-¿Hace un año se graduó? ¿Qué edad tenía cuando comenzó sus estudios?
Una vez más, Micah pareció no ofendecerse por aquellas preguntas tan directas.
-Dejé el instituto a los dieciséis años y trabajé de oficionista, pero siempre quise ser médico. Cuando se me presentó la oportunidad, comencé a estudiar en la escuela nocturna y después ingresé en la facultadad de medicina a los veintiséis años. Sé que es poco frecuenta, pero no soy el único caso.
-Entiendo -dijo ella y dedujo que debía estar ante un estudiante fuera de lo corriente, puesto que en la facultad de Medicina no se admitía a gente tan mayor si no era por sus excelentes notas. A pesar de sus explicaciones, Ruth consideró que todavía había más información que Micah había decidido no expresar. Aquel hombre le resultaba perturbador-. ¿De qué paciente quría hablarme? -preguntó ella por fin.
-Sobre William Knowles.Tengo aquí las notas que he tomado y acabo de revisar su historial.
Cuando le pasó las notas acerca de Knowles, Ruth las apartó educadamente.
-Conozco a Billy Knowles; de hecho, conozco a toda la familia.
Billy tenía sesenta años y todavía consideraba la dolencia de su corazón como un insulto personal.
-Bueno, ha estado aquí dos días y dijo que no podía ni tan siquiera subir las escaleras. No responde a ningún tratamiento y creo que podríamos suministrarle algún inhibidor, como por ejemplo Captoprial.
-No; correría riesgo de fallo renal.
-Tendríamos que contrarle, por supuesto; pero le he mandado un análisis de sangre y podemos variar la dosis.
-Ya. -Ruth tuvo que admitir que el nuevo médico no andaba descaminado,pero sí lo hacía demasiado deprisa. El tratamiento que Billy tenía en esos momentos podía funcionar todavía y era muy seguro-. Reconozco que el Captoprial es un posible tratamiento -dijo ella con cautela-, pero pienso que Bily podría continuar con su tratamiento actual. Puede irle bien. Lleva años con ella.
-Él es su paciente y usted decide, pero me gustaría explicarle que tiene otras opciones y que puede elegir. Le daría una oportunidad para me mejorar su calidad de vida.
-Odio la palabra <<oportunidad>>. No tiene cabida en medicina -él sacudió la cabeza.
-Todo en la vida es oportunidad. Cada decisión que uno toma es una apuesta, pero es no es una excusa para no decidir nunca.
Ruth se molestó ante aquel comentario y descubrió cuál era la razón de que se encontrara tan confundida por la conversación. Micah le recordaba a su marido.
-Creo que no nos vamos a poner de acuerdo. ¿Qué le parece si se lo comentamos a Harry? -él sacudió la cabeza.
-Por supuesto; él es mi tutor. No me olvido de que estoy aprendiendo.
-¿Hay algo más que quiera comentar?
-No; sólo que me gusta mucho el trabajo.
-Bien -dijo ella y en aquel momento se dio cuenta de que la conversación había girado en torno a asuntos profesionales y que no había dado la bienvenida al nuevo médico de la consulta-. Siento no haber estado para recibirlo cuando se incorporó a nuestro equipo -dijo-, pero veo que se ha adaptado perfectamente a la consulta. ¿Qué le parece Bannick después de Londres?
-Me gusta; me gusta la gente y sé que seré feliz aquí.
-¿Dónde se aloja?
-Todavía estoy buscando un lugar permanente. Por el momento me alojo en el hotel Bell
-¡En el Bell! -exclamó Ruth, pues era el más caro de la ciudad.
-Sí; me encuentro muy a gusto en él -dijo él con tranquilidad.
-¿Está casado, doctor North? No es por inmiscuir, pero si tiene esposa, el equipo debería recibirla también.
-No estoy casado, ni lo he estado nunca -señaló él y ella pensó en lo extraño de aquel dato-. Me han comentado que su marido murió en un accidente hace unos años, doctora Francis. Lo siento mucho -Ruth se encogió de hombros.
-Ambos somos médicos; sabemos que esas cosas pasan -dijo ella comprobando la facilidad con que había manejado un tema tan escabroso-. Por cierto, llámame Ruth.
-Y a mí, Micah.
-Un incómodo silencio se hizo entre los dos hasta que el rostro de Martin Crowder apareció por la puerta después de llamar.
-He visto tu coche ahí fuera, Ruth. Bienvenida. Ya veo que has conocido a Micah; venid los dos a tomar una taza de té con mi padre y conmigo.
-Estupendo, Martin -dijo ella y se dirigió a Micah-. Tomamos té o café y charlamos muy a menudo.
-Eso no está mal. A mí me gusta tomar el té y charlar.
-Nos hace creer que somos una familia bien avenida -señaló ella de forma amistosa y casual.
Tras aquellas últimas palabras y, a pesar de que su rostro no se alteró, Ruth tuvo la sensación de que algo habría afectado a su nuevo compañero de trabajo.
-Yo no tengo familia -dijo él con desolación.
Al día siguente, mientras conducía de camino al trabajo, Ruth iba escuchando en la radio un programa de canciones de amor. <<Dulce doncella, déjame ser tu amante>>, empezó a tararear. Le gustaba la voz melódico del bariítono que en cierto sentido le recordaba a la de Micah North. Por un instante aquella asosación cruzó su mente y cambió la emisora. No quería perder el tiempo en absurdos pensamientos.
Aparcó el coche en su plaza habitual y advirtió, con inesperado interés, que el todoterreno rojo estaba ya allí. Entonces, decidó unos segundos a comprobar su aspecto en el espejo del coche. Cuando se cercioró de que el moño estaba bien hecho y el maquillaje bien extendido, salió del vehículo.
A pesar de haber llegado pronto, el aparcamiento y la sala de espera estaban ya llenos y suspiró. Aquello no podía continuar así. Tendrían que ampliar la consulta. Dio los buenos días a los miembros de la oficina, quienes hacían lo que podían para atender debidamente la avalancha de papeles.
Buena parte de aquel trabajo acabaría en su mesa de despacho. Después, llamó a la puerta de Harry y comprobó que su socio pensaba exactamente igual que ella.
-Los días en que uno podía pasar consulta en su propia casa han terminado.
-Lo sé; por eso aceptamos más pacientes de los que podemos mantener en una consulta como esta.
-No tenemos más remedio; somos parte de esta comunidad -Harry sonrió.
-Sé que quieres volver a tu trabajo. Tendremos que charlar seriamente un día de estos.
-Un día de estos -repitió ella con una tímida sonrisa, ya que Harry la había estado amenazando con la charla seria desde hacía meses-. Lo que quería -continuó ella en tono casual-, era echar un vistazo al formulario que ha rellenado el de prácticas. ¿No es poco mayor de lo habitual?
Harry abrió un cajón de su mesa y extrajo una carpeta.
-Léelo mientras yo tiro la mayoría del correo a la b****a -dijo-. Personalmente, creo que hemos tenido suerte con él. Se ha adaptado muy bien y creo que los pacientes lo han aceptado.
-Mmm -dijo ella mientras leía rápidamente las hojas en las que detectó enseguido algo extraño. Los exámenes de Micah North eran excelente y sus tutores se deshacían en halagos hacia su pupilo. El año anterior había estado en un hospital céntrico de Londres y el médico que había supervisado su labor había escrito un informe magnífico. Ruth frunció el ceño al ver la dirección-. ¿Dónde estuvo antes, Harry?
-Te has dado cuenta; justo en el corazón de Belgravia, la zona en la que se encuentran las consultas más caras de Londres.
-Entonces, ¿por qué habrá venido al norte, que es más pobre?
-Ya se lo pregunté. Me dijo que siempre quiso trabajar en el campo.
-Has dicho que por el momento estás contento con su trabajo, ¿no?
-Totalmente. No se pasa de listo, ni se asusta al tomar decisiones. No ha traído con él las formas petulantes de la gran ciudad. Deseaba probar un nuevo tratamiento con la niña de los Stather y hablamos de ello. Pasó algunas horas en la biblioteca leyendo acerca del tratamiento y pudo convencerme de que merecía la pena probar. Por el momento parece que ha funcionado.
-Ya -dijo ella y entregó la carpeta a Harry antes de salir del despacho.
Se dirigió al suyo dispuesta a comenzar su trabajo, pero había algo que la preocupaba. Micah North podía haber elegido un hospital o cualquier plaza de médico general y no entendía cómo podía haber elegido Bennick. Ella adoraba su pequeña ciudad, pero sabía lo que pensaban los fostateros.
Aquel día disfrutó de la consultos con sus pacientes habituales y escuchar sus quejas y lamentaciones la distrajo de otros pensamientos. Sabía que su labor consistía no sólo de recetar, sino en dar consejo y ánimo al que lo necesitara.
Como la temporada veraniega estaba comenzando, recibieron dos o tres emergencias de turistas. Uno de ellos había sufrido una quemadura con una cocina de camping y otro, un bebé, sufría diarrea.
Cuando por fin vio al último paciente, se estiró en su sillón y se sintió satisfecha de la jornada. A continuación iría a la sala de reunión, donde habitualmente se reunían para tomar café y un tentempié y sintió un estremicimiento de placer al recordar que podría coincidir con Micah. Sin embargo, enseguida se dijo que tan sólo estaba interesada en él por motivos profesionales.
Cuando entró en la sala, se sirvió un café de la nueva máquina que había comprado Harry. Éste y su hijo Martin discutían a viva voz sobre un tema profesional. Ambos gesticulaban, pero ninguno dejaba de hablar para escuchar al otro. Micah estaba de espaldas a Ruth y había abierto la librería de caoba de Harry para ojear unos libros encuadernados en piel.
Contenta de no ser vista y de poder observar a sus anchas, Ruth comprobó de nuevo que la ropa que vestía era cara y, aunque las prendas eran del mismo estilo, había cambiado de pantalones y de chaqueta.
Mientras observaba todos aquellos detalles, se dio cuenta también de que Micah la observaba a su vez a ella a través de la puerta de cristal que cerraba la librería y se preguntó por qué. Acto seguido la cerró y se dio media vuelta para dirigirse hacia Ruth. Se sentó en una silla al lado de ella y dio un golpecito en la solapa del libro que había tomado.
-He estado mirando esta guía de Bannick del año 1850 y he visto en ella los apellidos de muchos de los pacientes que pasan por aquí.
-Probablemente habrás visto el apellidos de mi familia -señaló Ruth-. Hemos vivido en esta ciudad desde hace muchísimos años -Micah abrió el directorio.
-Efectivamente, he visto el nombre de tu familia. Adam Applegarth, comerciante en lanas.
-¿Cómo sabías que era Applegarth? -preguntó ella un poco confunsa. Micah sonrió.
-Alguna gente te conoce todavía como Applegarth. He visto por lo menos a tres pacientes que han preguntado por la <<pequeña Turhie Applegarth>>. Una de esas personas fue tu maestra de primaria y hablamos bastante rato.
-La señorita Ledgard -dijo Ruth y reprimió su curiosidad sobre la conversación que habían mantenido.
-Lo que me he estado preguntando -continuó él-, es si ha habido problemas con la consanguinidad en los matrimonios. Quiero decir, un par de genes recesivos y una pequeña población son los requisitos necesarios para que exista cierta patología.
En un principio, Ruth se sintió ofendida por lo que aquello implicaba. Era su pequeña ciudad y no había nada anormal en ella.
-No lo creo -dijo pensativa-; quizás pudiera haber existido ese problema en el siglo diecinueve, pero incluso entonces Bannick era una ciudad con un mercado importante y acudía mucha gente a comerciar de todo el norte.
Harry había escuchado las últimas frases y se unió a la conversación.
