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Amor bajo Anestesia
Amor bajo Anestesia
Por: Deseo García Padilla
Capitulo 1 La mujer de mis sueños.

_ ¡Buen día, Señor Esteban! -dijo entrando apresurada antes de cerrarse la puerta del ascensor.

_ Buenos días, Doctora ¡Amanece usted más bella hoy!

_ ¡Como siempre! –sonrió guiñando el ojo, al hombre que todos los días halagaba sus encantos.

Todos la miraron, aunque trataba de actuar de una forma espontánea y despreocupada, sabía que gracias a su belleza podía conseguir todo lo que se propusiera en esta vida, incluso subir al ascensor abarrotado del personal que estaría hoy de guardia en el hospital.

Era Patricia Bruzual, una mujer con una figura de princesas, irresistible y muy llamativa, pelirroja, con licencia para seducir y volver loco a cualquier hombre, tenía una piel muy blanca, casi transparente, salpicada con pecas hasta en las palmas de sus manos, sus ojos eran color cielo, azules muy claros, penetrantes y encantadores, estaban rodeados por unas largas y abundantes pestañas rojas, igual que su cabello, disfrutaba siendo el centro de atención por su belleza natural, era consciente de que se destacaba siempre ante la presencia de cualquier otra mujer. ¡Y eso le gustaba!

Había aprendido a usar sus encantos, para encontrar una forma más fácil de llegar al último piso del hospital donde trabajaba. A pesar de eso, igual llegaba retrasada casi todos los días.

_ Doctora Bruzual, llega usted cuarenta minutos tarde -dijo el Doctor Granadillo, su jefe inmediato en la puerta del quirófano mirando el reloj, parecía que esperaba por ella allí parado.

Igual ya había llegado, casi podía decir que a la puerta de su casa, pasaba muchas más horas en ese frío lugar que en su propio hogar, vivía y veía vivir a muchos, quienes entraban y salían a diario por varias causas: algunos para trabajar durante algo más de ocho horas, porque como ella amaban salvar vidas, otros en busca de solucionar algún problema de salud.

Aun así, el quirófano de cualquier hospital siempre era un sitio frío, tenebroso, lleno de historias, algunas de vida, otras de muerte, pero todas protagonizadas por los héroes anónimos, “los médicos”.

Usualmente, se levantaba muy temprano, no conseguía dormir más de seis horas diarias, pero la noche anterior su hija estuvo con fiebre, así que durmió menos de lo habitual, ya casi amanecía cuando su despertador sonó, algo dormida lo desactivo y continuó durmiendo por cinco minutos más, esos cinco minutos que todos nos regalamos algunos días antes de levantarnos, esta vez se multiplicaron por seis. Así que se retrasó treinta minutos para salir, más diez minutos que tardó en llegar al hospital caminando.

Tendré que aguantar la amonestación por llegar cuarenta minutos tarde al quirófano, por suerte estoy de cumpleaños.

_ Ya casi termina el segundo año de postgrado y es increíble su exactitud para la impuntualidad.

¡Vaya! ¿Olvido mi cumpleaños?

La Doctora Erika Nash estaba junto a su jefe en la entrada del quirófano, tal vez esperando para aprovechar su retraso de ese día y dejarla en evidencia.

Ella sonrió ignorando su presencia, no tenía tiempo para estupideces, entró al vestier para cambiar su vestimenta por ropa estéril, ya lista terminó de colocarse el gorro para cubrir su inmensa cabellera roja, entre dientes pidió disculpas.

_ Lo siento jefe, ¡no volverá a pasar!

Aunque ambos sabían que era algo imposible.

El jefe la abrazó, con la ternura de un padre.

_ No prometas nada cumpleañera –le dio un beso en la mejilla, era un hombre con un carácter fuerte, pero ante la presencia de Patricia, quedaba anulado su carácter implacable.

_ Buenos días, Doctora Nash.

_ Buen día, Doctora Bruzual –dijo sin ningún rastro de alegría por la fecha de su nacimiento, aunque no lo había olvidado, desde hacía más de quince años ellas lo celebraban juntas.

Patricia se retiró apresurada, más tranquila, pues, su jefe la dejaría pasar el día sin castigos, fue directo a la sala tres de cirugía pediátrica, era viernes, este día prometía ser agotador, no tendría tiempo para celebraciones.

