Edneris salió del centro comercial hecha una furia, lo que su madre le había pedido era absurdo, descarado y totalmente fuera de lugar, pero, por más que quisiera descargar toda su rabia en Fabiola, sabía que la verdadera raíz del problema era Evelyn, fue ella quien le confesó a su madre que estaba enamorada de Isaac y fue ella quien tuvo la osadía de desear lo que no le pertenecía.
¿Terminar con su novio solo para que su hermana pudiera coquetear con él? ¿Desde cuándo los hombres eran premios que se pasaban de una hija a otra como si fueran relojes de lujo o carteras? No, eso no iba a pasar, cuando llegara al apartamento, hablaría con Isaac seriamente, no podía dejar que las decisiones irracionales de su familia terminaran por arruinar su relación.
Mientras esperaba el autobús en la parada, sacó el celular para revisar los mensajes, lo había puesto en silencio durante la película porque detestaba estar pendiente de la pantalla cada cinco minutos, pero ahora sí quería saber si Isaac le había escrito, una voz masculina la sacó de sus pensamientos.
— ¿Desea que le dé un aventón, hermosa jovencita? — alzó la vista de inmediato y una sonrisa le iluminó el rostro.
— ¡Owen! — exclamó sorprendida y aliviada a la vez.
— Hola, señorita enfermera, vamos, suba, te llevo al apartamento y así te ahorras el pasaje. — dijo, abriendo la puerta del copiloto desde su asiento.
— No sabía que ibas a venir a la ciudad... — comentó ella mientras se subía — ¿Vas a ir a cenar a casa? Puedo prepararte tu comida favorita. — lo abrazó con cariño.
— Vine por trabajo solamente y esta noche ya tengo planes... — respondió Owen con una sonrisa amable — Pero gracias por la oferta. — ella le dedicó una sonrisa dulce.
Owen vivía en Seattle, aunque tenía una fábrica de paneles solares en Portland, así que sus visitas eran más bien esporádicas y casi siempre por negocios.
— Ya veo, tal vez mañana podamos cenar juntos, a Isaac le encantará verte. — dijo Edneris, contenta de haber coincidido con él.
— Podríamos ver si salimos los tres... — comentó Owen mientras ponía el auto en marcha — ¿Tienes que trabajar hoy? — preguntó suavemente.
— Sí, los viernes son los días más movidos en el bar, va mucha gente a beber y, como es día de pago, dejan buenas propinas. — respondió con naturalidad.
Owen asintió levemente, sabía, al igual que su hijo, que Edneris trabajaba como mesera en un bar elegante, era lo que ella les había dicho para no ganarse la desaprobación de ambos, estaba segura de que, si Owen se enteraba de su verdadero trabajo, la despreciaría muchísimo.
— Tiene sentido, aunque ¿No has pensado en buscar otro trabajo? No lo digo por criticarte, de verdad, solo pienso que es peligroso que andes tan tarde por ahí, sobre todo si sé que Isaac no te va a recoger. — añadió, lanzándole una mirada rápida antes de volver la vista al camino.
— Es cansado, sí, pero siempre pido un Uber para volver a casa, así no corro riesgos. — dijo encogiéndose de hombros, restándole importancia.
— Si yo fuera mi hijo, ni loco te dejaría tomar un Uber a esas horas... — replicó con tono protector — Iría a buscarte sin falta y siendo sincero, no te dejaría trabajar en un bar, por lujoso que fuera. — frunció el ceño y Edneris notó que no era una crítica, sino preocupación genuina, eso le arrancó una pequeña sonrisa.
— El pobre tiene que estudiar, le pone mucho empeño a sacar buenas notas, sobre todo en las materias que más le cuestan. — comentó Edneris con una risa ligera.