-Estoy de acuerdo contigo, Ruth, en cuanto a Bannick. Pero pienso que hay poblaciones vecinas en las que no se dieron esas mismas circunstancias. ¿Qué me dices de Lesteril?
-¡Lesteril! exclamó Ruth y en su mente aparecieron las imágenes de aquel sucio pueblo.
Había asistido a muchos pacientes de Lesteril que habían sufrido de diferentes males y nunca habían terminado los tratamientos que ella les había prescrito.
La consecuencia de ello fue que la mayor parte de aquellos pacientes eran ya resistentes a muchos antibióticos con lo que su curación resultaba cada vez más complicada. -En Lesteril hay muchos matrimonios entre gente de la misma sangre -señaló Harry. -Entres otras cosas porque nadie se casaría con ellos -dijo Martin con una crueldad que desgraciadamente se atenía a la realidad de aquel pueblo. Micah se había mantenido en silencio durante aquella parte de la conversación, pero Ruth tuvo la sensación de que escuchaba y tomaba notas. -Es una observación interesante -dijo ella-. Quizás los problemas de nuestros pacientes de Lesteril procedan de esa consanguinidad. -Si se contrastan las historias de los diferentes pacientes en los últimos cincuenta años, podríamos obtener resultados sorprendentes -explicó Micah -Martin guiñó un ojo a Ruth. -Tenemos un super ordenador en el vestíbulo; y se llama Mary; le preguntaré a ver qu
-De acuerdo, y ahora tomemos el té -cuando salieron de la granja, en el todoterreno llevaban ya dos cajas de huevos frescos. La señora Miller había sido muy considerada en poner una a cada uno. Micah parecía haber causado una buena impresión en la mujer, lo mismo que en Ruth. No había duda de que era un buen médico-. Debí haberme dado cuenta de la depresión -dijo ella algo avergonzada-. Fuiste muy inteligente al darte cuenta de que no quería decírmelo a mí. Micah se encogió de hombros. -Lo habrías advertido enseguida -dijo él. Ruth guardó silencio aunque apreció la forma en que quiso justificar su torpeza con George. -¿Seguimos escuchando a Beethoven? -preguntó ella. Apenas hablaron en el camino de vuelta, pero el silencio que reinó entre los dos no fue incómodo. Ruth se sintió feliz al escuchar la música y durante aquellos minutos no quiso hablar ni pensar en nada; tan sólo dejar que el tiempo fluyera. Pronto, ll
-Sé que no mata a nadie -dijo Ruth en el camino de vuelta-, pero creo que la artristis es una de las enfermedades que más dolores causa en los enfermos. -Es un pensamiento interesante. Me pregunto si... Mira, ¿nos está haciendo señas aquel hombre? Ruth giró la cabeza en dirección señalada por Micah y vio a un hombre corriendo hacia ellos y gesticulando de forma exagerada. Micah paró el coche y Ruth oyó los gritos del hombre. -¡Doctora! ¡Doctora! ¡Doctora! Ambos contemplaron al hombre que corría ladera abajo. Se cayó, rodo unos metros y volvió a levantarse. -Se va a romper el cuello si no tiene cuidado -dijo Mica-. Vamos a ver qué quiere -añadió y puso el coche en marcha otra vez para meterse campo a través. -Son ustedes médicos -balbuceó el hombre con la respiración jadeante cuando llegaron hasta él-. Por favor, mi hija, creo que se está muriendo. Hace una hora estaba bien, pero ahora está tiesa y...
-Estás disfrutando de lo lindo -dijo él después de la cuarta presentación-. Haces que parezca un muchacho de veintitrés años.-Por supuesto. Si voy a ser elcentro de cotilleo, quiero que sea sabroso.-Yo puedo hacer que los comentarios sean increíblemente sabrosos.-Me haces estremecer -dijo ella medio en broma.Una vez que pasaron al interior, fueron conducidos hasta el salón de banquete donde les acomodaron en una mesa de dos. Ruth se asombró ante la botella de champán que descansaba entre hielos.-Es un champán especial -dijo Micah-. Lo he encargado en Londres. Lo que no nos tomemos ahora, podemos llevarlo al salón de baile para compartirlo con los demás.-Si queda algo -dijo ella y él elevó las cejas. El camarero abrió la botella y se lo dio a probar a ella-. Está delicioso.