La Doctora Erika la siguió, trataba de presionarla.

_ Tenemos cuatro pequeños para cirugía pediátrica. – la escuchó decir mientras firmaba la hoja de asistencia en la oficina de la enfermera jefe.

Cirugía pediátrica era la especialidad que más le gustaba, disfrutaba trabajar con niños, aunque para ellos era desconocido todo aquello, la Doctora Patricia se encargaba de hacerlo como un juego, ganándose la confianza de los pequeños antes de arrancarlo de los brazos protectores de alguna mamá llorona.

_ ¡Buenísimos días, tengan todos y todas, ya llegó la tía Patty!

(Era su apodo para hacer de su trabajo algo divertido)

Sonrió dejando ver qué se encontraba cómoda, dispuesta a trabajar en armonía, cosa que inspiraba en los cirujanos confianza y tranquilidad, ya que intervenir quirúrgicamente a un niño requiere de eso: tranquilidad, conocimientos y mucha pasión.

¡Feliz Cumpleaños! -dijeron en coro el equipo quirúrgico que estaba dentro del pabellón, la abrazaron para felicitarla.

Las historias médicas de los pacientes llenas de exámenes que el día anterior examinó minuciosamente con su compañero de trabajo, el Doctor Daniel Arias, estaban sobre la mesa de anestesia, debía revisar que todo estuviera perfecto para poder solucionar el problema de los pequeños pacientes del día de hoy.

Quiso tomar una taza de café, no había tenido tiempo en casa de hacerlo antes de salir- lo necesitaba -salió para ir a la cafetera ubicada en un área externa dentro del mismo quirófano, allí el personal de guardia se reúne para comer algo antes de iniciar las cirugías programadas y tomar el activador de energía para todos, “El glorioso café”.

La temperatura dentro del quirófano estaba muy fría, casi rozaban los diez grados centígrados, ideal para no dejar proliferar virus y bacterias, ideal para producir una hipotermia si no tomaba algo caliente, pero sus deseos se desvanecieron al encontrarse con la “Doctora Erika” su dolor de cabeza, parecía un policía detrás de ella, era imposible salir.

_ Es algo tarde para iniciar ¿Cuándo será el día que puedas llegar a la hora programada? Y aparte que llegas tarde... ¡Pierdes tiempo con el café! - escuchó la voz de la que fue algún día su amiga, ahora su colega y jefe de residentes.

Ambas eran estudiantes del segundo año de postgrado de Anestesiología, las mejores hasta ahora, cada una inmejorable entre sí, tenían ambas un don especial: comerse los libros en una sola leída.

La Doctora Erika Nash era una mujer hermosa, llena de muchas cualidades que la hacían distinguirse entre muchas, tenía una tez morena clara, con una figura simétricamente perfecta, su cabello negro azabache, liso y brillante sobre sus hombros, lo ocultaba dentro del gorro quirúrgico que debía usar todos los días, con ojos verdes aceitunas, llenos de rayas, que cambiaban de tono según su estado de ánimo, este día estaban cruelmente oscuros, -estaba enojada-, también lo reflejaba en su ceño fruncido lleno de líneas, junto a una cicatriz que llevaba como recordatorio de haber salvado a su mejor amiga cuando ambas tenían diez años de edad.

_ ¿Ya preparaste los medicamentos? ¿Arreglaste la mesa? ¿Probaste la máquina de anestesia? - dijo con voz molesta e irritante la Doctora Erika, mientras se interponía en la salida con aires de jefa, no era su competencia exigir esas tareas; sin embargo, Patricia sabía que trataría de arruinarle la jornada solo por fastidiar, sus ojos oscuros lo revelaban, estaba evidentemente muy enojada.

Igual respondió tranquila, sin sentirse presionada, era su mayor virtud, no dejar que nadie influya en su estado de ánimo, ese día menos dejaría que Erika se saliera con sus propósitos.

_ ¡Aún NO! Es difícil hacerlo si aún no llego –sonrió sabiendo que eso la molestaría, inició las tareas que sabía debían estar finalizadas antes de iniciar la primera cirugía- Erika, -dijo en voz baja- ¿Sabes?, Majo –era el apodo para su pequeña hija- pasó muy mal la noche, sé que no es excusa, pero es mi verdad.