— Es un tonto, ya se lo dije... — respondió Owen con una sonrisa ladeada — Debería preocuparse también por cuidarte, no solo por sus calificaciones, si lo ponemos en una balanza, tú eres la que realmente merece admiración, estudias y trabajas, él, en comparación, no hace nada. — se detuvo en un semáforo en rojo y por un momento el auto quedó envuelto en una calma suave.
— Te preocupas más por mí que mi propia familia. — dijo Edneris, girando el rostro hacia él, ambos se miraron por unos segundos, y en los ojos de Owen había una ternura desarmante.
— Si yo fuera mi hijo, te cuidaría muchísimo más... — dijo con una voz cálida — Y si tú fueras mi novia... — hizo una pausa — Jamás dejaría que trabajaras en un bar, estarías solo estudiando y te tendría consentida como una reina. — Edneris sintió un aleteo inesperado en el estómago, uno que se intensificó al ver esa sonrisa suave en el rostro de Owen.
— Tengo que pagar mis estudios. — respondió, intentando mantener la compostura, aunque la dulzura de él le desordenaba el corazón.
— Yo tengo la estabilidad suficiente para cubrirte toda la carrera, incluso si quisieras hacer una especialización después. — añadió justo cuando el semáforo cambió y volvió a poner el auto en marcha.
— Mi amiga está buscando patrocinador, no sé si te interese. — bromeó Edneris, intentando aliviar la tensión con una sonrisa traviesa.
Owen soltó una carcajada suave y la atmósfera se volvió más ligera.
— Mi corazón está ocupado en estos momentos. — respondió Owen con una risa divertida ante la broma.
— Eso le va a romper el corazón a mi amiga... — rio también Edneris, siguiéndole el juego — ¿Y cómo es la mujer que te robó el corazón? Siempre has sido muy reservado con ese tema. — preguntó con genuina curiosidad.
— Es bajita, creo que mide como uno sesenta, tiene el cabello oscuro, casi negro, como carbón, sus labios parecen dibujados en forma de corazón, carnosos... — empezó a decir con una voz más suave — De caderas anchas, muslos generosos y un pecho que llama la atención, es una mujer que simplemente no pasa desapercibida. — Edneris se tensó levemente.
La descripción era tan precisa que bien podría haber sido sobre ella, pero decidió hacerse la distraída, ella no podía ser, un hombre como Owen jamás podría poner sus ojos en una mujer como ella, inexperta de la vida, demasiado joven.
— Suena muy bonita, con esa apariencia seguro tiene una fila detrás de ella. — dijo, sin mirarlo, manteniendo la vista fija en la calle.
— Lo es... — asintió él, bajando un poco el tono — El problema es que no sé si alguna vez podría fijarse en mí, como tú dices, probablemente muchos la quieren. — Edneris giró lentamente el rostro hacia él.
— Oye, tú también eres un señor muy guapo... — dijo con una sonrisa que le iluminó el rostro — Con esos ojos verdes, ese toque de canas en el cabello y esos treinta y dos bien llevados, más de una mataría por tenerte. — sin pensarlo demasiado, pasó su mano con suavidad por el cabello de Owen, provocando una chispa silenciosa entre los dos.
Owen soltó una carcajada cálida y tomó la mano de Edneris con suavidad, la acercó a sus labios y depositó un beso breve e inocente sobre sus nudillos antes de soltarla, no era la primera vez que lo hacía, y para Edneris, ese gesto ya se había convertido en una muestra de cariño habitual, un gesto afectuoso del hombre que no era otra cosa que su suegro, solo eso.
Tras ese pequeño momento, se dio cuenta de que había desordenado el peinado prolijo de Owen, así que comenzó a acomodarle los mechones rebeldes con cuidado, su cabello, de un marrón oscuro casi negro, lucía impecable, salvo por ese característico mechón plateado que cruzaba su frente como un lunar de canas. Según sabía Edneris, lo tenía desde nacimiento y jamás se molestó en cubrirlo con tintes, al contrario, lo lucía con orgullo, siempre peinando su cabello hacia un lado para dejarlo a la vista, ella envidiaba esa seguridad silenciosa que él cargaba con tanta naturalidad.
