Son exactamente treinta y ocho días desde que Fernanda fue secuestra.Mario nos ha tenido jugando como si fuéramos sus títeres, los muñecos que maneja a su querer. Nos ha llevado a emboscadas falsificando pistas del paradero de Fernanda, primero, a una casa a la otra punta del país, segundo, a unos túneles subterráneos, y tercer, y último, y uno de sus más jodidos juegos, a una oficina forense, cosa que me volvía loco. Él quería volverme loco con tantos juegos y maquinaciones, pero no, por más trampas y desafíos, la encontraría.Con la evidencia que entregué a los oficiales, la carta, el collar y el acta de defunción, se declaró el caso de Liliana vuelto a abrir. Mario era el único y posible sospechoso. Él padre de Liliana, el señor Hamilton, llego desde New york al ser notificado que el caso de su hija era abier
Llevo ya días vomitando, y no sé si es porque Mario ha puesto algo en la comida o bebida, o quizás por la tensión que es caminar y solo ver paredes blancas a tu alrededor. De cualquier forma, mi cuerpo se siente cansado con cada arcada, e incluso, aunque no pudo ver mi reflejo, se que estoy tan pálida como un plátano. He perdido la cuenta de los días que llevo encerrada, pero, para ser sincera, la verdad es que nunca la tuve. Ni siquiera sé si, ahí afuera, es de día o de noche, si llueve o hay sol, si esta tan nublado como el color gris, o tan azul como el color de los de Santiago. No sé nada más que cuando Mario llega y mi cuenta sus descabellados planes, que no soy mucho que digamos. Y como si lo invocara con el pensamiento, escucho como el cerrojo cede, me levanto de un salto de la cama, y Mario aparece detrás de la puerta. — Voy a entrar mi querida Rapunzel. – Cada vez mejoraba más sus mofas, esta era mejor que el ¨ Ya despertaste bella durmiente¨, y justo escucharlo al lado
Momentos en el cual el tiempo se te hace eterno, esperar por tu compra online, permanecer sentado en la sala de un hospital, ver el reloj pasar, quedarse en una puñetera estación de policías mientras los oficiales hacen una redada para traer de vuelta a tu esposa que fue secuestrado por tu psicópata primo. Solo esperar, en un día rutinario.- ¡Deje de moverse! – me gritó el comandante Peral. – Si es verdad que su esposa esta en esa casa la sacaremos con vida.Cuántas veces había escuchado esa oración en el último mes y medio, ¨Si su esposa esta ahí dentro la sacaremos con...¨, y peor aún, esa esperanza que fluida cuando al parecer estaban muy cerca de ella, muchas más de las que podía contar con las manos y pies. Es tan fácil decir que uno se calme, que se deje de mover, cuando lo único que esas palabras logran es que uno quiera gritar y correr. - ¿Cree que ella esté ahí? – señalé al radio intercomunicador que actuaba como nuestro enlace con lo oficiales. - No lo sabremos hasta que
Fernanda SanmiguelMe levanté de un salto de la cama cuando escuché gritos, el sonido de una puerta caer y disparos. Aún desconcertada por lo que estuviera sucediendo a mi alrededor. ¿Qué eran esos gritos? ¿Qué eran esos disparos? ¿Acaso era mi salvación o mi muerte? Tenía el corazón tan acelerado y al cuerpo temblando mientras no dejaba de pensar en para quién eran esos disparos. Mario... ¿seguiría con vida? Entonces, discurrí en Santiago, y en que tal vez él pudiera estar ahí afuera. No había alivio en ese pensamiento, solo miedo y pavor. Empezaba a hiperventilar, a perder los sentidos, cuando la puerta se abrió de golpe y apareció Mario con la camisa sangrada, agitado y con un arma en la mano derecha. Cerró la puerta tras de él. - Recuerdas lo que hablamos ayer, – asentí, aunque para decir verdad, los recuerdos eran vagos sobre nuestra conversación. Creo que hablamos de muerte y esperanza. Mario acortó nuestra distancia. – primero muerto que ir a la cárcel, ¿recuerdas eso, Ferna
