Muchas gracias a todos mis lectores de esta novela. Les agradezco de corazón su apoyo. Se nos vienen situaciones complejas, fuertes y decisivas… Lo único que debe importar es mantener viva a Catalina.
Mi mente se recreó todas las maldades que les haré a mis amigos. —Mañana entenderás. Lucas había salido con Cecilia, ellos piensan que ninguno se dio cuenta, bueno, Catalina fue la única que no pensó mal del permiso solicitado a la Señora Samanta para ausentarse un par de horas con su novia. Le prestaron el carro, y hasta el momento no han llegado. Ricky se acercó con Cadie, le quité a la bebé. Era preciosa, tan rubia como su madre. —Esto nunca se haría en el barrio. —dijo. —A eso se refería Cata, la paz al vivir en esta ciudad es envidiable, ahora me entenderán cuando les dije que la gente de Montería es especial. —¡Adiós! —gritó una señora pasando por la calle. Ese era otro tema. —Aquí todo el mundo se saluda. Comenté. Mayo nos trajo jugo y por lo que vi era de Kola con leche con hielo licuado. ¡A comer se dijo! A mi Bodoque le dieron el vaso más pequeño mientras el resto teníamos vasos grandes, en otra bandeja estaban unos roscones. —¿Otra vez a comer? —preguntó Lucían y Ric
Sentía el corazón a mil, no solo por lo idiota que fui, era la única mujer en el mundo que le sacaba el aire a su novio por caerle encima cuál papaya desparramada, ahora todos saben lo que pasó y mi mamá estaba con cara de puño, sus cejas convertidas en arcoíris por lo mucho que las alzó esperando una explicación. El doctor ayudó a Dylan a levantarse. —suspiré—. Ya no podía hacer, sino apretar el ñango y sacar pecho.—Nos estábamos besando, cuando lo fui abrazar lo saqué de la cama y caí desparramada sobre él. —La mayoría aguantó las ganas de reír, mamá seguía mirándome a los ojos.—Todos regresen a dormir.Cuando la señora Samanta se transforma en doña mandona solo puedes obedecerle.» Tú no Dylan, ustedes dos se sientan, necesito hablar con ustedes. Betty demórate cinco minutos más. Si le alcahueteaste para su disfrute ahora lo harás mientras les pongo los puntos sobre las íes.A Dylan le estaba retomando su color. ¡Qué vergüenza! Todos salieron menos el doctor que por cierto se enco
Los toques en la puerta de mi cuarto me despertaron, miré el reloj y eran las cinco de la mañana, salí de la cama, al abrir la puerta era Dylan en bermuda deportiva.—Bodoque, ¿no estás lista?—Estoy de vacaciones. —No iba a correr ahora.—Eso no importa, Cata. —Se acercó a besarme, me alejé.—No he lavado mis dientes.—No seas tonta. —volvió a besarme—. En diez minutos, te espero en la cocina.—No me simpatizas.Ingresé al baño, hice todas mis necesidades matutinas, después de estar lista bajé. En la cocina se encontraba mamá, el doctor y mis abuelos, ya habían preparado el café. Dylan entró a la casa con dos bicicletas.—¡Bicicleta! —desde niña no montaba—, estoy muy gorda para la bicicleta.—Bodoque, tú correrás, las bicicletas son para los dos. —Se señaló luego al doctor, abrí mis ojos como pepa de guama, eso no era justo—. Andando Cata.La abuela me entregó el termo con agua fría y una toallita. Voy a sudar como un burro. Con mi hocico salí de la casa, no les dije nada, empecé a c
La sensación era hermosa. El saber que no estábamos solas y el que ese par de hombres estuvieran viéndonos y ofreciendo su apoyo a mí me llenó de alegría.—Apoyo al doctor. —dijo Dylan—. Con nuestra ayuda se enfrentan con más seguridad al mundo.Nosotras nos miramos, detrás estaban mis abuelos, Betty y Cadie al lado de ellos. Mi mamá me besó la frente. Miró al doctor y con la mirada le dio las gracias. A las cinco de la tarde regresamos a la casa con varias personas. Paola llegó corriendo, me abrazó. Ella no pudo llegar a tiempo a lo de las cenizas, acababa de llegar también del sepelio de una tía en Ayapel.En ese momento, cuando llegó mi amigo Lucían, fue evidente que dos corazones hicieron clic en un segundo. Aunque debía hablar con Lucían, ya que él era un perro empedernido, cada mes tenía una novia diferente, pero ese nerviosismo cuando le presente a mi amiga Paola, fue evidente. Ella era una morenaza preciosa, con un cuerpazo y una retaguardia de infarto.—Mucho gusto Lucían Har
