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—¿Estás bien? – preguntó extrañado el rubio al ver a Regina caminar con prisa del comedor a la cocina, a la mañana siguiente.

—Ajá… sólo tengo algo de prisa, ¿tienes hambre? – preguntó la joven que ya se encontró vistiendo unos sencillos leggins oscuros y una blusa morada de manga larga que se ajustaba en su cadera y marcaba las curvas de su cuerpo, no le diría de la visita de su madre ni de toda la basura que le arrojo encima sobre que debía dejarlo.

—No— respondió secamente el rubio al verla regresar.

Regina le dedicó una sonrisa forzada y quiso pasarlo de largo para salir e ir a la universidad.

—¿Qué pasa contigo, Regina? – preguntó el rubio al alargar su brazo y tomarla de la cintura para no dejarla seguir avanzando.

Ella se vio inmovilizada y lo vio de medio lado… estaba temblando por dentro.

—Nada… ya te lo dije, estoy bien— dijo y desvió su vista al permanecer, ambos, de pie sobre el pasillo.

—Mientes— mencionó al girarla y obligarla a verlo, su mirada era seria —¿Qué ocurre? –
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