Dios, ¿cuándo iba a parar?
No, se dijo cuando su alma empezó a doler de nuevo por él, por esas promesas que ya se sabía de memoria, por esa voz dolida que le reclamaba como si la culpable fuera ella. No, Amelia. Aunque él cree que dice la verdad, la realidad es que miente.
¿Y por qué infiernos deseaba ella todavía que él fuera sincero? Por una vez, por una pequeña vez, en el fondo, en lo más oscuro de su corazón, Amelia deseaba que él estuviese diciendo la verdad.
¿No has aprendido nada? ¿Para qué estás aquí entonces? ¿Para caer de nuevo en sus trucos? Treinta y seis años, ahora treinta y siete. ¿Serás una cuarentona que siga llorando por un adolescente que te amó, que creyó amarte?
Todo se trataba de su ansia de reparar aquello que era irreparable, de poder decir que no se hab&iacut
Al fin pareció calmarse, se quedó quieta, respiró profundo y miró al cielo. Zack estuvo otra vez a su lado.—No lo haré —dijo como para sí—. Soy distinta, soy dueña de mí misma. Soy inteligente.—Lo eres… ¿Acaso lo dudas? —ella elevó sus cejas y lo miró. Zack la miraba entre la confusión, la sorpresa y la curiosidad. Ella sí que se estaba portando muy extraño esta noche.Cálmate, se dijo una vez más. Céntrate.Se llenó del aire de la noche, de los sonidos de inicio del verano, del calor que ya se empezaba a sentir.Y de la reconfortante compañía de Zack, que, a pesar de tantas cosas, era su amigo. En esta vida y en la otra.Pensando en todo eso, pudo tranquilizarse al fin, la fuente de las lágrimas y los mocos se secó, y el nudo en su garganta se fue des
Las semanas de aquel verano se pasaron demasiado rápido. Amelia nunca se enteró de la pelea entre el par de hermanos, así que no hubo preguntas incómodas, y dado que ambos tenían un empleo de medio tiempo, sólo se podían ver por las noches, y entonces Elvis puso la absurda regla que decía que a las nueve tenía que estar de nuevo en casa.Zack era un poco ñoño, así que las veces que salían, volvía con ella antes de las nueve, pero entonces ella lo convencía de quedarse otro rato viendo la tele, jugando algún juego de mesa, y así se fue integrando a la familia. Elvis le hacía preguntas acerca de lo que le esperaba en Inglaterra, y Zack le contestaba al principio con un poco de timidez, pero luego con más confianza.Verlo partir fue muy duro para ella. No lo acompañó al aeropuerto porque ya iban justos en el auto con todo el eq
Oh, Dios, lo había hecho. Lo había dicho. Se tapó los oídos, como si así fuera a cubrir el ruido ensordecedor de su propio corazón. ¿Qué pasaría ahora? ¿Ayudaría esto en algo a su hermana? Oh, ¿por qué sus padres eran tan cerrados de mente y corazón?No escuchó más gritos abajo. Su padre había dejado de bramar, y al parecer, también Mary había perdido las ganas de seguir gritando. Abrió con mucho cuidado la puerta y se asomó por las escaleras a ver qué estaba sucediendo, y entonces oyó la pausada voz de Richard.—Me casaré con ella, por supuesto —decía él, y eso le extrañó. Recordaba muy bien que había sido su padre quien impusiera el matrimonio. Ahora no lo harían por imposición, sino porque él mismo lo proponía.No hab&ia
A Zack le siguió escribiendo, aunque no obtenía respuesta de él, esperando pacientemente por el e-mail que siempre le rogaba que abriera en cada una de sus cartas, ella no había podido abrir el suyo sino hasta que entró a la universidad, y aun entonces, perdió la cuenta un par de veces, pues las plataformas de correo aún no eran estables, pero en cada carta que le enviaba a Zack le detallaba su nuevo usuario para que le escribiera allí, y seguía sin respuesta.Hasta que, en las primeras vacaciones de verano que tuvo luego de ingresar a Berkeley, Cath la fue a visitar en su casa.—Una carta de Zack para ti —dijo ella con una sonrisa, y la de Amelia se iluminó enormemente. La tomó de sus manos y fue a abrirla, pero entonces se dio cuenta de que ya el sobre estaba roto, y miró a Catherine interrogante.—Esta llegó dirigida a mí —fue su respuesta
Recibió respuesta de Zack por el mismo medio la semana siguiente, y de allí en adelante, la comunicación fue mucho más fácil. Sólo tardaban en escribirse cuando el uno o el otro estaba en temporada de exámenes. Y lo comprendían. Escribir un mail sólo tomaba minutos, pero ambos entendían que había días en que no tenías ni siquiera eso de respiro. Nunca se hicieron un reproche. ¡Qué diferente era todo!De ese modo, Amelia se enteró de que Zack tenía una novia. Y luego, que terminó con ella por alguna tonta razón. Así mismo, Zack se enteró de Andrew, su sobrino, y luego, de que Mary estaba un poco enferma.Cuando le dijeron a su madre que había algo anormal en los últimos exámenes, y que debía practicarse otro tipo de estudios médicos, Amelia casi había temblado de miedo. Había ti
—Eso no me extraña —le dijo Zack por videollamada, cuando le contó que no se enamoraba de ningún hombre y que hasta ahora no se había acostado con ninguno. Con él podía hablar tranquilamente de cualquier tema, incluso de este. Nunca, nunca había temido compartirle a él sus inseguridades. Zack sabía de sus citas al médico por infecciones, o lo nerviosa que había estado antes de la sustentación de un trabajo importante, y hasta de las ganas que tenía de comprarse un par de zapatos de diseñador que había visto en una tienda. Él la escuchaba, e incluso a veces le daba su opinión, y ella lo atendía.Habían encontrado la manera de saltar el impedimento de las diferencias horarias, y a menos que alguno tuviera algo demasiado importante que hacer, siempre cumplían la cita.Hasta ahora, él seguía siendo el mismo Za
—¿Qué vas a hacer este fin de semana? —preguntó Catherine por teléfono, y Amelia se mordió el lado interior de una mejilla.—Pues… como Zack regresa este jueves, pensaba dedicárselo a él —contestó, y era cierto. Había tomado cuatro días de sus vacaciones para esto, y ahora mismo preparaba su pequeño apartamento por si acaso.—Ah, picarona. Pensabas robarte a mi hermano tú solita, ¿eh?—¿Por qué no? Él se mostró de acuerdo con el plan que le mostré.—Pues hubo un cambio de planes. Papá alquiló una cabaña en las afueras de San Francisco, frente al mar, con varios kilómetros de playa privada.—Oh, qué genial…—Y queremos convidarte.—¡Yo encantada! Pero —se detuvo Amelia, y cambió levemen
—¿Estás molesta? —le preguntó Zack a Amelia cuando al fin llegaron a una preciosa cabaña frente al mar, que tenía un precioso porche en madera y palmas. Una hamaca se colgaba de uno de sus columnas de madera a la otra, meciéndose levemente por el viento.Todos los demás ya habían entrado llevando su equipaje y el de Zack, sólo ellos se habían quedado un poco rezagados, a propósito. Amelia se echó al hombro el pequeño maletín que contenía su ropa y sus cosas sin mirarlo ni responderle. El clima era cálido, pero había poco sol, y la brisa le alborotaba el cabello.Respiró profundo mientras Zack seguía esperando una respuesta. ¿Cómo podía advertirle que se apartara de esa bruja? ¿Cómo le explicaba que, si le ponía el ojo encima, arruinaría su vida, lo que emprendiera, y todo