-De acuerdo, y ahora tomemos el té -cuando salieron de la granja, en el todoterreno llevaban ya dos cajas de huevos frescos. La señora Miller había sido muy considerada en poner una a cada uno. Micah parecía haber causado una buena impresión en la mujer, lo mismo que en Ruth. No había duda de que era un buen médico-. Debí haberme dado cuenta de la depresión -dijo ella algo avergonzada-. Fuiste muy inteligente al darte cuenta de que no quería decírmelo a mí.
Micah se encogió de hombros.
-Lo habrías advertido enseguida -dijo él. Ruth guardó silencio aunque apreció la forma en que quiso justificar su torpeza con George.
-¿Seguimos escuchando a Beethoven? -preguntó ella.
Apenas hablaron en el camino de vuelta, pero el silencio que reinó entre los dos no fue incómodo. Ruth se sintió feliz al escuchar la música y durante aquellos minutos no quiso hablar ni pensar en nada; tan sólo dejar que el tiempo fluyera.
Pronto, llegaron a la consulta. Cuando bajó del coche, Micah se volvió a ella.
-Sé que ha sido una salida de trabajo, pero me lo he pasado muy bien.
Ella se sintió estúpidamente confundida.
-Yo también -dijo.
Curiosamente aquella tarde no hubo mucho trabajo en la consulta y Ruth llegó pronto a su casa. No había vuelto a ver a Micah, pues había estado muy ocupado ayudando a Harry.
Antes de traspasar el umbral de su puerta, un vecino se dirigió a ella.
-Nuestro Albert nos ha dicho que te vio en un coche, Ruth.
Ruth se dio medio vuelta dispuesta a dar todo tipo de explicaciones.
-Tenemos un nuevo médico en la consulta y le he llevado a dar una vuelta -explicó y se metio en su casa para evitar la conversación.
Su casa estaba en Whiston, un pueblo pequeño a unos seis kilómetros de Bannick. La había comprado con Matt pensando en vivir en ellas unos cuantos años para después comprar algo más grande. Después de su muerte, decidió quedarse; habían sido felices en aquel lugar y no deseaba desprenderse de aquellos recuerdos.
Colocó el correo sobre el aparador para leerlo más tarde y miró la foto de Matt que tenía colocada en una esquina. Después del accidente, había colocado la fotografía en aquel lugar para reconfortarse y hacerse la ilusión de que, de alguna forma, Matt seguía con ella. Sin embargo, ya no la miraba tanto como antes; sabía que el dolor debía pasar.
Tomó la foto entre sus manos y pensó en las palabras que el propio Matt le diría para animarla: <<La vida continúa, así que vívela>>. Suspiró. Siempre querría a Matt, pero... Sus pensamientos volaron hacia el comentario de Micah sobre ausencia de familia y se preguntó si habría ocurrido alguna tragedia.
Quizás tuvieron algo en común. Algún tendría la suficiente confianza con él como para preguntarle, pero, por el momento, era demasiado pronto. Como era temprano y su cabeza bullía con peligrosas reflexiones, decidió hacer un poco de ejercicio. Dejó el mensaje en su contestador y subió las escaleras para cambiarse de ropa.
Hacía dos años que no había recorrido el Ferris Ring, pero al verlo con Micah le había apetecido volver. Era un paseo perfecto para una tarde tranquila. Tan sólo tardaría veinticinco minutos en coche hasta el aparcamiento que había en la base del monte.
Cuando llegó, contempló los cuatro caminos que llevaban a cada uno de los picos y echó a andar por uno de ellos. Llevaba ya más de media hora caminando, cuando se dio cuenta de que no estaba sola. En la distancia pudo dintinguir una figuirilla que venía hacia ella. Durante unos segundos, se sintió molesta; era imposible estar solo incluso en el campo.
Siguió caminando y se concentró en la belleza del canto de los pájaros y del cambio paulatino del paisaje. El camino era ondulante,de tal forma que unas veces divisaba la figura y otras no. Pasaron otros veinticinco minutos antes de que empezara a sospechar sobre la identidad de aquel otro pasante. Cinco minutos después, sus sospechas se corroboraron; Micah North caminaba hacia ella.
La firme certeza de que se trataba de él trajo a su corazón infinidad de sentimientos dispares. En primer lugar, enfado, pues había decidido darse aquella caminata para olvidar a Micah. Sin embargo, pronto pasó el enfado, pues no era culpa de Micah el que hubieran coincidido en aquel lugar.
Al ver que Micah la saludaba extendiendo el brazo en lo alto, ella hizo lo mismo. Con reticencia tuvo que aceptar una segunda emoción; en el fondo, estaba deseando verlo. Por fin, ambos se encontraron.
-Ruth, qué agradable sorpresa -dijo él-. Si hubiera sabido que ibas a venir, podríamos haber hecho el viaje juntos.
-Ha sido una decisión de último hora -explicó ella-. Sentí que necesitaba caminar.
-Es un paseo estupendo, así que te agradezco el que me lo indicaras.
-A mí también me gusta -dijo ella.
Era la primera vez que lo veía sin chaqueta ni corbata. Llevaba unos pantalones azul marino y un anorak rojo. Todo lo que llevaba parecía recién comprado, muy al contrario que su propia ropa, que daba la sensación de haber sido usada muchas veces. Ruth vio la marca del aronak y confirmó su idea de que a Micah le gustaba comprar la ropa de firma.
-¿Puedo dar media vuelta y caminar contigo o prefieres estar sola? -preguntó él-. Por favor, no dudes en ser sincera; yo también prefiero estar solo muchas veces.
-Me encantaría ir contigo -dijo ella con absoluta sinceridad-, pero soy yo la que daré la vuelta. Ya he hecho este camino muchas veces.
-Muy bien, si es lo que prefieres -Ruth se sintió complacida al ver que Micah aceptaba su propuesta y caminaron hacia la base. Ella actuó como guía y le fue señalando los caminos que debía hacer en otra ocasión. La mayor parte del tiempo caminaron en silencio y, cuando intercambiaron alguna palabra, no fue para iniciar una conversación médica o personal, sino más bien casual y ligera. Cuando llegaron al coche, era ya casi de noche y Micah señaló el lugar en el que había dejado su vehículo, a casi un kilómetro de donde lo tenía Ruth-. ¿Vives cerca de aquí? -preguntó él.
-Vivo en Whiston, a unos doce kilómetros -dijo ella, pensando a la vez en cómo despedirse de él, y como se le ocurrió que quizás Micah la invitara a un café en un pub cercano, decidió excusarse de antemano-. Estoy bastante cansada, así que creo que me voy para casa. He pasado dos semanas agotadoras y tengo ganas de descansar.
-Bien; entonces, buenas noches. Me ha encantado dar este paseo contigo -señaló él, con la mano sobre el brazo de Ruth.
Después cruzó la carretera y Ruth se quedó mirándolo; como siempre había sido precavida en un primer encuentro, pero por primera vez estaba arrepentida.
-Martin está en casa -dijo Mary a Ruth al día siguiente-. Llamó diciendo que él también ha pillado la gripe y que te hicieras cargo de un tercio de sus pacientes.
-Pues lo que faltaba -dijo Ruth-. De acuerdo, Mary, si hay alguien en la sala de espera, hazle pasar, por favor.
Después de aquello, comenzó la agitada mañana. Perdió la cuenta delas veces en las que explicó que la gripe estaba causado por un virus, no por un germen, que no había curación instantánea y que el único tratamiento era la aspirina, guardar cama y beber mucho líquido, siempre y cuando no fuera alcohol.
Hubo un par de casos más graves y supo que los pr´pximos días iban a ser desquiciantes. Cuando finalmente tuvo unos minutos libres para tomar una taza de café junto a los demás, llegó tarde.
-Esta es un de esas mañanas horribles -señaló dejándose caer en la silla-. ¿Cómo está Martin, Harry?
-Pues mal -dijo Harry-. Tendré que ir a verlo esta tarde de camino a casa -Micah se acercó a ellos.
-Necesitas una taza de café -dijo-; el médico te dice que lo tomes con mucho azúcar esta vez.
-Muy bien -dijo ella y alcanzó la taza que Micah le tendió.
Sus dedos se rozaron y Ruth se estremeció. Ya no era el Micah de la noche anterior, sino un colega más.
-He estado haciendo unas cuantas llamadas -dijo Harry-, y parece que estamos en pleno ataque de gripe. Parece que no es un brote serio, pero durará unos tres o cuatros días. Vamos a tener trabajo estos días y seguramente nos llamarán por la noche -explicó y se volvió hacia Micah-. Espero que no tengas organizada una vida social muy intensa para esta semana -sañaló.
-No y además, no me importaría hacerme cargo de la asistencia nocturna de Martin -dijo Micah.
-Muchas gracias, pero podemos respartirnos sus urgencias -replicó Harry.
-Pero es que necesito practicar -insistió Micah-. De verdad, Harry, lo prefiero...
-Bueno, quizás alguna noche... -cedió Harry al fin.
-Entonces está decidido.
-Supongo que Martin se incorporará en tres días -dijo Ruth.
-Espero que tengas razón -dijo Harry-. Bueno, y ahora algo más agradable. Dentro de un par de semanas, es el baile de Lord Dallan y nos han reservado tres entradas dobles. ¿Podemos ir a la fiesta? Yo...
Alguien llamó a la puerta y el resto contrariado de Mary apareció en el umbral.
-Doctor Harry, hay un representante que dice que le prometio cinco minutos.
-Efectivamente, Mary. Perdoname, serán cinco minutos -señaló Harry, quien se bebió el café de un trago y salió.
-¿El baile de Lord Dallan? -preguntó Micah extrañado.
Durante unos segundos, Ruth se escondió tras su taza de café. Se sentía extraña pues ni ella misma era capaz de discernir lo que deseaba.
-Es el evento social del año -explicó-.Por aquí las entradas para el baile se cotizan como el oro. Lord Dallan abre su casa para un baile benéfico y todo lo que se recauda va al hospital de Kilham. Lord Dallan está siempre muy ocupado en Londre haciendo dinero como para asistir.
Ambos guardaron silencio unos instantes y Micah fue el primero en romperlo.
-Harry y Martin llevarán a sus esposas. Tú eres el tercer miembro de la consulta; así que la tercera entrada es para ti -Ruth sacudió la cabeza vigorosamente.
-Yo ya he ido otras veces y no tengo especial interés en ir.
-¿No quieres ir con nadie? -preguntó él con elegancia.
-No, ve tú. Seguro encontrarás a alguien.
-Puedo encontrar a alguien en Londres -dijo él y Ruth sintió una puñalada-. Sin embargo -continuó él-, me encantarí ser tu acompañante.
Ruth trató de disimular el placer que le causó el ofrecimiento y la respuesta acudió a sus labios con rapidez.
-Me encantaría.
Harry se alegró de la decisión y dijo que reservaría una mesa para seis inmediatamente.
-Nosotros iremos sólo al baile -explicó Harry-. Martin y yo tenemos compromisos familiares, así que no iremos a la cena.
-¿Pero es que hay cena? -preguntó Micah.
-Claro; ofrecen un banquete en el salón de la mansión.
-Yo quisiera asitir a la cena también -dijo Micah con firmeza-. ¿Y tú, Ruth? -ella vaciló.
-Pues...
-Nunca he cenado en un salón de banquete -dijo él.
-Pobrecito -bromeó ella-. Está bien, Cenicienta irá al baila y al banquete.
-Pormeto sacarle brillo a los botones de mi chaqueta.
Después, los tres charlaron de temas profesionales y Harry se disculpó mientras Ruth y Micah se terminaban el café.
-¿Sabes que te considerarán mi acompañante al cenar y bailar conmigo? Aquí en Bannick la gente cree que eso ya compromete a dos personas.
-Déjales que piensen lo que quieran. Puede que al final estén en lo cierto. -Ruth se quedó sin saber qué decir.
