Conoció a su marido durante el último año de su carrera de Medicina. Él iba dos cursos por delante de ella. Por alguna razón, sus amigos la persuadieron de que tenía que acudir a un partido de rugby en el que se enfrentaban dos equipos universitarios. Ruth no sabía nada de aquel juego, pero enseguida captó el tipo de persona que era aquel delantero de cabello rizado que corría con entusiasmo y hacía placajas sin importarle el peligro. Matt era un auténtico loco.
Quizás el resultado fue inevitable. Después del primer placaje no se levantó y tuvo que ser asistido. Acompañado por el entrenador, al pasar a su lado, se dirigió a ella.
-Doctora -dijo y Ruth se sintió obligada a acercarse. En menos de un segundo, vio cómo Matt se acercaba a ela y le daba un beso en los labios-. Ahora me siento mejor -había dicho. Sin saber cómo reaccionar ante su atrevimiento, Ruth se echó a reír, vencida por la simpatía del jugador. Sin embargo, cuando Matt se hubo alejado de ella, una de sus amigas le dejó un espejo para que se mirara. Sangre y barro manchaban su rostro; tiempo después pensó en aquella imagen como en un símbolo de su matrimonio. Aquella misma noche, después del partido, mientras estudiaba en su habitación, oyó unos golpes en la puerta. Era Matt Francis, con el rostro lleno de magulladuras, pero con la misma contagiosa sonrisa-. Siento haberte pillado desprevenida, pero no me arrepiento de haberte besado. ¿Puedo invitarte a una copa para compensarte?
Ella sólo pudo tartamudear.
-Pero... tengo que estudiar. Los exámeneres están a la vuelta de la esquina...
-Pamplinas. Las noches del sábado son para divertirse e ir de fiesta. El estudio te hará una mujer aburrida.
-Estudiar hace que apruebe los exámenes -había dicho ella, pero cualquiera caso, sucumbió a su oferta.
Aquella noche se dejó seducir por la impetuosidad de Matt. Olvidó sus precausiones y compartió las locas ideas de su compañero de carrera. Nunca pensaba dos veces; sus pacientes lo adoraban precisamente por aquella forma de ser, aunque frecuentemente cometía errores.
Seis meses después, eran marido y mujer, ya que él no quiso esperar a que ella se licenciara. Gracias a la buena fortuna, él encontró trabajo en un hospital cercano a Bannick y Ruth pudo así volver a su tierra natal y aceptar un puesto de médico general, que era lo que siempre había deseado.
Cierto día, Matt se encontraba en la pequeña casa en la que vivían, cuando recibió una llamada en la que le informaron de que un escalador se había caído en Ironstone Edge. Estaba malherido y se encontraba en un repecho del acantilado a unos cuatro metros del suelo. Matt llegó a los pies del acantilado minutos antes de que llegara el equipo de rescate.
El protocolo establecido en aquellos casos era claro: el médico tenía que esperar a que los expertos llegaran para asistir al herido. Sin embargo, Matt no había esperado jamás en su vida. Escaló por el acantilado hasta que llegó al lugar en el que se encontraba el accidentado. Le asistió y después, resbaló y murió en la caída.
Ruth sintió un escalofrío. Matt murió como había vivido y su muerte certificó que el carácter que ella tenía, tranquilo, cauteloso, metódico y precavido, era mejor que el de gente agresiva, errática, desordenada. Personas como Matt sólo causaban dolor en su entorno.
El tren se acercaba a Bannick y cada curva que daba revelaba una escena familiar para Ruth: el riachuelo en el que había jugado a los doce años, la casa en la que había vivido un paciente enfermo del corazón, la casita en la que había asistido a un parto prematuro... Ruth suspiró y se sintió contenta de volver a su tierra. Regresaba de nuevo a su vida ordenada donde nada inespirado sucedía.
-Buenas tardes, Ruth, ¿has tenido un buen viaje? Tu coche está fuera; tengo las llaves.
