La respuesta era difícil, pero tenía que admitir que aquella revelación algo había cambiado y no para mejor. Sin embargo, no podía resultar más concreta; la sensación era vaga e incierta por el momento.
-Nunca he conocido a un millonario -dijo ella-. Eso lo cambia todo; no esperarás que te trate como a un médico en prácticas.
-Pues eso es lo que pretendo. Todavía soy un médico aprendiendo su oficio.
Aquél era precisamente el problema.
-Entonces, dime, ¿por qué quieres ser médico? Podrías haber sido cualquier cosa. Ni siquiera tienes necesidad de trabajar. ¿Por qué elegiste este trabajo?
-¿Lo haces tú solo por el dinero? -preguntó.
Ella hizo un gesto negativo.
-No, soy médico porque me encanta.
-Eso es lo que quiero yo también.
Después de pasar una hora enfrascado en su trabajo, no se dio cuenta de lo asombrosa que era aquella mujer hasta el mismo momento de la despedda en la estación. Ella se encontraba ya en el tren, dispuesta a partir, tras el cristal de la puerta. Su estatura debía rondar el metro ochenta y la cazadora que llevaba ceñida a la cinutra ocultaba sus hombros esbeltos y su pecho firme. El pelo le caía negro como el azabache por la espalda, aunque lo llevaba recogifo en una coleta. La severidad de sus pómulos contrastaba con la generosidad de sus labios gruesos, pero advirtió que apenas sonreía. Aquella mujer era más que una belleza. -Gracias de nuevo, doctora; quiero que sepa que le ha salvado la vida -dijo. Ruth Francis le dedicó una de sus escasas sonrisas. -Cualquiera podría haberlo hecho; ha dado la casualidad de que estaba yo. -Posiblemente, pero allí estaba usted y le salvó la vida. Que tenga un buen viaje.
Conoció a su marido durante el último año de su carrera de Medicina. Él iba dos cursos por delante de ella. Por alguna razón, sus amigos la persuadieron de que tenía que acudir a un partido de rugby en el que se enfrentaban dos equipos universitarios. Ruth no sabía nada de aquel juego, pero enseguida captó el tipo de persona que era aquel delantero de cabello rizado que corría con entusiasmo y hacía placajas sin importarle el peligro. Matt era un auténtico loco. Quizás el resultado fue inevitable. Después del primer placaje no se levantó y tuvo que ser asistido. Acompañado por el entrenador, al pasar a su lado, se dirigió a ella. -Doctora -dijo y Ruth se sintió obligada a acercarse. En menos de un segundo, vio cómo Matt se acercaba a ela y le daba un beso en los labios-. Ahora me siento mejor -había dicho.Sin saber cómo reaccionar ante su atrevimiento, Ruth se echó a reír, vencida por la simpatía del jugador. Sin embargo, cuando Matt se hubo alejado
-¿Hace un año se graduó? ¿Qué edad tenía cuando comenzó sus estudios?Una vez más, Micah pareció no ofendecerse por aquellas preguntas tan directas.-Dejé el instituto a los dieciséis años y trabajé de oficionista, pero siempre quise ser médico. Cuando se me presentó la oportunidad, comencé a estudiar en la escuela nocturna y después ingresé en la facultadad de medicina a los veintiséis años. Sé que es poco frecuenta, pero no soy el único caso.-Entiendo -dijo ella y dedujo que debía estar ante un estudiante fuera de lo corriente, puesto que en la facultad de Medicina no se admitía a gente tan mayor si no era por sus excelentes notas.A pesar de sus explicaciones, Ruth consideró que todavía había más información que Micah había decid
La consecuencia de ello fue que la mayor parte de aquellos pacientes eran ya resistentes a muchos antibióticos con lo que su curación resultaba cada vez más complicada. -En Lesteril hay muchos matrimonios entre gente de la misma sangre -señaló Harry. -Entres otras cosas porque nadie se casaría con ellos -dijo Martin con una crueldad que desgraciadamente se atenía a la realidad de aquel pueblo. Micah se había mantenido en silencio durante aquella parte de la conversación, pero Ruth tuvo la sensación de que escuchaba y tomaba notas. -Es una observación interesante -dijo ella-. Quizás los problemas de nuestros pacientes de Lesteril procedan de esa consanguinidad. -Si se contrastan las historias de los diferentes pacientes en los últimos cincuenta años, podríamos obtener resultados sorprendentes -explicó Micah -Martin guiñó un ojo a Ruth. -Tenemos un super ordenador en el vestíbulo; y se llama Mary; le preguntaré a ver qu
