Siento el cuerpo pesado. Quiero despertar, pero mis párpados parecen pegados, así que hago un enorme esfuerzo para abrirlos. Lentamente, muevo mis ojos, en un esfuerzo por despabilarme, sin embargo, mis músculos no responden como quiero. Tras varios minutos de lucha, al fin consigo incorporarme.
Entonces me doy cuenta de que la habitación en la que me encuentro no me resulta familiar y esto aumenta más mi confusión.
—¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué aquí? —pregunté aturdida mientras miraba todo a mi alrededor en busca de respuestas.
Sin saber dónde me encontraba, bajé de la cama. Primero me dirigí a la ventana, desde donde pude observar varios edificios de condominios y negocios, pero todo me resultó desconocido. Lo único que descubrí fue que mi departamento se ubicaba en el tercer piso y que el inmueble es un poco antiguo. Sin embargo, no hay más pistas más del cómo llegué a ese lugar.
Con más dudas, me dispuse a ir al baño para darme una ducha y prepararme para salir, pero antes de entrar, escuché una música estridente. Perturbada, busqué con la mirada de dónde provenía ese ruido, hasta que mis ojos cayeron sobre una mesita que estaba cerca de la cama, donde ahí se encontraba un teléfono móvil que sonaba con tanta insistencia.
Al acercarme, solo logré leer que la llamada entrante era de un usuario identificado como “jefe molesto”. En un principio dudé en contestarle a esa persona, pero cuando me decidí, en ese momento el aparato dejó de sonar.
—¡Uf! Al fin se calló —suspiré un poco aliviada.
Sin embargo, el “jefe molesto” volvió a llamar. Esto me asustó tanto, que el teléfono móvil se resbaló de mis manos, impactándose contra el piso.
—¡Rayos! Se rompió, ¿y ahora cómo respondo? —exclamé desesperada.
Tras varios intentos para que el aparato reaccionara, pude al fin tocar el botón de contestar y con la mano temblorosa acerqué el celular a mi oído para escuchar quién era la persona que me llamaba con tanta insistencia.
—¡Señorita Ruiz! ¿Dónde está? —cuestionó con severidad una voz masculina.
—Bue… buen día —saludé nerviosa, sin tener idea de cómo referirme a esa persona.
—¿Buen día? ¡Ya son las once de la mañana y no se encuentra en su puesto! —regañó el sujeto con furia.
—Lo siento, yo… —intenté excusarme—, tuve que ir al doctor, amanecí con dolor estomacal…
—¿Al doctor? ¿Y por qué no me lo notificó? —reclamó.
—Sí, lo siento mucho, señor —seguí balbuceando mientras pensaba en otra excusa—, es que me sentí tan mal, que apenas pude llegar al consultorio para que me atendieran. Apenas acabo de estabilizarme, así que debo llegar con usted en media hora —aseguré con la esperanza de conseguir tiempo y así poder investigar dónde se encontraba mi supuesto trabajo.
Mi respuesta dejó mudo a mi “jefe”, que por un minuto no dijo nada, lo cual aumentó mi ansiedad y comencé a pensar que él se negaría a darme el tiempo que requería.
—Está bien —respondió finalmente—. Pero venga con calma si aún sigue débil.
—Gracias, señor —contesté con emoción—, no se preocupe, ya estoy mejor e iré inmediatamente.
—La veo en un rato —se despidió, colgando inmediatamente.
Un poco aturdida, traté de procesar lo que acababa de pasar, sin embargo, al ver que eran las 11:10 del día, decidí apurarme para vestirme y hacer una revisión rápida del resto de la habitación con la intención de descubrir un poco más sobre mí.
Sin embargo, lo único que encontré fue un bolso de imitación donde pude hallar una identificación con una fotografía “mía”, la cual tampoco pude reconocer. El documento decía que me llamaba Lorraine Ruiz, tenía casi 30 años y que vivía en la calle 45, departamento 19, en el barrio Oaks, de la ciudad Port Saint Johns.
Saber esto alivió un poco las dudas sobre mi identidad, aunque sentía que todo esto era nuevo para mí, como si jamás hubiera vivido en ese lugar. Pero como no tenía tiempo para continuar dudando, seguí registrando el bolso, del cual saqué varias cosas de uso personal, como cremas, maquillaje, toallas sanitarias y hasta caramelos.
Después de vaciar el contenido de la bolsa, al fin di con lo que parecía ser una credencial de la “empresa” para la cual trabajaba. De esta, pude encontrar el nombre de la compañía, “Walker Inversiones”, así como el puesto que al parecer desempeñaba: “asistente de presidencia”.