Charló un rato con el jefe de estación mientras la ayudaba con el equipaje. Habían ido a la escuela juntos. Momentos después, recorría las animadas calles de la población. Sentía necesidad de darse un baño. No la esperaban en el trabajo hasta el día siguiente. Sin embargo, había estado ausente dos semanas y tenía la necesidad de pasarse por la consulta y recoger el correo.
La consulta de Crowder, Crowder y Francis se encontraba en un edificio de estilo victoriano a las afueras de la población. No era un lugar espléndido, pero había cubierto sus necesidades hasta el momento. Cuando observó que la entrada estaba atascada de coches, frunció el ceño; no podrían esperar mucho más a cambiar de lugar.
Aparcó su coche con difucultad, puesto que, aunque la mayoría de los pacientes respetaban la señal de aparcamientos para los médicos, en aquella ocasión un Land Rover nuevo de color rojo ocupaba su plaza. Lo contempló con una mezcla de envidia e irritación.
-Buenas tardes, Mary -dijo a la recepcionista al entrar-. Supongo que no sabrás quién ha aparcado en mi plaza, ¿verdad? Me gustaría que la gente aprendiera a leer.
Mary había trabajado con Harry durante veinte años y conocía a todo el mundo, pero en aquella ocasión no contestó, lo cual no era propio de ella. En su lugar, hizo un gesto de resignación y cerró los ojos.
Detrás de Ruth alguien habló.
-Debo disculparme, doctora Francis, es culpa mía, pero no la esperábamos hasta mañana por la mañana. ¿Quiere que lo quite? -Ruth se quedó prendada de aquella voz. Era profunda, musical y quizás algo irónica. Había aprendido a analizar las voces de la gente, pues de ellas se aprendían muchas cosas que a un médico le venía bien saber-. Me llamo North, Micah North -Ruth no quiso darse la vuelta, pues su apariencia física no podía estar a la altura de la belleza de su voz. Con toda seguridad se llevaría un chasco al mirarlo... pero...-. Soy el nuevo médico de prácticas.
-¿El de prácticas? -repitió ella al darse meda vuelta-. ¡No puede ser!
-Lo siento -dijo él-, pero lo soy.
-Soy la doctora Francis -murmuró ella con torpeza y extendió la mano.
Aquel hombre no era lo que ella había imaginado. Durante unos segundos estrechó su mano con firmeza y advirtió que él controlaba su fuerza.
Hasta el momento, la consulta había contado con dos médicos que necesitaban experiencia antes de convertirse en médicos generales. Los dos que habían estado en la consulta habían resultado capaces y muy válidos, pero demasiado jóvenes. A sus veintinueve años, Ruth consideraba que aquellos aprendices de veintitrés resultaban muy infantiles.
Sin embargo, aquel nuevo fichaje no era tan joven, ni mucho menos. Debía de rondar los treinta y cinco, y concluyó que su edad era lo que la había impresionado.
-Encantado de conocerla, doctora Francis -continuó él-. Me parece como si la conociera ya un poco; he estado utilizando su despacho -Ruth se preguntó inmediatamente si habría dejado algo en su despacho que revelara su condición de mujer o algún aspecto de su carácter, pero la respuesta fue negativa. Su despacho era un lugar de trabajo y no había nada personal en él-. Me han preguntado muchas veces si iba a sustituirla a usted y he tenido que contestar que no, que volvería pronto.
Ruth sonrió al comprobar una de las típicas reacciones de los habitantes de Bannick.
-Me temo que a nuestros pacientes no les gusta mucho el cambio -dijo-. Tienden a desconfiar de la novedad.
-Puede que tengan razón. Mire, ¿está muy ocupada en este momento? He estado mirando unas notas referentes a uno de mis... quiero decir, de sus pacientes, y me gustaría que me aconsejara. Por supuesto, le consultaré a Harry, pero me gustaría hablar con usted antes.
