Sin mirar atrás, tomó su mochila y salió del apartamento casi a la carrera, con el corazón retumbando en el pecho y una rabia contenida que la empujaba a seguir, justo cuando el elevador estaba por cerrarse, el vecino del frente lo detuvo para que pudiera entrar, subió sin decir palabra, agradecida en silencio. Antes de que las puertas se cerraran por completo, vio a Isaac salir del apartamento, buscándola con desesperación, pero ya era tarde, por suerte, el elevador no se detuvo.
— ¿Se pelearon? — preguntó el vecino al ver a Edneris limpiarse las lágrimas con la manga de su suéter.
— Lo encontré en la cama con mi hermana, estaban dándole de perrito. — respondió sin rodeos, mientras guardaba el video en una carpeta segura de su celular.
El hombre se quedó en silencio un momento, sorprendido.
— Cuánto lo siento ¿Puedo ayudarte en algo? — preguntó con sinceridad, notoriamente apenado por ella.
— Gracias, pero no. — respondió con voz apagada, y salió del elevador corriendo, sin rumbo fijo, impulsada por una mezcla de rabia, dolor y desesperación.
Mientras tanto, Isaac bajaba los ocho pisos por las escaleras, descalzo y a medio vestir, salió a la calle con la mirada desesperada, escaneando cada rincón como si pudiera encontrarla entre los autos y la gente, como si aún tuviera tiempo de arreglar lo irreparable, se agarró el cabello frustrado, sintiendo el peso del error cometido, mientras las personas lo miraban como si fuera un loco.
Frente al edificio, el vecino recogía su correo, al verlo pasar hecho un desastre, solo le dirigió una mirada cargada de desdén antes de volver a concentrarse en sus sobres, ya no había nada más que decir.
— ¿La encontraste? — preguntó Evelyn, mientras terminaba de vestirse.
— No, Dios mío, la perdí. — gruñó Isaac y le dio un puñetazo a la pared, frustrado.
— ¿No vas a pensar en lo que te dije? — Evelyn lo miró con intensidad — Estoy enamorada de ti, y mi hermana no te merece, por favor, piénsalo. — intentó acercarse, pero él se apartó rápidamente.
— ¡Te pido que tomes tus cosas y te largues de mi apartamento! — espetó, intentando controlarse.
— Sabes que tú también me quieres, por más que lo niegues y sabes bien que yo puedo darte todo lo que te mereces. — respondió Evelyn mientras recogía su cartera.
— ¡Yo quiero a Edneris! — gritó, pasando una mano por su cabello en un gesto desesperado — Todo esto fue un error... — respiro hondo — ¡Todo fue tu culpa porque tú te me ofreciste! — la vio con rabia.
— Y tú no te negaste... — replicó ella, cruzándose de brazos — Yo no te puse un cuchillo en la garganta para que te acostaras conmigo, te recuerdo que fuiste tú quien me besó primero, lo hiciste porque te gusto, te gusto más que mi hermana, y por más que lo quieras negar, ya no puedes. — Isaac cerró los ojos con fuerza, abatido.
— Pero ella no se merecía saberlo así, yo esperaba terminarla cuando pasaran los exámenes... — se dejó caer en la cama con un suspiro derrotado — Vete de mí apartamento, por favor. — lo dijo en un susurro, sin levantar la cabeza.
Evelyn soltó un gruñido de frustración antes de salir del cuarto, en teoría, solo había ido al apartamento a dejar unos postres para la pareja, aunque en realidad lo que buscaba era quedarse a solas con Isaac para seducirlo, no había planeado que las cosas terminaran de esa manera, pero todo se le había salido de control, ahora tendría que cargar con el odio de su hermana, y eso le pesaba, aunque, siendo sincera, lo que más le preocupaba era su propia reputación.
Apenas cruzó la puerta del apartamento, le envió un mensaje a su madre contándole lo que había ocurrido, le pidió que hablara con Edneris antes de que hiciera algo con las fotos que, estaba segura, había tomado, solo le bastó ver el celular en sus manos para imaginarse la escena congelada en la galería.
Mientras tanto, Edneris no dejó de correr hasta que sus piernas se rindieron, con el corazón latiendo con fuerza y la respiración agitada, se dejó caer en una de las bancas del parque, necesitaba tiempo para procesar todo lo que había presenciado, sacó el celular y revisó las fotos, luego el video, no cabía duda, lo que sus ojos habían visto era tan real como la punzada que sentía en el pecho.
Sin pensarlo demasiado, seleccionó una de las imágenes y se la envió a Owen con un simple mensaje; "S.O. S", el mensaje fue leído casi de inmediato, pero antes de que pudiera obtener una respuesta, su teléfono comenzó a sonar, era su madre. En cuanto vio el nombre en la pantalla, su cuerpo se tensó, la decepción se desbordó en un sollozo y, sin dudarlo, colgó la llamada, apenas lo hizo, otra llamada entrante apareció en la pantalla: Owen, esa sí la respondió.
