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—¿Está segura que lo hará, señora? —preguntó por segunda vez el abogado, al ver que al fin ella le pidió prestado el lápiz tinta, dispuesta a firmar donde le corresponde.

—¡Por supuesto que sí, abogado!

Estoy más que segura. He decidido separarme de mi esposo y él no me lo va a impedir poniéndome esa regla de que todo lo pasará a mi nombre. Dígale a su cliente que le mando a decir yo, que he firmado, pero que no me interesa nada en absoluto de lo que él me está ofreciendo. Prefiero firmar y abandonar toda esa fortuna, que seguir al lado de él. —Dígale que se los dé a la amante que tiene, puede ser que ella si los necesite porque dudo que ella esté con él por amor como lo estaba yo, ella debe de ser una de esas tantas interesadas que se les acercan a los viejos millonarios solo por sacarles su fortuna, y ellos como son tan imbéciles caen redonditos, pues dígale que ahora le nombre todos estos bienes a ella.

La chica está muy molesta, con mucha seguridad estampó su firma en el documento
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