ojos como platos sin poder creerlo—. Necesito que conteste, señora King. No tengo todo el día y tengo mucho trabajo de m****a aquí.
Ni con todo el dinero del mundo, podría hablar mejor. Que sujeto tan…
Es tan decepcionante cuando nos damos cuenta de que las personas no son lo que creemos que son. Ya veo por qué es tan amigo del señor Collins. Pero tiene razón. Y sí, me gustaría mucho. Eso sería algo parecido a un ascenso y mi sueldo aumentaría un poco, así sea por un tiempo.
—Si me gustaría, señor.
Asiente y evito sonreír al escucharlo suspirar.
—Empiezas mañana. Así tendrá tiempo de entregar su puesto a alguna temporal —concluye y vuelve a sus documentos.
Al parecer, esa es mi señal de salida. Me despido sin obtener respuesta alguna y salgo de la oficina rápidamente. Sé que puedo controlar a un jefe como este. Y sé que, mientras tenga mi trabajo al día, todo estará bien y no le daré excusas para que me grite como parece estar acostumbrado.
Al llegar al tercer piso, Paula y Georgina, ya están esperándome para ir a almorzar. Emocionada, como hace mucho tiempo no me sentía, almorzamos y hablamos entre risas ruidosas. Ambas saltan de alegría cuando les cuento la buena nueva y Pau no deja de hacer sus tan comunes bromas tontas sobre el firme y redondo trasero del que, desde mañana, será mi nuevo jefe directo. Georgi se sonroja y come con la cabeza agachada.
El señor, yo-no-follo-con-el-personal, es demasiado serio, grosero y cascarrabias. Pero así le gusta.
Llamo a John y me felicita igual. En realidad, no es la gran cosa, pero me siento alegre por este pequeño cambio. Sólo será algo temporal.
—Vamos. ¿Eso desde cuando intimida a mi Tati? —Sonrío como tonta al escuchar el apodo que me puso en la escuela—. Sólo debes demostrarle a ese sujeto que no podrá encontrar mejor secretaria que tú. Verás como no será capaz de dejarte ir.
Ambos reímos. Extrañaba mucho esto. Este sí es mi esposo. Hablamos unos minutos más y termina la llamada porque es hora de ir a recoger a nuestra princesa a la escuela. Le recuerdo de la maqueta que hay que hacer para la clase de ciencias de Amy que se debe entregar dentro de dos días.
Al parecer el señor Anderson estaba al tanto de esto, porque no se sorprendió cuando se lo conté. Lo único que dijo fue que me quería de vuelta pronto. Se siente muy bien ser apreciada de esta manera. No voy a extrañar su desfile de mujeres, pero sí la tranquilidad que hay a su alrededor.
[…]
Paso la tarde dejando mi trabajo adelantado, le explico a mi reemplazo todo lo que debe hacer, quien será Mel, la recepcionista quien, por cierto, está bastante emocionada. Aprende rápido, lo reconozco, y eso es bueno, lo necesita para este trabajo. Espero que no crea que ser secretaria es sentarse en una silla a limar sus uñas y mascar chicle.
Faltando cinco minutos para mi hora habitual de salida, llega el mensaje del hombre extraño. Asumiendo, que sea un hombre.
Desconocido: ¿Cómo estás, cariño?
¿Por qué esa palabra provoca que mi estómago se encoja y arda?
Yo: Creí haberle dicho anoche que no me volviera a molestar. Y ahora se lo repito. Busque a otra mujer a quien fastidiarle la vida. Dejaré su perfume con la recepcionista.
Desconocido: ¿No te gustó, bebé?
¿Eso fue todo lo que leyó?... ¿Bebé?
Por supuesto que me gustó, pero no puedo aceptar ese tipo de cosas y mucho menos de extraños.
Yo: Un muy delicioso aroma, pero no puedo aceptarlo. Y no me gustan esos tontos apelativos infantiles, por favor evítelos.
Desconocido: Lo compré personalmente y sólo para ti, cariño. Guárdalo, por favor, es mi deseo. Sin ningún tipo compromiso. No quiero más que hacerte feliz, mi hermosa Sarah.
Un confuso sentimiento se apodera de mi pecho haciendo que duela inexplicablemente. Tomo mi bolso sacudiendo un poco mi cabello y sigo mi camino hacia el ascensor luego de despedirme de Mel de manera apresurada. No sé qué responderle a este hombre… o quizás no deba contestar. Con cada mensaje que llega, mi curiosidad por saber de quién se trata, crece, y deseo saber por qué hace esto.
Siento que me arrebatan el teléfono y me encuentro a Paula con una gran sonrisa.
—No seas tonta, Paula. Dame mi teléfono.
—Claro que no. Quiero saber quién es el sujeto que te está haciendo sonreír como una tonta.
Ni siquiera me había dado cuenta de que sonreía. Se aleja esquivando mi mano y alcanza a entrar al ascensor antes que yo. Resoplo, muy molesta, y me dispongo a bajar las escaleras. Es una suerte que no use tacones altos como lo hace ella. Pero esa mujer me va a escuchar.
Cuando llego al primer piso, está con Georgi riendo con mi teléfono en mano. Me miran divertidas y ruedo los ojos.
—Así que… ¿Cariño? ¿Bebé?
—Ya no molesten más —me quejo fastidiada.
Le arrebato mi teléfono a la tonta pelirroja y la nueva chica de recepción me llama para entregarme otra nueva caja. Esta es mucho más pequeña y con la misma envoltura. Dudo en si seguir recibiendo sus regalos, pero al ver la intención de Paula, lo tomo antes de que llegue a él, con la caja me entregan un sobre rojo, los guardo rápidamente en mi bolso. Empiezan a quejarse, porque quieren saber que me ha enviado hoy. Sonrío mofándome de sus muy altos tacones y me voy seguida de Georgi.
Estas mujeres se pasan. ¿No saben el significado de la palabra intimidad?
Georgina pasa todo el camino pidiéndome ver lo que hay dentro de la caja, pero me niego. A ellas, esto les parece un juego muy divertido. Me preocupa el cómo me está haciendo sentir. Esto de reconocer los sentimientos es horrible.
—¿Entonces lo conservarás? —pregunta, seria. Me estaciono frente a su casa, que siempre me ha parecido como si la hubiese sacado de un cuento de hadas, pequeña y rodeada de flores, y dejo escapar un sonoro y cansado suspiro.
—No lo sé —admito sinceramente—. Soy una mujer casada. No puedo estar involucrada en estúpidos juegos como estos. Además, no soy ninguna tonta adolescente ilusionada.
—¿Te das cuenta de que en ningún momento has dicho, amo a mi esposo o, no quiero este juego? —puntualiza, inteligentemente, y baja del auto dejándome descolocada.
De verdad no lo he dicho. Maldito subconsciente traicionero.
[…]
Llego a mi hogar, dulce hogar, echa un gran lío.
¡Yo no puedo querer esto!
—¿Estás bien, mamá? —pregunta mi dulce niña y junto a su hermano me miran extrañados desde el sofá y yo sigo recostada a la puerta.
Mi cabeza es un gran enredo. ¿Cómo voy a querer tener una extraña aventura con un desconocido que provoca que mi estómago se revuelva y mis piernas tiemblen de la manera más atroz y literal, con tan solo decirme cariño? Sólo han pasado tres días. Además, no lo conozco.
—¿Mamá? —me llama mi hijo y esta vez sí reacciono.
Parezco una tonta adolescente.
—Sí, mis amores. ¿Cómo están ustedes?
—Bien, mamá. Papá se fue hace unos minutos.