-He venido para saludar, así que tengo tiempo -señaló y pasó junto a él hacia el despacho.
Se dio cuenta de que era más alto que ella, lo cual era decir mucho, puesto que ella media uno ochenta y cinco. Entraron en el despaho y Ruth sintió una extraña sensación de intrusismo que la confundió, puesto que aquel era su territorio.
Él pareció advertirlo y quiso remediar su confusión.
-Usted es la importante aquí, así que el sillón es suyo -bromeó.
Aquel toque de humor relajó a Ruth y suavizó su sentimiento de despojamiento.
-Hay notas suyas sobre la mesa; siéntese usted.
Al final, ambos se sentaron detrás de la mesa y, mientras él ojeaba los papees, Ruth aprovechó para observarlo. Después de unos instantes, advirtió que él la miraba a su vez. Quizás la evaluaba al tiempo que ella lo evaluaba a él. Durante unos segundos deseó estar en su casa dándose un baño en lugar de haber pasado por la consulta.
Era un hombre proporcionado y atlético. Su pelo era oscuro, corto y ondulado; la nariz mostraba una marca que parecía proceder de una antigua fractura mal consolidada y que aportaba cierto carácter humorístico a su rostros. Llevaba pantalones de franela grises, chaqueta de tweed, corbata y camisa blanca, el uniforme adoptado por el socio más antiguo y su hijo. A Ruth le pareció un buen detalle y pensó que indicaba el deseo de integrarse bien en la consult.
En cualquier caso, al fijarse con más atención en la ropa, se dio cuenta de que era considerablemente más cara que la que llevaba Harry o su hijo Martin. Algo en su chaqueta demostraba la mano de un sastre londinense y sintió un cierto malestar.
Micah alzó la vista y lamiró directamente. Al hacerlo, sonrió y Ruth advirtió el color verde intenso de sus ojos.
-Sé lo que está haciendo -dijo él-. Mi viejo profesor dijo que el diagnóstico del médico general comienza desde que recibe la ficha del paciente y continúa cuando éste entra en el despacho. Debe uno observar cómo camina, cómo mira a su alrededor y cómo se sienta. Antes de que empiece a hablar, ya te has hecho una idea sobre su persona -Ruth se sonrojó.
-¿Tanto se me ha notado? -preguntó. Él se encogió de hombros.
-No mucho; pero yo he hecho lo mismo -e produjo una pausa demasiado incómoda para Ruth. Entonces, reaccionó y se dio que aquel hombre podía ser mayor que ella, pero profesionalmente no estaba a su nivel, sino más bajo. En doce meses, Harry tendría que firmar un documento en el que certificaría su aptitud como médico general, pero antes consultaría con ella-. Ha estado en un curso sobre asistencia a recién nacidos, ¿verdad? -preguntó él-. ¿Ha sido interesante? -aquella pregunta le dio la oportunidad de mostrarse eficaz y profesional, e, inmediatamente, le mencionó los temas tratdos y los nombres de los ponentes. Él se interesó por uno de aquellos nombres-. He oído hablar del profesor Jim Lacey. Parece ser que tiene ideas muy radicales sobre las dosis de ciertos medicamentos en los recién nacidos. ¿Está pensando en seguir su procedimiento aquí?
Ella frunció el ceño ante el entusiasmo del aprendiz.
-No creo. Sé que sus resultados parecen buenos, pero quisiera esperar unos cuantos años hasta que se haya investigado más.
Él guardó unos instantes de silencio antes de insistir.
-Parecer ser que ha conseguido uno o dos casos milagrosos y con niños que no tenían mucha esperanza de vida.
-Yo no creo en los milagros en medicina -dijo secamente-. Creo que los médicos, sobre todos los generales, deberían mostrarse escéptios con las curas milagrosas.
Micah no se alteró por aquella contestación.
-¿Les va a contar a sus socios lo que ha aprendido?
-Por supuesto; en cuanto podamos reunirnos todos,ya que somos un equipo. Quizás debiéramos cambiar uno o dos cosas.
