CAPÍTULO CIENTO NOVENTA Y CINCOClaudia le hizo firmar a Emily todos los contratos por existir tanto por la compraventa de los servicios funerarios y de la sepultura, como del arriendo del velatorio. Luego les pidió que la acompañaran a la propiedad contigua de la casona blanca que se ocupaba como sala de venta.La siguiente propiedad que pertenecía a la Funeraria El Cielo, era una sede de fachada blanca y grandes ventanales que llegaban al suelo y que daban una sensación de claridad. Claudia abrió las rejas dobles que también eran de color blanco y luego abrió la puerta que era de madera clara. Esta puerta era ancha y tenía forma redondeada en la parte de arriba. Parecía casi como una casita de cuento infantil.—Por favor pasen —les pidió la ejecutiva de venta, que tanto Emily como Aiden pasaron juntos de la mano a la habitación.Era un cuadrado grande, de paredes blancas y piso de mármol color crema. Los ventanales rectangulares daban vista al mar, al puente y la famosa arquitectura
CAPÍTULO CIENTO NOVENTA Y SEISCuando Emily y Aiden llegaron a retirar el cuerpo de Daphne, Don Octavio, vestido de traje negro y camisa blanca con corbata del mismo color que su chaqueta, estaba fuera de la morgue esperando a los jóvenes.Él se mantenía a un lado de la carroza fúnebre de color blanco, mientras que su ayudante estaba apoyado en el capo y se fumaba un cigarrillo.El día seguía nublado y el viento frío soplaba moviendo las copas de los arboles que estaban alrededor del edificio gris.Aiden estacionó su vehículo por delante de la carroza fúnebre, y Emily fue la primera en bajar, en su mano sostenía una bolsa de papel café con el logo de una tienda prestigiosa, ya que luego de ver el velatorio, Em y Aiden tuvieron que pasar a una tienda para comprarle unas prendas a Daphne. —Buenas tardes Señora Preston —Don Octavio saludó alegre mientras estiraba su mano. Él aun recordaba a la chica, ya que había sido super dulce en acompañar a su marido cuando el Señor Preston murió.
CAPÍTULO CIENTO NOVENTA Y SIETEEl encargado guardó la carpeta en un estante de archivadores y luego les guío por varios pasillos estrechos y opacos, que daban la sensación de estar recorriendo un laberinto un poco sofocante.El lugar era frio, de paredes azul oscuro y tenía un aura tenebrosa, ya que las luces eran bajitas y apenas alumbraban el corredizo, además no poseía la ventilación suficiente, no había ventanas, solo puertas en cada sector de la pared con un número en ellas.Y el silencio era tan fuerte que solo se escuchaban las respiraciones y la zuela de los zapatos de los presentes, que Emily le subió algo por la tráquea, esa sensación de tener ganas de vomitar, pero tan solo era su propia bilis amarga. —¿Estás bien? —susurró Aiden al notar el leve temblor del cuerpo de su esposa. Emily iba de la mano de Aiden, pero la otra mano que ella tenía libre, la había rodeado en el bíceps de él, justo en la parte que, por inercia, estaba enterrando sus uñas largas sobre la camisa de
CAPÍTULO CIENTO NOVENTA Y OCHODon Octavio terminó de conservar el cuerpo de Daphne y miró a Emily que se había quedado en un rincón todo el tiempo. La chica jugaba con el cordel de la bolsa de papel marrón.—¿La quiere maquillar o lo hacemos nosotros? —preguntó en tono empático.Emily se mordió los labios, porque no estaba segura de poder hacerlo sola.—¿Puedo ayudar?—Por supuesto Señora Preston —respondió Don Octavio.Emily asintió con un leve movimiento de cabeza dándole unas gracias silenciosa, y luego se acercó a la bandeja de metal donde yacía su hermana. Aun había algunos signos del accidente, pero no eran muy visibles y el color azulado no desaparecía del todo. Ella tocó su brazo y de inmediato sintió un escalofrió en toda su extremidad. La piel de Daphne parecía hielo y el olor que desprendía no era agradable.Don Octavio movió una caja negra hasta donde estaba Emily. Luego sacó el clic y se abrió un precioso cosmetiquero que tenía diferentes cajitas de compartimiento. Había