Asiento y voy a mi habitación para cambiarme, pasando del escrutinio de mi —demasiado observador— hijo. Descubro en la cocina, que John ha preparado algo para la cena y sonrío. Los macarrones con queso son su especialidad. Se le anota un punto por el intento. Preparo unos medallones de carne con brócoli asado y nos sentamos a comer, con mis niños apartando, como siempre, el brócoli. Escucho a mis hijos hablar y reír, mientras sonrío distraída, perdida en ese último mensaje que me envió ese extraño y loco hombre.
¿Hacerme feliz?... ¿Tan miserable parezco como para que un completo desconocido tenga que enviarme mensajes y regalos?
Mi niña se sienta a ver televisión un rato antes de su hora de dormir y Jacob se encierra en su habitación a escuchar música a alto volumen, como es su costumbre. Mecánicamente, limpio la cocina y recojo el desorden para evitar acumular tareas.
—Te quiero, mami —susurra mi niña, dejando escapar un bostezo mientras la cubro con su manta y despejo su angelical rostro de su cabello negro—. Papá también te quiere.
Sonrío y beso su frente.
—También te quiero, mi niña. Descansa.
Me abraza con fuerza y suspiro. Le doy un último beso en su cabecita y salgo apagando las luces detrás de mí. Cierro la puerta y lágrimas resbalan de mis ojos. La duda implantada crece más en mi corazón y a cada segundo se hace más grande.
¿Será que John tiene a alguien más y por eso ya no me desea?
¿Ya no me ama?
Paula ya me lo había sugerido hace un tiempo y aún me niego a creer que nos haga algo semejante.
Me encierro en mi habitación luego de pedirle a Jake detrás que la puerta, que baje el volumen de su música. Me lanzo a la cama sin ganas de nada más que llorar, tratando de sacar esta opresión de mi pecho. Prefiero hacerlo en soledad.
Veo mi bolso y recuerdo el nuevo presente. Lavo mi rostro, trato de apartar mis lamentos y tomo aire antes de volver a mi cama lista para dormir. Desgarro el papel de regalo y rio al ver lo que contiene. Un lápiz labial. Debo reconocer que es un lindo color, de un rojo mate muy llamativo, pero no es nada de lo que podría haber imaginado. Con una sonrisa, voy a mi tocador y recorro mis labios con él con suma concentración notando cómo destacan al instante haciéndolos ver más gruesos de lo que son, sin embargo, lo que más percibo es mi desgastado y pálido reflejo que empieza a darme lástima. Alejo el lápiz de mis labios al terminar y los miro sin lograr reconocerme. Me queda muy bien, no lo voy a negar, pero no es algo que vaya bien con mi personalidad, me sentiría muy incómoda utilizando algo así en público.
¿Que tendrá este hombre con el color rojo?
Saco el sobre y leo la nota, que es algo larga con una fresca letra.
«Hace un par de meses atrás, te vi en un centro comercial con tus amigas, una de ellas te obligó a que te probaras ese color. Por más que te rehusaste, terminaste cediendo, y se lo agradezco. Te veías tan hermosa y tan caliente mientras recorrías tus carnosos labios con una lentitud electrizante, que no pude resistir la tentación de entrar y comprarlo una vez te fuiste. Sería sólo un recuerdo más de ti.
Debo confesarte que causaste, me diera una dura erección como nunca antes. Aún me excito al recordarlo y al imaginarte rodear mi pene con esos preciosos labios tan follables»
Cubro mi boca con mis manos y río con incredulidad al reconocer lo estúpidos que pueden llegar a ser los hombres creyendo que palabras como esas pueden llegar a conquistar a una mujer. Empezó tan bien, pero tenía que dañar la nota con esas palabras pervertidas. Aunque, bueno, ¿a quién engaño? No me han sido del todo indiferente sus palabras y mi cuerpo entero lo reconoce. Trago saliva y guardo todo antes de que mi poca fuerza de voluntad me abandone. Necesito sexo.
Es una reacción normal luego de una larga sequía.
Normal.
