4 Adiós.

Dicen que no hay peor veneno que el odio, ese sentimiento que corre por tus venas partiendo del corazón y esparciéndose por cada lugar de tu ser, intoxicando todo a su paso, alimentándose de cada recuerdo amargo, de cada traición, de cada humillación, Dasha estaba llena de eso, odio, uno que alimentaria por años.

— ¿Qué es lo que te resulta tan divertido? — indago Jade Zhao Bach, esposa del antiguo tigre blanco, único clan que manejaba China, hasta ese momento.

— No es nada, disculpe. — respondió bajando su cabeza, hacia poco más de un mes que estaba en aquellas tierras, se suponía que debía servir a los mayores del clan, mientras la joven hija de Jade manejaba la mafia de China.

— No te permito ser sumisa en mis tierras. — aseguro la rubia de ojos verdes y Dasha la vio sin comprender. — Puede ser que aceptamos que... tu padre. — Jade no pudo evitar hacer cierto gesto de desprecio con su boca al decir aquello. — Te enviara a servirnos, pero sabemos muy bien que tú, no naciste para eso. — la pelinegra hizo una pequeña mueca con sus regordetes labios, una minúscula sonrisa, se sentía bien con esa mujer mayor a su lado, era como tener a su madre una vez más.

— Las mujeres Morozova nacemos para complacer a nuestros esposos o al menos eso se supone. — su queja era clara y no se debía ser un genio para saber que ella no pensaba de ese modo.

— Yo solo se, que nacemos con un destino escrito, nada es casualidad Dasha, no en esta vida al menos, y te puedo jurar que el que tu estes aquí… es cosa del destino.

Así comenzó su vida en China, destino o casualidad, ¿quién sabia?, ella seguro que no, fueron diez años en los que Loan y Jade Zhao la trato como una hija, en aquellas tierras sintió más amor y comprensión que en su verdadero hogar, del cual no sabía nada, en diez años su padre nunca había hablado con ella, solo llamaba a Loan para asegurarse que su revoltosa hija no diera problemas, pero, sobre todo, que estuviera siendo instruida con mano firme, como solo el tigre blanco sabía hacerlo y en eso no se equivocaban, el tigre blanco no tenía piedad a sus enemigos, solo que Dasha no era un enemigo y fue así como la instruyeron como una más de su familia.

— Entonces realizas largos cortes, pero poco profundo, eso genera mucho dolor, pero ¿sabes que es lo más doloroso? — Shen Kun Zhao, segundo hijo de Jade realizo aquella pregunta mostrando una enorme sonrisa, el basto universo, como su nombre lo decía, solía ser el más tenebroso de los tres herederos Zhao, obteniendo de respuesta la negativa de Dasha, que pocas veces se atrevía a interrumpir las enseñanzas de Kun. — Enterrar agujas bajo las uñas, tanto de pies como de las manos. — la pelinegra tembló en su lugar.

— Deja de asustar al pequeño regalo de Dios. — se quejó Huang Lei Zhao, primogénito del tigre blanco, aunque estos hombres guardaban un secreto, el joven en realidad era hijo de Ámbar Zabet, mientras que su segundo hermano eran hijo de Felipe Zabet, si, en realidad ellos eran primos, la historia de sus vidas eran interesantes, desde su concepción, mientras uno era fruto de un amor tan grande que se buscarían en otra vida, el otro fue solo un instrumento de venganza, aunque al final ambos niños terminaron siendo acogidos por Jade y Loan, y obviamente eran Zhao para todo el mundo, incluida Dasha.

— Huang, ya te he dicho que no me llames de ese modo. — se quejó la pelinegra.

— Es lo que significa tu nombre. — rebatió el hombre.

— Sé que en tu cultura suelen llamarse por el significado de sus nombres, pero déjame decirte que mi madre se equivocó al escoger el mío, no soy ningún regalo de Dios. — molestia, eso sentía, no se creía un regalo de nada, cuando incluso su familia la repudiaba.

— Tu eres un regalo, uno hermoso a la vista. — la voz de la hija menor de Loan, y la única biológica la hizo girar. — Es una lástima que se me esté prohibido demostrarte que tan magnifica eres. — Mei Ling Zhao, la única mujer capaz de ser la cabeza del tigre blanco, no había ganado ese derecho por ser hija biológica del oriental, sino por poseer la valentía de un hombre y la belleza propia de una diosa.

