Ese martes en la tarde, se había acordado de que fuera a la clínica psiquiatra. Para sentirme más tranquila, la psiquiatra estaría en ese careo para dirigir en todo momento la conversación y que así no se fuera por un rumbo que nos lastimara a los dos.
A las dos de la tarde, después de pasar por la clínica para ver el estado de la señora Liliana, me fui caminando hasta la clínica psiquiátrica (estaba cerca). Cuando llegué, me volví a sentar en el mismo puesto en el que anteriormente estaba sentada. Cinco minutos después llegó Carl.
Pude notar que la sonrisa con la que había llegado se borró por completo cuando me vio, tornó su semblante serio. Me dio un corto saludo desde la lejanía, uno bastante calmado para mi sorpresa. Aunque yo intenté gesticular un saludo, no fui capaz de sacarlo de mi boca.
Carl se sentó en una
Ya imaginaba de lo que me iba a hablar, ya profesaba lo que iba a salir de su boca, y eso me comenzaba a enojar, porque… para mí, él se buscó aquella paliza que le dieron. Así, al menos, sabría cómo me sentí yo cuando él me amenazaba de muerte y le hacía daño a mi familia. Además, me parecía una exageración que dijera que estuvo a punto de morir; si sólo fue una paliza bien merecida.—Sólo fue una paliza —solté casi en un hilo de voz que me avergonzó.—Enviaste a esos matones para que me dieran una paliza —soltó Carl, vi cómo llevaba una mano a su ceja derecha que tenía la pequeña cicatriz—. Casi me matan, me dejaron ahí, tendido como un perro muerto en ese lugar.—Porque llegaste a la entrada de mi manzana con una pistola, por tu culpa mi amiga estaba muerta del miedo
Esa noche llegué a mi casa, me sentía agotada. Mi madre estaba viendo televisión en la sala y, cuando me vio, se sorprendió.—Uy, ¿y eso?, ¿pasó algo malo? —preguntó levantándose del sillón un tanto alterada.—Vengo por ropa —le dije caminando con paso arrastrado.—No sabía que venías, así que no te guardé almuerzo —dijo detrás de mí—. ¿Tienes hambre?—No, no tengo hambre —respondí subiendo las escaleras con paso arrastrado.—¿Cómo está la señora Liliana? —inquirió con voz preocupada—. Pobrecita, cuando la fui a visitar a la clínica estaba bastante delgada, ¡acabadísima! No se parecía nada a esa mujer que conocí. Da pesar, porque era tan buena mujer.Escuchar que hablaba de ella
—La señora Liliana se va a recuperar —dije con rapidez—, ella está bastante joven, le falta mucha vida por delante.Pero ninguna de las dos creyó lo que acababa de decir, sabíamos que la realidad era otra. Sin embargo, parecía que Stela agradecía mi pequeña mentira ingenua.Esta vez Stela dejó la película a medias. Me dijo que esa noche durmiéramos juntas, que la casa se sentía muy fría y pesada para ella. Y era verdad, la casa se sentía con un ambiente bastante triste esa noche.Eran las once de la noche del cinco de diciembre cuando nos acostamos a dormir. Nos abrazamos, nuestras piernas estaban entrelazadas, tratando de acurrucarnos lo más posible, como si buscáramos ese consuelo que tanto nos faltaba.Una vez, cuando estaba pequeña y en la casa vecina se había mudado para otra ciudad una amiga, mi madre cuando me ve&
Mamá murió. Lo ha dicho Zaideth. Los gritos de Stela lo corroboraron.No llegaré a tiempo, no podré hacerlo. No me despedí de mi madre, no lo hice.—Ya te lo dije una y otra, y otra vez —recuerdo las palabras de mi madre—, no me gusta, no me gusta para nada, Walter. Sé que eres mucho más que un uniforme y armas. Además, estás todo el tiempo por allá y…—Ay, mamá, no molestes, por favor —pedí y me despedí con un beso en su frente.Eso fue lo último que hablé con mi madre. Si hubiera sabido que esa sería nuestra última conversación, la habría dejado terminar, la había escuchado y… la habría abrazado antes de partir.Ayer velaron a mi madre, hoy es el entierro y yo… Yo apenas alcancé a llegar hoy, cuando tuve que haber venido mucho antes, cuando Stela pasó por todo ese sufrimiento. Tuve que venir apenas Zaideth me dio la noticia.Aprieto con fuerza el bolso que agarro con mi mano derecha y camino con mucha más rapidez por el aeropuerto Simón Bolívar.Veo al fondo de la gran sala que Zaid