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— ¿Dónde estás? — preguntó Owen en cuanto escuchó que ella había contestado la llamada.
— En el parque, cerca del edificio. — susurró Edneris, con la voz temblorosa, intentando contener el nudo en la garganta.
— ¿Qué parque? Hay como cuatro a los alrededores del edificio, dime cuál es y voy por ti de inmediato. — insistió él, con evidente preocupación.
— Ya es tarde y tengo que ir al trabajo... — respiro hondo, controlándose — Solo ayúdame pidiéndole a tu chofer que saque mis cosas del apartamento y las guarde en tu casa, mañana temprano iré por ellas. — respondió ella, sorbiendo por la nariz mientras buscaba una servilleta en su mochila.
— Voy a enviar a Jake por tus cosas, no te preocupes por eso, pero por favor, dime dónde estás y no vayas a trabajar esta noche, ven a mi apartamento, quédate aquí. — pidió Owen con voz suave, casi suplicante.
— Gracias... — murmuró ella — Dile a Jake que debajo de la cama hay una caja de zapatos, también es mía, mi ropa está colgada en el clóset, los zapatos en la zapatera, las joyas y los perfumes en el tocador, hay más ropa en las primeras dos gavetas y dentro del clóset hay dos maletas de viaje donde puede guardar todo, si no cabe, que deje lo que sobre. — mientras hablaba, se limpiaba los mocos con la servilleta, intentando no quebrarse más de lo que ya lo había hecho.
— Edneris, por favor, no me alejes de ti por las estupideces que hizo mi hijo. — susurró Owen, con la voz cargada de dolor.
— No te voy a alejar, pero tengo que ir al trabajo, necesito ganar para el alquiler de un nuevo apartamento. — respondió ella, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.
— Te suplico que no vayas, dime dónde estás y voy por ti. — dijo él, su voz quebrada por la tristeza.
— Nos vemos mañana. — Edneris no quería verlo, al menos no en ese momento.
— Edneris... — Owen alcanzó a decir, pero ella ya había colgado.
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Edneris miró rápidamente los mensajes que habían seguido llegando mientras hablaba con Owen, eran de su hermana, de su madre y de Isaac, no se molestó en leer ninguno, sabía que no quería perder más tiempo en eso, los bloqueó uno por uno, sintiendo que cada acción la alejaba un poco más de lo que acababa de suceder. Se quedó un momento más en la banca, observando a las personas que paseaban con sus mascotas o jugaban con sus hijos, respiró hondo, sacó otro pañuelo para secarse las lágrimas y se levantó con la determinación de ir a trabajar.
No iba a detenerse solo por lo que acababa de presenciar, había salido de su casa con la intención de seguir adelante, sin importar los obstáculos, ese solo era uno más, algo que podría superar porque sabía que era una mujer de valor, merecedora de mucho más de lo que había tenido hasta ahora. Con el uniforme puesto y la mochila al hombro, se dirigió al club, era un viernes, un día de mucho trabajo y sabía que tendría que esforzarse para ganar lo que necesitaba, aunque ya no podría retirarse como había planeado.
Bajó del Uber por la parte trasera del club, la entrada habitual, eran las seis y media de la tarde, y Alice ya estaba en su puesto detrás de la barra, preparando cócteles y sirviendo las primeras cervezas a los pocos clientes que comenzaban a llegar.
— Alice ¿Me puedes servir un tequila, por favor? — Edneris lo pidió con voz cansada, necesitaba algo fuerte para despertar del letargo melancólico en el que se encontraba.
— Claro ¿Qué pasó? — Alice frunció el ceño al ver el rostro preocupado de su amiga, la sonrisa desapareció al instante.
— Acabo de encontrar a Isaac, teniendo sexo con mi hermana Evelyn. — Edneris lo soltó con calma, como si no fuera gran cosa, pero su tono de voz hizo que todos los bartenders alrededor la miraran.
— ¿Es en serio? — Alice no podía creerlo, la incredulidad era evidente en su rostro.
— Si, no es broma, estaban en la cama que compartíamos y la vecina me regañó porque pensaba que yo había estado con Isaac en el balcón. — Edneris sacó su celular y le mostró el video sin dudar.
— ¡Mierda! — Alice se cubrió la boca, y los demás bartenders se acercaron, interesados en el chisme.
— ¿Cómo puedes estar tan tranquila? — preguntó Joseph, uno de los bartenders, visiblemente sorprendido.