-Rosa con el número 45251 -exclamó el procurador-. El premio consiste en un magnífico viaje de fin de semana para dos personas a París, por deferencia de la Agencia de Viajes de Bannick. La afortunado o afortunado podrá realizar el romáctico viaje en los próximos seis meses. Alguien entre los presentes debe de tener el boleto. Ruth sonrió y vio cómo la gente a su alrededor miraba sus bolestos. -Mira tu número, Ruth -la animó Enid. Ruth sacudió la cabeza. -A mí nunca me tocan los premios. Enid tomó el boleto de Ruth ya que ella no parecía dispuesta ni a mirarlo. -Rosa, 45251 -dijo con excitación-. ¡Ruth, has ganado! La gente alrededor de la mesa oyó la exclamación de Enid y comenzaron a aplaudir. Horrorizada, Ruth tomó el boleto de manos de Enid. ¡Había ganado! -No le hagas esperar -aconsejó Micah con una sonrisa y se aproximó a la silla de Ruth para ayudarla a levantarse.
-No importa; entiendo que sea un juego que os guste.. a los hombresMicah rozó su mano, pero no atrevió a agarrarla.El coche frenó a la puerta del hotel y Albert encendió la luz interior.-El hotel Bell -dijo innecesariamente y volvió la cabeza para mirar a sus pasajeros.Ruth había esperado que Albert procediera de aquella forma, así que sonrió al ver la mueca de frustración en el rostro de Micah.-No te preocupes, llegaré bien a casa -dijo ella-. Estoy entre amigos; muchas gracias por una noche tan maravillosa, Micah. Me he divertido mucho.-Yo también -dijo él-. Yo...Ruth extendió su mano para que se la estrechara.-Buenas noches, Micah.Advirtió un torrente de emociones mostrándose en el rostro de Micah; irritación, frustración, pero también se
La respuesta era difícil, pero tenía que admitir que aquella revelación algo había cambiado y no para mejor. Sin embargo, no podía resultar más concreta; la sensación era vaga e incierta por el momento.-Nunca he conocido a un millonario -dijo ella-. Eso lo cambia todo; no esperarás que te trate como a un médico en prácticas.-Pues eso es lo que pretendo. Todavía soy un médico aprendiendo su oficio.Aquél era precisamente el problema.-Entonces, dime, ¿por qué quieres ser médico? Podrías haber sido cualquier cosa. Ni siquiera tienes necesidad de trabajar. ¿Por qué elegiste este trabajo?-¿Lo haces tú solo por el dinero? -preguntó.Ella hizo un gesto negativo.-No, soy médico porque me encanta.-Eso es lo que quiero yo también.
Después de pasar una hora enfrascado en su trabajo, no se dio cuenta de lo asombrosa que era aquella mujer hasta el mismo momento de la despedda en la estación. Ella se encontraba ya en el tren, dispuesta a partir, tras el cristal de la puerta. Su estatura debía rondar el metro ochenta y la cazadora que llevaba ceñida a la cinutra ocultaba sus hombros esbeltos y su pecho firme. El pelo le caía negro como el azabache por la espalda, aunque lo llevaba recogifo en una coleta. La severidad de sus pómulos contrastaba con la generosidad de sus labios gruesos, pero advirtió que apenas sonreía. Aquella mujer era más que una belleza. -Gracias de nuevo, doctora; quiero que sepa que le ha salvado la vida -dijo. Ruth Francis le dedicó una de sus escasas sonrisas. -Cualquiera podría haberlo hecho; ha dado la casualidad de que estaba yo. -Posiblemente, pero allí estaba usted y le salvó la vida. Que tenga un buen viaje.