Trató de explicar para que la madrina de su hija, supiera por qué había llegado nuevamente tarde, tal vez sentiría remordimiento al hacerla pasar por irresponsable ante sus compañeros de trabajo, continuó con su tarea, en menos de cinco minutos ya todo estaba en orden.

_ ¿Ves? No ha pasado nada… Iniciemos, todo está perfecto - Y miró al cirujano pediátrico, un doctor mayor lleno de toda la experiencia en casos pediátricos, un compendio de sabiduría, con un corazón dulce y amable.

_ Doctor García, cuando lo disponga iniciamos - y le guiñó el ojo.

Uno de sus mayores encantos eran sus ojos y lo sabía, tan azules como el mar, con la mirada tan profunda como el océano, era casi imposible pasar desapercibida.

_ Primero vamos por una taza de café - dijo su cómplice, el doctor García, tomando su mano, entendiendo que era imposible iniciar sin el activador de todos los médicos, salieron juntos.

Desde que decidió iniciar el postgrado de anestesiología, sabía que no sería fácil, era madre soltera de una pequeña de siete años, sin apoyo del padre, quien se aventuró poco después de su nacimiento por el sueño americano, vendieron todo lo que poseían para el viaje.

Enrique había prometido trabajar, para luego enviar el dinero de los boletos de avión y poder reunirse con sus dos mujeres, pero nunca más supo de él, al llegar a los Estados Unidos desapareció.

Entonces ella estaba sola desde hacía más de seis años, sin ayuda, sin marido, termino de estudiar y se graduó de médico, dos años después emprendió con su sueño no americano de ser anestesióloga, se aventuró, sin pensar en el primer momento que sería cuesta arriba, que necesitaría más de quince horas diarias para lograr aprender y practicar todo lo que necesitaba saber del “Arte de los Dioses” la anestesiología.

Su primer paciente de este día, un escolar de ocho años, sin antecedentes de importancia, debía ser operado para corregir una hernia inguinal derecha, una cirugía muy sencilla y rápida en las manos del mejor cirujano pediátrico con que contaba el hospital.

Se acercó, tomó la historia para revisar alguna condición especial de su paciente, ya estaba más que activa, había tomado rápidamente su gran taza de café.

_ Hola mi príncipe - dijo con voz muy dulce - ¿Cómo te encuentras en esta mañana? – apenas iniciaba el día.

Tratando de romper el hielo, no era fácil trabajar con niños, pero se le daba bien esa tarea.

_ Estoy bien, tengo frío –Notó que el niño temblaba, lo cubrió con una manta.

_ Soy la tía Patty, voy a enseñarte mi cuarto de juegos - refiriéndose al quirófano -dónde vamos a vivir una experiencia maravillosa, allí encontrarás varias hadas hermosas, algunos duendes mágicos que te ayudarán a sanar esta bolsita que duele - toco suavemente la zona de la hernia inguinal, para no producir dolor.

_ No me gustan los duendes – dijo el niño.

_ No te preocupes, pronto entraremos en un cuento, todo será muy bonito, así que no tengas miedo - Trató de explicar al niño que la miraba con grandes ojos llenos de lágrimas.

_ No llores, te voy a cuidar muy bien, vas a soñar cosas hermosas, seré ¡la mujer de tus sueños! - dijo secando las lágrimas que bajaban por sus mejillas.

El niño tomó su mano y la apretó.

_ Tengo miedo… Promete que no me dejaras, que estarás cuando despierte - dijo con voz entrecortada.

_ Estaré cuando habrás los ojitos bellos que tienes y que deben dejar de llorar, así que sonríe - le dio un beso en la frente con la ternura de una madre, sellando el pacto que acababan de hacer, brindando confianza y sobre todo protección.

Cargó al niño en sus brazos, entraron al quirófano tres, iniciando la jornada con su primer paciente, sin sospechar que ese niño indefenso cambiaría su vida desde ese momento.

_ Licenciada Rosa, ayúdame a pasar el ansiolítico, solo dos mililitros, por favor - era suficiente para poder tener al pequeño paciente más tranquilo, aún estaba aferrado a su cuello, abrazándola - toma los inductores y los administras - pidió con amabilidad a la enfermera circulante quien la ayudaría a sumergir al paciente en un sueño profundo.

Ya casi dormido el niño susurro.

_ Eres hermosa mujer de mis sueños.

Y se durmió.

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