Voy a mi baño privado para retirar el labial y me reprendo mentalmente por esa estúpida sonrisa. No debería pensar en esas cosas, si no es con mi marido.
Por Dios… ¿Qué me pasa con este sujeto?
No debería estar sonriendo por tonterías como estas. No puedo…
Jueves, 9 de octubreMe siento extrañamente agotada. Las palabras de Georgina, la carta de ese hombre desconocido y mis estúpidos pensamientos me mantuvieron despierta gran parte de la noche consumiendo cada parte cuerda de mí, distrayéndome y alejándome de lo que realmente debería hacer... dormir.Me doy un rápido baño y bajo para preparar el desayuno de mis niños. Les sirvo cereal, al no tener ánimos de hacer mucho hoy. Jacob me pregunta sobre cómo estoy, pero no puedo decir nada. Siento mi garganta cerrada por alguna extraña razón que aún no alcanzo a comprender. Noto como me mira, con el ceño profundamente fruncido. De la manera en que siempre lo hace cuando algo le preocupa. Eso me hace sonreír. Beso su frente y subo a cambiarme tratando de bloquear mis pensamientos. Creo que podría volver a llorar si me detengo a pensar nuevament
Viernes, 10 de octubreDebo agradecer que hoy me siento un poco más relajada que ayer. Aunque todavía tengo un extraño sin sabor que no me deja tranquila, sé que se irá una vez logre hablar con mi esposo y aclarar, finalmente, lo que está sucediendo entre nosotros para poder mejorar nuestra relación. O quizás debería decir “Lo que no está sucediendo entre nosotros”.Estoy segura de que todo mejorará una vez hayamos hablado de todo lo que se interpone inútilmente entre nosotros. Creo que he sido muy pasiva y he dejado pasar demasiado tiempo antes de tomar esta decisión. Ambos pusimos su trabajo como excusa y nos conformamos con eso, pero creo que ya ha sido suficiente. El vacío cada vez se hace más profundo y, luego de ver la felicidad en Paula por el señor Hudson, de verla sonreír gracias a su nuevo amor, me di cue
Sábado, 11 de octubre Estiro mi cuerpo sintiéndome como una seda. No recuerdo la última vez que desperté con una auténtica sonrisa, y me fascina la sensación. Tal vez sea algo enfermo, pero no me arrepiento de lo que hice anoche. No le he hecho nada malo a nadie y si mi esposo no me da la atención que necesito, ¿por qué no darme ese regalo a mí misma? Aunque me sentiría un poco menos culpable si el que hubiera estado en mi mente hubiera sido mi esposo, en vez de ese hombre extraño. —Buenos días, nena. —Giro hacia la puerta y ahí está mi dulce tormento—. No dejes de sonreír por mí. —Buenos días —digo, ignorando su comentario, y carraspeo un poco incómoda—. Ya te preparo el desayuno —No. Descansa. Yo comí algo en el camino. Agradezco su detalle, pero aun así me levanto. Nunca me ha gustado despertar tarde, ni siquiera cuando era una adolescente que disfrutaba de la actividad física intensa y el deporte. Hoy hay cosas que
Domingo 12 de octubre Son más de las tres de la madrugada cuando despierto y veo a John entrar a la habitación. Se acuesta junto a mí, luego de gastar diez largos y desesperantes minutos en el baño, quedando ambos espalda con espalda. Esto se siente tan mal. Decido hacer un último intento para recuperar lo que una vez tuvimos, si no debo darme por vencida, porque no quiero ser el chiste de nadie. Hemos estado juntos por los últimos diecisiete años. Quedé embarazada a los dieciséis años y aún no terminábamos la escuela, lo que lo hizo más difícil gracias a los señalamientos y murmuraciones, pero el tenerlo a mi lado apoyándome, fue lo que me dio fuerzas para seguir adelante. Recuerdo lo mucho que disfrutábamos el estar juntos a pesar de nuestra falta de intimidad, que no se debió a otra cosa que a la vergüenza que sentí en ese entonces. Luego de esos años nos fue muy bien como pareja. Me hacía sentir hermosa en todo momento sin importa
