Tirano

Brinqué de susto al escuchar mi nombre, que los documentos se me resbalaron de las manos. Asustada, volteé a ver quién era la persona que me hablaba y, al descubrir quién era, abrí los ojos de la impresión.

Frente a mí se encontraba un hombre alto, de unos 40 años, cabello rubio y ojos azul profundo. A primera vista lucía atlético, aunque su postura era tan erguida, que desde su posición me miraba como un tirano.

—¡Buen día, señor! —exclamé asustada, levantándome rápidamente.

—¿Por qué no me avisó que había llegado? —cuestionó con severidad, cruzando los brazos con desdén.

—Lo siento, señor, estaba poniéndome al día con los pendientes —contesté nerviosamente.

Mi respuesta hizo dudar a mi jefe, que entrecerró los ojos para tratar de descubrir la verdad, pero tras unos segundos, pareció convencerse.

—¿Y cómo siguió?

—¡Ah! Bien, tuve cólicos terribles —dije tocándome la barriga.

—¿Acaso no dijo que se sentía mal del estómago?

Cuando señaló esto, me di un golpe mental por bocona, ya que había olvidado ese detalle, por lo que me vi obligada a continuar con la mentira hasta el final.

—Tiene razón, le dije eso, porque me apenaba confesarle que... —bajé un poco más mis manos, a la altura de mi vientre.

En el momento en que hice esto, él abrió los ojos con sorpresa, lo cual me dio esperanzas de que entendiera que "mi problema" estaba relacionado con los cólicos menstruales.

—Lo siento mucho, espero que ya se sienta mejor —respondió en un tono avergonzado.

Con tal de reafirmar mi mentira, dije fingiendo timidez:

—Es demasiado incómodo, pero cada mes resulta más doloroso. A veces lo soporto con pastillas, pero en esta ocasión tuve que ir a la clínica para que me ayudaran.

—Entiendo, si quiere tomarse el día...

—¡No es necesario! —exclamé un tanto desesperada, ya que sentía curiosidad por conocer más de mí estando en ese lugar—. Puedo trabajar ahora, ya me siento mejor.

Mi respuesta hizo que "mi jefe" parpadeara de asombro, pero luego su expresión se tornó de conformidad.

—Está bien, ¿se sentirá dispuesta para el almuerzo con los posibles clientes?

Su repentina preocupación me sorprendió un poco, ya que él no parecía el tipo de persona que mereciera el título de "jefe molesto", sin embargo, decidí mantener la guardia ante la posibilidad de que su aparente amabilidad fuera momentánea.

—Sí, señor —afirmé con entusiasmo.

Sin embargo, cuando mencioné el término "señor", el hombre pareció un poco incómodo y de inmediato me lo hizo notar.

—¿Pasó algo, señorita Ruiz? Es la quinta vez que se refiere a mí como señor.

Palidecí en el momento en que dijo esto, que me quedé sin excusas.

—Yo... yo... —titubeo—, es que...

—Solo hay un señor Walker y ese es mi padre. ¿Acaso hice algo malo para que me trate tan formal?

Al enterarme de que su apellido era Walker, pude armar una parte del rompecabezas, sin embargo, aún no podía tener tanta confianza con el "jefe molesto".

—Bueno... no... es que ...

—¡Ah! Creo que fui muy duro contigo antier —dijo con frialdad—. Ya sabes que detesto los errores, sin embargo, han pasado tres meses y ya no puedo perdonar ese tipo de fallas.

Cuando escuché esto, pude comprender un poco mi relación con Thomas y de inmediato pensé en proponer una especie de "reinicio" para así cubrir el hecho de que tenía amnesia.

—Siento lo que ocurrió ese día —comencé a decir con timidez, aunque no tenía idea de lo que había pasado—. Es cierto que cometí errores en el pasado, al punto de considerar la posibilidad de abandonar todo. Sin embargo, ayer estuve reflexionando mucho y me di cuenta de que usted solo quiere que mejore profesionalmente. Por lo tanto, determiné que debía referirme con más formalidad, para que note que estoy comprometida con el trabajo y no me rendiré hasta ser más profesional.

Mi discurso dejó al señor Walker con la boca abierta, que por un instante se quedó sin palabras. En tanto, yo crucé los dedos con la esperanza de que él creyera mi actuación, pero comencé a desesperarme al ver que el frío hombre no decía nada. Después de un rato, al fin rompió el silencio.

—Está bien —en ese momento noté que sus mejillas parecían un poco sonrosadas—, pero por favor, sígame llamando por mi nombre, Thomas.

—¿Aún quiere que lo trate así? —cuestioné manteniendo mi papel de empleada comprometida.

—Por favor —dijo esto en un tono casi de súplica—, detesto que me llamen señor. Apenas tengo 38 años y sigo soltero, por lo que aún me siento joven para merecer tal título.

—Está bien, Thomas —contesté con una cordial sonrisa.

