Capítulo 3

Felipe se había decepcionado un poco al conocer a Ángela Paredes. Era una muchacha inocente y, hablando en plata: una mojigata.

Sin embargo, al contemplarla, una atracción hacia ella no dejaba de aumentar por momentos. Sus gestos, sus ojos, las angelicales facciones de su rostro y, sobre todo, su afán por deshacerse de él habían despertado una sensación extraña de explicar.

Seguramente estaba enfadada por sus críticas hacia la primera fiesta que celebraban los Paredes, pero no se sentía tan culpable, después de todo, era verdad. Se habían pasado con la decoración y, era obvio el propósito de esa fiesta, el gran número de hombres solteros presentes lo decía todo.

Decidió que no sería ella la mujer con la que se casaría, pero, quizás, una pequeña aventura... Desde luego, se sentía cautivado por ella, y no es que fuera una joven exuberante, pero había algo que... Lo pensó mejor. Un idilio con una ingenua podía acabar muy mal.

-Parece que no está enterada –Felipe estaba encantado de ser la persona que le informara lo que se decía de ella, se moría de ganas por ver su expresión-. Pues verá, todo el mundo quiere conocerla, es usted una mujer muy escurridiza. Apenas se deja ver por fiestas o actos sociales. Todos han venido exclusivamente para conocerla.

¿Estaba bromeando, verdad? Tenía que ser eso. No estaba dispuesta a ser la distracción de nadie. Se recompuso rápidamente, aparentar indiferencia era lo mejor.

-Entiendo –comentó-. Discúlpeme, pero, ahora mismo no quiero la compañía de nadie. Así que...

-¡Estás aquí! ¿Por qué ... -la señora Paredes se calló al darse cuenta que su hija tenía compañía-. Señor Cruz, ¿Qué hace usted aquí?

-Necesitaba descansar un poco.

Caridad Paredes asintió, se acercó a su hija y cruzó su brazo con el de ella para que no escapara.

Ángela maldecía mentalmente mientras fulminaba con la mirada a Felipe Cruz.

-No creo que este sea un buen lugar. Si nos acompaña lo guiaré al jardín.

La presencia de Felipe Cruz estaba evitando que su madre comenzara a regañarla. Podía sentir el gran esfuerzo que estaba haciendo por contenerse. Sus gestos le decían que estaba a punto de explotar.

Cuando llegaron al salón de fiestas, Ángela empezó a buscar alguna excusa, una vía de escape, lo que fuera. Y, mientras caminaban entre tanta gente, odiaba tener que admitirlo, pero el señor Cruz tenía razón, su madre se había excedido con la decoración y el número de invitados. Aunque quizás, lo veía así porque no le gustaban las aglomeraciones y sus gustos eran más bien sencillos, su despacho era prueba de ello. Y, como el señor Cruz había dicho, todos la miraban. Odiaba aquello, era una atracción de feria y, lo peor de todo, era que no podía largarse de allí.

Cuando dejaron al señor Cruz, su madre la llevó a un rincón del salón, allí nadie las escucharía.

-¿Intentabas escabullirte, verdad? ¿Por qué no puedes intentarlo? –le reprochó en voz baja, pero firme. Su mirada era inflexible.

Ángela lo había intentado, de verdad que sí, pero toda esa multitud no le inspiraba nada bueno. Además, sus convicciones le decían que todo aquello era insustancial, por lo que se le hacía imposible actuar con naturalidad. Por dentro, quería gritar de impotencia. Sin embargo, inspiró hondo y comenzó a hablar de la forma más sosegada que pudo.

-Me gustaría que tú también intentaras comprenderme –susurró-. Mamá, cedí para que hicieras esta fiesta, pero nunca dije que estaría presente –añadió.

Caridad Paredes ni siquiera parpadeó, para ella ese comentario estaba fuera de lugar.

Ángela suspiró resignada.

-Está bien, si no hay más remedio participaré en este circo, pero no quiero oír hablar de hacer otra fiesta así nunca más. Apenas conocemos a estas personas. Estoy segura que todos han venido para curiosear y divertirse a expensas mías –había intentado no sacar a relucir lo que sentía en palabras, pero la cólera había podido más que el aplomo.

-¿Por qué dices eso, hija?

-Tus invitados sólo han venido a conocer a la joven –hizo una pequeña reverencia-, que no se deja ver en fiestas o actos sociales. Además, has invitado a demasiadas personas y te has pasado con la decoración –añadió de paso.

-Bueno, eso es porque nunca has querido ir –su madre sonreía, Ángela no entendía por qué-. Cada semana recibes una o dos invitaciones, y antes llegaban muchas más. Es normal que todos quieran conocerte y, como tu madre, es mi deber presentarte – la cogió del brazo, dio dos pasos, pero se detuvo repentinamente girándose hacia ella-. Y no he me he pasado con la decoración. Las mujeres sabemos lo que hoy está de moda. Seguramente tu padre te ha dicho que me lo digas, ¿verdad? Los hombres no saben de estas cosas –espetó orgullosa.

