Luis asiente y sale del cabaret a toda prisa, dejando a Vicente conmigo. El silencio entre nosotros es denso, como si ambos supiéramos que esta batalla no será como las anteriores. Y tengo razón al pensar eso.Me acerco a Vicente, que sigue mirando el cuerpo inerte de Ortega en el suelo, como si su muerte no fuera suficiente para calmar la furia que lleva dentro.—¿Qué piensas? —le pregunto suavemente, inclinándome un poco hacia él, asegurándome de que mi presencia sea imposible de ignorar.—Que no he terminado —responde, sin mirarme—. Ortega fue solo el principio. La Reina será el verdadero desafío.—No tienes ni idea de quién es, ¿verdad? —me río suavemente, y eso lo irrita. A Vicente no le gusta estar en la oscuridad. Pero lo necesita. Necesita que lo reten, que lo pongan a prueba, o se consumirá en su propio poder.—Lo averiguaré —responde con los dientes apretados.—Claro que lo harás —digo, rodeando lentamente su cuerpo con el mío. Lo toco levemente en el brazo—. Pero la pregunt
El beso se vuelve más intenso, más apasionado. Su necesidad de mí es palpable, y eso es lo que lo hace vulnerable. Es un hombre poderoso, sí, pero cuando está conmigo, es un hombre que necesita algo más que poder. Me necesita a mí, aunque nunca lo admitiría.Me dejo llevar por el momento, sabiendo que cada caricia, cada susurro, lo ata más a mí. Lo mantengo cerca, lo suficiente para que nunca olvide que, aunque él cree tener el control, en realidad soy yo quien lo maneja.Pero incluso mientras nos perdemos en esta tormenta de pasión, la sombra de la Reina de la Noche sigue presente en nuestras mentes. Ella es la próxima jugada en este tablero de ajedrez, y sé que su llegada cambiará todo.Nos separamos lentamente, y la mirada de Vicente aún arde con deseo. Pero también con algo más. Algo que no está dispuesto a admitir.—Esto no ha terminado, Valeria —me dice, su voz ronca y baja.—Nunca lo está —le respondo suavemente, acariciando su rostro con una mano—. Pero recuerda, Vicente… las
Vicente me mira con una intensidad que podría hacer temblar a cualquiera, pero a mí solo me provoca. Él cree que el mundo puede doblegarse a su voluntad, y tal vez tenga razón, en parte. Pero hay algo en esta situación que lo está sacando de su zona de confort, y eso me fascina.—Voy a encontrarla —dice, cada palabra cargada de una rabia contenida—. Y cuando lo haga, va a desear nunca haber salido de las sombras.—Me pregunto… —murmuro, pasando mis dedos suavemente por su pecho, viendo cómo su respiración se acelera—, ¿qué harás cuando la encuentres? ¿La destruirás como a los demás? ¿O habrá algo en ella que te intrigue, que te atrape?Vicente me toma del brazo, no de forma brusca, pero lo suficientemente firme como para que sienta su necesidad de control.—Lo que haga con ella no te concierne, Valeria —me susurra, y su voz está cargada de deseo y advertencia—. Pero no me desafíes. Sabes cómo termino con los que se interponen en mi camino.—Ah, Vicente… —le respondo, inclinándome lo s
Vicente está convencido de que esta será otra batalla más que ganará fácilmente, como siempre. La confianza en él es casi palpable, como un perfume pesado que inunda cada paso que da. Yo, por supuesto, lo veo todo con una mezcla de diversión y cautela. Él va directo hacia la boca del lobo, y ni siquiera lo sabe.Días después, Vicente se viste como si fuera a la guerra. Sus trajes impecables siempre han sido su armadura, pero hoy parece más concentrado de lo normal. Sé que en su mente ya está calculando todos los movimientos, todas las estrategias que podría necesitar contra la Reina de la Noche.—No te hagas ilusiones, Vicente —le digo desde la cama mientras lo observo prepararse—. Las cosas no siempre salen como planeas.Él me lanza una mirada rápida, esa que mezcla irritación con deseo. Esa es nuestra dinámica. Siempre está a punto de perder el control, pero nunca del todo.—Esta vez será diferente —murmura, ajustándose los gemelos de la camisa—. Voy a ponerle fin a esto.—¿Y si ell