— ¿Y qué podría hacer? — Edneris suspiró, con una calma sorprendente — Me engañó ¿Enojarme, gritarles? No iba a servir de nada, no me voy a rebajar al nivel de la cucaracha que dice ser mi hermana. — Sonia, la otra bar tender, le sirvió un shot de tequila, y Edneris lo recibió sin dudar.
— Mis respetos, gatita. — Juan se puso la mano en el pecho, admirado por la calma de Edneris.
— Sí, porque yo hubiera repartido piñazos por todos lados, no sé cómo has podido mantenerte tan serena, gatita. — Sonia, al ver que Edneris se bebió el tequila, la llenó nuevamente.
Se había ganado el apodo de "gatita" solo por el color tan peculiar que tenían sus ojos, hasta los clientes la conocían con ese apodo y para ella era mucho mejor, ya que podía mantener su verdadero ser en el anonimato, los trajes de odalisca que usaba tenían un velo que le cubría desde la nariz hasta la barbilla, sus bailes consistían en coreografías bien montadas, moviendo las caderas, el pecho y el abdomen de formas sensuales, no se desvestía en ningún momento ni permitía que nadie la tocara.
— Gatita... — su jefa la llamó — ¿Por qué no estás en tu cuarto cambiándote? Es noche de pago y dejé el nuevo traje en tu ropero, muero de ganas por ver cómo te queda. — dijo la mujer, sonriendo.
— Gracias, Coral. — Edneris sonrió de lado, tratando de no parecer tan deprimida.
— ¿Qué pasó? ¿Por qué tienes esa cara tan larga? ¿Quién se murió? — Coral tomó la barbilla de Edneris, mirando preocupada.
Le mostró el video a Coral también, no tenía remordimientos de conciencia al exponer a su hermana frente a todos sus colegas de trabajo, e incluso seguía considerando subirlo a una página de internet, tenía los contactos de muchos socios de su padre y enviarlos sería mortal para toda su familia.
— La vida es una m****a. — dijo Edneris, tomando el celular para guardarlo.
— ¿Te quieres tomar la noche libre? Puedes quedarte en la barra y todos los tragos corren por mi cuenta. — Coral le dio un abrazo, tratando de reconfortarla.
— No, solo dame una hora más para prepararme y saldré a bailar como anoche, como anteanoche, como cada noche desde que empecé a trabajar en este lugar. — se bebió un tercer shot de tequila.
— Si es tu decisión, yo la respeto, mi preciosa ballerina... — Coral tenía que respetar su decisión, porque era Edneris quien la hacía ganar más dinero — Pero si en algún momento no te sientes bien, llamas a Gabriel y te retiras del escenario ¿Tienes dónde quedarte esta noche? — preguntó mientras miraba hacia el escenario.
— Ahorita no estoy segura, quería salir del trabajo primero antes de pensar en dónde voy a dormir. — Sabían que vivía con Isaac.
— Te puedes quedar conmigo si quieres, la jornada laboral, ya sabes, termina a medianoche, igual que la tuya. — Alice le tomó la mano con una sonrisa amable.
— Gracias, me iré a preparar antes de que se me haga más tarde. — Edneris bajó del taburete, incómoda por toda la lástima que estaba recibiendo.
— Me avisas cualquier cosa. — Coral dijo, observando cómo ella se alejaba.
Fue directo a donde estaban los camerinos, saludando a las otras bailarinas, que todas se arreglaban en un solo espacio, a pesar de los privilegios que tenía, mantenía una buena relación con todas sus compañeras, entró en su propio camerino y después de cerrar la puerta, se apoyó en ella, deslizándose hasta el suelo, rompiendo en llanto desesperado mientras se abrazaba a sí misma, destrozada por dentro, las traiciones de la familia eran las que más dolían.
Se levantó después de unos diez minutos, hecha una bolita en el suelo, se limpió las lágrimas, se lavó el rostro y se sentó frente al tocador, cuyo espejo estaba rodeado de bombillas blancas que iluminaban su rostro, con el tiempo que llevaba trabajando, se había convertido en una experta maquillando sus ojos, su nuevo traje, de un rojo escarlata, estaba adornado con monedas doradas alrededor de la cadera, que sonaban al menor soplo del viento. El sostén a juego tenía un pequeño cristal colgando en el centro de su pecho, debido al color tan intenso del traje, decidió usar sombras oscuras; un marrón rojizo para dar profundidad, con brillos en la esquina inferior del párpado móvil e iluminador en el hueso de las cejas.
