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El timbre de la puerta sonó. Imaginé que era mi asistente quien venía a dejarme las cosas. Me levanté así como estaba, despeinada, descalza y arropada en aquel blanco y radiante albornoz que me llegaba casi al muslo.

—¡Parece que fuiste a elaborar tú misma las prendas, tardaste mucho! —reclamé debido a mi cansancio y tristeza.

—No las elaboré yo mismo, pero sí tardé porque tuve que viajar desde otro país. —Dijo Andy. Sí, el maldito puto estaba de pie en la puerta de mi habitación. El muy maldito me observa con una sonrisa y carga varias bolsas en sus manos. —¿Me extrañaste? —se atrevió a consultar.

—¡Serás un desgraciado! No te he pedido nada a ti, vete, en un momento mi asistente traerá lo que necesito. Además, no sé cómo sabías en qué habitación estaría yo, eres un pervertido.

—¿No lo has entendido todavía? Fui yo quien le pidió a tu asistente que no te trajera nada porque yo lo haría.

—¿El jefe atiende personalmente a su empleada? ¿Acaso su esposa no se molestará si se entera de qu
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