El aire frío de la mañana quema mis pulmones, pero no me detengo. Cada zancada es más firme, más rápida. Mis pies golpean el suelo con un ritmo constante, casi mecánico, como el latido de un corazón que se rehúsa a rendirse. Quince kilómetros. Nunca había llegado tan lejos. Nunca había sentido mi cuerpo responder con esta precisión, con esta fuerza. No es solo resistencia, es algo más profundo. Es como si cada paso me alejara del peso que he cargado durante tanto tiempo. Como si por fin estuviera dejando algo atrás. Cuando llego al otro extremo del lago, disminuyo la velocidad hasta detenerme por completo. Apoyo las manos en las rodillas, respirando hondo mientras el sudor resbala por mi piel caliente. La superficie del agua está en calma, reflejando el cielo grisáceo con una quietud casi irreal. Y entonces, sucede. No sé si es el cansancio, el frío o simplemente mi mente jugándome una mala pasada, pero por un instante, veo una silueta en el lago. No solo una sombra, no solo un
Estela sale de la recámara con una cara que delata la noche en vela. Bajo sus ojos, unas sombras suaves insinúan el cansancio, pero la emoción brilla en su mirada inquieta. Sus párpados, un poco hinchados, parpadean más de lo normal, como si intentaran disipar la fatiga. Su piel, usualmente radiante, luce un poco pálida, pero el rubor natural en sus mejillas la delata: los nervios la tienen despierta por dentro y por fuera. Sus labios, entreabiertos, parecen dudar entre una sonrisa y un suspiro tembloroso. A pesar del agotamiento, hay algo en su expresión que la hace ver hermosa: la anticipación del día especial que la espera. Su rostro está iluminado por la emoción de su gran día y yo ya estoy aquí, esperándola. Su expresión cambia de inmediato al verme. —¡Jesan! —exclama, corriendo hacia mí para abrazarme—. No puedo creer que estés aquí. Pensé que no llegarías a tiempo. —No me perdería tu boda por nada del mundo —le respondo, sosteniéndola con fuerza. Siento su alegría vibrar
Bajo del auto antes que Estela. En cuanto sus pies tocan el suelo, suelta un suspiro profundo. Sus manos tiemblan un poco, así que instintivamente me acerco y tomo las suyas entre las mías. —Estás hermosa —le susurro, acomodando con cuidado la falda de su vestido para que no tropiece. Ella me mira con los ojos brillantes, con la emoción a punto de desbordarse en lágrimas. Pero no llora. Sonríe. Una sonrisa enorme, llena de felicidad pura. —No llores todavía —bromeo—. O arruinarás tu maquillaje antes de llegar al altar. Suelta una risa suave y me envuelve en un abrazo. La estrecho con fuerza, como si pudiera guardar este momento para siempre. Entonces, un brazo se extiende hacia ella. Estela se separa de mí y gira hacia él. Es su padrino, quien la llevará hasta donde Luis la espera. Ella le sonríe con gratitud y, con manos seguras, toma su brazo. Observo en silencio mientras comienzan a caminar hacia la iglesia. La gran puerta de madera se abre con solemnidad, dejando ver e
Mis ojos la siguen mientras camina por el pasillo lateral, con la misma elegancia y determinación de siempre. No puedo apartar la mirada. Jesan se mueve con esa seguridad que siempre me ha dejado sin palabras, pero hay algo en su expresión que me dice que aún está procesando mi presencia. La veo buscar con la mirada hasta que la encuentra: su madre. Se acerca a ella y se sienta a su lado intercambiando algunas palabras, le dedica una sonrisa afectuosa antes de fijar la vista en el altar. Yo debería hacer lo mismo. Debería mirar al frente, prestar atención al párroco que habla con solemnidad sobre el compromiso, el amor, la entrega incondicional entre dos almas que se eligen. Pero no puedo. Mi oportunidad está aquí. La verdad arde en mi pecho, pidiendo ser dicha. Antes de que pueda detenerme, mis pies ya se están moviendo. Camino por el lateral de la iglesia, sin apartar los ojos de Jesan. Apenas escucho las palabras del sacerdote, apenas noto las miradas curiosas de algunos invi
