Capítulo 5

Luego de un rato, Adal está más calmado; el medicamento ya hizo efecto y ahora se siente como una m****a porque casi le causa daño a su hermano. Definitivamente, tenía que ir a su casa para pedirle perdón.

Cuando sale del despacho, nota que las cosas que estaban en el suelo ya están recogidas. Lo único que quedó mal fueron las paredes, que se encuentran con sangre de sus puños, y la mesa destrozada.

- Adal - dice Antón, que se encuentra sentado con una copa de vino en la mano.

- Antón, disculpa, yo no…

- No estás tomando los medicamentos - afirma su hermano.

- Sí los estoy tomando - Adal sabía que no, pero odiaba tener que estar medicado, además de que algunos de esos medicamentos le caían pesados, lo que no le permitía estar al cien por ciento en su trabajo.

- Deja de mentir - Antón le tira los medicamentos en el pecho - el tarro está completo, al igual que los otros. ¿¡Qué mierdas tienes en la cabeza!?

- Sé que debo tomarlos, pero…

- Pero nada. Esto es lo único que mantiene tus ataques a raya. Si no lo haces, cosas peores pueden pasar. ¿Quieres que vuelva a suceder lo que pasó hace algunos años?

Al mencionar Antón esa frase, una sensación extraña se forma en el pecho de Adal. Odiaba cuando Antón le recordaba ese horrible suceso, del cual solo tiene conocimiento su familia. Nadie más supo ese secreto y espera que nunca salga a la luz.

- Deja de decir esas cosas - gruñe el alemán.

- ¡Entonces toma tus estúpidos medicamentos!

Ahora llegó una curiosidad al hermano de Adal.

- ¿Qué ocurrió para que llegaras a esta crisis? - Adal se pone completamente serio; ni loco le iba a contar que todo fue a causa de una mujer.

- No te metas en eso, Antón - cuando Antón iba a responder, Adal sube a su habitación y la cierra con un fuerte golpe, dejándose caer en su cama.

Adal sabía que si seguía así, con deseos de esa chica, él iba a terminar muy mal.

Alana y Luciano entran a la casa donde ella se está quedando. La castaña le ofrece algo de tomar, mientras ve cómo Luciano mira todo con curiosidad.

- Estás viviendo mejor que en Madrid.

- La empresa lo paga todo.

- Por lo que veo, piensas quedarte - suelta un suspiro. Alana no va a regresar, era lo único que podía pensar Luciano.

- Yo te dije, Luciano, no pienso abandonar mis sueños por ti, ni por nadie. Esto es lo que siempre soñé y, si me amas, deberías apoyarme.

Luciano se acerca juntando sus labios con los de ella, pero algo extraño ocurre para la castaña. Los besos de Luciano ya no producen las mismas sensaciones que antes. Era como si de la noche a la mañana, parte de sus sentimientos hacia él hubieran muerto.

- Regresa conmigo, te lo pido.

- No insistas, Luciano, eso no pasará.

- Tu abuela te necesita.

- No me vas a manipular con eso. Mi abuela está bien, yo le tengo a alguien que la cuide, así que no digas estupideces.

- Solo quiero dejarte algo en claro, Alana - se acerca a ella acariciando su mejilla - tú eres mi gran amor y, si te hace feliz estar aquí, pues yo también estaré feliz, aunque no sea a mi lado.

Una lágrima rueda por la mejilla de la castaña, ya que por fin Luciano entendió lo importante que es para ella este trabajo. Alana se tira a sus brazos hasta que los dos se quedan dormidos en el sillón.

A la mañana siguiente, Luciano despierta antes que la castaña. Comienza a detallar cada parte de su rostro y de su cuerpo. Alana lo era todo para él. Ayer, cuando él la besó, se dio cuenta de que ella ya no le correspondía de la manera como lo hacía antes. Eso lo llenó de pánico y sabía que debía hacer algo.

- No puedo perderte. Haré lo que sea necesario para mantenerte a mi lado - deja un casto beso en sus labios y luego se retira de la casa de Alana, pero primero le deja un mensaje diciendo que pronto se volverían a ver.

Cuando Alana despertó, se dio cuenta de que Luciano se había ido. Se sintió un poquito mal porque no se pudo despedir de él, pero era lo mejor. Ambos tenían diferentes planes de vida y eso les iba a traer problemas en un futuro.

- Alana - escucha hablar por el teléfono a Tania.

- Hola, Tania, ¿necesitas algo?

- El señor Müller te solicita en su oficina. Trae el catálogo de las obras.

- Ya subo - Alana estaba muerta de nervios porque se acordó de que Adal la había visto con Luciano. Sé que no le debería importar lo que ella haga, pero es inevitable que se sienta extraña.

Toca dos veces la puerta. Al escuchar el “adelante”, agarra todo el aire que puede, abriendo la puerta. El señor Müller se encontraba en su computadora, concentrado. Alana no pudo evitar no detallar bien; su cara era perfecta, sus ojos hacían que ella se perdiera en ellos, su olor la embriagaba. Todo de él hacía que una sensación extraña recorriera su cuerpo.

- ¿Tienes el catálogo? - al escuchar su voz, Alana sale por completo de su trance, viendo que este la está mirando de forma extraña.

- Sí, señor Müller, aquí están - extiende el catálogo, pero algo llama su atención por completo. Los nudillos de Adal estaban completamente destrozados, tenía heridas sin haberlas curado bien.

Con un impulso que no sabe de dónde sacó, agarra la mano de Adal, tomándolo por sorpresa.

- ¿Qué le ocurrió?

Otra vez Alana desestabilizaba a Adal. Este siente sus pequeñas manos acariciar las suyas, mientras su cara muestra señales de preocupación.

- Alana... - susurra el señor Adal, tratando de controlarse.

- Eso se ve mal, déjeme ayudarlo.

Los recuerdos del porqué estaba así le llegaron de golpe al alemán. Todo esto es por culpa de ella y de su noviecito. Si seguía así, iba a terminar cayendo en la oscuridad en la que alguna vez estuvo. Ella podría lograr que él cometiera locuras, cosa que él no podría permitir.

Adal retira su mano con brusquedad, tomándola por sorpresa.

- Ya se puede retirar, señorita García.

Ella no puede desestabilizarlo. Alana García debe alejarse, era lo mejor.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo