Esos ojos color miel, siempre cálidos, siempre tranquilos, aquella tarde de lluvia se mostraban brillantes.
A Emely siempre le pareció que esos ojos color miel de Ian le recordaban el atardecer, el crepúsculo que avecina la noche traviesa.
Vestía una camisa negra de mangas cortas, mostrando sus brazos fuertes y bronceados; también tenía puesto un pantalón jean desgastado, algo apretado a sus gruesas piernas. A Ian siempre le gustó ejercitarse; decía que así podía sacar el enojo que le provocaban sus empleados. Pero ella todo ese tiempo creyó que lo hacía porque era un vanidoso de primera: sabía que nació dotado de gran belleza y le encantaba presumirla.
La vida lo estaba tratando jodidamente bien. Los años no le pasaban, aunque ya se encontraba en sus treinta, se veía sumamente joven y muy atractivo.
Todo esto produjo que Emely se cohibie
Los ojos de Emely estaban magullados de tanto llorar. Por fin se había calmado y estaba a mitad de la sesión.—Desde hace mucho, he deseado hablar con Ian —confesó Emely—. De hecho, todo esto comenzó porque… yo me preguntaba que si las cosas no hubieran terminado tan mal… —Intentó calmar el temblor en su voz—. A mí me gustaría que Ian me perdonara por lo que le hice. —Llevó una mano a su pecho—. Yo no puedo simplemente pensar que las cosas terminaron así y que ya, que con el tiempo él me va a perdonar. No, yo necesito hablar con él y pedirle perdón por la traición que hice. Doctora, yo no puedo cerrar ese ciclo sin saber si me perdonó.—¿Quieres que los dos se reúnan y lo dialoguen?Emely dejó salir un suspiro y lo meditó.—Sí, claro, me gustaría. Es
La despedida fue con un abrazo y una leve sonrisa en el rostro de Ian. Por un momento tomó el rostro de Emely con sus manos, como anteriormente solía hacer, limpió con sus dedos las lágrimas que corrían por sus mejillas y finalizó con un beso en su frente.Aquella despedida… hizo que el hueco en el pecho de Emely, quedara intacto. Le parecía injusto que la vida los tratase así.¿Por qué Ian, ahora que era todo lo que ella buscaba en un hombre, se estaba despidiendo?Su trato dulce, cálido y paciente, le recordaba mucho a ese joven que conoció cuando era una jovencita.Le recordaba mucho a los primeros días en que solían hablar, cuando él la recogió en la carretera, en pleno medio día y la llevó a comer a un restaurante y le propuso que trabajara para él. Su sonrisa rosada y dulce seguía siendo la misma.
—¿Cómo está Niango? —Fue lo único que pudo preguntar—. Tengo años que no lo veo, me imagino que ya me olvidó.—¿Ñango? —Emely nunca pudo pronunciar correctamente el nombre del gato—. Está bien… Engordando, como siempre.Ian volvió a sonreír, pero esta vez con tristeza y algo de nostalgia. Emely no lo iba a invitar para verlo, ¿verdad? Era mejor rendirse y dejar las cosas como estaban.Pero no sabía que internamente, Emely estaba gritando y no sabía cómo tomar la cañada que le acababan de echar.—Pu-puedes venir a verlo —dijo con rapidez, parpadeó dos veces—. Estoy segura que te extraña. Claro que te extraña, y mucho.—¿Puedo ir el viernes por la tarde?—¿El viernes? —Emely organizó su agenda mentalmente con un ra
Fue bueno que limpiara todo su apartamento la noche anterior; bueno, tampoco es que ella desorganizara mucho, pero, por si las moscas, debía dejar todo impecable, para darle una buena impresión a Ian.Era un sitio pequeño, pero Emely le daba toques con pequeños detalles como cuadros con temas abstractos, un tocadiscos de vinilos que sí utilizaba y tenía una colección pequeña que eran su tesoro. También había en la sala una pared llena de fotos con sus amigos y familia con marcos de madera clara, que hacían un muy buen contraste con la pared pintada de verde manzana.Emely siempre había gozado de muy buenos gustos, algo que la hacía ser una chica de muchísimo estilo que llama la atención a dondequiera que vaya y a Ian siempre le agradó esta característica de ella, hasta el punto que dejaba que la joven fuera la que organizara lo que él se deb&iac
Las mejillas de Emely se ruborizaron.—Lo hice sin pensarlo —confesó con tono triste.—Dejaste muchas de tus cosas en la casa.—No eran del todo mías.—Claro que sí, ¿qué puedo hacer con cosas de mujer? —Ian dejó salir una pequeña risita.—¿Venderlas?—Claro que no podría vender tus cosas, son tuyas. —La observó fijamente a los ojos—. Puedes ir por ellas cuando quieras, están en la casa.—¿Sigues viviendo allí?—No, es demasiado grande para mí. Compré un pequeño apartamento por la Circunvalar, es solo de dos habitaciones, baño, cocina y sala. Es perfecto para vivir solo.Emely lo meditó un poco antes de hablar. Tenía muchísimas preguntas, sin embargo, la mayoría serían incómodas para Ian.
Carla parpadeó dos veces. Tuvo que acomodarse en su sillón para no descompensarse con la noticia.—Entonces, ese cliente importante era Ian y los hoteles Lexus —dijo Carla.—Así es —respondió Emely—. Debemos descubrir dónde están los desfalcos que se están haciendo al hotel y de cuánto es, además del tiempo.Carla llevó una mano a su pecho. Se encontraba en la oficina de Emely, la había llamado a primera hora, para tener una reunión.El rostro de póquer de Niango, que estaba acostado en el escritorio, era la representación misma que ella tenía en ese momento. ¡Los hoteles Lexus eran todo un imperio! Si hacían las cosas mal, se meterían en un gran problema. ¿Y si uno de los que le robaban al hotel era alguien peligroso y los amenazaba?—Esto nos va a abrir muchas puertas, si los hotel
—Si quedas embarazada, yo debo ser la madrina —acotó Emely.Diana soltó una pequeña carcajada y de un sacudón de cabeza aceptó la demanda.Aunque se habían dicho hace mucho tiempo que no se ilusionarían con la idea de que Diana quedara embarazada, esa tarde, entre panes rellenos de caramelo y refrescos, pensaron en nombres de niños y en cómo se debería decorar el cuarto del bebé. También se imaginaron al niño (o niña) correr y jugar.Se preguntaron si el bebé debía llamar a Emely tía.—Estoy segura que lo haría —comentó Diana—. Los niños siempre llaman a las mejores amigas de sus madres, tía. Aparte de ser su madrina, serás su tía. —Diana sonrió con toda su cara, colmada de felicidad. Y así, terminaron en la conversación de si
Iván se acercó a la mesa donde las chicas compartían. A Emely le sorprendió que entre más pasaba el tiempo, se le hacía más grande su prominente barriga cervecera.—Entonces, chicas —saludó con una amplia sonrisa y se sentó en una silla, quedando las chicas a cada lado de él.—¿Cómo estás? —preguntó Emely, un tanto aburrida porque, con él presente, el tema de Ian debía acabar.—Pues aquí, llevando el burro por el rabo —expresó algo sombrío—. Lleno de deudas y esas dos brujas que no me dejan quieto.El cabello de Iván comenzaba a caerse un poco, mostrando parte de su cuero cabelludo. Quien lo viera, creería que tenía unos cuarenta años, como mínimo.Se notaba desde lejos que la vida no lo trataba bien, además, él no hacía