Vicente me mira un largo momento antes de que deje escapar un suspiro. El fuego en él no ha desaparecido, pero está dispuesto a aceptar, por ahora, que este no es su momento de brillar. Me acerco más, dejándome caer completamente sobre su regazo, sintiendo cómo su respiración se vuelve aún más pesada.—Me debes una —le digo en voz baja, mis labios a milímetros de los suyos.—¿Es eso lo que quieres? —gruñe, su voz áspera, llena de esa mezcla de rabia y deseo—. ¿Que te deba algo?—Siempre me debes algo, Vicente. Pero esta vez… —dejo la frase en el aire, mientras lo miro directamente a los ojos—. Esta vez quiero todo.Él se queda quieto un segundo, procesando mis palabras, y puedo ver el momento exacto en que lo comprende. Yo no juego para mantener el status quo. Yo juego para ganar. Y Vicente, aunque no loquiera admitir, me necesita tanto como yo lo necesito a él. Sin mí, su imperio se desmoronaría mucho más rápido de lo que jamás imaginaría.Nos quedamos en silencio, la tensión entre
El hombre traga saliva, nervioso.—No sabemos cómo, pero… se fue. Nadie la ha visto desde hace horas. Y ahora, su gente también está desapareciendo. Es como si se hubieran desvanecido en el aire.¿La Reina desaparecida? Esto es imposible. Ella no es el tipo de mujer que simplemente se esfuma. Si se retira, es porque está tramando algo, y si está tramando algo… bueno, entonces la situación acaba de volverse mucho más peligrosa de lo que pensaba.Vicente me empuja con brusquedad para levantarse, su mente girando a toda velocidad. Lo veo enfurecerse mientras sus manos todavía están atadas a la silla, luchando inútilmente por liberarse.—Desátame, imbécil —le grita al hombre, y este corre torpemente hacia él para soltar las cuerdas que lo mantienen atado.Mientras lo hace, mi mente también está trabajando rápidamente. La Reina no desaparecería sin más, a menos que… ¿y si todo esto era parte de su plan? ¿Y si desde el principio planeaba dejar que Vicente y yo nos creyéramos vencedores, sol
Vicente me mira, su rostro una mezcla de furia y dudas. Pero antes de que pueda decir algo, otro hombre entra corriendo.—¡Vicente! —grita, casi sin aliento—. Acaban de atacar la casa de tu madre.Vicente se congela. El aire en la habitación parece detenerse, y por primera vez, lo veo realmente afectado. No es el imperio, no son los almacenes, ni siquiera su orgullo. Es su madre.Y ahí es cuando lo sé: la Reina ha ganado esta ronda. Pero lo que no sabe es que su movimiento inesperado también ha abierto una puerta que ni siquiera ella puede controlar. Porque Vicente, cuando es herido de verdad, se convierte en alguien que no puedes detener.Se gira hacia mí lentamente, sus ojos ahora fríos como el hielo.—Esto no ha terminado —dice, su voz más peligrosa que nunca—. Ni contigo, ni con ella.Y mientras lo veo salir de la habitación, con su furia a punto de estallar, sé que la partida acaba de volverse mucho más mortal de lo que imaginábamos.Vicente sale de la habitación como un huracán
Con la mano temblando solo un poco, empujo la puerta con el pie y entro lentamente. La oscuridad es espesa, pero mi instinto me dice que no estoy sola.—Sabía que no tardarías en aparecer —dice una voz familiar desde la penumbra.Y ahí está. Sentada en mi sofá, como si fuera la dueña del lugar, la Reina. La misma mujer que, hace solo unas horas, parecía haber desaparecido del mapa. Ahora está aquí, en mi espacio personal, con una calma inquietante.—¿Qué demonios haces en mi apartamento? —pregunto, aunque en realidad ya lo sé. Esto no es una visita social.Ella se limita a sonreír, ese tipo de sonrisa que no alcanza los ojos. Es letalmente hermosa, con una elegancia peligrosa que siempre me ha molestado. Pero hoy, esa belleza tiene un filo más afilado. Es como estar frente a una serpiente, esperando el momento perfecto para atacar.—Solo quería charlar —responde con voz melosa—. ¿Por qué tan tensa?—¿Charlar? —Me río, aunque no hay humor en mi voz—. ¿Es así como lo llamas ahora? Ataca
