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Dios, ¿cuándo iba a parar?

No, se dijo cuando su alma empezó a doler de nuevo por él, por esas promesas que ya se sabía de memoria, por esa voz dolida que le reclamaba como si la culpable fuera ella. No, Amelia. Aunque él cree que dice la verdad, la realidad es que miente.

¿Y por qué infiernos deseaba ella todavía que él fuera sincero? Por una vez, por una pequeña vez, en el fondo, en lo más oscuro de su corazón, Amelia deseaba que él estuviese diciendo la verdad.

¿No has aprendido nada? ¿Para qué estás aquí entonces? ¿Para caer de nuevo en sus trucos? Treinta y seis años, ahora treinta y siete. ¿Serás una cuarentona que siga llorando por un adolescente que te amó, que creyó amarte?

Todo se trataba de su ansia de reparar aquello que era irreparable, de poder decir que no se hab&iacut

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