Capítulo 7 Clara otra vez
Cuando Felipe llegó al hospital, Emilia ya no estaba en estado crítico y se encontraba tumbada en la cama, con los ojos rojos e hinchados de tanto llorar.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Felipe.

Agarrándole del brazo, Emilia dijo entre sollozos:

—¡Es Clara! ¡Todo es por Clara! Felipe, no quiero vivir más.

Felipe miró la mano de Emilia que le agarraba la muñeca. Frunciendo el ceño, apartó la mano antes de preguntar:

—¿Qué pasó exactamente?

Emilia que ya estaba enfadada, se enfadó aún más, cuando vio que Felipe rechazaba sus caricias.

Decidió culpar de todo a Clara, por lo que dijo de modo acusador:

—Hoy he completado los trámites del alta. Pero, de repente, Clara vino corriendo hacia mí y me enseñó su certificado de matrimonio. Incluso me llamó rompehogares. ¡Dijo que quería que alguien me matara!

La expresión de Felipe se ensombreció al oír aquello.

«¡Clara otra vez!»

No había tenido ni un día de tranquilidad en su vida desde que ella había aparecido.

—Felipe, ¿de verdad te casaste con ella? —preguntó Emilia en tono lastimero.

—Eso es entre ella y yo —respondió Felipe—. No tiene nada que ver contigo. Le daré una lección para que no vuelva a meterse contigo. Además, no te deprimas tanto como para volver a hacer cosas así.

Cuando Emilia supo que el certificado de matrimonio era real, su corazón se rompió en pedazos. Se negaba a aceptar la verdad.

—¿Cómo puedes casarte con ella, Felipe? —dijo con gesto triste—. ¿Qué tiene de bueno aparte de su aspecto? No es más que una pueblerina. No te merece. Ella...

Cuando Emilia se encontró con la mirada contrariada de Felipe, no se atrevió a continuar. Felipe ya había dicho que ella no tenía nada que ver con el asunto entre él y Clara. En otras palabras, no tenía derecho a inmiscuirse.

Emilia se sintió muy disgustada, por lo que cambió de tema.

—Felipe, cuando Clara se fue, dijo que encontraría a alguien que se ocupara de mí. Tengo mucho miedo. ¿Puedes quedarte aquí esta noche para hacerme compañía?

Felipe asintió.

Emilia se sintió inmediatamente mucho mejor y pensó:

«¿Y qué si están casados? Felipe me quiere más a mí».

Clara se pondría furiosa, si tenía que pasar la noche de bodas sola. El solo hecho de pensar en eso hizo que el ánimo de Emilia aumentara.

Pero eso no duró mucho. Acababa de ponerse el sol, cuando Felipe recibió una llamada de Juan.

—Felipe, no me importó que te involucraras con una mujer cualquiera en el pasado. En ese momento no estabas casado. Pero ahora, eres el marido de alguien. ¡Así que cuidado!

Felipe frunció el ceño.

—Pero abuelo, Emilia...

—¡Nunca me menciones su nombre! —lo cortó Juan—. Recuerda nuestra promesa. Tienes que compartir habitación con Clara después de casarte. Con cada noche que pases lejos de ella, añadiré otro año a tu matrimonio.

Juan colgó con rabia y Felipe sintió que le sobrevenía un intenso dolor de cabeza mientras miraba fijamente su teléfono.

Al principio, se había visto obligado a aceptar un matrimonio con Clara, pero con la condición de que solo estarían casados por dos años. Si al cabo de ese tiempo no se había enamorado de ella, pediría el divorcio.

Sin embargo, Juan había añadido algunas condiciones adicionales. Una de ellas era que Felipe tenía que compartir habitación con Clara durante el tiempo que duraría el matrimonio. De lo contrario, por cada noche que durmieran separados, su matrimonio se prolongaría un año más.

Felipe suspiró para sus adentros, guardó el teléfono, miró a Emilia y le dijo:

—Debo irme. Cuídate y descansa bien. Conmigo cerca, Clara no se atrevería a hacer que nadie te atacara.

Tras estas palabras Felipe se marchó.

¡Emilia estaba tan cabreada que casi rasga las sábanas!

Tenía que darle una lección a Clara, o su ira nunca se calmaría, por lo que tomó el teléfono y marcó un número.

—... 20 mil dólares. Haz lo peor que puedas. Si algo sucede, yo asumiré la responsabilidad ...
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