— Bueno, señorita... — dijo Owen al estacionar frente al edificio — Hemos llegado a su palacio. — se inclinó un poco para ver el edificio.
— Gracias por traerme... — sonrió ella, soltando el cinturón — Me salvaste de pagar pasaje y de venir apretada como sardina en el autobús. — le dio un beso ligero en la mejilla.
— De nada. — respondió él, devolviéndole el gesto con una sonrisa y otro beso en la mejilla.
— ¿Seguro que no quieres subir a ver a Isaac? Esta mañana dijo que se sentía algo mal, como si estuviera empezando con gripe. — comentó, ladeando la cabeza con un gesto preocupado.
— No, no puedo, tengo que pasar por la empresa a resolver algunos pendientes, otro día será... — dijo mientras abría la guantera y sacaba una pequeña barra de chocolate, que le tendió con una sonrisa ladeada — Para la reina del turno nocturno. — Edneris lo tomó entre risas, sacudiendo la cabeza con ternura.
— Gracias, sugar suegro. — Owen rio por lo bajo, encendiendo el motor nuevamente mientras ella bajaba del auto con el dulce en mano y una sonrisa que tardaría en desvanecerse.
Edneris caminó hacia el edificio sin prestar atención a las últimas palabras de Owen, algo en su tono la había dejado inquieta, desde hacía casi dos meses no los visitaba y siempre encontraba alguna excusa para no subir al apartamento ¿Estaría molesto por algo? Tal vez Isaac y él habían discutido, y si era así, haría lo posible por ayudarlos a reconciliarse, no le gustaba la idea de que dos personas que quería se distanciaran sin razón.
Mientras el elevador ascendía lentamente hasta el octavo piso, desvió la atención hacia cosas más sencillas, sacó el chocolate que Owen le había dado y lo abrió con cuidado, lo saboreó con una sonrisa traviesa, no pensaba compartir ni un cuadradito con Isaac, para esas cosas, sí que era tacaña. Apenas bajó del ascensor, se cruzó con su vecina, que justo salía del apartamento de al lado.
— Buenas tardes. — saludó Edneris con amabilidad.
— Qué bueno que te veo... — la mujer se detuvo en seco, cruzándose de brazos con gesto serio — Mira, sé que todos fuimos jóvenes y cometimos locuras, pero deberías tener más cuidado, no está bien que salgas al balcón a tener relaciones con tu novio, mi hija los vio. — Edneris se quedó congelada.
— ¿Perdón? ¿Qué cosa? — preguntó, incrédula.
— Fue al mediodía, hiciste un escándalo terrible. — respondió la vecina, convencida de lo que decía, claramente pensaba que Edneris acababa de salir del apartamento.
— Vengo llegando de la universidad, no he estado en todo el día y se supone que Isaac estaba enfermo. — dijo en voz baja, aunque la rabia le hervía bajo la piel, la mujer palideció al instante.
— Lo siento, de verdad... — balbuceó, y sin esperar una respuesta, giró sobre sus talones y se metió rápidamente a su apartamento, llevándose incluso la bolsa de basura que iba a tirar.
Edneris se quedó un momento paralizada, con el corazón acelerado, el chocolate se le hizo amargo en la boca. Edneris abrió la puerta del apartamento con delicadeza, intentando convencerse de que su vecina quizá se había equivocado, o tal vez solo había querido meterse en lo que no le importaba, dejó la mochila en el sofá con un suspiro y al alzar la vista sintió cómo el estómago se le encogía. Dos tazas, una aún con vapor, reposaban sobre la mesa de centro, trató de no adelantarse a conclusiones, Isaac nunca le había dado motivos para dudar, siempre era dulce, atento, seguía siendo el mismo chico enamorado de siempre, pero algo no encajaba.