—¡Vaya! Con razón el tipo de hace rato me habló con tanta soberbia —exclamé con fastidio.
Con estos pocos datos, decidí salir del departamento. Mientras lo hacía, trataba de anotar mentalmente algunas referencias que me ayudaran a recordar dónde vivía, como el número de puertas que había en el pasillo o color de las paredes. Para cuando salí a la calle, grabé en mi memoria la ubicación de cada poste o negocio que me ayudara a saber en donde me encontraba.
Como tampoco conocía a nadie, traté de sonreír un poco con los vecinos para evitar que ellos notaran que no los conocía. Afortunadamente, nadie notó mi nerviosismo y algunos me saludaron con familiaridad, así que continué caminando hacia la esquina, donde ahí pude ver la nomenclatura de la calle. Al ver que me encontraba en la confluencia de la calle 45 con 44, lo escribí rápidamente en un papelito y posteriormente me dispuse a buscar un taxi que me lleve al edificio donde supuestamente trabajaba.
Afortunadamente no esperé mucho, ya que un vehículo de alquiler apareció calles atrás, entonces le pedí parada y el chofer rápidamente se estacionó frente a mí.
—Buen día, ¿sabe cómo llegar a “Walker Inversiones”?
—Claro que sí, señorita —contestó el chofer—, estamos casi cerca. Llegaremos como a 15 minutos.
—Perfecto, gracias. Me urge llegar ahí —dije e inmediatamente subí detrás del chofer.
Después de esto, el hombre arrancó y continuó por toda la calle 44. Como todo esto me parecía nuevo, me mantuve alerta para tomar notas mentales sobre el sitio en el que me encontraba.
Luego de 15 minutos, el conductor se estacionó frente a un edificio alto, con elegantes ventanales que parecían reflejar el cielo. Asombrada por el excepcional diseño, olvidé que debía pagarle al taxista.
—Disculpe, señorita. Ya llegamos, son 100 dólares.
—¡Oh! Lo siento mucho —contesté avergonzada y me puse a buscar en mi cartera el dinero.
Para mi suerte, que no parecía mucha, solo tenía justo 100 dólares y con el dolor de mi alma se los entregué. Entonces caí en la cuenta de que a pesar de ostentar el puesto de asistente del presidente de la empresa, aún era pobre.
Luego de despedirme del amable chofer, me dispuse a entrar a “mi nuevo trabajo”. Como todo esto era nuevo para mí, lentamente caminé hacia ese opulento sitio. En la entrada tuve que presentar mi identificación para poder pasar y, mientras lo hacía, escuché que alguien decía mi nombre.
—¡Lorraine! ¡Lorraine!
Visiblemente aturdida alcé la cara para ver quién me llamaba. Entonces descubrí que una joven pelirroja se acercaba a mí con el rostro preocupado.
—¡Lorraine! —repitió—, ¿dónde has estado? ¡El jefe está desesperado porque no has llegado!
—¡Oh! Lo siento, tuve que ir al doctor —respondí fingiendo un gesto de malestar.
La joven abrió los ojos de sorpresa, para después dijo con indignación.
—¿Cómo? ¿Te hizo venir estando enferma? ¡Cielos! ¡Es un malnacido!
Mientras “mi compañera” despotricaba contra mi “jefe molesto”, pude leer en su credencial que se llamaba Samantha Saenz y que era la asistente de vicepresidencia.
Aprovechando mi supuesto malestar, pensé en actuar como si me sintiera un poco mareada para abogar por su sentido humanitario y así ella me acompañara hasta mi lugar de trabajo, porque realmente no tenía idea de cómo llegar hasta ahí.
—Lori, te ves pálida —dijo con preocupación.
—Sí —fingí debilidad—, podrías ayudarme a subir a la oficina, realmente me siento un poco mareada.
—¡Ay, Dios! No puedes trabajar así —exclamó indignada.
—No te preocupes, estaré bien, la verdad tengo mucho trabajo y no puedo retrasarme —argumenté.
Mi respuesta no convenció del todo a Samantha, pero aceptó.
—Está bien —suspiró—, pero si te sientes mal, retírate. Tu salud es muy importante.
—Sí, lo haré.
Después de esta breve charla, Samantha me llevó hasta el ascensor. Entonces vi que ella apretó el botón número 40, por lo que intuí que ahí estaba mi área de trabajo. Mientras el aparato se movía, ella comenzó a contarme que había salido la noche anterior con un tal Joe, del departamento de finanzas, pero que su cita fue decepcionante.