-Me encantaría estar presente -dijo él.
-¿Por qué quiere ser médico general? -preguntó ella de forma brusca, pero sin poder evitar su curiosidad-. ¿Ha trabajado ya en un hospital y ha descubierto que no es lo suyo? -él hizo un movimiento negativo con la cabeza.
-No, en absoluto. Siempre he querido ser médico general. Me licencié hace dieciocho meses y acabo de terminar las prácticas en una clínica en el centro de Londres, pero me gusta más trabajar en el campo -Ruth frunció el ceño.
-¿Hace un año se graduó? ¿Qué edad tenía cuando comenzó sus estudios?Una vez más, Micah pareció no ofendecerse por aquellas preguntas tan directas.-Dejé el instituto a los dieciséis años y trabajé de oficionista, pero siempre quise ser médico. Cuando se me presentó la oportunidad, comencé a estudiar en la escuela nocturna y después ingresé en la facultadad de medicina a los veintiséis años. Sé que es poco frecuenta, pero no soy el único caso.-Entiendo -dijo ella y dedujo que debía estar ante un estudiante fuera de lo corriente, puesto que en la facultad de Medicina no se admitía a gente tan mayor si no era por sus excelentes notas.A pesar de sus explicaciones, Ruth consideró que todavía había más información que Micah había decid
La consecuencia de ello fue que la mayor parte de aquellos pacientes eran ya resistentes a muchos antibióticos con lo que su curación resultaba cada vez más complicada. -En Lesteril hay muchos matrimonios entre gente de la misma sangre -señaló Harry. -Entres otras cosas porque nadie se casaría con ellos -dijo Martin con una crueldad que desgraciadamente se atenía a la realidad de aquel pueblo. Micah se había mantenido en silencio durante aquella parte de la conversación, pero Ruth tuvo la sensación de que escuchaba y tomaba notas. -Es una observación interesante -dijo ella-. Quizás los problemas de nuestros pacientes de Lesteril procedan de esa consanguinidad. -Si se contrastan las historias de los diferentes pacientes en los últimos cincuenta años, podríamos obtener resultados sorprendentes -explicó Micah -Martin guiñó un ojo a Ruth. -Tenemos un super ordenador en el vestíbulo; y se llama Mary; le preguntaré a ver qu
-De acuerdo, y ahora tomemos el té -cuando salieron de la granja, en el todoterreno llevaban ya dos cajas de huevos frescos. La señora Miller había sido muy considerada en poner una a cada uno. Micah parecía haber causado una buena impresión en la mujer, lo mismo que en Ruth. No había duda de que era un buen médico-. Debí haberme dado cuenta de la depresión -dijo ella algo avergonzada-. Fuiste muy inteligente al darte cuenta de que no quería decírmelo a mí. Micah se encogió de hombros. -Lo habrías advertido enseguida -dijo él. Ruth guardó silencio aunque apreció la forma en que quiso justificar su torpeza con George. -¿Seguimos escuchando a Beethoven? -preguntó ella. Apenas hablaron en el camino de vuelta, pero el silencio que reinó entre los dos no fue incómodo. Ruth se sintió feliz al escuchar la música y durante aquellos minutos no quiso hablar ni pensar en nada; tan sólo dejar que el tiempo fluyera. Pronto, ll
-Sé que no mata a nadie -dijo Ruth en el camino de vuelta-, pero creo que la artristis es una de las enfermedades que más dolores causa en los enfermos. -Es un pensamiento interesante. Me pregunto si... Mira, ¿nos está haciendo señas aquel hombre? Ruth giró la cabeza en dirección señalada por Micah y vio a un hombre corriendo hacia ellos y gesticulando de forma exagerada. Micah paró el coche y Ruth oyó los gritos del hombre. -¡Doctora! ¡Doctora! ¡Doctora! Ambos contemplaron al hombre que corría ladera abajo. Se cayó, rodo unos metros y volvió a levantarse. -Se va a romper el cuello si no tiene cuidado -dijo Mica-. Vamos a ver qué quiere -añadió y puso el coche en marcha otra vez para meterse campo a través. -Son ustedes médicos -balbuceó el hombre con la respiración jadeante cuando llegaron hasta él-. Por favor, mi hija, creo que se está muriendo. Hace una hora estaba bien, pero ahora está tiesa y...
