La Reina me mira con una intensidad que me recuerda a Vicente en sus mejores momentos. Pero en ella hay algo más calculador, más frío. Vicente es fuego, pero ella… ella es puro hielo. —Lo que quiero, Valeria, es sencillo. Quiero su imperio —dice, señalando a Vicente con un movimiento casi casual—. Y sé que tú eres la clave para conseguirlo. Me río suavemente. Esto es ridículo. Siempre me subestiman. —¿Yo? —le pregunto, con una sonrisa sardónica—. ¿Crees que puedes manipularme para traicionar a Vicente? —No exactamente. Sé que lo amas… a tu manera —dice, inclinando la cabeza—. Pero también sé que eres inteligente. Sabes que Vicente está llegando al final de su reinado. Los viejos imperios caen. Solo estoy acelerando lo inevitable. Miro a Vicente. Está tenso, furioso, pero hay algo en su mirada que me pide que no haga nada precipitado. Él confía en que yo lo salvaré, que de alguna manera revertiré la situación. Es adorable, realmente, esa fe ciega en mí. —No sé qué te han con
La Reina me escucha con atención, sopesando mis palabras. Ella es lista, lo suficiente como para saber que hay verdad en lo que digo. Y yo sé que ella no está interesada en el caos. Ella quiere el poder, pero con orden, con control.—Interesante perspectiva, Valeria —dice, soltando una pequeña sonrisa, aunque sus ojos no abandonan su frialdad—. Pero, ¿cómo podría confiar en ti? Al fin y al cabo, tú eres su mujer.Me río suavemente. Oh, querida, si tan solo supieras.—La confianza es algo sobrevalorado —respondo, inclinando la cabeza—. No necesitas confiar en mí. Solo necesitas confiar en que yo siempre busco lo que me conviene. Y en este caso, lo que me conviene es que Vicente siga vivo... por ahora.Vicente intenta decir algo, pero la Reina lo interrumpe con un gesto de la mano. Ella se acerca a él lentamente, como un depredador acechando a su presa, y le acaricia la mandíbula con la punta de los dedos. Veo el destello de furia en sus ojos, pero Vicente sabe que está atrapado, y su r
La Reina sonríe, satisfecha.—Por supuesto que no —responde, aunque ambos sabemos que ella ha ganado esta ronda.Yo, por mi parte, solo me deleito en el caos que he sembrado. Las piezas están en movimiento, y aunque la Reina cree que tiene el control, yo sé que esto es solo el principio. Vicente vivirá, por ahora. Pero la verdadera pregunta es cuánto tiempo más podrá mantenerse en pie sin perder su corona.Porque en este juego, al final, solo puede haber una Reina. Y yo tengo toda la intención de ser esa.La Reina, satisfecha con su victoria momentánea, se retira con un leve asentimiento, dejándome a solas con Vicente. La habitación, antes sofocante por la tensión, ahora parece contener su respiración, como si hasta las paredes supieran que esto no ha terminado. Solo estamos en la mitad de la partida, y ambos lo sabemos.Vicente permanece inmóvil, atado a la silla, mirándome con esa mezcla de furia y deseo que siempre ha sido su sello. El hombre odia perder. Pero más que eso, odia ver
Vicente me mira un largo momento antes de que deje escapar un suspiro. El fuego en él no ha desaparecido, pero está dispuesto a aceptar, por ahora, que este no es su momento de brillar. Me acerco más, dejándome caer completamente sobre su regazo, sintiendo cómo su respiración se vuelve aún más pesada.—Me debes una —le digo en voz baja, mis labios a milímetros de los suyos.—¿Es eso lo que quieres? —gruñe, su voz áspera, llena de esa mezcla de rabia y deseo—. ¿Que te deba algo?—Siempre me debes algo, Vicente. Pero esta vez… —dejo la frase en el aire, mientras lo miro directamente a los ojos—. Esta vez quiero todo.Él se queda quieto un segundo, procesando mis palabras, y puedo ver el momento exacto en que lo comprende. Yo no juego para mantener el status quo. Yo juego para ganar. Y Vicente, aunque no loquiera admitir, me necesita tanto como yo lo necesito a él. Sin mí, su imperio se desmoronaría mucho más rápido de lo que jamás imaginaría.Nos quedamos en silencio, la tensión entre