No puedo retener unas lágrimas que corren con rapidez por mis mejillas.—Mi físico, eres mí físico —recuerdo las palabras de mi madre—. Un físico ayuda más a la humanidad que un soldado que utiliza la fuerza para todo.—Pues qué mal por ti, porque soy un soldado, no un físico —le dije a modo de burla.Aquel recuerdo me pesa tanto ahora, porque nunca cumplí ninguna de las expectativas que mi madre tenía puestas en mí. Siempre le di disgustos, siempre.—¡Walter! —escucho.Volteo y veo a Stela corriendo hasta mí, también hago lo mismo y nos abrazamos con mucha fuerza. Mi hermana comienza a llorar descontroladamente y yo lo hago en silencio.Hemos quedado solos. Los dos ahora contra el mundo. Solos…Después de la misa, conducen el féretro hacia la tumba que ya la han condicionado para el entierro. Han puesto una carpa alrededor de ella para que el sol no nos golpee con fuerza, ya que es la una de la tarde, es cuando se encuentra en su mayor apogeo.—¡Ay no, mi mamá! —empieza a gritar Stel
Me abalanzo a Zaideth y abrazo su cintura con mucha fuerza, me aferro a ella y aprieto mi rostro en su vientre. Sé que con ella puedo dejar de fingir ser fuerte, ella me trasmite la confianza para serlo.—Amor. —Ella acaricia mi cabeza con sus suaves y pequeñas manos—. Llora, no te preocupes, suéltalo. Está bien.Es la primera vez que lloro tanto, que suelto toda mi tristeza frente a alguien. Por lo general, soy de los que lloro en silencio, pero esta vez es diferente.Me doy cuenta, Zaideth es mi compañera de vida. Está en este momento tan terrible para mí, me abraza y me dice que lo deje salir, que puedo estar tranquilo. Sus manos acarician mi corto cabello, bajan hasta mi cuello y se deslizan hasta mi espalda donde la masajea de forma circular, también da unas pequeñas palmaditas.Es como si me estuviera quitando un gran peso de los hombros al dejar salir toda la tristeza y lo que me atormenta. Mi madre… La extraño. Quería haberla hecho feliz, haber seguido sus consejos de elegir m
Esa mañana, cuando llegó el padre de Walter, los míos estaban presentes. Eva había llegado con su hija Vanessa para que Walter la conociera.Había comenzado siendo una buena mañana, bastante tranquila y con matices alegres que le quitaban el peso al día anterior, cuando le habíamos dado el último adiós a la señora Liliana.Recordábamos viejos tiempos con un álbum que la tía de Walter había sacado de uno de los cajones de la habitación de la difunta. Veíamos las fotos de Walter pequeño, y me encantó una donde aparecía vestido de pirata.Fue antes del almuerzo cuando tocaron el timbre y Stela fue a abrir. Ya yo sabía que debía tratarse del padre de Walter, era a quien estábamos esperando.Vi a Walter endurecer su rostro cuando se escuchó una voz aguda en la antesala. Alcé la mirada y vi a un hombre alto, de unos cincuenta y tantos años, vestido con una camisa clásica negra y pantalón clásico de color gris oscuro. Me sorprendí por el parecido que tenía con Walter, era como verlo a él cua
Tres meses después, Walter dejó el ejército, sin embargo, tampoco volvió a Santa Marta. Mientras, Stela se mudó a mi casa después de varias peticiones por parte de mis padres, fue un buen cambio para las dos, ya que, con su forma de ser tan extrovertida, cuando llegaban las tardes, se podía escuchar su risa explosiva por toda la casa. La figura materna de mi madre le sentó bien e hizo más sobre llevadero el duelo y la tranquilidad de mi hogar le sentó bastante bien.En ese tiempo Walter encontró trabajo en un club de tiro. Se sabía relacionar muy bien con la sociedad de alta alcurnia, así que, nunca le hizo falta el trabajo bien remunerado, dinero para gastar en fiestas, paseos y viajes patrocinados por sus amigos millonarios.Yo no le decía nada, sabía que no estaba pasando por un buen momento, él fue el que más difícil se le dio enfrentar la muerte de su madre. Esperaba que, al menos, no me estuviera siendo infiel.Lo bueno era que lo podía ver todos los meses, llegaba a pasarse dos