La miré, luego me enfoqué en la carretera, ya ingresábamos a Ciénaga de Oro, estamos a veinte minutos de la finca. Le tomé la mano y ponía los cambios del carro con ella, mi enemigo seguía fuerte, espero con el tiempo pueda derribarlo, su inseguridad será mi mayor reto.—¿Cuándo me enseñas a manejar?—Cuando quieras.—Pero no me vayas a regañar.—Soy un buen profesor.—Si como no, eres un histérico, te recuerdo que no tuviste paciencia para enseñarme a tocar guitarra.—Es diferente, me dio cosa escuchar notas desafinadas. Te siento contenta.—Sí, pero también tengo miedo, miedo a que esta burbuja se acabe. —el corazón me dio un brinco.—Entonces disfrutemos un día a la vez.El temor de Cata era porque se podía morir y eso me aterraba más que a ella. Entramos a la carretera destapada, ahora era una línea recta hasta llegar a Las Reinas. Así se llama la finca del abuelo, tierras que él trabajaba para su mujer, su hija y su nieta, como había dicho cada vez que tenía oportunidad.—Te pusi
No fuiste un buitre calentándole el oído, supongo que en varias ocasiones la viste vulnerable, una mujer en estado de dolor baja todas sus defensas y, aun así, te mantuviste como un hombre, ¿puedo saber por qué?—Me siento descubierto. No me gusta hacer lo que no quiero que me hagan a mí, puede que yo no crea en muchas cosas, pero sí creo en algo y es, si me meto con una mujer casada le estoy abriendo la puerta a la vida para recibir lo mismo. No era culpa de Samanta, ni del señor Luis. Simplemente, yo no llegué antes. La respeté desde el mismo instante en que vi su anillo de casada y sin conocer al señor Luis sentí muchos celos.—Luis también los sintió, la diferencia radicaba en la mujer que tenía, luego se generó una gran camarería entre ustedes por lo de Cata. —El abuelo me miró.—Sé todo abuelo, tranquilo, Catalina no sabe que lo sé, solo guarde el secreto. —su mirada fue acusadora.—¿Escondes algo muchacho?—Le contaré, tranquilo.—Bueno. Siendo así, hablemos por lo que vinimos.
Chila, mi mamá y yo nos encargábamos de hacer un sancocho de pescado para los borrachines de mis amigos, los cuales seguían durmiendo. Noté a mi madre mirar a cada rato por la ventana gigante de la cocina con vista a los establos donde dejaban los caballos, espera la llegada de los caballeros.—¿Qué pasa mami?Pelaba el ñame, ella lavaba las postas de pescado que se fritarían y luego echarlos a la sopa. Chila ya había montado la ollota con el agua del sancocho, yo me encargaba del bastimento.—¿No han llegado, no les parece extraño ver a esos tres hombres tan en compinchados?—A mí me agrada, además sabes que el abuelo con Dylan no quiere fiesta.—Sí, lo raro es la acogida tan fraternal con Rafael, parecen íntimos amigos.—¡Oh! Niña Samanta, ese machote que llegó con ustedes. ¿Quién es? —Mamá se puso roja.—Es mi doctor.—Es un hombre lindo, parece un modelo de las revistas de la seño Rosalba.Me eché a reír, mi mamá seguía sonrojada. En eso llegó la abuela.—Ya dejé a Cadie dormida e
Nos quedamos callados un momento, luego el doctor habló. —Ese consejo me gusta. —Comentó el médico. —Yo también ayudé a criarla, a ella le gustan los hombres… —¡Chila! —Dylan soltó la carcajada, Rafael se lavó las manos y salió a buscarla. —¿Crees que la bese? —Su voz cerca de mi oreja erizó toda la piel—. Porque yo quiero besarte mucho. Y quiero hacerles caso a las sabias palabras de Chila. —Bueno, llamaré a Nayibe pa’ que me ayude a terminar el sancocho. —salimos de la cocina y llegamos al cuarto. —Espero nadie nos interrumpa. Nos encerramos en mi habitación, encendí el aire acondicionado, él cerraba la puerta y las ventanas, antes que dijera algo ya estaba en sus brazos, recibiendo besos por mi cuello, el muy descarado empezó a masajear mis senos sobre la camiseta, mis traicioneros pezones no demoraron en ponerse duros. » Quiero besarlos Cata. Para eso debería quitarme la camiseta, no quería mostrar mi piel colgando, el adelgazar me estaba poniendo flácida. Empecé a negar.