CAPÍTULO CIENTO NOVENTA Y TRESLos labios cálidos de Emily buscaron la boca de su marido.Aiden le tomó un segundo darse cuenta de lo que ella quería, que al momento de sentir su boca sobre la suya, sus dedos se fueron a la nuca de la chica y empuñaron el cabello azabache de ella, ladeó un poco su cabeza y entreabrió sus labios para recibir la lengua tibia y mojada de Emily.El beso fue lleno de pasión, devastador. Ambos sintieron esa descarga eléctrica que les recorrió la piel, la sangre hirvió y de pronto tanto Aiden como Emily se olvidaron dónde estaban. Solo eran ellos en su estado más puro y salvaje. Ella no quería dejar de besarle, no quería dejar de estar pegada a sus labios, pero Aiden le estaba robando todo el aliento, que por más que luchó y luchó con sus instintos más bajos, a regañadientes tuvo que separarse, pero sin antes de mordisquear suave el labio inferior de Aiden.Él gruñó demasiado sexy y ella puso nuevamente la planta de sus pies sobre la tierra soltando un pequ
CAPÍTULO CIENTO NOVENTA Y CUATROEntraron a la casona blanca y de inmediato una señorita, de traje negro de dos piezas y moño apretado en su cabeza, se paró de uno de los escritorios de caoba y les atendió.—Buenas tardes Señor Preston —saludó la ejecutiva de ventas que se llamaba Claudia—. ¿En qué puedo ayudarles?—Mi cuñada ha fallecido —contó él a secas y Emily le apretó la mano—. Necesito contratar sus servicios. —Por favor —pidió Claudia—. Síganme.Ellos se acercaron hasta una de las oficinas de cristal, y Claudia cerró la puerta de vidrio.Los jóvenes tomaron asiento delante del escritorio caoba y la ejecutiva de ventas les ofreció café, pero ambos declinaron la oferta. Luego sacó un catálogo del estante y lo puso sobre el escritorio. Ella se sentó en la silla acolchada y comenzó a mostrarle los distintos cajones de madera, algunos eran de color blanco otros negros y otros tenían diseño.Emily tembló, porque no se sentía preparada, pero debía hacerlo.Ella entre tanto ver, term
CAPÍTULO CIENTO NOVENTA Y CINCOClaudia le hizo firmar a Emily todos los contratos por existir tanto por la compraventa de los servicios funerarios y de la sepultura, como del arriendo del velatorio. Luego les pidió que la acompañaran a la propiedad contigua de la casona blanca que se ocupaba como sala de venta.La siguiente propiedad que pertenecía a la Funeraria El Cielo, era una sede de fachada blanca y grandes ventanales que llegaban al suelo y que daban una sensación de claridad. Claudia abrió las rejas dobles que también eran de color blanco y luego abrió la puerta que era de madera clara. Esta puerta era ancha y tenía forma redondeada en la parte de arriba. Parecía casi como una casita de cuento infantil.—Por favor pasen —les pidió la ejecutiva de venta, que tanto Emily como Aiden pasaron juntos de la mano a la habitación.Era un cuadrado grande, de paredes blancas y piso de mármol color crema. Los ventanales rectangulares daban vista al mar, al puente y la famosa arquitectura
CAPÍTULO CIENTO NOVENTA Y SEISCuando Emily y Aiden llegaron a retirar el cuerpo de Daphne, Don Octavio, vestido de traje negro y camisa blanca con corbata del mismo color que su chaqueta, estaba fuera de la morgue esperando a los jóvenes.Él se mantenía a un lado de la carroza fúnebre de color blanco, mientras que su ayudante estaba apoyado en el capo y se fumaba un cigarrillo.El día seguía nublado y el viento frío soplaba moviendo las copas de los arboles que estaban alrededor del edificio gris.Aiden estacionó su vehículo por delante de la carroza fúnebre, y Emily fue la primera en bajar, en su mano sostenía una bolsa de papel café con el logo de una tienda prestigiosa, ya que luego de ver el velatorio, Em y Aiden tuvieron que pasar a una tienda para comprarle unas prendas a Daphne. —Buenas tardes Señora Preston —Don Octavio saludó alegre mientras estiraba su mano. Él aun recordaba a la chica, ya que había sido super dulce en acompañar a su marido cuando el Señor Preston murió.