Las luces del salón brillan con calidez, reflejándose en las copas y los arreglos florales que decoran cada mesa. La música suave llena el aire, pero todo el ambiente se inunda de emoción cuando las puertas se abren y los recién casados entran. En el mismo instante, todos nos ponemos de pie. El estruendo de los aplausos retumba en el lugar mientras Estela y Luis cruzan el umbral, tomados de la mano, radiantes de felicidad. Estela no puede dejar de sonreír, sus ojos brillan con lágrimas contenidas y su risa es pura, sincera. Luis la mira con adoración, como si no existiera nada más en el mundo. Los observo y no puedo evitar sonreír también. Se ven perfectos juntos, como si este momento hubiera estado escrito para ellos desde siempre. Pero incluso en medio de la alegría y la celebración, mi corazón sigue inquieto. Desde que salimos de la iglesia, he evitado a Logan. Me he mantenido cerca de Estela, de mi madre, de cualquier persona que pudiera servirme de excusa para no enfrenta
El ramo sigue en mis manos cuando Estela aparece a mi lado, con una sonrisa tan traviesa que de inmediato sé que está a punto de soltar algo descabellado. —Bueno, bueno… esto sí que no lo vi venir —dice, cruzándose de brazos mientras me observa como si yo fuera la protagonista de una comedia romántica y ella la espectadora más entretenida. Suelto un suspiro, aferrándome al ramo como si pudiera usarlo para defenderme. —Ni yo. Intenté esconderme, pero al parecer el destino no respeta la privacidad —gruño, mirando las flores con resignación. Estela suelta una risa. —Hablo de Logan —aclara, arqueando una ceja—. No esperaba verlo aquí. - Mi cuerpo se tensa al instante. —¿Tú lo invitaste? - —Sí, pero no pensé que realmente viniera. - Parpadeo varias veces, procesando su respuesta. —¿Por qué lo invitaste? - Estela se encoge de hombros, con un destello de culpabilidad en sus ojos. — Nos encontramos hace unos meses y hablamos de la boda, se me hizo descortés no invitarl
- No somos hermanos, Jesan. - Las palabras de Logan caen sobre mí como un trueno. El mundo se detiene. El bullicio de la boda desaparece, el viento se queda en suspenso, mi respiración se atasca en mi garganta. —¿Qué…? —Mi voz apenas es un susurro. Pero él no se detiene. Me dice todo. Su madre, su verdadero padre, el descubrimiento de Seth. No compartimos sangre. Nunca la compartimos. Él no es mi hermano. Todo mi cuerpo tiembla, no de miedo, sino de la abrumadora oleada de emociones que me invade. Porque de repente, todo cobra sentido. El amor, el anhelo, el deseo prohibido que luché por enterrar durante todo este tiempo… nunca debió ser prohibido. Siempre fue real. Siempre fue nuestro. Mis piernas flaquean y Logan da un paso adelante, tomándome por los brazos, sosteniéndome. Su toque me quema, pero ya no quiero alejarme. —Jesan —su voz suena profunda, suplicante—. Podemos amarnos sin miedo. - Levanto la mirada y me encuentro con sus ojos. Esos ojos que siempre
Toma mi mano y besa mis nudillos suavemente. Siento un cosquilleo en la entrepierna. Después de todo, hace mucho que no tengo sexo. Su mirada profunda me taladra por completo. El cosquilleo se extiende a mi estómago. Cómo quisiera que soltara mi mano, que besa como si nunca hubiera visto una, y me besara de una buena vez. Añoro su beso duro, profundo, fuerte. El canto de los pájaros ameniza nuestro encuentro que no pasa de suaves y tiernos besos en la mano. Comienzo a molestarme. En este momento tengo la urgencia de que me tome sin miramientos y me haga gritar tan fuerte que me quede ronca una semana. Lo único que sube de intensidad es el canto de los pajaritos. Hacía mucho que no los escuchaba, siempre me levanto antes que ellos. Siempre me levanto antes que ellos!Carajo!Mi alarma no sonó a la hora. Acostumbrada a despertar con ella, no me levanté como siempre. Generalmente duermo temprano pero justo anoche me desvelé porque a mi cerebro se le ocurrió preguntarse si realmente quie