-De acuerdo, y ahora tomemos el té -cuando salieron de la granja, en el todoterreno llevaban ya dos cajas de huevos frescos. La señora Miller había sido muy considerada en poner una a cada uno. Micah parecía haber causado una buena impresión en la mujer, lo mismo que en Ruth. No había duda de que era un buen médico-. Debí haberme dado cuenta de la depresión -dijo ella algo avergonzada-. Fuiste muy inteligente al darte cuenta de que no quería decírmelo a mí. Micah se encogió de hombros. -Lo habrías advertido enseguida -dijo él. Ruth guardó silencio aunque apreció la forma en que quiso justificar su torpeza con George. -¿Seguimos escuchando a Beethoven? -preguntó ella. Apenas hablaron en el camino de vuelta, pero el silencio que reinó entre los dos no fue incómodo. Ruth se sintió feliz al escuchar la música y durante aquellos minutos no quiso hablar ni pensar en nada; tan sólo dejar que el tiempo fluyera. Pronto, ll
-Sé que no mata a nadie -dijo Ruth en el camino de vuelta-, pero creo que la artristis es una de las enfermedades que más dolores causa en los enfermos. -Es un pensamiento interesante. Me pregunto si... Mira, ¿nos está haciendo señas aquel hombre? Ruth giró la cabeza en dirección señalada por Micah y vio a un hombre corriendo hacia ellos y gesticulando de forma exagerada. Micah paró el coche y Ruth oyó los gritos del hombre. -¡Doctora! ¡Doctora! ¡Doctora! Ambos contemplaron al hombre que corría ladera abajo. Se cayó, rodo unos metros y volvió a levantarse. -Se va a romper el cuello si no tiene cuidado -dijo Mica-. Vamos a ver qué quiere -añadió y puso el coche en marcha otra vez para meterse campo a través. -Son ustedes médicos -balbuceó el hombre con la respiración jadeante cuando llegaron hasta él-. Por favor, mi hija, creo que se está muriendo. Hace una hora estaba bien, pero ahora está tiesa y...
-Estás disfrutando de lo lindo -dijo él después de la cuarta presentación-. Haces que parezca un muchacho de veintitrés años.-Por supuesto. Si voy a ser elcentro de cotilleo, quiero que sea sabroso.-Yo puedo hacer que los comentarios sean increíblemente sabrosos.-Me haces estremecer -dijo ella medio en broma.Una vez que pasaron al interior, fueron conducidos hasta el salón de banquete donde les acomodaron en una mesa de dos. Ruth se asombró ante la botella de champán que descansaba entre hielos.-Es un champán especial -dijo Micah-. Lo he encargado en Londres. Lo que no nos tomemos ahora, podemos llevarlo al salón de baile para compartirlo con los demás.-Si queda algo -dijo ella y él elevó las cejas. El camarero abrió la botella y se lo dio a probar a ella-. Está delicioso.
-Rosa con el número 45251 -exclamó el procurador-. El premio consiste en un magnífico viaje de fin de semana para dos personas a París, por deferencia de la Agencia de Viajes de Bannick. La afortunado o afortunado podrá realizar el romáctico viaje en los próximos seis meses. Alguien entre los presentes debe de tener el boleto. Ruth sonrió y vio cómo la gente a su alrededor miraba sus bolestos. -Mira tu número, Ruth -la animó Enid. Ruth sacudió la cabeza. -A mí nunca me tocan los premios. Enid tomó el boleto de Ruth ya que ella no parecía dispuesta ni a mirarlo. -Rosa, 45251 -dijo con excitación-. ¡Ruth, has ganado! La gente alrededor de la mesa oyó la exclamación de Enid y comenzaron a aplaudir. Horrorizada, Ruth tomó el boleto de manos de Enid. ¡Había ganado! -No le hagas esperar -aconsejó Micah con una sonrisa y se aproximó a la silla de Ruth para ayudarla a levantarse.