Se dirigió al pasillo, conteniendo el aliento y a medida que se acercaba al cuarto que compartían, los sonidos comenzaron a hacerse más claros, gemidos, ruidos de movimiento, respiraciones agitadas, el corazón se le fue a la garganta. La puerta estaba entreabierta, no necesitó más que un vistazo, ahí estaban, Isaac y Evelyn.
Su novio de un año y su hermana mayor, completamente desnudos, entregándose el uno al otro sobre la cama, Evelyn estaba en cuatro patas, los labios entreabiertos en un gemido ahogado, mientras Isaac, detrás de ella, se movía con una intensidad que le revolvió el alma a Edneris, el golpe no fue solo visual, fue emocional, espiritual, como si le arrancaran algo de dentro. Ese era el precio de su confianza, en ese instante, todo encajó, las palabras de su madre, las evasivas de Owen, las excusas de Isaac, las miradas cómplices entre Fabiola y Evelyn, sintió que el mundo se estrechaba y que la única que sobraba allí, era ella.
Pero no iba a salir de ese lugar como una tonta rota, no haría un escándalo, no gritaría, no lloraría, con manos firmes sacó el celular, apuntó hacia la habitación y tomó una ráfaga de fotografías, luego, comenzó a grabar, sin temblores, sin pestañear. No era venganza lo que sentía, era justicia, sabía que eventualmente ellos negarían todo si los enfrentaba, sabía que fingirían, que se lavarían las manos, por eso grababa, por eso lo hacía.
Y mientras grababa, muchas ideas cruzaron su mente, publicarlo todo, hundir la imagen de Evelyn, hacerlo llegar a la empresa de su padre, acabar con la reputación de todos los que habían tratado de destruirla a ella, porque si algo tenía claro en ese momento, era que ya no tenía nada que perder.
— ¡Edneris! — gritó Evelyn al verla en la puerta.
— ¡Carajo! — exclamó Isaac, intentando cubrirse a toda prisa — ¡Puedo explicártelo, Edneris! — la vio cerrar la puerta con frialdad.
— ¡Espera, por favor! — insistió Evelyn, envolviéndose torpemente en la sábana.
— No puede ser, creí que me llamaría antes de volver. — murmuró Isaac, saliendo del cuarto tras ponerse un pantalón a toda prisa.
Pero Edneris no iba a quedarse allí para escuchar excusas vacías, no después de lo que acababa de ver, no después de esa traición que, sin lugar a dudas, no era cosa de una sola vez, sabía perfectamente cómo era Evelyn, todo estaba planeado. Nada había sido casual, excepto quizás que ella llegara sin avisar, seguramente su hermana había estado buscando ese momento desde hacía semanas, o incluso meses.
Sin mirar atrás, tomó su mochila y salió del apartamento casi a la carrera, con el corazón retumbando en el pecho y una rabia contenida que la empujaba a seguir, justo cuando el elevador estaba por cerrarse, el vecino del frente lo detuvo para que pudiera entrar, subió sin decir palabra, agradecida en silencio. Antes de que las puertas se cerraran por completo, vio a Isaac salir del apartamento, buscándola con desesperación, pero ya era tarde, por suerte, el elevador no se detuvo.— ¿Se pelearon? — preguntó el vecino al ver a Edneris limpiarse las lágrimas con la manga de su suéter.— Lo encontré en la cama con mi hermana, estaban dándole de perrito. — respondió sin rodeos, mientras guardaba el video en una carpeta segura de su celular.El hombre se quedó en silencio un momento, sorprendido.— Cuánto lo siento ¿Puedo ayudarte en algo? — preguntó con sinceridad, notoriamente apenado por ella.— Gracias, pero no. — respondió con voz apagada, y salió del elevador corriendo, sin rumbo fij