-Estás disfrutando de lo lindo -dijo él después de la cuarta presentación-. Haces que parezca un muchacho de veintitrés años.-Por supuesto. Si voy a ser elcentro de cotilleo, quiero que sea sabroso.-Yo puedo hacer que los comentarios sean increíblemente sabrosos.-Me haces estremecer -dijo ella medio en broma.Una vez que pasaron al interior, fueron conducidos hasta el salón de banquete donde les acomodaron en una mesa de dos. Ruth se asombró ante la botella de champán que descansaba entre hielos.-Es un champán especial -dijo Micah-. Lo he encargado en Londres. Lo que no nos tomemos ahora, podemos llevarlo al salón de baile para compartirlo con los demás.-Si queda algo -dijo ella y él elevó las cejas. El camarero abrió la botella y se lo dio a probar a ella-. Está delicioso.
-Rosa con el número 45251 -exclamó el procurador-. El premio consiste en un magnífico viaje de fin de semana para dos personas a París, por deferencia de la Agencia de Viajes de Bannick. La afortunado o afortunado podrá realizar el romáctico viaje en los próximos seis meses. Alguien entre los presentes debe de tener el boleto. Ruth sonrió y vio cómo la gente a su alrededor miraba sus bolestos. -Mira tu número, Ruth -la animó Enid. Ruth sacudió la cabeza. -A mí nunca me tocan los premios. Enid tomó el boleto de Ruth ya que ella no parecía dispuesta ni a mirarlo. -Rosa, 45251 -dijo con excitación-. ¡Ruth, has ganado! La gente alrededor de la mesa oyó la exclamación de Enid y comenzaron a aplaudir. Horrorizada, Ruth tomó el boleto de manos de Enid. ¡Había ganado! -No le hagas esperar -aconsejó Micah con una sonrisa y se aproximó a la silla de Ruth para ayudarla a levantarse.
-No importa; entiendo que sea un juego que os guste.. a los hombresMicah rozó su mano, pero no atrevió a agarrarla.El coche frenó a la puerta del hotel y Albert encendió la luz interior.-El hotel Bell -dijo innecesariamente y volvió la cabeza para mirar a sus pasajeros.Ruth había esperado que Albert procediera de aquella forma, así que sonrió al ver la mueca de frustración en el rostro de Micah.-No te preocupes, llegaré bien a casa -dijo ella-. Estoy entre amigos; muchas gracias por una noche tan maravillosa, Micah. Me he divertido mucho.-Yo también -dijo él-. Yo...Ruth extendió su mano para que se la estrechara.-Buenas noches, Micah.Advirtió un torrente de emociones mostrándose en el rostro de Micah; irritación, frustración, pero también se
La respuesta era difícil, pero tenía que admitir que aquella revelación algo había cambiado y no para mejor. Sin embargo, no podía resultar más concreta; la sensación era vaga e incierta por el momento.-Nunca he conocido a un millonario -dijo ella-. Eso lo cambia todo; no esperarás que te trate como a un médico en prácticas.-Pues eso es lo que pretendo. Todavía soy un médico aprendiendo su oficio.Aquél era precisamente el problema.-Entonces, dime, ¿por qué quieres ser médico? Podrías haber sido cualquier cosa. Ni siquiera tienes necesidad de trabajar. ¿Por qué elegiste este trabajo?-¿Lo haces tú solo por el dinero? -preguntó.Ella hizo un gesto negativo.-No, soy médico porque me encanta.-Eso es lo que quiero yo también.