Durante aquella semana apenas se vieron. Sólo coincidieron unos minutos tomando un café rápido o en los pasillos de la consulta. Martin regresó al trabajo pasados tres días, pero no estaba repuesto del todo y Micah tuvo que hacerse cargos de sus urgencias nocturas. Sin embargo, las cosas fueron volviendo a su curso y ritmo de trabajo se redujo.
-El sol está brillando -dijo Micah a Ruth cierto día a la hora de comer-. No tengo llamadas que hacer así que si vas a salir al campo, me gustaría llevarte.
-Muy bien -dijo ella con timidez-; podré oír tus cintas.
-Pues vamos.
Después de media hora de trayecto, llegaron a una granja que se encontraba en un solitario valle y Ruth entró en la casona para hablar con Millie Carson, la esposa del granjero, una mujer aquejada prematuramente de artritis. Sabía que poco podía hacer por ella, a excepción de recetarle pastillas, pero una visita amistosa y un examen rápido demostraba a Millie que todavía se preocupaban por ella.
-Sé que no mata a nadie -dijo Ruth en el camino de vuelta-, pero creo que la artristis es una de las enfermedades que más dolores causa en los enfermos. -Es un pensamiento interesante. Me pregunto si... Mira, ¿nos está haciendo señas aquel hombre? Ruth giró la cabeza en dirección señalada por Micah y vio a un hombre corriendo hacia ellos y gesticulando de forma exagerada. Micah paró el coche y Ruth oyó los gritos del hombre. -¡Doctora! ¡Doctora! ¡Doctora! Ambos contemplaron al hombre que corría ladera abajo. Se cayó, rodo unos metros y volvió a levantarse. -Se va a romper el cuello si no tiene cuidado -dijo Mica-. Vamos a ver qué quiere -añadió y puso el coche en marcha otra vez para meterse campo a través. -Son ustedes médicos -balbuceó el hombre con la respiración jadeante cuando llegaron hasta él-. Por favor, mi hija, creo que se está muriendo. Hace una hora estaba bien, pero ahora está tiesa y...
-Estás disfrutando de lo lindo -dijo él después de la cuarta presentación-. Haces que parezca un muchacho de veintitrés años.-Por supuesto. Si voy a ser elcentro de cotilleo, quiero que sea sabroso.-Yo puedo hacer que los comentarios sean increíblemente sabrosos.-Me haces estremecer -dijo ella medio en broma.Una vez que pasaron al interior, fueron conducidos hasta el salón de banquete donde les acomodaron en una mesa de dos. Ruth se asombró ante la botella de champán que descansaba entre hielos.-Es un champán especial -dijo Micah-. Lo he encargado en Londres. Lo que no nos tomemos ahora, podemos llevarlo al salón de baile para compartirlo con los demás.-Si queda algo -dijo ella y él elevó las cejas. El camarero abrió la botella y se lo dio a probar a ella-. Está delicioso.
-Rosa con el número 45251 -exclamó el procurador-. El premio consiste en un magnífico viaje de fin de semana para dos personas a París, por deferencia de la Agencia de Viajes de Bannick. La afortunado o afortunado podrá realizar el romáctico viaje en los próximos seis meses. Alguien entre los presentes debe de tener el boleto. Ruth sonrió y vio cómo la gente a su alrededor miraba sus bolestos. -Mira tu número, Ruth -la animó Enid. Ruth sacudió la cabeza. -A mí nunca me tocan los premios. Enid tomó el boleto de Ruth ya que ella no parecía dispuesta ni a mirarlo. -Rosa, 45251 -dijo con excitación-. ¡Ruth, has ganado! La gente alrededor de la mesa oyó la exclamación de Enid y comenzaron a aplaudir. Horrorizada, Ruth tomó el boleto de manos de Enid. ¡Había ganado! -No le hagas esperar -aconsejó Micah con una sonrisa y se aproximó a la silla de Ruth para ayudarla a levantarse.