Lunes, 13 de octubre Despierto a la misma hora de todos los días de la semana laboral, con mis energías ridículamente renovadas, y me dispongo a iniciar con mis rutinarios quehaceres matutinos. Mis hijos me necesitan y quedarme en cama lamentándome de mi deplorable situación, no los va a sacar adelante. Esta mañana les preparo panqueques con crema batida y jugo de naranja, no son muy fans de las bebidas calientes, a pesar del frío invernal que ya nos empieza a envolver y cada día se siente aún más. Ambos comen con muchos ánimos. —¿Te sientes mejor, mamá? —pregunta mi niño, mientras esperamos a que Amy baje con su mochila. Esa pregunta tendría que hacérsela yo, no al revés. —Claro, mi cielo. —contesto y, una vez más no me cree—. No te preocupes por tonterías… ¡Amy! —grito y ella grita de vuelta que ya baja. Cuando al fin baja, los llevo a la escuela como siempre, y ni siquiera me pregunto, ¿por qué John no ha llegado? Debo tene
Martes, 14 de octubreEste día me siento absurdamente feliz, mi noche fue todo un éxito y empiezo a amar a mi amante oficial. Ya me escucho como Paula, pero no quiero dañar más mi mente con el absurdo pensamiento de que quisiera que fuera mi esposo quien me regalara esos deliciosos orgasmos. Necesito dejar de perder el tiempo con estupideces que no me llevarán por buen camino. No sé si sea una cobarde por rendirme con mi matrimonio, pero esto es demasiado para mí. Quiero a John, pero siempre me he considerado una persona fuerte, capaz de recuperarme, y los años no me dejan más que pensar que las personas que están a nuestro lado lo están porque lo desean. Atar a otros a ti por compromiso, presagia más sufrimiento. Un sufrimiento que no deseo sobrellevar, todo por el bien de mis hijos.Si tan sólo me permitiera hablarle.Preparo el desayuno de mis niñ
Miércoles, 15 de octubreMe levanto con un gran e insoportable dolor de cabeza, como si un tren me hubiera arrollado y yo, libremente, hubiera vuelto a poner mi cabeza para que lo volviera a hacer una y otra vez. No logré dormir en lo absoluto. Pasé toda la noche dando vueltas y pensando en ese hombre, en mi jefe, en mi amiga y en mi esposo. Debo reconocer que me duele lo que pasa, nunca hubiera imaginado que mi jefe pudiera a sentir algo por mí. Eso es algo que nunca vi venir.Y yo que pensaba que Paula estaba loca con esas suposiciones fuera de lugar.Fue inevitable llorar. Mi jefe no parece de los hombres que haría este tipo de cosas más que para un estúpido juego. Por algo tiene la edad que tiene y aún es soltero, porque jamás ha tenido una novia. No digo que sea viejo y feo, todo lo contrario, a pesar de sus más de treinta y cinco años, se ve muy bien.&ique
Jueves, 16 de octubreConozco a John desde nuestro primer año de preparatoria. Llegó trasladado desde aquí hacia Ohio, de donde soy y donde viven mis padres y mi hermano mayor, para vivir con su padre que se acababa de separar de su madre. Nos volvimos muy unidos luego de que me golpeara con un balón de baloncesto en una práctica obligatoria que tuvimos y el muy idiota se echó a reír provocando que toda la clase también riera. Me llevó a la enfermería y, luego de eso, no se me despegó de mí porque, según él, me podría desmayar en cualquier momento. Fue un lindo idiota que me gustó con sus tonterías. Con el paso del tiempo, nos hicimos los mejores amigos que se pudieran ver y, en una noche que no recuerdo, quedé embarazada. Cuando me gradué, estudiando desde casa para no atrasarme, mi Jake tenía un año de edad, y es