Capítulo 37

Los guardias se alejaron y ellos quedaron solos.

El pecho de Hiz subía y bajaba con rapidez. Dober únicamente sabía observarla y se preguntaba cómo podría sacarla de la conmoción en la que estaba sumida.

Ella comenzó a llorar y parecía que las fuerzas la abandonaban. Dober respiró hondo y le extendió una mano.

—Te estás ensuciando, levántate. El suelo está muy húmedo.

Sorpresivamente, Hiz tomó su mano y se recompuso. Él sacó un pañuelo blanco de seda del bolsillo interior de su chaqueta y limpió las manos de la chica.

Hiz notó que Dober tenía un pequeño aruño que le cruzaba el tabique y llegaba hasta su labio superior. Pero, parecía que a él eso no le molestaba. Limpió en silencio las manos de Hiz, hasta dejarlas sin nada de mugre, después le organizó su cabello rojo fuego que lo llevaba suelto y le llegaba por debajo de los hombros.

Ella lloraba y soltaba todo el dolor que se estaba reteniendo en su interior.

Todo en lo que una vez creyó…

Todo lo que una vez fue su razón para vivir…

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