El hombre traga saliva, nervioso.—No sabemos cómo, pero… se fue. Nadie la ha visto desde hace horas. Y ahora, su gente también está desapareciendo. Es como si se hubieran desvanecido en el aire.¿La Reina desaparecida? Esto es imposible. Ella no es el tipo de mujer que simplemente se esfuma. Si se retira, es porque está tramando algo, y si está tramando algo… bueno, entonces la situación acaba de volverse mucho más peligrosa de lo que pensaba.Vicente me empuja con brusquedad para levantarse, su mente girando a toda velocidad. Lo veo enfurecerse mientras sus manos todavía están atadas a la silla, luchando inútilmente por liberarse.—Desátame, imbécil —le grita al hombre, y este corre torpemente hacia él para soltar las cuerdas que lo mantienen atado.Mientras lo hace, mi mente también está trabajando rápidamente. La Reina no desaparecería sin más, a menos que… ¿y si todo esto era parte de su plan? ¿Y si desde el principio planeaba dejar que Vicente y yo nos creyéramos vencedores, sol
Vicente me mira, su rostro una mezcla de furia y dudas. Pero antes de que pueda decir algo, otro hombre entra corriendo.—¡Vicente! —grita, casi sin aliento—. Acaban de atacar la casa de tu madre.Vicente se congela. El aire en la habitación parece detenerse, y por primera vez, lo veo realmente afectado. No es el imperio, no son los almacenes, ni siquiera su orgullo. Es su madre.Y ahí es cuando lo sé: la Reina ha ganado esta ronda. Pero lo que no sabe es que su movimiento inesperado también ha abierto una puerta que ni siquiera ella puede controlar. Porque Vicente, cuando es herido de verdad, se convierte en alguien que no puedes detener.Se gira hacia mí lentamente, sus ojos ahora fríos como el hielo.—Esto no ha terminado —dice, su voz más peligrosa que nunca—. Ni contigo, ni con ella.Y mientras lo veo salir de la habitación, con su furia a punto de estallar, sé que la partida acaba de volverse mucho más mortal de lo que imaginábamos.Vicente sale de la habitación como un huracán
Con la mano temblando solo un poco, empujo la puerta con el pie y entro lentamente. La oscuridad es espesa, pero mi instinto me dice que no estoy sola.—Sabía que no tardarías en aparecer —dice una voz familiar desde la penumbra.Y ahí está. Sentada en mi sofá, como si fuera la dueña del lugar, la Reina. La misma mujer que, hace solo unas horas, parecía haber desaparecido del mapa. Ahora está aquí, en mi espacio personal, con una calma inquietante.—¿Qué demonios haces en mi apartamento? —pregunto, aunque en realidad ya lo sé. Esto no es una visita social.Ella se limita a sonreír, ese tipo de sonrisa que no alcanza los ojos. Es letalmente hermosa, con una elegancia peligrosa que siempre me ha molestado. Pero hoy, esa belleza tiene un filo más afilado. Es como estar frente a una serpiente, esperando el momento perfecto para atacar.—Solo quería charlar —responde con voz melosa—. ¿Por qué tan tensa?—¿Charlar? —Me río, aunque no hay humor en mi voz—. ¿Es así como lo llamas ahora? Ataca
La Reina sigue observándome, sus labios curvados en una sonrisa tranquila, casi como si estuviera disfrutando de la situación. Ella adora el caos, pero a diferencia de Vicente, lo maneja con elegancia. Para ella, esto es un juego que siempre juega para ganar.—Es tu decisión, querida —dice en un tono suave, casi maternal—. Podrías dejarlo entrar… o podrías hacer algo más inteligente.—¿Inteligente? —repito, con mi voz apenas un susurro, mientras el sonido de un nuevo golpe en la puerta hace temblar mis nervios.—Sal por la ventana —responde ella, con una calma que me sorprende—. Tienes unos minutos antes de que pierda la paciencia del todo. Deja que se desquicie aquí solo.La miro. ¿Escapar? Esa palabra no está en mi vocabulario, pero… ¿qué opciones tengo ahora?—¿Y tú qué harás? —le pregunto, tratando de ganar algo de tiempo. Tal vez haya una manera de escapar de esto que no implique correr como una cobarde. La Reina se ríe suavemente.—Yo, querida, me quedaré a ver cómo se desmorona