La Reina sigue observándome, sus labios curvados en una sonrisa tranquila, casi como si estuviera disfrutando de la situación. Ella adora el caos, pero a diferencia de Vicente, lo maneja con elegancia. Para ella, esto es un juego que siempre juega para ganar.—Es tu decisión, querida —dice en un tono suave, casi maternal—. Podrías dejarlo entrar… o podrías hacer algo más inteligente.—¿Inteligente? —repito, con mi voz apenas un susurro, mientras el sonido de un nuevo golpe en la puerta hace temblar mis nervios.—Sal por la ventana —responde ella, con una calma que me sorprende—. Tienes unos minutos antes de que pierda la paciencia del todo. Deja que se desquicie aquí solo.La miro. ¿Escapar? Esa palabra no está en mi vocabulario, pero… ¿qué opciones tengo ahora?—¿Y tú qué harás? —le pregunto, tratando de ganar algo de tiempo. Tal vez haya una manera de escapar de esto que no implique correr como una cobarde. La Reina se ríe suavemente.—Yo, querida, me quedaré a ver cómo se desmorona
Subo a un taxi y le doy una dirección al azar, solo para poner distancia. Mientras el coche arranca, mi celular vibra en mi bolso. Lo saco y, al ver el nombre en la pantalla, no sé si reír o llorar.Es Vicente.¿Respondo? Si lo hago, sé que la conversación será una batalla psicológica, con más riesgos que recompensas. Pero si no lo hago… bueno, tal vez sea aún peor.—¿Valeria? —su voz suena, baja, cargada de rabia contenida cuando respondo. Es como estar frente a un volcán a punto de estallar.—Vicente —respondo con una calma que no siento realmente—. No es lo que piensas.—¿No? —dice, riendo sin humor—. Estabas con ella, Valeria. Con la Reina. Justo después de que ella destruye mis almacenes y ataca a mi madre. ¿De verdad crees que voy a creer cualquier excusa barata que tengas?—No estaba con ella, no como crees —respondo, intentando sonar convincente—. Ella apareció en mi apartamento. Me sorprendió tanto como a ti.—¿Me tomas por imbécil? —gruñe, y puedo sentir la rabia hirviendo a
Entro en la cafetería, que huele a café rancio y tiene la iluminación justa para que pase desapercibida. Me siento en una mesa junto a la ventana, tratando de organizar mis pensamientos. No puedo seguir corriendo. Eso lo sé. Vicente me encontrará, eso está claro. Pero… tal vez haya una manera de manejarlo.Mientras revuelvo distraídamente el azúcar en el café que pedí, mi celular vuelve a vibrar. Otro mensaje de Vicente. Lo leo con el estómago revuelto:"No importa cuánto corras. Siempre te encontraré."Perfecto, como si necesitara un recordatorio de lo que ya sabía.Pero entonces, algo hace clic en mi cabeza. Si Vicente me va a encontrar de todos modos, tal vez la única opción es ir yo hacia él. Dar el primer paso antes de que él lo dé. Si juego bien mis cartas, tal vez —y esto es un gran tal vez—, logre convertir la situación en algo que pueda controlar. O al menos, algo que no termine con él estrangulándome en un callejón.Tomo el celular y, con los dedos temblando, le mando un men
Cuando llego, el aire huele a sal y metal oxidado. La luz de la luna ilumina tenuemente el agua, y el sonido de las olas es lo único que rompe el silencio. Es un escenario digno de una tragedia, lo que parece apropiado, considerando todo.Vicente está allí, de pie junto al agua, con las manos en los bolsillos. No necesita un ejército detrás. Solo su presencia ya es lo suficientemente intimidante.—Llegas justo a tiempo —dice, sin siquiera mirarme.—Como siempre —respondo, tratando de mantener la calma.Se gira para mirarme, y su rostro no muestra ni un atisbo de la pasión que alguna vez existió entre nosotros. Solo veo frialdad.—Vamos a dejar algo claro, Valeria. Me has mentido. Me has traicionado. Y sabes lo que eso significa.Mi corazón late rápido, pero no puedo mostrar miedo. No frente a él.—Vicente, no te traicioné. Estoy tratando de sobrevivir en medio de esta guerra. Tú no ves lo que está pasando, pero la Reina está usando todo esto para manipularte. Si sigues en este camino,