La Reina me mira con una intensidad que me recuerda a Vicente en sus mejores momentos. Pero en ella hay algo más calculador, más frío. Vicente es fuego, pero ella… ella es puro hielo. —Lo que quiero, Valeria, es sencillo. Quiero su imperio —dice, señalando a Vicente con un movimiento casi casual—. Y sé que tú eres la clave para conseguirlo. Me río suavemente. Esto es ridículo. Siempre me subestiman. —¿Yo? —le pregunto, con una sonrisa sardónica—. ¿Crees que puedes manipularme para traicionar a Vicente? —No exactamente. Sé que lo amas… a tu manera —dice, inclinando la cabeza—. Pero también sé que eres inteligente. Sabes que Vicente está llegando al final de su reinado. Los viejos imperios caen. Solo estoy acelerando lo inevitable. Miro a Vicente. Está tenso, furioso, pero hay algo en su mirada que me pide que no haga nada precipitado. Él confía en que yo lo salvaré, que de alguna manera revertiré la situación. Es adorable, realmente, esa fe ciega en mí. —No sé qué te han con
La Reina me escucha con atención, sopesando mis palabras. Ella es lista, lo suficiente como para saber que hay verdad en lo que digo. Y yo sé que ella no está interesada en el caos. Ella quiere el poder, pero con orden, con control.—Interesante perspectiva, Valeria —dice, soltando una pequeña sonrisa, aunque sus ojos no abandonan su frialdad—. Pero, ¿cómo podría confiar en ti? Al fin y al cabo, tú eres su mujer.Me río suavemente. Oh, querida, si tan solo supieras.—La confianza es algo sobrevalorado —respondo, inclinando la cabeza—. No necesitas confiar en mí. Solo necesitas confiar en que yo siempre busco lo que me conviene. Y en este caso, lo que me conviene es que Vicente siga vivo... por ahora.Vicente intenta decir algo, pero la Reina lo interrumpe con un gesto de la mano. Ella se acerca a él lentamente, como un depredador acechando a su presa, y le acaricia la mandíbula con la punta de los dedos. Veo el destello de furia en sus ojos, pero Vicente sabe que está atrapado, y su r
La Reina sonríe, satisfecha.—Por supuesto que no —responde, aunque ambos sabemos que ella ha ganado esta ronda.Yo, por mi parte, solo me deleito en el caos que he sembrado. Las piezas están en movimiento, y aunque la Reina cree que tiene el control, yo sé que esto es solo el principio. Vicente vivirá, por ahora. Pero la verdadera pregunta es cuánto tiempo más podrá mantenerse en pie sin perder su corona.Porque en este juego, al final, solo puede haber una Reina. Y yo tengo toda la intención de ser esa.La Reina, satisfecha con su victoria momentánea, se retira con un leve asentimiento, dejándome a solas con Vicente. La habitación, antes sofocante por la tensión, ahora parece contener su respiración, como si hasta las paredes supieran que esto no ha terminado. Solo estamos en la mitad de la partida, y ambos lo sabemos.Vicente permanece inmóvil, atado a la silla, mirándome con esa mezcla de furia y deseo que siempre ha sido su sello. El hombre odia perder. Pero más que eso, odia ver
Vicente me mira un largo momento antes de que deje escapar un suspiro. El fuego en él no ha desaparecido, pero está dispuesto a aceptar, por ahora, que este no es su momento de brillar. Me acerco más, dejándome caer completamente sobre su regazo, sintiendo cómo su respiración se vuelve aún más pesada.—Me debes una —le digo en voz baja, mis labios a milímetros de los suyos.—¿Es eso lo que quieres? —gruñe, su voz áspera, llena de esa mezcla de rabia y deseo—. ¿Que te deba algo?—Siempre me debes algo, Vicente. Pero esta vez… —dejo la frase en el aire, mientras lo miro directamente a los ojos—. Esta vez quiero todo.Él se queda quieto un segundo, procesando mis palabras, y puedo ver el momento exacto en que lo comprende. Yo no juego para mantener el status quo. Yo juego para ganar. Y Vicente, aunque no loquiera admitir, me necesita tanto como yo lo necesito a él. Sin mí, su imperio se desmoronaría mucho más rápido de lo que jamás imaginaría.Nos quedamos en silencio, la tensión entre