— Mei, ya te dije que no soy lesbiana. — acoto Dasha, aun así, se acercó un paso más a Kun, el basto universo era el único que podía domar el tigre que era su hermana menor.

— Ni yo, lo gay se lo dejo a Huang, pero contigo… bien podría cruzar esa línea. — se lamio los labios y Dasha decido acabar con el juego, diez años eran mucho tiempo como para temerle a un tigre, se dijo a ella misma, dio un paso al frente y tomo de la cintura a la joven oriental, hasta que sus pechos chocaron.

— Bien, te doy permiso de cruzar la línea. — tanto Huang como Kun estaban con la boca abierta, su hermana estaba casada y supuestamente perdidamente enamorada de su esposo.

— Por los dioses. — dijo Huang.

— Padre se enfadará. — advirtió Kun. Y solo entonces ambas mujeres comenzaron a reír.

— Te dije que lo creerían. — se jacto Mei.

— Hombres. — acto Dasha.

Los habían engañado, esa era su última tarea, Loan así lo dispuso, instruiría a la joven rusa, pero no como Sergei pretendía, claro que no, él le daría las armas que necesitaba para ser libre, pero sobre todo, para sacar el odio que llevaba dentro, Dasha aprendería de Kun los  secretos de la tortura, cada uno de ellas, desde las que iban de manera de advertencia, hasta las que te mataban lenta y dolorosamente, mientras que de Mei aprendería el arte del engaño y la seducción por supuesto, pero sin lugar a dudas, la mejor lección se la enseño Huang, la venganza, un platillo que se prepara lentamente y se sirve frio, para mayor disfrute.

— Querida Dasha. — era viernes a la noche, la familia Zhao estaba bebiendo té, como era la costumbre, Mei estaba tomada de la mano de su esposo Walter Bach, Huang revoloteaba alrededor de Renzo Bach, su esposo, y Shen Kun, disfrutaba de la compañía de sus esposas, Dalia y Lizbeth Bach, mientras las manitas se ocupaban de cuidar a los niños.

— ¿Sí? — solo entonces fue que la pelinegra salió de su burbuja, disfrutaba ver a esos tres tan enamorados, más porque ella había visto de primera mano el sufrimiento de cada uno para poder estar juntos, ya que su amor fue un destino prohibido y aunque nunca comprendió bien cómo fue que siendo también Bach sus esposos y esposas pudieran estar juntos, solo decidió que si para ellos no era importante, para ella tampoco, aunque claro que desconocía que muchos Bach solo llevaban el apellido por ser adoptados, las únicas personas con sangre Bach que había en ese cuarto era Jede, Mei, Renzo y Dalia.

— Tu padre llamo. — la joven poco se inmuto ante la noticia, solo le pareció raro que se lo notificaran, Mei había pedido que dejaran de informarle a Dasha sobre las llamadas de rusia, ya que solo llamaban para saber si estaba cumpliendo con todo y si había sido castigada por alguna falta, demostrando desilusión, cuando se les comunicaba que no había sido necesario ningún tipo de tortura ya que la joven era una buena alumna.

— Ha. — fue todo lo que dijo y Loan acaricio su larga melena, en un acto cariñoso, como si realmente fuera su padre.

— Su llamado es porque pide que regreses. — explico con pena y Dasha cerro sus manos con fuerza.

— Supongo que encontró un esposo acorde con la golfa de hija que tiene. — su voz era tranquila, pero la postura de su cuerpo dejaba en claro que tranquilidad era lo que le faltaba.

— Quizás solo debas enviarlo a la m****a y quedarte aquí.

— Huang. — regaño Jade y el hombre solo levanto sus hombros como si aun fuera un niño.

— Solo decía.

— Gracias pequeño trueno, pero esto es lo que he estado esperando. — Mai sonrió, al igual que Jade, la rubia sabía lo que era cargar con el dolor de perder un hijo y la castaña, sabía que solo se es libre una vez que matas eso que te aterra en tu interior, pero, sobre todo, una vez que liberas el odio que corre en tus venas.

