73. Esperanza
El aire frío de la mañana quema mis pulmones, pero no me detengo. Cada zancada es más firme, más rápida. Mis pies golpean el suelo con un ritmo constante, casi mecánico, como el latido de un corazón que se rehúsa a rendirse.

Quince kilómetros. Nunca había llegado tan lejos. Nunca había sentido mi cuerpo responder con esta precisión, con esta fuerza. No es solo resistencia, es algo más profundo. Es como si cada paso me alejara del peso que he cargado durante tanto tiempo. Como si por fin estuviera dejando algo atrás.

Cuando llego al otro extremo del lago, disminuyo la velocidad hasta detenerme por completo. Apoyo las manos en las rodillas, respirando hondo mientras el sudor resbala por mi piel caliente. La superficie del agua está en calma, reflejando el cielo grisáceo con una quietud casi irreal.

Y entonces, sucede.

No sé si es el cansancio, el frío o simplemente mi mente jugándome una mala pasada, pero por un instante, veo una silueta en el lago. No solo una sombra, no solo un
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