-No importa; entiendo que sea un juego que os guste.. a los hombresMicah rozó su mano, pero no atrevió a agarrarla.El coche frenó a la puerta del hotel y Albert encendió la luz interior.-El hotel Bell -dijo innecesariamente y volvió la cabeza para mirar a sus pasajeros.Ruth había esperado que Albert procediera de aquella forma, así que sonrió al ver la mueca de frustración en el rostro de Micah.-No te preocupes, llegaré bien a casa -dijo ella-. Estoy entre amigos; muchas gracias por una noche tan maravillosa, Micah. Me he divertido mucho.-Yo también -dijo él-. Yo...Ruth extendió su mano para que se la estrechara.-Buenas noches, Micah.Advirtió un torrente de emociones mostrándose en el rostro de Micah; irritación, frustración, pero también se
La respuesta era difícil, pero tenía que admitir que aquella revelación algo había cambiado y no para mejor. Sin embargo, no podía resultar más concreta; la sensación era vaga e incierta por el momento.-Nunca he conocido a un millonario -dijo ella-. Eso lo cambia todo; no esperarás que te trate como a un médico en prácticas.-Pues eso es lo que pretendo. Todavía soy un médico aprendiendo su oficio.Aquél era precisamente el problema.-Entonces, dime, ¿por qué quieres ser médico? Podrías haber sido cualquier cosa. Ni siquiera tienes necesidad de trabajar. ¿Por qué elegiste este trabajo?-¿Lo haces tú solo por el dinero? -preguntó.Ella hizo un gesto negativo.-No, soy médico porque me encanta.-Eso es lo que quiero yo también.
Después de pasar una hora enfrascado en su trabajo, no se dio cuenta de lo asombrosa que era aquella mujer hasta el mismo momento de la despedda en la estación. Ella se encontraba ya en el tren, dispuesta a partir, tras el cristal de la puerta. Su estatura debía rondar el metro ochenta y la cazadora que llevaba ceñida a la cinutra ocultaba sus hombros esbeltos y su pecho firme. El pelo le caía negro como el azabache por la espalda, aunque lo llevaba recogifo en una coleta. La severidad de sus pómulos contrastaba con la generosidad de sus labios gruesos, pero advirtió que apenas sonreía. Aquella mujer era más que una belleza. -Gracias de nuevo, doctora; quiero que sepa que le ha salvado la vida -dijo. Ruth Francis le dedicó una de sus escasas sonrisas. -Cualquiera podría haberlo hecho; ha dado la casualidad de que estaba yo. -Posiblemente, pero allí estaba usted y le salvó la vida. Que tenga un buen viaje.
Conoció a su marido durante el último año de su carrera de Medicina. Él iba dos cursos por delante de ella. Por alguna razón, sus amigos la persuadieron de que tenía que acudir a un partido de rugby en el que se enfrentaban dos equipos universitarios. Ruth no sabía nada de aquel juego, pero enseguida captó el tipo de persona que era aquel delantero de cabello rizado que corría con entusiasmo y hacía placajas sin importarle el peligro. Matt era un auténtico loco. Quizás el resultado fue inevitable. Después del primer placaje no se levantó y tuvo que ser asistido. Acompañado por el entrenador, al pasar a su lado, se dirigió a ella. -Doctora -dijo y Ruth se sintió obligada a acercarse. En menos de un segundo, vio cómo Matt se acercaba a ela y le daba un beso en los labios-. Ahora me siento mejor -había dicho.Sin saber cómo reaccionar ante su atrevimiento, Ruth se echó a reír, vencida por la simpatía del jugador. Sin embargo, cuando Matt se hubo alejado
-¿Hace un año se graduó? ¿Qué edad tenía cuando comenzó sus estudios?Una vez más, Micah pareció no ofendecerse por aquellas preguntas tan directas.-Dejé el instituto a los dieciséis años y trabajé de oficionista, pero siempre quise ser médico. Cuando se me presentó la oportunidad, comencé a estudiar en la escuela nocturna y después ingresé en la facultadad de medicina a los veintiséis años. Sé que es poco frecuenta, pero no soy el único caso.-Entiendo -dijo ella y dedujo que debía estar ante un estudiante fuera de lo corriente, puesto que en la facultad de Medicina no se admitía a gente tan mayor si no era por sus excelentes notas.A pesar de sus explicaciones, Ruth consideró que todavía había más información que Micah había decid