91. Soy yo.

Entro en la cafetería, que huele a café rancio y tiene la iluminación justa para que pase desapercibida. Me siento en una mesa junto a la ventana, tratando de organizar mis pensamientos. No puedo seguir corriendo. Eso lo sé. Vicente me encontrará, eso está claro. Pero… tal vez haya una manera de manejarlo.

Mientras revuelvo distraídamente el azúcar en el café que pedí, mi celular vuelve a vibrar. Otro mensaje de Vicente. Lo leo con el estómago revuelto:

"No importa cuánto corras. Siempre te encontraré."

Perfecto, como si necesitara un recordatorio de lo que ya sabía.

Pero entonces, algo hace clic en mi cabeza. Si Vicente me va a encontrar de todos modos, tal vez la única opción es ir yo hacia él. Dar el primer paso antes de que él lo dé. Si juego bien mis cartas, tal vez —y esto es un gran tal vez—, logre convertir la situación en algo que pueda controlar. O al menos, algo que no termine con él estrangulándome en un callejón.

Tomo el celular y, con los dedos temblando, le mando un men
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