Terminó de maquillar sus ojos y, aunque el velo de tela translúcida de color dorado cubría sus labios, siempre se ponía labial, con bronceador, dio profundidad a sus clavículas marcadas, mientras que con iluminador hizo brillar sus huesos, incluso aplicó un poco en sus hombros. Se hizo una media coleta en su cabello, sujeta por una pinza de presión decorada con brillantes, finalmente, estaba lista para salir esa noche a bailar en la tarima, solía evitar usar calzado en el escenario porque temía resbalarse con los tacones, así que prefería adornar sus pies con joyería, generalmente tobilleras y anillos en los dedos de los pies.— ¿Estás lista? — Alice asomó la cabeza por la puerta — ¡Santo Dios! Espero que no vengan viejitos hoy, porque los vas a mandar al hospital. — exclamó, viéndola de pies a cabeza.— Qué bueno que somos enfermeras y sabemos brindar primeros auxilios. — Edneris rio divertida, observándose en el espejo.— Ed ¿Estás segura de que quieres salir a bailar esta noche? —
Edneris Morrison ha vivido toda su vida en Portland, Oregón. Su madre estaba embarazada de ella cuando la familia se mudó desde Idaho, buscando un nuevo comienzo después de que su padre perdiera su empleo tras la bancarrota de la empresa de bienes raíces donde trabajaba. Ya tenían una hija, Evelyn, la primogénita, quien se convirtió en la hermana mayor cuando Edneris llegó al mundo. Con dos bocas que alimentar y un futuro incierto, Alberto —el padre— decidió invertir los últimos ahorros que quedaban en el banco para crear su propia empresa de bienes raíces. Contra todo pronóstico, el negocio prosperó. Tres años después, con la empresa en su mejor momento, la familia celebró una nueva noticia: Fabiola, la madre, estaba embarazada de nuevo. Esta vez sería otra niña, a la que decidieron llamar Cloe.La familia Morrison parecía una más del montón, pero no lo era. Las tres hermanas tenían personalidades completamente distintas, lo que causaba los típicos roces entre hermanas. Evelyn, la ma
Edneris guardaba sus lapiceras en el estuche de pelito gris, aún con las manos temblorosas, acababa de exponer frente a toda la clase, sola, mientras los demás lo hacían en grupos de cinco, no era castigo, ni tampoco un acto de crueldad por parte de los profesores, en realidad, la estaban preparando.Ese semestre, los docentes decidieron que Edneris haría sus exposiciones por cuenta propia, no porque no la quisieran, al contrario, sino porque veían en ella algo excepcional, con un promedio sobresaliente en todas las materias, sabían que tenía potencial para conseguir uno de los codiciados lugares en el hospital más prestigioso de Portland. Solo unos pocos estudiantes lograban entrar ahí para realizar su servicio social, y sus profesores querían darle todas las herramientas posibles para destacar, incluso, una de sus maestras solía decir que, si seguía a ese ritmo, no le tomaría mucho convertirse en jefa de enfermeras.Guardó primero su cuaderno de apuntes y antes de meter el estuche,
Para Edneris la noche anterior había sido una de esas raras y buenas jornadas en las que la propina mínima era de cinco mil dólares, y Edneris había tenido la suerte de hacer tres bailes privados, uno para cada uno de sus admiradores más frecuentes del club.El primero era un ingeniero de unos cincuenta años, divorciado y ya con nietos, iba cada jueves sin falta solo para verla bailar en privado, jamás le había faltado el respeto ni le había hecho insinuaciones incómodas; a veces, al terminar, le pedía que se quedara un rato más conversando mientras él bebía un vino costoso. Edneris, por su parte, solo aceptaba una botella de agua, era un cliente generoso, silencioso y, en cierto modo, casi inofensivo.El segundo era un pastor casado, de unos cuarenta años, cuya presencia siempre le provocaba un malestar difícil de explicar, elegía siempre las mismas dos canciones, se sentaba con las manos entrelazadas, la miraba en silencio y luego le daba una propina considerable solo por verla move
Edneris salió del centro comercial hecha una furia, lo que su madre le había pedido era absurdo, descarado y totalmente fuera de lugar, pero, por más que quisiera descargar toda su rabia en Fabiola, sabía que la verdadera raíz del problema era Evelyn, fue ella quien le confesó a su madre que estaba enamorada de Isaac y fue ella quien tuvo la osadía de desear lo que no le pertenecía.¿Terminar con su novio solo para que su hermana pudiera coquetear con él? ¿Desde cuándo los hombres eran premios que se pasaban de una hija a otra como si fueran relojes de lujo o carteras? No, eso no iba a pasar, cuando llegara al apartamento, hablaría con Isaac seriamente, no podía dejar que las decisiones irracionales de su familia terminaran por arruinar su relación.Mientras esperaba el autobús en la parada, sacó el celular para revisar los mensajes, lo había puesto en silencio durante la película porque detestaba estar pendiente de la pantalla cada cinco minutos, pero ahora sí quería saber si Isaac l