Capítulo 5 Mujer problemática
Al día siguiente, Clara y Felipe registraron su matrimonio. Sin embargo, antes de dirigirse al Ayuntamiento, Felipe le entregó un documento a Clara.

—Léelo y, si no tienes objeciones. firma el contrato. Una vez hecho, obtendremos el certificado de matrimonio.

Clara le echó un vistazo al documento y comprobó que las dos palabras destacadas en él eran: «Contrato Matrimonial».

En él se estipulaba que estarían casados durante dos años, que el matrimonio debía mantenerse en secreto y que, durante ese período, no deberían interferir en la vida del otro.

En ese tiempo, el marido cubriría todas las facturas razonables que la esposa pudiera generar, mientras que la esposa tendría que complacer a la familia del marido y asistir a ciertos eventos sociales con él cuando fuera necesario.

El divorcio ocurriría al cabo de dos años y la esposa no tendría derecho a parte de los bienes del marido, de este modo, se marcharía sin recibir ningún beneficio económico.

Si la esposa se negara a firmar el divorcio al cabo de dos años, el marido tendría el derecho de enviarla a prisión.

A Clara no le gustó cómo sonaba eso último.

—¿Por qué soy la única que se ve obligada? ¿Y si luego eres tú quien se niega a pedir el divorcio? —protestó Clara.

—Eso es imposible —repuso Felipe con determinación.

—No se puede garantizar. Deberías añadir otro plazo, para ser justos. Si te niegas a presentar el divorcio en dos años, todas tus propiedades serán mías.

Felipe miró a Clara. Era pequeña, pero su apetito era grande.

«¿Aceptó casarse conmigo solo por el dinero?», pensó Felipe. «¡Ja!»

Aun así, Felipe aceptó la sugerencia de Clara. No le importaba, ya que estaba seguro de que se divorciaría de ella en el tiempo estipulado.

Clara continuó leyendo. El último término decía:

«No deben mantener relaciones durante su matrimonio».

Este punto estaba resaltado, lo que indicaba que era extremadamente importante.

Clara no entendía completamente el significado de esto, por lo que preguntó:

—¿Qué significa esto?

—Nos estamos casando por conveniencia, lo que significa que solo somos esposos de nombre —explicó Felipe—. Así que no te hagas ilusiones sobre mí. Yo tampoco te tocaré.

Clara finalmente entendió, se sonrojó y miró a Felipe con incredulidad.

—No te preocupes. Estoy fuera de tu alcance. Será mejor que te mantengas alejado. Si tienes alguna idea rara sobre mí, te arrepentirás.

La expresión de Felipe se volvió sombría.

—¡Nunca te tocaré ni aunque me muera!

—¡Será mejor que lo digas en serio!

Después de firmar el contrato, marcharon a registrar su matrimonio. Durante ese proceso, se ignoraron mutuamente.

En el Ayuntamiento, el personal pensó que la pareja se había confundido de departamento. No parecía que estuvieran allí para casarse, sino más bien para divorciarse.

Una vez que se oficializó el matrimonio, Felipe cumplió con las instrucciones de su abuelo y llevó a Clara de vuelta a la Residencia Ramírez.

Cuando Juan Ramírez, el abuelo de Felipe, vio el certificado de matrimonio, sonrió. A Juan le agradaba mucho Clara y se preocupaba profundamente por ella.

—Ahora que estás casada, también eres parte de la familia Ramírez. Si alguien se atreve a intimidarte, díselo a Felipe. Él te protegerá. Y si Felipe te intimida, házmelo saber. Puedes confiar en mí en todo momento.

Clara sintió que se le encogía el corazón al escuchar esas palabras. No le agradaba Felipe, pero el abuelo de Felipe era una persona bastante decente.

—Entendido. Gracias, abuelo.

—Niña, ahora somos familia. No es necesario que seas tan formal conmigo.

Mientras Clara se dirigía al patio para darle de comer a los peces, Felipe no pudo evitar preguntar:

—¿Quién es ella exactamente?

Juan entrecerró los ojos y devolvió la pregunta:

—¿No has averiguado nada?

Felipe guardó silencio y eso fue suficiente respuesta para su abuelo. Juan sonrió y miró con ternura la figura de Clara en el patio.

—La protegieron muy bien.

Felipe sintió una curiosidad aún mayor.

—¿Quién la protege? —Juan no respondió, por lo que Felipe continuó—: Ya me casé con ella, así que no hay necesidad de ocultarme nada.

Juan negó con la cabeza.

—Te casaste con ella, es cierto, pero solo por dos años. Si prometes nunca divorciarte de ella, entonces te lo diré.

Felipe se quedó callado. Su deseo de pedir el divorcio era más fuerte que su curiosidad. Clara era una mujer rebelde y problemática.

—El momento aún no ha llegado —dijo Juan—. Hablaremos cuando desarrollen sentimientos el uno por el otro.

De repente, Juan suspiró profundamente y su expresión se volvió seria.

—Clara ahora parece animada y feliz porque la han cuidado bien. Aún no sabe nada. Si se entera, ya no será feliz. Es una niña lamentable, mucho más de lo que puedas imaginar. No la intimides, Felipe. Trátala con amabilidad.

—¿Por qué es lamentable? —preguntó Felipe—. ¿Qué es lo que no sabe?

Juan simplemente suspiró y sacudió la cabeza, indicando que no debía seguir preguntando.
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