Rachel acaba de recibir la puñalada más dolorosa. Nos vemos mañana.
Sus palabras provocan un fuerte impacto en mi cerebro, sobre todo, en mi frágil corazón. ¿Qué está diciendo? Retrocedo y lo miro confusa. ―Tú… Tú… ―inhalo profundo para tratar de organizar las ideas dentro de mi cabeza. Su confesión me ha dejado tan aturdida que me cuesta enlazar un pensamiento con otro―. Nadie puede fingir amor por otra persona. Le digo aquello como si fura ley universal. Mi poca experiencia en el campo de los sentimientos me indica que cuando el corazón se empeña con alguien, no hay poder en este mundo que pueda interponerse en su camino. Se entrega por completo, lo da todo, incluso, arriesga su propia seguridad para conseguir su cometido. No le importa exponerse y quedar vulnerable, ser imprudente, tonto y confiado, cuando se trata de la persona de la que se ha enamorado. No hay ninguna manera de que un ser humano pueda simular tal sentimiento. ¿Cierto? Lud, ríe y niega con la cabeza. ―Qué inocente eres, Rachel ―comento con cierto tono divertido―. Cuando un homb
Dos días después Despierto agitado. Hay perlas de sudor bañando todo mi cuerpo. Mi pecho sube y baja a toda velocidad. Mis pulmones arden tanto que me cuesta respirar. Giro la cara y observo la hora en el reloj. Descubro, sin ninguna sorpresa, que solo han pasado treinta minutos desde que mis ojos se cerraron. Río con ironía y niego con la cabeza. Ha sido imposible para mí conciliar el sueño durante los últimos dos días, para ser más exacto, desde que decepcioné a Rachel y le rompí el corazón. ¿Puede ser un hombre más miserable de lo que yo he sido? Una punzada dolorosa acribilla el lado izquierdo de mi pecho. Cierro los ojos e inhalo profundo. Elevo la mano derecha y araño la piel de la zona con la yema de mis dedos, aferrado a la vaga esperanza de encontrar un poco de alivio. Nada. Este maldito dolor no se va de allí. Se ha instalado dentro de mi corazón como un huésped indefinido. Me paso las manos por la cara debido a lo frustrado y ansioso que me siento. ―¿Por qué me duele tant
―Rachel ―gimo al escuchar aquella voz―. Rachel, despierta ―abro mis ojos, pero tan pronto como lo hago el sol achicharra mis retinas. Elevo la mano hasta mi cara y me protejo de sol. Estoy confusa y aturdida―. ¿Cómo te sientes? ¿Victoria? Descubro mis ojos y los entrecierro para enfocar la mirada. Mi boca se siente seca y mis labios agrietados. ―Tengo sed ―le digo con la voz rasposa. Una vez que mi visión se adapta a la claridad, mis ojos se nublan con las lágrimas. Me incorporo sobre la cama y me abalanzo sobre ella―. Lo siento, no quise escucharte y… y… Ni siquiera logro terminar la frase. Hay algo atorado en medio de mi garganta que me impide hablar. Ella me devuelve el abrazo con dulzura y comprensión. ―Lo sé, cariño, lo sé ―comenta con dulzura―. Te prometo que todo va a estar bien. Niego con la cabeza. Nada va a estar bien. A medida que pasa el tiempo, siento que lo único que queda de pie dentro de mí, se desmorona lentamente. ―¿Qué voy a hacer con lo que siento? ―susurro, l
Espero paciente a que salgan de la casa. Reeves me hizo el trabajo más fácil desde que decidió contradecir las órdenes de su doctor y abandonó la clínica antes de que lo dieran de alta. Por supuesto, lo he estado vigilando desde el día en que milagrosamente se salvó de ir directo al infierno. Debo reconocer que ese maldito hijo de puta tiene más vidas que un gato, no obstante, eso no lo hace inmortal. Es por la misma razón que, en esta ocasión, seré yo mismo el que acabe con él. Me aseguraré de que las pocas vidas que le quedan se extingan de un solo plumazo. Inhalo profundo. Hoy más que nunca siento que las cosas comienzan a salirme como lo he estado planeando. La suerte ha puesto su mirada en mi dirección y me ha ofrecido una sonrisa coqueta. Golpeo repetidamente los dedos de mi mano izquierda contra el volante y reboto mi pie derecho con inquietud sobre el piso de mi auto. Tengo más de doce horas estacionado en el mismo lugar. El chofer entra y sale de la casa, pero Reeves sigue si