Santiago Ferreira Mario esta muerto, ¡ja!, muerto de la misma forma que hizo creer a todos que Liliana murió, suicidio.El muy cobarde termino suicidándose en vez de asumir sus errores, sus delitos Aún me cuesta creer que Fernanda está de vuelta, en una cama de hospital, pero de vuelta. Se ve pálida, algo delgada y triste, sin embrago, intentaré que eso muy pronto cambie. Ella volverá a sonreír. El sentimiento de felicidad que ahora me invade es incluso desconocido y desconcertante para mí, pero es lo merecido y suficiente para volver a respirar con tranquilidad, sin presiones sin miedos sin ese extraño sentimiento de estar vacío y lleno a la vez. Cojo una de sus manos, esta tibia, y la envuelvo. La he extrañado tanto. De repente, cuando empiezo a dibujar una pequeña línea en su palma, Mía empieza a sacudirse, rasgando las sabanas y gritando.- ¡Mario! ¡No! ¡Mario! – grita. Suelto su mano para tomarla por los hombros y despertarla. Es una pesadilla, y por lo que escucho, esta re
Fernanda Sanmiguel Odiaba los hospitales, el olor a pino de los pisos, las paredes y camas tan blancas y a las personas corriendo y llorando por todo lado. Si hubiese un lugar que pudiera evitar pisar a toda costa, en definitiva, seria los hospitales. Recordaba esas noche con mamá y el hecho que ella aún siguiera aquí y no a mi lado o viviendo su vida. Un día, o noche, mientras aún estaba secuestrada, me dije a mi misma que el exterior estaba muy lejos, impalpable, y ahora que lo tengo tan cerca, no estaba dispuesta a dejarlo ir tan rápido. Extrañé tanto, a Lina, a Emma, a logan, a Laura y Gabriel y a Santiago, extrañé a mi familia, sus olores, sus voces, la forma en la que sonreían, la manera en la que me miraban, los extrañé tanto como las mariposas a la primavera. Hoy todo cabía en su lugar. - Tengo algo que decirte. – digo cuando las manos de Santiago y las mías se enredan. Antes de abrir los ojos y ver a Santiago, bueno, antes de despertarme de esa pesadilla que era más re
Santiago acaba de salir del hospital, con Logan a su costado, a hacer no sé qué cosa en la comisaria, supongo que algún papeleo. Y justo cuando él se despide con un beso, y Logan me sonríe desde la puerta, ingresan Emma y Lina corriendo como una manada de rinocerontes en la sabana. Ah, y la intravenosa que me arranque, gracias a un logan que, desesperado por mi salud, llamó a una enfermera y volvía a estar donde antes. Odiaba las intravenosas, o cualquier aguja, o cualquier cosa que significaba permanecer más tiempo en el hospital. - No tienes ni idea de lo mucho que te extrañamos. – dice Emma abrazándome, y cuando lo hace, lo hace tan fuerte que libero un pequeño grito. – Lo siento. – sonríe. - Yo también las extrañe. – respondo con una sonrisa que podría llenar este mundo. Hasta que no caigo en Lina no recuerdo que Mario se suicidó, supongo que, aunque se llevaban peor que el agua y el aceite, él siempre fue su hermano y que, en algún lugar de su corazón, lo quería. - Lo sie
Santiago Ferreira Llevo dos meses yendo con un terapeuta. El consultorio del Dr. Steve es neutro, sin ninguna señal de familiaridad ni ápice de su personalidad, un ambiente donde no hay más que concentrase en tus emociones. Funcionaba. Me funcionaba. - ¿La extrañas? – preguntó mientras se sentaba detrás del escritorio y dejaba su taza de café a un lado. Steve no lleva una capeta de notas como los demás terapeutas, cosa que me lucia de los más extraño, y cuando le pregunte el por qué, solo respondió que era porque sus pacientes se concentraban más en lo que escribía que expresarse. Tiene lógica. - ¿A quién? – A veces me perdía en nuestras sesiones, como cuando saltábamos del pasado al presente, del presente al pasado, de Liliana a fernanda, sin embargo, creo que ese era su método, confundirme para sacarme de un jalón todo lo que llevaba dentro. - A tu esposa, ¿la extrañas? En cada sesión me sentaba mirando al gran ventanal, me gustaba ver al cielo, así estuviera nublado, so