Como no sabía qué decirle, solo le pude contestar con monosílabos o expresiones cortas para manifestar mi interés y que no la hiciera sospechar de que algo extraño me pasaba. Cuando el aparato por fin llegó hasta el piso 40, las puertas se abrieron inmediatamente. En ese momento quedé pasmada ante la inmensidad del espacio que ocupaba el área de recepción de la Presidencia de “Walker Inversiones”, el cual estaba decorado de manera minimalista y lujosa.
Sumamente aturdida, salí lentamente del ascensor, pero antes de que pudiera aclimatarme a mi “nueva área de trabajo”, Samantha me jaló hasta mi escritorio.
—Ya llegamos, ¿segura de que estarás bien? —insistió mirándome con preocupación.
—Sí —respondí con una débil sonrisa.
—Bueno —suspiró—, me retiro, cualquier cosa, me llamas.
—Claro que sí, gracias.
Cuando ella se marchó, comencé a inspeccionar con la mirada el lugar donde me encontraba. A mi alrededor había unos sofás de cuero blanco, que combinaban con las paredes decoradas con pinturas de arte abstracto. Todo era sumamente pulcro y brillante como un espejo.
Luego dirigí mi atención a mi “nuevo” escritorio, el cual estaba muy ordenado, e instintivamente busqué el botón de encendido de la computadora. Para mi suerte, el aparato no tenía contraseña, por lo que inmediatamente me di a la tarea de investigar más sobre mis obligaciones en el puesto en que me encontraba.
Mientras hacía esto, me puse a buscar entre los cajones alguna agenda o documentos que me indicara los pendientes que había. Fue así que durante media hora me dediqué a empaparme con todo lo relacionado con el puesto de asistente de presidencia, el cual a primera vista no parecía muy complicado.
Como estaba tan concentrada aprendiendo todo para evitar que el “jefe molesto” no se percatara de mi condición, no me percaté que alguien se encontraba detrás de mí, hasta que una voz profunda dijo mi apellido.
—Señorita Ruiz, al fin llegó.
Brinqué de susto al escuchar mi nombre, que los documentos se me resbalaron de las manos. Asustada, volteé a ver quién era la persona que me hablaba y, al descubrir quién era, abrí los ojos de la impresión. Frente a mí se encontraba un hombre alto, de unos 40 años, cabello rubio y ojos azul profundo. A primera vista lucía atlético, aunque su postura era tan erguida, que desde su posición me miraba como un tirano. —¡Buen día, señor! —exclamé asustada, levantándome rápidamente. —¿Por qué no me avisó que había llegado? —cuestionó con severidad, cruzando los brazos con desdén. —Lo siento, señor, estaba poniéndome al día con los pendientes —contesté nerviosamente. Mi respuesta hizo dudar a mi jefe, que entrecerró los ojos para tratar de descubrir la verdad, pero tras unos segundos, pareció convencerse. —¿Y cómo siguió? —¡Ah! Bien, tuve cólicos terribles —dije tocándome la barriga. —¿Acaso no dijo que se sentía mal del estómago? Cuando señaló esto, me di un golpe mental por bocona,
En el momento en que Thomas Walker mencionó la ausencia del vehículo, Lorraine sintió que sus vísceras caían al piso y un sudor frío recorrió por todo su cuerpo. En ese momento pensó que su “jefe molesto” la ponía a prueba o que ya había descubierto su secreto. Ante esta desesperada situación, contestó lo primero que se le vino a la mente. —¿Usted conduciría sintiéndose mal? —dijo esto fingiendo contrariedad. Este argumento tomó por sorpresa a Thomas, que su expresión se tornó un poco recelosa, sin embargo, asintió de conformidad. —Tienes razón, olvidé que te sentías mal y fuiste a la clínica. —¡Exacto! —exclamó Lorraine, que en el fondo celebró que él creyera en su mentira. Después de esto, el CEO de “Walker Inversiones” le hizo una seña para que entrara a su camioneta, a lo que Lorraine obedeció rápidamente. Cuando se encontraron dentro del lujoso vehículo, Thomas arrancó para salir del estacionamiento con destino a su cita de negocios. Mientras el “jefe molesto” conducía en s