El humo se filtra a través de mis fosas nasales e inunda mis pulmones. Toso convulsamente cuando el aire comienza a faltarme. Me siento adolorida, intento moverme, pero algo me detiene. ―Ayuda. . . Lo que espero se oiga como un grito de auxilio, se convierte en un débil susurro que apenas llega a mis oídos. Me pica la garganta y me duele el pecho, por lo que cualquier esfuerzo se torna doloroso y agónico. Un mar de lágrimas empapa mi rostro y se evapora al contacto con el suelo. Las llamas están demasiado cercas, tanto, que puedo sentir el calor envolviéndome entre sus brazos. Mi visión comienza a nublarse y la falta de oxígeno me hace desvariar. De repente, escucho pasos a mi alrededor. Elevo la cara y tiemblo de pánico al ver, a pocos metros de mí, al monstruo más siniestro de todos los tiempos, la maldad hecha persona, al demonio convertido en hombre. ¿Qué hace aquí? Es entonces cuando me doy cuenta del objeto que lleva en una de sus manos. ¿Ese desgraciado nos hizo esto? Tiembl
El impacto me deja noqueado por breves instantes. Aturdido, me incorporo y observo los alrededores. El fuego consume rápidamente el costado derecho y el capó del auto. Si no salimos de aquí cuanto antes, moriremos calcinados. ―¿Jacob? ―me preocupo cuando este no responde. Su frente está apoyada en el centro del volante, parece inconsciente―. ¡Maldita sea, Jacob! ¡Despierta! El dolor acribilla el lado izquierdo de mi pecho. Al bajar la mirada observo un parche de sangre extendiéndose rápidamente sobre mi camisa de lino. Lo ignoro, me preocuparé por eso una vez que los dos salgamos de aquí. Trato de abrir la puerta contraria, pero está trabada, así que opto por la vía de escape más segura. Con mis pies golpeo repetidamente contra el vidrio de la ventana hasta que estalla en pedazos. Me lanzo a través de esta y caigo sobre el piso cono un saco de patatas. Gimo de dolor, pero no hay tiempo para ponerse a llorar como un bebecito. Me levanto de suelo y me avoco a abrir la puerta del copil
La explosión me envía a algunos metros detrás de los matorrales. Gimo aturdida. Estoy adolorida en aquellos lugares que ni siquiera sabía que existían. Mis oídos zumban y el dolor se desplaza a través de mi cuerpo como réplicas de un temblor. Me mantengo inmóvil durante algunos segundos, tratando de recuperar mis sentidos. Inhalo profundo para llevar un poco de aire a mis pulmones. De repente, escucho la voz de un hombre. ―¡Rachel! Mi piel se eriza de miedo al identificarla. Giro mi cuerpo de medio lado y observo a través de la maleza que ha crecido en el fondo del patio y la que agradezco mi padre no haya podado debido a lo ocupado que estaba, porque, de lo contrario, ese hombre me habría encontrado. El monstruo corre de un lugar a otra, fingiendo desesperación mientras buscan alguna forma de entrar a la casa, pero el fuego es tan voraz que no se atreve. Me mantengo callada e inmóvil, no quiero alertarlo de mi presencia. Prefiero que crea que morí en el incendio con mis padres. S
Tras vagar durante largas horas por las calles de la ciudad, sin rumbo fijo y perdida en mis pensamientos, me doy cuenta de que mis pasos me han llevado hasta el lugar en el que trabaja el hombre de mi vida. Me quedo mirando aquel lugar, aturdida y con el corazón retumbando a toda marcha debajo de mi pecho. «Mira a donde has venido a parar, Rachel, tu corazón te ha traído directo a los brazos del hombre del que te has enamorado y el mismo que se burló de ti» Fijo la mirada en la entrada de aquel club. Dudo por algunos segundos, antes de cruzar la calle y acercarme al hombre que controla el acceso a las instalaciones. Lo más cuerdo sería buscar a Victoria, pero estoy tan agotada que no tengo fuerzas para dar marcha atrás. Además, estoy herida y creo que, de un momento a otro, voy a desmayarme. Si pudiera, llamaría a Victoria, pero creo que aún está de viaje y la libreta en la que tenía anotado sus números telefónicos se perdió entre las llamas que devoraron mi hogar. Así que no tengo