Cuando mencioné su nombre, él me miró un poco contrariado, lo que provocó en mí un vuelco en el corazón. Esto me resultó un poco extraño, sin embargo, hice caso omiso de este incidente y decidí romper "la burbuja" que se había creado a nuestro alrededor para concentrarme en la próxima reunión.

—Lo siento, señ... Digo, Thomas, ¿necesita que revise algo antes de ir al almuerzo?

Esto hizo que él volviera en sí y volviera a su actitud fría.

—Sí, por favor. Quiero que revises bien la presentación para los Johnson. Te la mandé hace un momento por correo, con las correcciones que te hice. También imprime los contratos que ya aprobé.

—Entendido, Thomas. Ahora mismo lo checo.

Después de esto, "mi jefe" dio media vuelta y se dirigió a su oficina rápidamente, cuya puerta estaba frente a mi escritorio. Gracias a su aparición, ahora sabía un poco más de mí y llegué a considerar la idea de que debía continuar a su lado, con la esperanza de que con el tiempo pudiera recordar más sobre mi pasado.

En el momento en que me encontré sola, me dispuse a buscar el correo que Thomas me había dicho. No tardé mucho y lo encontré entre los mensajes que me había enviado horas antes. Luego de descargar los archivos, comencé a estudiarlos detenidamente, a pesar de que había términos que no conocía.

Así pasó casi una hora, tiempo en el que me empapé de toda la información que podía necesitar del tema, como quiénes eran los Johnson, todas las ventajas del convenio, posibles competidores y otras opciones de solución en caso de que ellos pusieran en duda las ventajas de firmar con la compañía "Walker Inversiones".

En el momento en que dio la 1:30 de la tarde, me dispuse a preparar las carpetas con los contratos y respaldar toda la información en una tableta electrónica, para tenerlo a la mano en caso de ser necesario.

Diez minutos después salió mi jefe, quien se había colocado una gabardina negra, la cual resaltó más su belleza de "tirano". Noté que él caminaba bastante apurado, así que rápido tomé mis cosas y lo seguí hasta el ascensor.

Al entrar al aparato, el movimiento del mismo provocó que perdiera el equilibrio y mis piernas flaquearon. Esto sorprendió a mi jefe, que de inmediato me sostuvo.

—¡Señorita Ruiz! ¿Se siente mal? —preguntó bastante preocupado.

—Lo siento, me mareé —respondí débilmente y en ese momento mi barriga gruñó como león, lo que me avergonzó demasiado.

—¿Acaso no ha comido? —cuestionó con severidad.

—Lo olvidé —respondí con timidez, mientras trataba de incorporarme.

—¿Cómo olvidaste algo tan importante?

—Es que cuando estoy en "mis días", se me quita el apetito —justifiqué—. Aparte me dan muchas náuseas...

—¡Qué terrible! Debería revisar eso con un especialista, no puedes vivir de esa manera.

—No se preocupe, estoy yendo con uno —aseguré.

Esto no convenció a mi jefe, que replicó.

—Me parece que debes tener otra opinión.

—Está bien, lo tomaré en cuenta —contesté con nerviosismo, ya que no quería que siguiera hablando de ese vergonzoso tema.

Noté que Thomas frunció el ceño un tanto disgustado e inmediatamente preguntó.

—Pero si ahora te sientes así, ¿crees poder soportar el almuerzo?

—Bueno —sonreí fingiendo timidez—, ahora tengo hambre, así que creo que podré comer algo ligero.

—Espero que sea como tú dices. Realmente detestaría saber que ni eso puedes hacer.

—Gracias por su interés, cuidaré de alimentarme bien.

Antes de que él pudiera decir algo más, las puertas del ascensor se abrieron. Entonces Thomas me cedió el paso para que saliera primero, lo cual hice rápidamente y él me siguió. En ese momento, me agarró el brazo y esto me tomó por sorpresa.

—¿Qué pasa? —preguntó contrariado.

—Lo siento, es que me dio escalofríos su mano —contesté con sinceridad.

—¡Oh! Pensé que podría desmayarse de nuevo, así que por eso intenté ayudarla a caminar, pero si le incomoda...

—¡No se preocupe! Gracias por su amabilidad —dije nerviosamente.

Como no tenía idea a dónde nos dirigíamos, dejé que Thomas me guiara. No tardamos mucho y salimos al estacionamiento, donde se encontraba aparcada su camioneta color negra, que tenía vidrios polarizados y la pintura brillaba como si fuera recién comprada.

Antes de entrar, él miró para todos lados, como si buscara algo. Esto me llamó la atención y pregunté con curiosidad.

—¿Qué busca?

Él me respondió con otra pregunta interrogativa.

—¿Cómo vino a la oficina?

Contrariada, respondí:

—Bueno, como me sentía mal, vine en taxi, ¿por qué?

—Ah, con razón, es que no vi su coche estacionado junto a mi camioneta.

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