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Capítulo 2 Mi prometido no tiene moral
—¡No! ¡Fuego! ¡Corre!

El café se convirtió en un caos. Entre gritos y toses, aquellos que se encontraban dentro se apresuraron a salir.

Emilia, presa del pánico, corrió hacia la salida. Apenas había alcanzado la entrada, cuando una mujer la agarró por el brazo.

Debido al frenesí de la multitud, la pierna de la mujer fue pisoteada; estaba fracturada y no podía moverse. En su desesperación, se aferró a Emilia como si fuera su única esperanza.

—Señorita, por favor, salve a mi hijo. Todavía está dentro. ¡Por favor, sálvelo!

Emilia la miró con rabia y apartó la mano de la mujer con un gesto brusco. A pesar del dolor en sus mejillas y en su boca, dijo:

—¡Es un incendio enorme! ¿Quieres que me mate? ¡Lárgate!

Emilia escupió con desprecio y se apartó, llamando a Felipe con voz lastimera.

—Felipe, ven rápido. Me he hecho daño.

La mujer que se había aferrado a Emilia yacía en el suelo, perdiendo toda esperanza, mientras las personas a su alrededor murmuraban entre sí.

—¿Quién se atrevería a entrar con incendio tan grande? Morirían —comentó alguien.

—Exactamente. Probablemente no quede esperanza para el niño — añadió otro.

Clara, quien se hallaba detrás de la multitud, estaba a punto de marcharse, pero frunció el ceño al escuchar las palabras de la mujer. Sin dudarlo, se apresuró a entrar en el café en la dirección opuesta a la muchedumbre.

La gente se quedó atónita al ver a Clara precipitarse hacia el fuego.

—¿Esa chica está loca ? ¡¿Cómo se le ocurre entrar en un lugar con un incendio tan descomunal?!

—¡Debe tener un tornillo suelto!

La multitud pensó que Clara y el niño estaban perdidos. Pero, un momento después, ella salió corriendo del café con el pequeño en brazos. Aunque lucía sucia y desordenada —tenía algunos agujeros en la ropa, por culpa del fuego, y el rostro cubierto de hollín—,el niño en sus brazos estaba a salvo.

Sollozando, la mujer abrazó con fuerza a su hijo. Cuando finalmente se serenó, intentó expresarle su gratitud a Clara, pero esta ya había desaparecido.

Clara tomó un taxi para ir sola al hospital. Su única preocupación en aquel momento era proteger al niño. La caída de una lámpara le había golpeado la espalda y, junto con las quemaduras, temía correr peligro. No podía tratar sus heridas por sí misma, así que lo único que podía hacer era ir al hospital.

Al llegar al hospital, se encontró inesperadamente con Felipe y con Emilia.

Emilia tenía los ojos enrojecidos y parecía vulnerable y apesadumbrada. Felipe la protegía con esmero, como si cuidara de un tesoro, y no dejaba de consolarla con un tono de voz suave.

Un grupo de médicos con bata blanca iban tras ellos. A simple vista, se notaba que eran quienes dirigían del hospital.

Con semejante cortejo, no parecía que la pareja estuviera allí para ser atendida; más bien parecían altos mandos que se encontraban allí para inspeccionar el hospital.

Clara frunció los labios e, ignorando a su prometido y a Emilia, se dirigió directamente al ambulatorio.

Cuando el médico vio la herida en su espalda, se quedó de piedra.

—¿Cómo te lastimaste tanto?

—Me he quemado accidentalmente. Por favor, aplíqueme pomada en las heridas.

La expresión del médico era grave. No podía creer que Clara había llegado sola al hospital con una herida como aquella.

Su situación mostraba un marcado contraste con Felipe y Emilia, cuya llegada había causado revuelo entre el equipo directivo del hospital. Mientras que Clara se encontraba sola, con graves heridas en el cuerpo.

Ni siquiera lloró ni se quejó por ello.

Esta era probablemente la diferencia entre una princesa y un indigente.

El médico suspiró internamente.

Clara vestía con sencillez, por lo que el médico pensó que era de familia pobre.

—Me temo que necesitarías cirugía. ¿Dónde están tus familiares? Haz que alguien venga a firmarte los formularios de consentimiento, luego puedo organizar la cirugía.

—Puedo firmarlo yo misma.

—Eso no servirá. Necesitamos la firma de un familiar para las cirugías.

Clara se quedó callada. De repente, se sintió un poco triste. Sin su abuelo allí, no tenía quien le firmara los papeles.

—Soy huérfana.

El médico se quedó estupefacto.

—¿No tienes otros familiares?

—Tengo un abuelo, pero no está aquí ahora.

—Entonces..., ¿tienes familia o amigos aquí?

—Tengo un prometido.

Cuando Clara terminó de hablar, recordó la escena que acababa de ver. Hizo un mohín y dijo con tristeza:

—Pero ahora está muerto. Su vida es un desastre y no tiene moral. Tuvo una aventura con una mujer casada, y el marido de la mujer les pilló in fraganti. Lo mataron a golpes.

El médico y la enfermera, que acababa de llegar, se quedaron sin habla; y el primero no tuvo más remedio que dejar que Clara firmara ella misma el documento.

Tras esto, Clara fue enviada al quirófano.

Poco después, Felipe recibió la noticia de que ella también estaba en el hospital, por lo que se apresuró a preguntar por ella:

—¿Cómo está Clara Rodríguez? ¿Cómo se ha hecho daño? ¿Fue grave?
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