CAPÍTULO CIENTO NOVENTA Y NUEVEEmily seguía ajena a todo lo que sucedía a su alrededor, mientras que su vista estaba centrada en el rostro sereno y tranquilo de Daphne. El maquillaje había hecho un verdadero milagro, porque sus facciones se veían sin rastro de dolor ni sufrimiento. También se pudo disimular las cicatrices de las operaciones y del propio accidente automovilístico.Y el vestido rojo oscuro de cuello en V y mangas largas, que Emily le había puesto, contrastaba con el sutil rubor de sus mejillas y el carmesí de sus labios. La menor de las Harper también le pintó las uñas, que ahora esas manos cuidadas estaban sobre el propio estómago de Daphne luciendo una manicure francesa.A Emily le gustaba recordarla imponente y fría ante la vida, con esa astucia que siempre la caracterizó, por eso le compró un vestido acorde a lo que Daphne representaba, pero sin ser extravagante ni vulgar, sino que trato de mantener la elegancia y sensualidad. Además, Em no podía imaginar a su herm
CAPÍTULO DOSCIENTOSLa carroza fúnebre llegó al velatorio a eso de las cinco y media de la tarde. El cielo seguía gris y el viento estaba más helado que antes.La empleada del recinto les recibió con tazas de café humeante, que Aiden aceptó de inmediato, con tal de pasar el trago amargo de escuchar los huesos rotos que aún no superaba. El joven empresario se sentó en uno de los sillones blancos que daban hacia el ventanal y que a su lado había una mesa cuadrada pequeña y sobre esta, una planta verde de decoración.En el lugar estaban los mismo cuatro hombres que vieron fuera de la morgue. Emily no los conocía, pero Don Octavio si, ya que el hombre los había llamado para que ayudaran a entrar y sacar el ataúd. Entre seis personas sacaron el féretro de Daphne de la carroza fúnebre y lo llevaron dentro de la sala del velatorio. Pusieron el ataúd sobre el soporte de fierro, que tenía una manta negra y que estaba en medio de la sala.Don Octavio puso las cuatro luces en cada esquina del
CAPÍTULO DOSCIENTOS UNOEmily se mantuvo en silencio todo el camino. Solo la música de la radio amortiguaba sus malos presentimientos. No sabía porque, pero tenía una corazonada de que alguien la estaba observando. El estómago lo tenía revuelto, como si de un nudo se tratara, y no dejaba de pellizcarse la piel del dorso de sus manos. Odiaba esa sensación de paranoia. Aiden la miró de reojos y supo que estaba nerviosa, pero lo atribuía a que Emily debía enfrentarse a Nate, quizás eso la tenía con los nervios de punta, sin embargo, todo cambio cuando Emily giró su rostro y salió con una pregunta que a él no le gustó para nada.—¿Charles Ritter ya declaro ante el fiscal? —preguntó Emily.Aiden arrugó las cejas un poco enojado y a la vez sorprendido.—No, —respondió serio—. ¿Por qué?—¿Sabes si ha vuelto al hospital a trabajar? —volvió a indagar Em, sin responder las razones de sus inquietudes.Aiden apretó el manubrio entre sus dedos. Ese cirujano le caía como patada en el estómago. Ni
CAPÍTULO DOSCIENTOS DOSAiden volvió a prender el vehículo, el motor rugió, anduvo un kilómetro aproximadamente y el guardia del condominio abrió el gran portón para que el Maserati gris entrara.Serpenteó algunas calles de concreto, las veredas estaban iluminadas por grandes faroles y Emily vio que solo un par de vecinos estaban haciendo ejercicio en la plaza principal, y otros paseaban a sus mascotas, que al ver a un perro de raza siberiano recordó la primera vez que ella fue a la casa de los padres de Aiden.«Lo quiero todo con Aiden, tener una familia juntos en donde construyamos un hogar con niños y con un perro, ojalá un siberiano que se llame Bluish» Esa frase textual fue expresada por Emily en esa comida familiar.Ella sonrió nostálgica al recordar la forma tan inminente de enamorarse de Aiden.Desde que lo conoció deseó que él fuera el padre de sus hijos, pero pensó que nunca lo iba a cumplir y más con la infertilidad de él, pero ahora tenía una casa hermosa construida en uno