Terminó de maquillar sus ojos y, aunque el velo de tela translúcida de color dorado cubría sus labios, siempre se ponía labial, con bronceador, dio profundidad a sus clavículas marcadas, mientras que con iluminador hizo brillar sus huesos, incluso aplicó un poco en sus hombros. Se hizo una media coleta en su cabello, sujeta por una pinza de presión decorada con brillantes, finalmente, estaba lista para salir esa noche a bailar en la tarima, solía evitar usar calzado en el escenario porque temía resbalarse con los tacones, así que prefería adornar sus pies con joyería, generalmente tobilleras y anillos en los dedos de los pies.— ¿Estás lista? — Alice asomó la cabeza por la puerta — ¡Santo Dios! Espero que no vengan viejitos hoy, porque los vas a mandar al hospital. — exclamó, viéndola de pies a cabeza.— Qué bueno que somos enfermeras y sabemos brindar primeros auxilios. — Edneris rio divertida, observándose en el espejo.— Ed ¿Estás segura de que quieres salir a bailar esta noche? —
Edneris Morrison ha vivido toda su vida en Portland, Oregón. Su madre estaba embarazada de ella cuando la familia se mudó desde Idaho, buscando un nuevo comienzo después de que su padre perdiera su empleo tras la bancarrota de la empresa de bienes raíces donde trabajaba. Ya tenían una hija, Evelyn, la primogénita, quien se convirtió en la hermana mayor cuando Edneris llegó al mundo. Con dos bocas que alimentar y un futuro incierto, Alberto —el padre— decidió invertir los últimos ahorros que quedaban en el banco para crear su propia empresa de bienes raíces. Contra todo pronóstico, el negocio prosperó. Tres años después, con la empresa en su mejor momento, la familia celebró una nueva noticia: Fabiola, la madre, estaba embarazada de nuevo. Esta vez sería otra niña, a la que decidieron llamar Cloe.La familia Morrison parecía una más del montón, pero no lo era. Las tres hermanas tenían personalidades completamente distintas, lo que causaba los típicos roces entre hermanas. Evelyn, la ma
Edneris guardaba sus lapiceras en el estuche de pelito gris, aún con las manos temblorosas, acababa de exponer frente a toda la clase, sola, mientras los demás lo hacían en grupos de cinco, no era castigo, ni tampoco un acto de crueldad por parte de los profesores, en realidad, la estaban preparando.Ese semestre, los docentes decidieron que Edneris haría sus exposiciones por cuenta propia, no porque no la quisieran, al contrario, sino porque veían en ella algo excepcional, con un promedio sobresaliente en todas las materias, sabían que tenía potencial para conseguir uno de los codiciados lugares en el hospital más prestigioso de Portland. Solo unos pocos estudiantes lograban entrar ahí para realizar su servicio social, y sus profesores querían darle todas las herramientas posibles para destacar, incluso, una de sus maestras solía decir que, si seguía a ese ritmo, no le tomaría mucho convertirse en jefa de enfermeras.Guardó primero su cuaderno de apuntes y antes de meter el estuche,
Para Edneris la noche anterior había sido una de esas raras y buenas jornadas en las que la propina mínima era de cinco mil dólares, y Edneris había tenido la suerte de hacer tres bailes privados, uno para cada uno de sus admiradores más frecuentes del club.El primero era un ingeniero de unos cincuenta años, divorciado y ya con nietos, iba cada jueves sin falta solo para verla bailar en privado, jamás le había faltado el respeto ni le había hecho insinuaciones incómodas; a veces, al terminar, le pedía que se quedara un rato más conversando mientras él bebía un vino costoso. Edneris, por su parte, solo aceptaba una botella de agua, era un cliente generoso, silencioso y, en cierto modo, casi inofensivo.El segundo era un pastor casado, de unos cuarenta años, cuya presencia siempre le provocaba un malestar difícil de explicar, elegía siempre las mismas dos canciones, se sentaba con las manos entrelazadas, la miraba en silencio y luego le daba una propina considerable solo por verla move