Arrastrada por todo el salón, su madre no la soltó ni un segundo, como un niño pequeño al que hay que cuidar. No dejaba de preguntarse porque no podía entenderla. Apenas podía mantenerse tranquila con todas esas miradas sobre ella. Desde luego, su madre había invitado a las familias con caballeros disponibles y, a otras pocas, sin ellos. La diferencia del número de caballeros y damas era evidente. Bueno, la verdad es que no le importaba, todo lo que quería era una distracción para largarse de allí.

***

Felipe Cruz no salió al jardín, no después de su accidental encuentro con Ángela Paredes. Se quedó para contemplarla y, esbozar una sonrisa cada vez que la veía hacer un mohín cuando la señora Paredes no le prestaba atención. Le gustaba lo que veía, sólo había un problema, era una mujer con poca experiencia.

Por lo que había escuchado de ella, nunca la hubiera imaginado así. Era una mujer que dirigía una empresa, ¡demonios! ¿Cómo había conseguido consolidarla desde cero? No tenía carácter y su apariencia no inspiraba liderazgo. No lograba imaginársela dando órdenes.

¡Ah, sí! También estaba la desaprobación de la señora Paredes. Había notado claramente que no le había gustado encontrarlo con su hija. Seguramente conocía bien su reputación. Pero, entonces, ¿por qué lo había invitado? Era obvio, ¿no? Su familia aún era importante. Todavía nadie conocía su inminente bancarrota y, mientras estuviera en sus manos, seguiría siendo así. Los Cruz volverían a ser poderosos, no importaba a costa de quien.

***

Ángela se escabulló a la menor oportunidad. Un buen número de personas se había amontonado para conocerla, señoras ansiosas que lo único que querían era escudriñarla de arriba a abajo. Su madre se entretuvo tanto con ellas que, en un pispás, con una tonta excusa, se apartó del grupo.

Estaba a punto de salir de allí cuando tropezó con una jovencita unos diez centímetros más alta que ella. Era muy hermosa. Sus ojos verdes parecían esmeraldas, y ese pelo tan negro los resaltaba con tanto brío.

-Lo siento, iba un poco despistada –dijo al percatarse que se había quedado contemplándola.

-No se preocupe –respondió la joven cortésmente-. Yo también iba distraída. Estoy buscando a Ángela Paredes, me han dicho que anda por aquí. ¿Usted la conoce?

Ángela se ruborizó y miró por encima del hombro izquierdo de la joven. La puerta que la refugiaría de toda esa pantomima estaba a menos de dos metros. Volvió a fijarse en la muchacha de los ojos verdes y decidió que prefería su compañía a pasar un minuto más en ese lugar.

-Deje que me presente, Ángela Paredes –musitó con una media sonrisa. La cara de la joven se iluminó. Parecía que iba a pegar un grito de victoria -. No llame la atención, por favor. Ahora mismo lo único que quiero es abandonar este lugar. Si quiere, puede acompañarme.

Patricia Cruz asintió invadida por la curiosidad, pero, sin llegar a entender porque la anfitriona quería abandonar su fiesta de cumpleaños.

-Sígame.

Ángela sentía las pisadas de la joven mientras caminaba hacia su despacho, así que no se preocupó por mirar atrás ni una sola vez. Sólo cuando estuvieron dentro de su despacho, seguras y con la llave girada, se dio la vuelta y sonrió a la joven que tenía delante.

-Esto es muy raro, ¿verdad? Debes pensar que estoy loca.

-Bueno, estoy segura que hay una muy buena explicación –respondió, y sonrió también.

-Sentémonos –dijo señalando el sofá-. Veamos...por donde empiezo –susurró Ángela-. Verás, mi madre ha preparado esa gran fiesta para mí-. Observó a la joven un momento, debatiéndose si contarle o no los verdaderos motivos de su huída-. No me gusta la ostentación, lo que quiero decir es que no estoy acostumbrada a esos ambientes.

-Entonces, si estás intentando adaptarte, ¿no deberías estar allí? –argumentó la joven.

Ángela sonrió de forma traviesa esta vez.

-Tienes razón, pero, verás, los motivos de esa fiesta son los que me alejan de allí. ¡Mi madre quiere que busque marido! –exclamó con voz aguda, como si acabaran de darle un pisotón.

-Entiendo –susurró la joven intentando asimilarlo-. Es decir, no quieres casarte y por eso evitas la fiesta –Ángela asintió-. Y tu madre lo sabe, pero no le importa.

Ángela volvió a asentir.

-Llegamos a un acuerdo, le dejaba hacer la fiesta y, a cambio, dejaba de sermonearme con encontrar marido –guiñó un ojo pícaramente-, pero no hablamos si debía estar presente.

-Mi madre también es muy exigente. Siempre acepta invitaciones a mi nombre para que me vea obligada a asistir. No entiende que prefiera mil veces quedarme en casa leyendo un libro –miró las estanterías que habían allí-, y parece que a ti también.

-Sí, es uno de mis pasatiempos favoritos –manifestó orgullosa.

-Bueno, aún no me he presentado, Patricia Cr...

Ángela interrumpió a su invitada con un ademán. No se equivocó. Se escuchaban pasos aproximándose. Sé levantó, se acercó a la puerta y pegó un brinco cuando el picaporte comenzó a moverse.

-¡Ángela Paredes, abre la puerta ahora mismo!

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