CAPÍTULO CIENTO NOVENTA Y SIETEEl encargado guardó la carpeta en un estante de archivadores y luego les guío por varios pasillos estrechos y opacos, que daban la sensación de estar recorriendo un laberinto un poco sofocante.El lugar era frio, de paredes azul oscuro y tenía un aura tenebrosa, ya que las luces eran bajitas y apenas alumbraban el corredizo, además no poseía la ventilación suficiente, no había ventanas, solo puertas en cada sector de la pared con un número en ellas.Y el silencio era tan fuerte que solo se escuchaban las respiraciones y la zuela de los zapatos de los presentes, que Emily le subió algo por la tráquea, esa sensación de tener ganas de vomitar, pero tan solo era su propia bilis amarga. —¿Estás bien? —susurró Aiden al notar el leve temblor del cuerpo de su esposa. Emily iba de la mano de Aiden, pero la otra mano que ella tenía libre, la había rodeado en el bíceps de él, justo en la parte que, por inercia, estaba enterrando sus uñas largas sobre la camisa de
CAPÍTULO CIENTO NOVENTA Y OCHODon Octavio terminó de conservar el cuerpo de Daphne y miró a Emily que se había quedado en un rincón todo el tiempo. La chica jugaba con el cordel de la bolsa de papel marrón.—¿La quiere maquillar o lo hacemos nosotros? —preguntó en tono empático.Emily se mordió los labios, porque no estaba segura de poder hacerlo sola.—¿Puedo ayudar?—Por supuesto Señora Preston —respondió Don Octavio.Emily asintió con un leve movimiento de cabeza dándole unas gracias silenciosa, y luego se acercó a la bandeja de metal donde yacía su hermana. Aun había algunos signos del accidente, pero no eran muy visibles y el color azulado no desaparecía del todo. Ella tocó su brazo y de inmediato sintió un escalofrió en toda su extremidad. La piel de Daphne parecía hielo y el olor que desprendía no era agradable.Don Octavio movió una caja negra hasta donde estaba Emily. Luego sacó el clic y se abrió un precioso cosmetiquero que tenía diferentes cajitas de compartimiento. Había
CAPÍTULO CIENTO NOVENTA Y NUEVEEmily seguía ajena a todo lo que sucedía a su alrededor, mientras que su vista estaba centrada en el rostro sereno y tranquilo de Daphne. El maquillaje había hecho un verdadero milagro, porque sus facciones se veían sin rastro de dolor ni sufrimiento. También se pudo disimular las cicatrices de las operaciones y del propio accidente automovilístico.Y el vestido rojo oscuro de cuello en V y mangas largas, que Emily le había puesto, contrastaba con el sutil rubor de sus mejillas y el carmesí de sus labios. La menor de las Harper también le pintó las uñas, que ahora esas manos cuidadas estaban sobre el propio estómago de Daphne luciendo una manicure francesa.A Emily le gustaba recordarla imponente y fría ante la vida, con esa astucia que siempre la caracterizó, por eso le compró un vestido acorde a lo que Daphne representaba, pero sin ser extravagante ni vulgar, sino que trato de mantener la elegancia y sensualidad. Además, Em no podía imaginar a su herm
CAPÍTULO DOSCIENTOSLa carroza fúnebre llegó al velatorio a eso de las cinco y media de la tarde. El cielo seguía gris y el viento estaba más helado que antes.La empleada del recinto les recibió con tazas de café humeante, que Aiden aceptó de inmediato, con tal de pasar el trago amargo de escuchar los huesos rotos que aún no superaba. El joven empresario se sentó en uno de los sillones blancos que daban hacia el ventanal y que a su lado había una mesa cuadrada pequeña y sobre esta, una planta verde de decoración.En el lugar estaban los mismo cuatro hombres que vieron fuera de la morgue. Emily no los conocía, pero Don Octavio si, ya que el hombre los había llamado para que ayudaran a entrar y sacar el ataúd. Entre seis personas sacaron el féretro de Daphne de la carroza fúnebre y lo llevaron dentro de la sala del velatorio. Pusieron el ataúd sobre el soporte de fierro, que tenía una manta negra y que estaba en medio de la sala.Don Octavio puso las cuatro luces en cada esquina del