En el momento en que Micky tomó mi mano y la besó frente a todos, sentí un cosquilleo que hizo arder mis mejillas. Como no quería quedar mal frente a los prospectos de "mi jefe molesto", esperé a que el atrevido hombre me soltara, para alejarme y fingir que su gesto no había me había alterado.—Puede decirme como más le guste —respondí manteniendo mi sonrisa cordial.En ese momento escuché que Thomas carraspeó, lo que inmediatamente atrajo mi atención e instintivamente aparté mi mano del coqueto joven. Entonces noté que “mi jefe” parecía un poco molesto con la escena, caso contrario con el señor Michael Johnson, quien aplaudió emocionado por el atrevimiento de su hijo.—¡Oh! Parece que mi querido Micky quedó prendado con la belleza de la señorita Ruiz, ¿no es así, Tom? —dijo mientras le daba un codazo al señor Walker.Este gesto hizo volver en sí a “mi jefe molesto”, que rápidamente respondió fingiendo estar de acuerdo con la afirmación.—Supongo que sí, nadie puede negar que mi asist
Thomas esperó a que los Johnson se marcharan, para desplomarse en su asiento y tomar aliento. Esa hora de comida había resultado bastante agotadora para él, un hombre que detestaba perder su tiempo en trivialidades.Ver a su jefe tan exhausto sorprendió a Lorraine, que preguntó:—Señ... digo, Thomas, ¿le pasa algo? ¿Se siente mal?El frío hombre alzó la mirada para responder con fastidio.—Sabes que odio gastar mis energías al tener que socializar de esta manera.—¡Oh! —exclamó sorprendida Lorraine, que en realidad no tenía idea de lo agotador que había resultado para su jefe el tener que lidiar con
Thomas parpadeó atónito con mi repentina demanda, que por un instante se quedó sin palabras. Al ver que él no decía nada, volví a hablar.—¡Jefe! ¿Acaso está jugando conmigo? —cuestioné con severidad.—¿Qué? ¡No! —respondió avergonzado—, es solo que es la primera vez que la veo actuar de esa manera tan impositiva.«¡Rayos! ¿Acaso era tan endeble antes como para dejarme manipular por este hombre tan inestable?», pensé con nerviosismo, que en el acto intenté actuar menos agresiva.—¡Ah! Lo siento si fui grosera, es solo...—Tienes razón —me interrumpió el señor Walker bastante compungido—, no tienes la culpa por mis arranques, es solo que...En ese momento noté que el imponente hombre de negocios parecía bastante afligido, como si le costara trabajo sincerarse. Era claro que toda esa actitud tenía que ver con la mujer que habíamos visto en el restaurante, así que señalé atrevidamente.—Mire, no sé qué pasó entre usted y la señorita Margaret, pero creo que debería superar esa situación p
Tras mencionar que si volvía a perder la memoria sería una "nueva asistente", la expresión de Thomas se ensombreció, pero no dijo nada más. Esto me contrarió un poco, sin embargo, antes de preguntarle lo que estaba pensando, dijo repentinamente:—Bien.Acto seguido se bajó del vehículo, por lo que rápidamente reaccioné e hice lo mismo. Cuando vi que comenzó a caminar apresuradamente para entrar al edificio, sentí pánico y supuse que él se había enfadado con mi tonto comentario. A pesar de esto, decidí seguirlo en silencio, preparándome para que en cualquier momento me reclamara por mi falta de tacto o volviera a su actitud desenfadada. Sin embargo, nada de esto ocurrió.Cuando tomó el ascensor, Thomas se mantuvo imperturbable durante el tiempo en que nos encontramos dentro del aparato. Al llegar al piso de presidencia, el sombrío hombre salió dando enormes zancadas, ignorándome por completo.Fue entonces que, antes de abrir la puerta de su despacho, Walker se detuvo de golpe y volteó
Sentí miedo al escuchar que alguien llamaba a la puerta cerca de la medianoche, que decidí no abrir. Sin embargo, como esa persona era insistente, me acerqué al visor de la puerta para descubrir quién me fastidiaba a esa hora. Casi me fui de espaldas al ver que afuera del departamento se encontraba mi "jefe molesto". Antes de que pudiera recuperarme de la impresión, Thomas volvió a tocar la puerta con demasiada insistencia.—¡Dios mío! —exclamé asustada—. ¿Qué querrá ahora? ¿Por qué vino a estas horas?Por un momento dudé en abrir, ya que no comprendía cómo es que él se encontraba afuera de mi departamento, pero dejé a un lado esa cuestión, debido a que ese hombre siguió llamando a la puerta. Cuando
Tal como me notificó, Thomas llegó 20 minutos después de haber llamado. En el momento en que escuché que tocaba la puerta, apenas estaba terminando de aplicar un poco de maquillaje en el rostro, así que dejé lo que estaba haciendo y fui a recibirlo.—¡Buen día! —saludé un poco agitada.—Qué tal, señorita Ruiz —saludó con elegancia mi jefe, mirándome con una expresión de superioridad.Como aún me faltaba terminar por arreglarme, no me quedó de otra que invitar al señor Walker a entrar a mi casa, para que no tuviera que esperarme afuera.—¿Quiere pasar? —pregunté avergonzada—. Estoy un poco retrasada.<