— ¿Estas segura? — Jade se veía ansiosa y no era para menos, a la mafia se entra cuando uno lo desea, pero sales solo muerto, más si eres hijo de un mafioso, solo una persona había dejado la mafia por la paz, la dulce princesa y, aun así, está la había alcanzado o al menos a sus hijos. — Si quieres puedo hablar con él…

— No me casare Jade, y esa sería la única condición que mi padre pondría para dejarme aquí, que sea concubina de Shen Kun, de Huang Lei, e incluso de Mei, a él no le importaría, siempre y cuando, sea una señora Morozova con cada letra bien puesta. — odio, casi lo podían ver comiendo su alma, negro espeso, cubriendo la luz que poco a poco se apagaba en sus ojos, odio, el mayor veneno del ser humano, pero el mejor motor para la venganza. — No deben preocuparse por mí, seré la mejor señora Morozova de la familia.

Regresaría, luego de diez años de exilio, retornaría a Rusia, con un solo propósito, vengarse de todos, pero para ello, debía atrapar al mejor mafioso, el único que manejaba ese lugar, la muerte blanca.

Odio, existen muchas formas de sentirlo, para Lukyan Neizan, era mucho más fácil y sensato odiar a una persona, que a una magnitud física como lo es el tiempo, pero no podía evitarlo, el tiempo continuaba pasando y cada vez se sentía más solo, y aunque tenía a su hijo con él, sentía que un abismo los separaba.

Vladimir Neizan, había nacido luchando, de eso no había dudas, y aunque los médicos no pudieron decir con exactitud cuando o la razón por la que nació, si sabían que era prematuro, aun así, el niño creció sano, siendo consentido por sus abuelos, y aunque Lukyan trataba de ser un buen y cariñoso padre, a veces simplemente no podía, no cuando veía los ojos del pequeño, tan iguales a los de ella, porque estaba seguro que eran iguales a los de su madre, había soñado con esos ojos mucho antes que el niño llegara, el anhelo por al fin tener a la mujer que amaba a su lado, muchas veces lo hacía comportarse de forma dura, convirtiéndolo casi en un tirano, pero quizás lo que más le molestaba era el hecho de tener que ocultar a su hijo, solo sus más cercanos sabían de Vladimir y es que no era para menos, si alguien que no debía se enterara de su existencia, ya no importaría si Neri  retratara el rostro de la mujer desconocida, pues para el clan Neizan, la joven estaría en falta al despreciar a su hijo y mucho más al abandonar a Lukyan, aunque dijera cualquier historia o excusa por más verídica que fuera, su sentencia seria la muerte; y eso llevaba al rubio a pensar en otra cosa, su mujer, ¿realmente había sufría como su padre una vez dijo? ¿o fue solo una mentira piadosa del gran Neri? Quizás, la joven sabia el futuro que le esperaba si se unía al clan Neizan, el mismo destino, que se llevó a su padre Neri, cuando Vladimir solo tenía 5 años.

— Mi fin está cerca. — informo una tarde a su hijo, Lukyan Neizan de 33 años estaba más que preparado para tomar su lugar en la organización, pero no para perder a sus padres, menos aún para quedar solo con un niño de 5 años al que poco veía.

— ¿Cómo lo evitaremos? — indago al tiempo que observaba a su madre caminar entre el jardín cubierto de nieve.

— No lo haremos. — sentencio el pálido hombre y fue cuando Lukyan se giró con violencia, solo para ver a su padre sonreír.

— ¿Cómo qué no? — el frio de sus ojos azules chocaron como jamás antes había sucedido.

— ¿Recuerdas cuando viste la muerte de tus abuelos, Amir y Candy?

— ¿Cómo no hacerlo? Lo que algunos consideran un don para mi es un calvario. — rebatió apretando sus puños. — No hubo nada que pudiera hacer para evitarlo, cuando lo vi, ya era tarde. — confirmo de esta forma que ver el futuro, no siempre era bueno.

— Es que aún no lo comprendes, Lukyan, el futuro se nos confía solo para que estemos preparados, no para cambiarlo, el destino es eso, destino, ahora… ve con tu madre.

Los ojos del rubio se empañaron, pero, aun así, salió de la oficina de su padre, comprendiendo lo que sucedería, Neri Neizan podría enfrentar cualquier cosa, menos la pérdida de su esposa, no solo porque el clan así lo demandaba, sino porque su corazón no se lo permitiría, un mundo sin su reina fría no era mundo.

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